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miércoles, octubre 31, 2012

Televisa, el monopolio es el mensaje*





Tomados de La Jornada, Helguera, El Fisgón y Hernández y El Universal, Helioflores.




Jenaro Villamil

MÉXICO, D.F. (apro).- Antes de la irrupción del movimiento #YoSoy132, en plena campaña presidencial, un fenómeno agudizado en los últimos meses despertó los focos rojos al interior de Televisa: el gigante estaba perdiendo aceleradamente a las audiencias menores de 25 años, urbanas, con preparación universitaria y, lo peor de todo, de clases media y media alta. 

En otras palabras, el Canal 2 de Televisa ya no les dice nada (o muy poco) a los adolescentes y jóvenes de ahora que serán los futuros adultos y consumidores de información y publicidad mexicanos en los siguientes 10 años. 

A pesar de iniciativas como los Espacios o los “encuentros universitarios” (perfectamente controlados y con guión previo), Televisa se encuentra ante la primera generación de audiencias que mandará a Chabelo al baúl de los recuerdos, que ya no escucha a Luis Miguel, que no está esperando hacer casting para el Big Brother y que Carlos Loret les resulta más aburrido que Werever Tomorrow. 

Ni los gustos musicales, ni las películas, ni las modas, y mucho menos la información, se definen en función de los contenidos de la televisión abierta mexicana para esta minoría de jóvenes que tienen acceso a otras fuentes y canales de expresión. Televisa es una referencia del establishment, y TV Azteca se ve como una muestra de la vulgarización del mismo modelo. 

Desde 2009 a la fecha, las nuevas plataformas de comunicación interactiva, especialmente Facebook, Youtube y Twitter, irrumpieron en este mismo sector como alternativa, como medio y como plataforma de información en sí mismos. Televisa ya era considerado como un monopolio con una agenda muy específica: llevar a su candidato a la presidencia de la República.

De pronto, los creativos de Televisa se dieron cuenta de algo más grave de lo que imaginaban: “lo de hoy” era estar en contra de Peña Nieto y de los productos del canal de las Estrellas. La rebelión sigilosa e invisible para la pantalla comercial era en contra de la monopolización de los contenidos y la pretensión uniformadora de la agenda de cultura de masas. 

El episodio del exgobernador mexiquense en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en diciembre de 2011, clarificó esta tendencia. Ocho de cada 10 mensajes en Twitter y más de 70% de los videos de Youtube y de las referencias en Facebook eran una burla a la ignorancia de Peña Nieto. #SoyProle se convirtió no sólo en Trending Tepic, sino en definición política de una generación frente al fenómeno mercadológico. 

Cuando irrumpió el movimiento #YoSoy132 era muy claro que, en cualquier circunstancia, la rebelión silenciosa iba a tener rostros y a tomar la calle. El equipo de Peña Nieto y Televisa nunca imaginaron que un evento en la Universidad Iberoamericana derivaría en el dolor de cabeza reciente: la exigencia de democratización de los medios de comunicación. 

Desde que nació el movimiento #YoSoy132 se apresuraron a minimizarlo, a relativizarlo y a partidizarlo: “Son manipulados por López Obrador”, “han sido infiltrados por Atenco”, “ternuritas que no saben para qué intereses trabajan”, “son una moda”, etc. 

A pesar de todo y sin la milésima parte de los recursos de una campaña presidencial, los integrantes del movimiento se organizaron, se fragmentaron y deliberaron, pero, sobre todo, se convirtieron en un mensaje en sí mismo, la contraparte del monopolio mediático y político.
El primer ensayo para debilitar y fracturar a un movimiento tan heterogéneo como la propia composición social de sus integrantes ocurrió a través del caso de Saúl Alvídrez, uno de los creadores del concepto #YoSoy132 desde el ITAM. El golpe fue en redes sociales y en algunos medios de comunicación masiva. Era un anuncio de lo que podía venir.

A pesar de eso, #YoSoy132 no abandonó el eje central a partir del cual ha construido una causa social y generacionalmente extendida: la democratización de los medios. Y como derivación de este tema, la denuncia a la concentración y al poder monopólico de Televisa, el ícono empresarial de este modelo. 

En vísperas de la toma del poder de Peña Nieto, Televisa ha ensayado una nueva fórmula para demostrar que es un monopolio amable y hasta radical chic. Inventaron en el peor horario (domingo a las 22 horas) y en el canal de menos audiencia (Foro TV) un programa de debate con jóvenes “rebeldes” para demostrar que la empresa de Emilio Azcárraga Jean está dispuesta a la apertura. 

El experimento fue un éxito en redes sociales por la polémica generada en torno de la figura de Antonio Attolini, exvocero del #YoSoy132, un joven con facilidad para la polémica y el debate. “No queremos Attolini con el dedini”, twittearon infinidad de usuarios para desmarcarse del caramelo envenenado que Televisa planteaba. 

Pronto quedó claro que no se trataba de un asunto de libertad de expresión, sino de congruencia. Los caballos de Troya ensayados por Televisa han resultado ser caballitos de papel. Atractivos para 15 minutos de fama efímera. Ineficaces para recuperar credibilidad.

La primera emisión del programa Sin Filtro prácticamente pasó desapercibido entre las mismas audiencias jóvenes que ha perdido Televisa en los últimos años. El tema fue, precisamente, la democratización de los medios. Un debate de café en cualquier universidad privada hubiera estado más coherente que esa emisión. 

Parafraseando a McLuhan, el problema no es que el medio sea el mensaje, sino que el monopolio quiera dar un mensaje incongruente con su naturaleza. Ahí radica la falta de credibilidad de este intento reciente por recuperar de lo perdido, lo que aparezca. 

*Tomado de la revista Proceso.

viernes, octubre 26, 2012

Pablo González Casanova, un referente y un amigo*





Tomados de La Jornada, El Fisgón, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores.



Octavio Rodríguez Araujo 

Hace poco más de un año, Claudio Albertani le hizo una larga entrevista a Pablo González Casanova. Recupero algunos párrafos que me parecen significativos con motivo del premio Daniel Cosío Villegas que recién le ha otorgado El Colegio de México.

Albertani le preguntó cuál fue su primer encuentro con el marxismo, y González Casanova contestó que empezó a profundizar su conocimiento del marxismo cuando estudió “en El Colegio de México con profesores que, en su mayoría, eran republicanos españoles. Había, entre ellos, una influencia muy grande de los historicistas, pero no dejaba de haberla también de Marx.” Y más adelante señaló que ya había una cierta inclinación que procedía de su padre en relación con la importancia del socialismo y la democracia, y que también contó la influencia de su entrañable amigo cubano Julio Le Riverend, marxista leninista que, si todavía viviera (falleció en 1998), tendría 100 años, 10 más que Pablo. Julio fue becario en El Colegio de México entre 1943 y 1946. Ambos, por cierto, se graduaron con magna cum laude.

Luego, Albertani le preguntó “¿qué causas determinaron el giro de tu atención de la historia hacia la sociología?”, y González Casanova afirmó que él no había estudiado lo que tradicionalmente se entiende por historia. “Los profesores españoles que diseñaron la maestría en ciencias históricas –dijo– dieron a la historia un carácter científico que implicaba el estudio de la sociología, de la ciencia política y de la economía. Incluso nos llevaban en el terreno político al estudio de la historia de las instituciones y, en este sentido, también a la historia del derecho, público y privado. Era una carrera interdisciplinaria. Yo me especialicé y trabajé, sobre todo, en historia de las ideas. Luego empecé a trabajar sociología del conocimiento y ya me fui interesando en otro tipo de problemas que me llevaron, por ejemplo, a escribir La democracia en México. Pero en realidad, todo el tiempo estoy regresando a los problemas del conocimiento.” 

Sin ánimo de simplificar, me parece que lo aquí mencionado podría explicar el poder de la influencia de profesores y amigos en un estudiante y futuro gran intelectual. Todos reconocemos esas influencias, aunque a veces, por fallas de memoria, omitamos a alguien. Así como Pablo ha sido una gran influencia para mí, como antiguo profesor y como amigo, otros influyeron en él, precisamente en el ámbito de la institución académica que ahora lo premia: El Colegio de México, además de la UNAM.

¿Qué se puede decir de Pablo González Casanova que no se haya dicho? Quizá muy poco, pues ha sido un autor muy estudiado y citado. Hace unos años escribí que a mí me ha dado y todavía me da respuestas a muchas de mis preguntas, o me ha llevado a nuevas preguntas. Conozco casi toda su obra, incluso periodística, y en ella he encontrado ideas, reflexiones, incentivos, preguntas y respuestas durante muchos años y, en ocasiones, después de muchos años, cuando por mis limitaciones personales no había entendido la trascendencia de su mensaje en primera lectura o cuando la clave de interpretación, la suya, no coincidía con mis propios esquemas de explicación, posteriormente reformulados gracias a relecturas o a fructíferos diálogos honestos y amistosos. No siempre he estado de acuerdo con él, pero siempre reconoceré que ha tenido la paciencia para escucharme y debatir conmigo, incluso con ese buen humor que lo caracteriza. 

En febrero de 2007, en un homenaje que le hizo la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la que fue director cuando yo ingresé en ella, recordé lo que ahora cito: La obra de González Casanova, el único universitario que ha sido nombrado profesor emérito e investigador emérito simultáneamente (1984), es enorme, no sólo por el número de títulos publicados –individuales, colectivos y coordinados por él–, sino porque ha sabido preguntarse y responder lo más importante para nuestros pueblos en todo momento, lanzándonos retos insoslayables en nuestros debates públicos e internos, nacionales e internacionales. Desde su libro sobre el misoneísmo y la modernidad cristiana, publicado en 1948, hasta uno de sus grandes textos, Las nuevas ciencias y las humanidades (2004), con el que ha buscado –en sus propias palabras– “abrir el camino a una comprensión más profunda de los conocimientos fundamentales sobre la transformación de la sociedad contemporánea actual y virtual, dominante y alternativa”, González Casanova se ha comprometido con la democracia, la justicia, las libertades y las transformaciones, pero también con los sentimientos, esos que llamó en la Complutense de Madrid, al obtener el doctorado honoris causa (2001), “sentimientos razonados”, con los que se hace –dijo– la memoria de trabajo, es decir, la que “integra una situación inmediata a la memoria de largo plazo para pensar, organizar informaciones y recuerdos dispersos, razonar y resolver problemas o precisar narrativas.” 

Y así como en su discurso en Madrid él recordó a sus grandes maestros y amigos, y a su padre, yo quiero rendir homenaje al maestro, al amigo, a un hombre admirable y apasionado para quien pensar, como citara de Mairena, ahonda el sentir… o viceversa. 

No quiero terminar estas reflexiones sin antes citar un párrafo de González Casanova en su libro La universidad necesaria en el siglo XXI (Era, 2001), que me parece de enorme actualidad y está en el debate sobre la educación que necesita el país en estos tiempos en que todo se quiere subordinar a los mercados: “Transformar el sistema de educación también consiste en educar a la inmensa mayoría de los futuros ciudadanos para que sepan reflexionar y decidir sobre los problemas políticos, sociales, culturales, económicos, y para que aprendan a actuar, a planear, a informarse, a corregir y a organizarse.” 


*Tomado de La Jornada.

miércoles, octubre 24, 2012

Elba Esther y Romero Deschamps, thriller sindical*





Tomados de La Jornada El Fisgón, Helguera y Hernández, y El Universal, Helioflores.



Jenaro Villamil 

MÉXICO, D.F. (apro).- No podría ser de otra manera. En el ocaso del sexenio de Calderón y de la alternancia fallida de los panistas, y ante las presiones y reacomodos de los empresarios, inversionistas extranjeros y líderes corporativos frente al botín del próximo gobierno peñista, los dos íconos de la antidemocracia sindical se organizaron sendas ceremonias de coronación y relección por seis años más: Elba Esther Gordillo, en el SNTE, y Carlos Romero Deschamps, en el sindicato petrolero. 

Frente a la demagogia de la reforma sindical a favor de la transparencia y la democracia sindical, los actos de Elba Esther y Romero confirman que el pasado no se ha ido y que todo se puede arreglar con Peña Nieto si se garantizan los privilegios, cuotas de poder y tenaz control de los liderazgos funcionales al gran capital inversionista. 

Se trata de la relección en dos sindicatos esenciales para el país: uno, controla el gremio más grande de América Latina; el otro, tiene en sus manos el dominio de las contrataciones para la empresa más estratégica del país. 

El SNTE y el STPRM son las dos grandes aduanas de intereses políticos y económicos con los que Peña negociará para emprender los negocios más jugosos de su sexenio: la apertura gradual de la inversión privada en las directrices de la educación básica y media básica, pública, y la apertura a la inversión de los consorcios privados extranjeros y nacionales en Pemex. 

Elba Esther y Romero Deschamps son herencias directas del salinismo. Y, en buena medida, representan su continuidad. La primera ascendió al SNTE a través de una operación política orquestada desde Los Pinos por Manuel Camacho Solís, entonces “cerebro” de la refeudalización sindical de Salinas de Gortari, para sustituir a Carlos Jonguitud Barrios, un “líder vitalicio” que controló el SNTE menos años que Elba Esther. 

Romero Deschamps es el beneficiario indirecto del Quinazo, el primer “golpe espectacular” de Carlos Salinas en 1989 para ganar legitimidad y eliminar a Joaquín Hernández Galicia, el millonario dirigente de petroleros, amo y señor de los contratos y de las comisiones, que fue encarcelado por acopio ilegal de armas. Contra La Quina, Salinas construyó un discurso modernizador que acabó en la demagogia. La corrupción de sus dos sucesores fue mayor. Romero Deschamps quizá ahora es más rico y encabeza una red de corrupción mucho más compleja que la del quinismo. Fue protagonista del Pemexgate, esa millonaria triangulación de fondos a la campaña del PRI en el 2000, y acabó perdonado, exonerado y ahora con fuero como senador de la República. 

Elba y Carlos Romero son la muestra clara del fracaso de la alternancia panista. Fox y Calderón pactaron con ellos. Los mantuvieron. Se corrompieron. Y los panistas los dejaron. Por eso suena un tanto ridículo que al cuarto para las doce los senadores del PAN y Calderón defiendan la transparencia sindical en la contrarreforma laboral. Son monedas de cambio y de negociación con Peña Nieto, el cuarto sexenio del salinismo estructural que tomará el poder el 1 de diciembre de 2012. 

Los empresarios del Consejo Coordinador Empresarial y de la Concamin publicaron la semana pasada sendos desplegados para obligar a los senadores del PAN a no aliarse con el PRD y los otros legisladores de izquierda. Quieren que la contrarreforma laboral salga “en sus términos” este 23 de octubre. 

Ni a esta cúpula empresarial ni a los gobiernos del PRI y del PAN les preocupa democratizar los sindicatos y, mucho menos, respetar el derecho al empleo y al salario dignos.

¿Para qué? Gracias a figuras como Elba Esther, Romero Deschamps y muchos otros líderes sindicales que replicaron su modelo, han podido mantener el control en el mundo laboral, desarticular cualquier intento de demandar incrementos salariales sustanciales e imponer de facto el modelo de flexibilización laboral que se concreta con el outsourcing y el trabajo por hora. Elba Esther Gordillo es neoliberal en sus propuestas. Apoyó la reforma al ISSSTE y el incremento al IVA a medicinas y alimentos durante el sexenio de Fox. 

Este es el verdadero thriller de la reforma laboral. Un juego de simulaciones para negociar por seis años más la impunidad y la corrupción de ambos lados de la ecuación. 


*Tomado de la revista Proceso.


martes, octubre 23, 2012

De gran ignorante a gran estadista*





Tomados de La Jornada, El Fisgón, Hernández y Rocha y El Universal, Helioflores.



Jesusa Cervantes

 MÉXICO, D.F. (apro).- El pasado 17 de octubre, las autoridades electorales decidieron multar con 1.5 millones de pesos a la dupla PRD-PT por haber “calumniado” a la tienda departamental Soriana y señalarla como el vehículo utilizado por el PRI y Enrique Peña Nieto para la compra y coacción del voto.

Un día después, en parte de la prensa mexicana Peña Nieto apareció como estadista, como el hombre que en tan sólo unas horas logró apaciguar la furia del gobierno francés por el trato jurídico que se le ha dado al caso de su ciudadana Florence Cassez.

En el resolutivo del Instituto Federal Electoral (IFE) se argumenta que las frases utilizadas por la izquierda en el spot “miles de pruebas” no pueden estar amparadas en el derecho a la libertad de expresión.

Quizá habría que explicarles a los consejeros electorales que fue “el derecho a la verdad” a lo que recurrió la izquierda, pues en el spot se daba cuenta de testimonios vertidos por gente a la que el PRI pidió su voto a cambio de “tarjetas Soriana”. La operación fue de tal burla hacia la ciudadanía que al día siguiente de las elecciones, el 2 de julio, hubo manifestaciones de gente a la que los priistas no había cumplido, pues las “tarjetas Soriana” no tenían el dinero prometido o era, con mucho, menor al ofrecido.

Cuando aún no terminan las “investigaciones” de la autoridad electoral a las denuncias por la compra y coacción del voto; cuando aún no se indaga sobre las ganancias “atípicas” de dos mil millones de pesos que Soriana obtuvo entre los meses de abril a junio (tiempo de la campaña electoral), el Tribunal Electoral le ordena al IFE que multe al PRD y al PT por haber “difamado” a Soriana abusando de la libertad de expresión.

Toda la fuerza de la ley para multar a quien se atrevió a cuestionar a los aliados de Peña Nieto; así como toda la fuerza de la ley para los jóvenes en Michoacán que “violan” los derechos de los particulares.

A los priistas les sobra espacio para sostener que no son autoritarios ni represores, sino que, por el contrario, sólo buscan el restablecimiento de la normalidad y para ello recurren a la ley, porque son respetuosos de la ley.

En realidad, los priistas no son respetuosos de la ley, sólo la usan dependiendo de sus intereses; así lo demostraron en la campaña presidencial, así en el actuar abusivo de gobernadores y como muestra ahí esta el exgobernador de Coahuila, Humberto Moreira, quien endeudó al estado torciendo la ley, usando documentos apócrifos. Este caso parece haberse olvidado, incluso nadie pregunta en qué se uso ese dinero ni se verifican las supuestas obras. Lo que sí ha habido es recorte de la burocracia estatal para “obtener ahorros”.

En el caso del tema electoral parece que la ciudadanía ya olvidó el insulto, la burla, el cinismo, la violación a la ley, el traficó de la pobreza, y todas las mañas a las que recurrió el PRI para que hoy, Enrique Peña Nieto ande en Europa, en Sudamérica, y ofrezca resolver crisis económicas ajenas.

El gran “ignorante” de la Feria Internacional del Libro de noviembre de 2011 es hoy, el gran estadista.
A quién le importa si Peña Nieto transgredió la ley y recibió el beneplácito de las autoridades electorales, a quién le importa, pues, si el IFE realmente está investigando el caso Soriana, a quién le importan las más de 20 empresas utilizadas para triangular recursos; quién se ocupa hoy de la historia negra que hay detrás de cada uno de los integrantes del equipo de trabajo de Peña Nieto. Parece ser que nadie.

Si al PRD y al PT se le multa hoy con 1.5 millones de pesos por actuar con forme al derecho a la verdad y Peña Nieto sabe hasta cómo resolver la crisis económica de los españoles, el día de mañana sus hombres pasarán de ser simples asesores financieros de gobernadores a grandes operadores políticos de la Presidencia, como por ejemplo Luis Videgaray o Miguel Ángel Osorio Chong que, de ser la pieza clave de Elba Esther Gordillo en el peñismo, será convertido en el gran policía que el país requiere para meter en cintura a capos de la droga.

Cuando uno hojea los periódicos puede leer claramente que el PRI le apuesta al olvido de la ciudadanía, que aplaude el silencio de su principal crítico: Andrés Manuel López Obrador, pero mantiene su objetivo anularlo; que busca acabar con legisladores que se dicen de izquierda ya sea ofreciéndoles presidencias de comisiones o secretarias de estas. Pero sí aun con esto quedan algunos críticos de Peña Nieto y su PRI, tiene el último y mejor recurso que conocen: ofrecer puestos de asesores. 

Así, eliminados los críticos de Peña Nieta y descartada cualquier indagatoria seria en el IFE, el SAT, la PGR u otras autoridades, Peña Nieto se prepara para ser entronizado y pasar de ignorante de la Feria Internacional del Libro 2011 al estadista del próximo sexenio. Vaya días aciagos que seguirá viviendo México.

Txt @jesusaproceso



*Tomado de la revista Proceso.

lunes, octubre 22, 2012

“Proceso” y sus adentros*




Tomados de La Jornada, Hernández y Helguera y El Universal, Helioflores.



Julio Scherer García 

En 1965 Julio Scherer García publicó su primer libro, La piel y la entraña, fruto de una larga serie de entrevistas con David Alfaro Siqueiros, en las que el periodista obligó al muralista, entonces en la cárcel, a exponer su piel y sus entrañas. Casi medio siglo después, bien podría Scherer García haber titulado de la misma manera su nuevo libro en el cual es él mismo quien se muestra en forma descarnada, como nunca antes, por dentro y por fuera. De su vida personalísima, íntima, a sus relaciones con los hombres del poder; de los amores que ya partieron a los vituperios que sobreviven; de los episodios luminosos a las vivencias amargas; de las interioridades de Excélsior a las intimidades de Proceso… el autor de Vivir asume la insólita decisión de levantar las cortinas de su historia personal y compartida y nos entrega trozos de existencia con honestidad y valor. Algo sabe él de lo que significan esas virtudes. En el estilo directo, escueto, que envuelve la densidad del pensamiento y de las emociones del fundador de Proceso, en Vivir transcurren episodios humanos y familiares de alta tensión, experiencias periodísticas singulares, momentos límite que sacuden el alma. Su libro conduce a sumergirse en México y en los oscuros entretelones de su vida pública. Y sobre todo, ofrece una oportunidad única: asomarse al mundo interno, atormentado en ocasiones, apasionado siempre, de Julio Scherer García. Del libro, que ya circula con el sello de Grijalbo, reproducimos fragmentos relativos a momentos clave en la historia de Proceso. (RRC) 

Proceso nació el 6 de noviembre de 1976, aún bajo el gobierno de Luis Echeverría. En la portada apareció mi nombre con el título de director general, una dolorosa remembranza de Excélsior.

La casa de Reforma 18 sí ameritaba el título. Editaba Excélsior dos periódicos, Últimas Noticias, primera y segunda edición; dos semanarios, Revista de Revistas, Jueves de Excélsior; y un par de publicaciones sin relieve, Ja já y Policía. 

Nombrado director gerente de Proceso, Miguel Ángel Granados Chapa tomó el mando de la revista. En las reuniones previas a su aparición, dispuso el orden y la periodicidad con la que debían escribir los colaboradores. Además, redactaría el editorial de cada semana, un texto breve que daba cuenta de los puntos de vista de Proceso, en rigor el pensamiento de Granados Chapa. Miguel Ángel repetiría a lo largo de su vida que yo había contribuido a mi propio derrumbe. Afirmaba que no abrí los ojos ante Regino Díaz Redondo, periodista sin hechura y drogadicto, a pesar de las advertencias con que me pedía un cambio de actitud frente a los acontecimientos.

Sorprendido por la súbita y brutal corrupción que generó Echeverría al interior de la cooperativa, creo que no había tenido oportunidad para tomar algunas providencias. El espacio que me quedaba era reducido, minados en su responsabilidad los trabajadores de “Formación” y “Rotativas”, y sin los cuales era impensable la aparición del diario. Un ejemplo de lo que narro está escrito en un texto del que me ocupo a propósito de Arturo Sánchez Medina. El líder de los obreros se había ahogado en la traición y a la traición había convocado a muchos. 

Nunca quise discutir con Miguel Ángel los puntos de discordia entre ambos. En alguna medida le debía como periodista mi supervivencia y mi gratitud hacia él era patente. Además del respeto a su trabajo, dan cuenta los hechos. Por iniciativa nacida en Proceso, Miguel Ángel fue elevado a la dignidad ciudadana, Medalla Belisario Domínguez, el 8 de octubre del 2008.

Miguel Ángel renunció a Proceso ocho meses después de la fundación de la revista. Aún éramos débiles, sin un peso de ahorro, inciertos en cuanto a un alto nivel de los reporteros, algunos principiantes. El paso que daba me lo comunicó en horas de caminata alrededor de Fresas 13. Yo le pedí que no se fuera y él se mantuvo firme. Sin palabras explícitas, dejó en claro: éramos incompatibles. Él, Miguel Ángel, creía en la crítica que esclarece el punto central de la discusión política y los quehaceres de nuestro oficio. Yo creía en los hechos concretos, los que se huelen y se tocan. Miguel Ángel se sentía atraído por los pensadores, y yo, sobre todo, por los reporteros.

***

Años después del 8 de julio de 1976, con Los periodistas en las librerías, Vicente Leñero me contó de su ánimo en la asamblea. Pensaba que me había adelantado a los acontecimientos al ponerme de pie y anunciar el camino a la calle. Me dijo:

—Creo que te precipitaste. Tu nombre ya se coreaba en la asamblea. Debiste aguardar unos minutos.

Los sucesos que seguirían al golpe modificarían el punto de vista de Vicente. No podría olvidar su juicio:

—Frente a cualquier crítica adversa, sostendría que te habías mantenido en la línea correcta.

Vicente me llevó a la zona profunda de la amistad. Su crítica adversa, en momentos cruciales, habría terminado con lo poco que restaba de mí. 

Permanecimos juntos un primer año, luego un segundo y en una larga etapa, veinte años. Vicente me decía que deseaba volver a su vocación en el teatro, los libros, la cultura, los talleres que impartía, su condición de profesor. Me obsequiaba parte de su tiempo esencial.

***
Vicente Leñero, Enrique Maza y yo renunciamos en noviembre de 1996 a los puestos directivos de la revista. En el futuro nos concentraríamos en el Consejo de Administración. Habíamos cumplido veinte años juntos y era tiempo para que las oportunidades del futuro se abrieran a una nueva generación. Además, cumplíamos una promesa entre nosotros: a los cuatro lustros en el semanario, iríamos en pos del azaroso encuentro personal con la vida.

El día de la despedida viví la amistad apasionada de mis compañeros y la honda tristeza que deparaba una nueva relación con ellos. En la fiesta estábamos todos los que deberíamos estar, entre ellos Gabriel García Márquez.

—Hoy no te beso —me dijo, en referencia al momento en que había sentido la levedad de su rostro en mi cara al minuto de la entrega en Monterrey del primer premio de Nuevo Periodismo, el 21 de octubre de 2000.

—Yo sí —le dije.

Estaba Susana, sin que la muerte se hubiera atrevido a tocarla, estaban mis hijos.

Días después de la fiesta, Vicente me dijo que no le preocupaba el futuro de Proceso tanto como los años inciertos que me esperaban. No me imaginaba lejos del periodismo, pendiente de los sucesos del tamaño que fueran.

—¿Qué vas a hacer? —me preguntaba.

—No sé —respondía.

También le preocupaba Enrique. Sus conflictos con la Santa Sede, de la que había sido devoto durante su juventud y buena parte de la época que le siguió, lo mantenían en permanente tensión. Veía en la Iglesia Católica, Apostólica Romana, un poder terrenal sin aspiración a la eternidad. Sus negocios eran los de esta tierra.

Recuerdo, entre otros, los conflictos de Enrique por la publicación de un volumen pequeño, El diablo. Fiel a su formación teológica, encaraba el dogma. Satanás no existía en la forma corpórea que la Iglesia pretende hacer creer a sus seguidores. El diablo es el mal sobre la tierra, siniestro, misterioso, universal.

El Vaticano exigió a Enrique la abjuración de la obra. Enrique se negó. El Vaticano retrocedió apenas y mantuvo sus amenazas, la excomunión incluida. Enrique volvió a negarse. Finalmente llegaron a un acuerdo las partes en conflicto. Enrique no reeditaría a Satanás.

El futuro de Vicente Leñero traería consigo una posible nostalgia, pero no ofrecía mayores problemas. Volvería al teatro, a los guiones cinematográficos, a los talleres, a la literatura, a su magisterio.
Yo me fui de vacaciones en compañía de Regina y Gabriela. Visitamos Brasil y Argentina durante un mes, bañados en la alegría. Una sola angustia ocultaría brevemente nuestro sol. Visitamos Bahía, la capital de Brasil de 1549 a 1763, caminamos por sus ruinas majestuosas, perdidos en el tiempo. Yo recordaba Antigua, la ciudad de piedra de Guatemala, también de escombros centenarios. Hablábamos de las ruinas y veíamos el azul desvanecido del atardecer.

Llegamos a la ciudad de Bahía allá por octubre de 1996, aún fuerte el calor. Fuimos de un lado al otro sin puntos de referencia. Ya tarde pregunté a mis hijas por qué no veíamos grupos de niños, uno al menos. Gabriela, segura en sus conocimientos de sociología volcados en los niños, me dijo que en Bahía las criaturas abandonaban sus guaridas en la noche. Era frecuente que viejos decrépitos que por ahí andaban los esclavizaran para su lujuria o mendicidad.

La desazón se me apareció apremiante y urgí a Regina y a Gabriela para que regresáramos cuanto antes al automóvil, dejado quién sabe dónde. Las sombras caían y yo miraba rostros lúbricos y cuerpos amenazantes.

Temí un asalto, los cuchillos desnudos, la violación tumultuaria, la muerte. Como podía me empeñaba en tranquilizar a mis hijas y ellas hacían lo mismo. Sin embargo, la opacidad del lenguaje se imponía en palabras convulsas. 

Maldecía la falta de una pistola y también el cuerpo gastado, poca cosa para una riña hasta la última sangre.

Me preguntaba por mis hijas, pero no sólo por ellas: 

¿Y yo? ¿Tendría el valor para ir a la muerte en defensa de Regina y Gabriela? ¿Las vería expirar a unos metros, paralizado?

A la vida le temo como no le temo a la muerte. La muerte es inevitable. Cae. El terror en los límites de la cordura, es asunto personal.
***

Palabras más, palabras menos, Carlos Marín me planteó, claro:

—En esas condiciones, renuncio a la coordinación de información.

—No, Carlos —procuré en una tregua.

La imposición de mi autoridad, en momentos de crisis, habría desencadenado la tormenta en Proceso.

Enterado de las diferencias entre Carlos Marín y Anne Marie Mergier, corresponsal de Proceso en Europa, fui al teléfono.

—Le ruego, Anne Marie, que acepte trabajar con Marín. Ya tendré oportunidad de conversar con usted acerca de la difícil situación por la que atravesamos.

—No, don Julio.

Acudí a Vicente:

—Ayúdame.

Habló con Anne Marie. Anne Marie cedió.

La situación se me hizo clara. Marín actuaba con soltura. Una mayoría de la administración estaba de su lado a partir de un estudiado entendimiento con el gerente, Enrique Sánchez España. Además, el coordinador de información presumía de la aceptación de un grupo de reporteros.

Rafael Rodríguez Castañeda, el coordinador de redacción, se atenía a su trabajo.

Frente al anuncio de un conflicto que crecía en su propio dinamismo, llegué a proponerle a Rodríguez Castañeda su designación como director. Me dijo y después repetiría ante los reporteros:

—Yo no camino sobre cadáveres.
***

A nuestra partida, un sexteto inventado por el Consejo de Administración había tomado la responsabilidad de la dirección. Lo integraban: Rodríguez Castañeda, Marín, Carlos Puig, Froylán López Narváez, Francisco Ortiz Pinchetti y Gerardo Galarza. Poco tiempo después de iniciado su trabajo, el malestar se hizo patente en el semanario. Divisiones internas y pleitos abiertos habían hecho inviable un proyecto mal concebido.

Después de reyertas que subían de tono, del sexteto quedó un cuarteto, pero sólo Rodríguez Castañeda y Marín eran reales aspirantes a la dirección. Marín se movía con torpes aires de autoridad en la redacción y en la administración. Rodríguez Castañeda trabajaba sin alardes en la concepción de la revista y el diseño de la portada, imagen de la revista en la calle, nuestra preferente publicidad. Marín y Rodríguez Castañeda disputaban por todo.

Elena Guerra, mi secretaria, me prevenía:

—Haga algo, don Julio.
—¿Qué, Elenita?
—Pierde usted autoridad, los compañeros lo ven pasivo, distinto de lo que usted es.
Yo pensaba sobre todo en Rafael Rodríguez Castañeda, en tanto Vicente Leñero y Enrique Maza se expresaban en la duda. Marín reflejaba una imagen externa de la que Rodríguez Castañeda carecía. El primero había escrito trabajos memorables: una entrevista con Manuel Becerra Acosta en la que detallaba su abandono de Unomásuno y su exilio en España; revelaciones sobre la matanza de Acteal, coludidos el ejército y grupos paramilitares; una acabada reseña del asesinato de Amado Carrillo, el Señor de los Cielos; reportajes sobre la Brigada Blanca.

Rafael, sin alardes protagónicos, cumplía su tarea seguro de lo que hacía. De su inteligencia y concepción periodística había nacido el proyecto exitoso de los suplementos especiales. Tres veces al año se ocupaban de temas que estremecían al país. Los rostros del narco; La guerra del narco; Con zeta de muerte; El Chapo, crimen y poder, son algunos títulos. Los suplementos crecerían hasta altos niveles. En la actualidad, los índices de venta se sitúan en no menos de los 200 mil ejemplares. Al lado de la brillantez que llegó a alcanzar Marín, Rodríguez Castañeda representaba la certeza.

En la mañana sorpresiva en la que Anne Marie Mergier volvió a comunicarse conmigo, me sorprendió la voz aguda de su español con acento descarado. Ella era absolutamente francesa. Parisina nacida en Argel, amaba la fealdad de su país de origen, ardiente, terroso, como lo describe Albert Camus.

—¿Qué ocurre, Anne Marie?

—Desde hoy, don Julio, trabajo con usted directamente o renuncio a Proceso. No soporto a Marín. Es autoritario y conmigo ha llegado a la destemplanza. Con usted o me voy.

—No se preocupe, Anne Marie —le había asegurado.

Hablé con Marín:

—A partir de hoy, Anne Marie trabaja conmigo.

La respuesta me llegó inmediata:

—Cuente con mi renuncia. No admito la merma arbitraria de mi autoridad.

Las buenas maneras habían terminado. Marín luchaba por la dirección. Se comportaba como si nada pudiera detenerlo.

***

Anne Marie disfrutaba de un puesto eminente en Proceso. Había llegado a la casa de Fresas 13 de manera casual. Cercana a Lucía Luna, responsable de la sección internacional en nuestro trabajo, le había propuesto impartir un curso de francés para el personal interesado en el aprendizaje del idioma. El padre de Lucía Luna, Fernando Luna de la Paz, había sido mi profesor de filosofía en el Centro Cultural Universitario. A su hija le tenía confianza absoluta.

En París, Anne Marie había obtenido, durante su época de estudiante, un diploma en las disciplinas de arte, particularmente pintura y escultura. Disfrutaba el premio. En su éxito había encabezado una visita guiada por el Museo de Rodin, ella al frente de sus compañeros.

Corresponsal de Proceso, empezó a viajar por Europa. Su primer golpe fue en la cárcel de Long Kesh, en Belfast. Emprendió su trabajo en las condiciones más difíciles: francesa en el cuerpo de una revista mexicana absolutamente desconocida en Irlanda del Norte y sin los contactos que todo reportero necesita para su trabajo.

Escribió el 20 de julio de 1981: 

Las reivindicaciones de los presos políticos en Irlanda del Norte siguen sin respuesta alguna por parte del gobierno británico. En declaraciones recientes, la primera ministra, Margaret Thatcher, mantuvo su posición sobre el problema. “Un crimen es un crimen”, y los independentistas irlandeses siguen siendo considerados como reos comunes y no como presos políticos. Mientras ocho presos más han relevado a sus compañeros muertos de hambre, 414 de los 650 encarcelados en total por razones políticas siguen en una “huelga de desnudez”.

Luego: 

Obligados a llevar el uniforme de los presos comunes, la mayoría de los independentistas irlandeses presos en Long Kesh viven completamente desnudos, algunos desde hace dos años, otros desde hace tres. Sólo cuando el frío es demasiado insoportable, se cubren con una manta. 

Fueron ocho las entregas sucesivas que Anne Marie envió a México desde la prisión de Long Kesh. Bobby Sands fue un personaje al que siguió con la meticulosidad de una artista en su martirio del hambre. Anotó Anne Marie el 19 de mayo de 1982:
 

Cinco de mayo de 1982. Ocho de la noche. Falls Road. La calle más rebelde de los barrios rebeldes recuerda el primer aniversario de la muerte de Bobby Sands.

Ocho taxis negros abren la marcha. Diez ex presos de Long Kesh caminan a pasos lentos con inmensas fotos de los huelguistas de hambre muertos entre el mes de mayo y el de septiembre de 1981. Lo siguen los familiares de los difuntos. Luego viene la multitud.

Son cuatro mil, cinco mil. Tal vez más. Silenciosos. Jóvenes, ancianos, mujeres, hombres, niños. Graves. Tercos. En las ventanas flotan banderas negras. Sólo se escucha el ritmo lúgubre de los tambores. El viento es más helado que nunca.
*** 

Entre telefonemas, memorándums y revisión de documentos, le pregunté a Elena Guerra:

—Dígame, ¿qué hacemos?

—No sé —me respondió.

Nuestros diálogos eran repetitivos, sin punto de arribo. En la obsesión, una noche se impuso la claridad en el momento preciso: la decisión, la que fuera, tendría que apartar a los trabajadores de la administración, en manos de Marín, del tema central: la elección del nuevo director.

Ésta debería surgir de la voluntad de los reporteros.

El tiempo se venía encima. El 23 de marzo de 1999, el Consejo de Administración había citado a Rodríguez Castañeda, Carlos Marín y Froylán López Narváez a una reunión capital. En esa fecha decidiríamos los nombres de los compañeros a los que deberíamos liquidar. Los asuntos marchaban mal en Fresas 13. Los signos del declive resultaban alarmantes.

Urgía poner en práctica la decisión que llevaba en mente. Me reuní a toda prisa con el notario Juan Vicente Matute Ruiz de la Notaría 179 en el DF, los consejeros Vicente Leñero Otero y Enrique Maza García, los auditores José Palomec y Francisco Álvarez y el abogado Juan José Royo. Les propuse la celebración de una junta de consejo para el 23 de marzo. Les expuse los motivos con claridad. Vicente Leñero y Enrique Maza me hicieron clara su incertidumbre. Pero convenimos: no había de otra.

Media hora antes de la cita, nos encontrábamos todos en el salón del consejo. Llegó Rodríguez Castañeda. Serios, graves, esperábamos a Marín y a López Narváez. Entraron. Sus rostros acusaron un desconcierto que los rebasaría. Anuncié que, de acuerdo a las facultades del Consejo de Administración, a partir de ese momento desahogaríamos el único punto de la orden del día, la elección del nuevo director. Pregunté, sin más, quién se apuntaba como candidato para la sucesión en una elección entre reporteros y editores. Sólo se escuchó la voz de Rafael:

—Yo.

López Narváez y Marín se pusieron de pie, suelta la furia. Froylán abandonó primero la sala de juntas. Marín lo siguió. Brotaron los improperios. Froylán pronunció la frase que pretendió me sepultaría. Me llamó el Díaz Redondo de Proceso.

Ya en la redacción, Marín estalló. Habló de urnas envenenadas. Enrique Sánchez España me dijo que también se iba.

Era figura clara en la empresa y me encendió de rabia.

—Usted se queda —le grité. 

En la sala de redacción informé del nombramiento de Rafael Rodríguez Castañeda como nuevo director de Proceso. Escuché aplausos, pero no me llegó el canto del entusiasmo. Hoy podemos afirmar que en Proceso supimos ver el futuro.
***

Instalado Rodríguez Castañeda en la dirección de Proceso, el sentido del tiempo cambió para mí. Ya no participaba en los acontecimientos de la vida noticiosa como un testigo privilegiado. Ahora veía los sucesos a distancia, crítico o cronista, mas no reportero.

De alguna manera apartado de la vida que había hecho mía durante cincuenta años, el tiempo se alargaba inmisericorde. Veinticuatro horas pueden provocar sentimiento de indefinición, el final de la jornada siempre pendiente. ¿Cómo vivirlas para hacerlas útiles, atractivas? ¿Qué hacer con las horas que sobran? ¿Cómo vivir pensando en el amor el día entero o leyendo y escribiendo de amanecer a amanecer? Las horas sin vida pueden resumirse en un vacío que convoque al aburrimiento.

Me atraía el magisterio, pero no me conquistaba para la pasión de una vida vuelta al exterior. Los ojos están hechos para mirar, los oídos para escuchar y el tiempo de la reflexión ocupaba en mí un segundo espacio. No soy un intelectual ni aspiro a la erudición. Soy persona que existe a partir de los sentidos, no de mi inteligencia.Las personas de las que me apropio, mis hijos, mis amigos, me resultan insustituibles. Representan el corazón que palpita, pero sé que nada remplaza la vida personal. No obstante, en Proceso me negué a tener una oficina propia. Estaba en mi decisión ampliar en todo lo que fuera posible el territorio del director. Yo deseaba que se sintiera a sus anchas, sin la sombra de quien tenía una historia propia y le había dictado órdenes durante mucho tiempo. Las relaciones en la alternancia son complicadas, al acecho la envidia, los celos, las intrigas de terceros, la propia malevolencia. 

El día de la toma de posesión de Rodríguez Castañeda al frente de Proceso le había dicho que sería su incondicional en el trabajo, y él me había respondido que mantendría un respeto sin sombra para mis decisiones como presidente del Consejo de Administración.
Con Rafael conversaba primero en la superficie y poco a poco hacia adentro. Trascendimos el trabajo y nos hicimos amigos. La confianza caminaba de un lado para otro. Pero no bastaba. Hacía falta el humor y ambos lo procurábamos con éxito.

A los reporteros los veía regularmente. Pugnaba con ellos para que escribieran libros en una buena prosa y se pulieran como redactores. Tenía presente a Monsiváis: “Sólo los textos bien escritos se pueden recordar”.

***

Un día de abril de 2010, un enviado de Ismael El Mayo Zambada me transmitió un mensaje del capo: deseaba conversar conmigo a partir de un dato. Estaba enterado de mi trabajo y me tenía confianza.

Rafael Rodríguez Castañeda, director de Proceso; Salvador Corro, el subdirector, y yo, presidente del Consejo de Administración, abordamos el asunto en un estado de tensión explicable. Sin embargo, no asomaba entre nosotros inquietud mayor. Sabíamos cuál era el compromiso que nos unía con nuestros lectores, la información en el límite de lo posible. Y cumpliríamos con nuestra tarea.

Proceso vive con las puertas abiertas. En Fresas 13 no existe un circuito cerrado ni vigilancia especial. Sólo un par de policías cuidan la calle, el incesante ir y venir de los automóviles por la estrecha vía. Entre nosotros no hay guaruras.

En esas condiciones analizamos sin sobresaltos los problemas que suscitaría el viaje ineludible. La conclusión en nuestras deliberaciones fue una: llegar hasta El Mayo e informar del encuentro sin cargar tinta alguna. Yo contaría todo, salvo detalles que pudieran abrir pistas a la autoridad y dar con el delincuente. En su momento repetí que no soy delator. 

En nuestras conversaciones, abiertas las puertas de la dirección, pero la voz baja, sin altibajos, monótona para subrayar la naturalidad de nuestros conciliábulos, ponderamos las reacciones del viaje. Dábamos por cierto que sobre Fresas 13 caerían dolosos calificativos a propósito de la tarea que yo emprendería. 

En momento alguno pensamos seriamente en un contratiempo mayor ni que yo quedara como rehén del narco. Cualquiera podría acometer contra nosotros, los trabajadores de Proceso, el asalto que le viniera en gana. Transitamos por la calle en paz, la naturalidad como norma. 

No hay argumento que pudiera justificar el narcotráfico, ni la delincuencia organizada, ni los asesinatos, los secuestros, las desapariciones, las mutilaciones. Pero entre los delincuentes priva una ley que no necesita de redacción alguna para aplicarse. Para el soplón no existe piedad. Ha de pagar su traición con la vida y muchas veces con la vida de sus familiares. El traidor paga dos ojos por uno.
***
Frente a la perspectiva del encuentro con Zambada, Rodríguez Castañeda, Corro y yo dimos por cierto que sería un golpe periodístico, pero a él seguirían las diatribas, las críticas enconadas, las ganas contra nosotros.

Al despedirnos, el director de Proceso me dijo en un largo abrazo: “Si en una semana no sé de usted, tenga por seguro que usted sabrá de mí”.
*Tomado de la revista Proceso.

viernes, octubre 19, 2012

Michoacán, el desgobierno*





Tomados de La Jornada, El Fisgón, Rocha y Helguera y El Universal, Helioflores.


José Gil Olmos

MORELIA, Mich. (apro).- La violencia no para un solo día en esta entidad. Desde el gobierno perredista de Leonel Godoy y ahora con el mandatario del PRI, Fausto Vallejo, la espiral de violencia en el estado se ha convertido en síntomas de debilidad de una administración que no acaba de asentarse y a la que algunos ya observan señales de terminación adelantada.

Desde hace algunos meses, a partir de la llegada de Fausto Vallejo como gobernador, los problemas en Michoacán se han agudizado severamente. Sin presupuesto federal y con una de las mayores deudas públicas del país, el horizonte de conflictos se ha ampliado a sectores de la sociedad que no estaban involucrados previamente.

El último de ellos es el grupo de estudiantes normalistas rurales que hace apenas unos días fue severamente reprimido por policías estatales y federales, quienes realizaron un operativo de persecución más fuerte y violento que los desplegados contra el crimen organizado.

Jóvenes campesinos e hijos de obreros, fueron reprimidos y perseguidos en las escuelas normales de Tiripetío, Arteaga y Cherán como si se trataran de delincuentes de alta peligrosidad por agentes estatales y federales, quienes usaron helicópteros y perros en el operativo en el que participaron cerca de mil 500 elementos.

Semanas antes del acto desmedido de represión, los estudiantes habían logrado sentar en una mesa de diálogo al secretario de Gobierno, Jesús Reyna, para discutir la intención del gobernador de aplicar la reforma curricular a las ocho escuelas normalistas de la entidad.

Entre esas reformas destaca la puesta en marcha de clases de inglés y computación en escuelas indígenas y campesinas, donde a veces no hay luz y mucho menos Internet, y sólo se habla la lengua propia y el castellano.

Durante semanas, los estudiantes alegaron que no necesitaban una reforma curricular de este tipo, sino rescatar sus propias lenguas, usos y costumbres, aspectos que dan fuerza y resistencia a sus comunidades ante peligros como el crimen organizado.

Carentes de dinero, los estudiantes tomaron autobuses para transportar a sus compañeros y liberaron casetas de cobro. A la mesa de negociaciones el gobernador Vallejo nunca asistió (quizá por una enfermedad que se ha tratado de ocultar) y su secretario de Gobierno cerró toda posibilidad de acuerdo al sentenciar a los jóvenes estudiantes a entregar los autobuses y las instalaciones normalistas en unas cuantas horas, advirtiéndoles que se usaría la fuerza.

Las dos horas de plazo fueron insuficientes para los estudiantes, y las policías entraron a las escuelas con una fuerza desmedida, utilizando armas largas, helicópteros, perros de ataque, toletes y gases para someter a los jóvenes.

El saldo de la refriega: 176 estudiantes detenidos (los dos dirigentes del magisterio fueron liberados inmediatamente), 13 autobuses incendiados (algunos de ellos por los mismos uniformados), 10 policías heridos y decenas de jóvenes golpeados. 

A pesar de que el mensaje que se quiso dar fue de fuerza y gobernabilidad, al final lo que quedó fue lo contrario: un gobierno débil que no ha sabido resolver problemas como el del crimen organizado; el conflicto del cierre y destrucción de las escuelas públicas en la comunidad religiosa de Nueva Jerusalén; la pretensión de desaparecer los Telebachilleres, dejando a 16 mil estudiantes rurales sin escuela; así como el reclamo de miles de estudiantes, quienes exigen un espacio en la Universidad Michoacana. 

El gobierno de Fausto Vallejo ha entrado en una etapa de desgaste que no se ha podido controlar. Sin agentes de negociación y diálogo, la mano dura y la represión son la única vía que se ha utilizado para tratar de controlar a una población cada vez más inconforme. 

Los aires de desgobierno campean en Michoacán: en el PRI ya se están inventando enemigos desestabilizadores dentro del propio gobierno y en el PRD para encubrir sus propias deficiencias y errores. 

No se descarta que el gobernador esté esperando la llegada de Enrique Peña Nieto a la Presidencia para hacerse de recursos financieros y políticos para apaciguar las aguas que él mismo ha agitado.


Mientras tanto, este jueves 18 los maestros y estudiantes iniciarán un paro de labores y un plantón indefinido frente a palacio de gobierno. 

Falta un mes y medio para el cambio de gobierno presidencial, habrá que ver si Fausto Vallejo aguanta hasta entonces o abandona su puesto por “razones de salud”.

*Tomado de la revista Proceso.

jueves, octubre 18, 2012

Sindicatos y democracia*






Tomados de La Jornada, Hernández, Helguera, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores.




Octavio Rodríguez Araujo

Una extraña simbiosis que no se dio en todos los países ocurrió en el México posrevolucionario entre sindicatos y gobiernos. Cuando acá aludimos al sindicalismo oficial nos referimos a aquellas organizaciones de trabajadores que el gobierno en turno ha usado y usa para su provecho, tanto como formas de control como medios de apoyo, a cambio de brindar, supuestamente, mejores condiciones a sus agremiados que a los sindicatos llamados independientes. 

Esa simbiosis viene de muy atrás, desde que se creó la CROM (Confederación Regional Obrera Mexicana, 1918), pero más claramente con el lombardismo y la fundación de la CTM (Confederación de Trabajadores de México, 1936). Díaz Ordaz lo dijo con precisión en su segundo informe a la nación de 1966: “Somos uno de los pocos países en proceso de desarrollo económico que ha logrado integrar a la clase obrera en el sistema institucional de la nación”. Eufemismos a un lado, la realidad de la clase obrera organizada (y de otros sectores de la producción) es que ha sido dependiente de los gobiernos más que de las instituciones. 

Esa dependencia de los sindicatos, federaciones y confederaciones surgió cuando los trabajadores consideraban que vivían en un régimen de Estado proteccionista, de ahí que sus demandas fueran básicamente reivindicativas y no formadoras de una conciencia de clase. Los gobiernos posrevolucionarios los usaron para darse apoyos cuando disminuía su legitimidad, pero también para controlarlos para favorecer la acumulación de capital. Los sindicatos oficialistas y no pocos que se autodenominan independientes son en realidad organizaciones de control de los trabajadores en favor del capital y cuando han presentado batallas contra éste ha intervenido el Estado para someterlos, desde la injerencia gubernamental en sus contratos colectivos y su vida interna desconociendo a dirigentes “no convenientes”, hasta la represión más brutal desde dentro (el surgimiento del charrismo) y desde fuera como ocurrió con ferrocarrileros, mineros, electricistas y otros más mediante el uso de la fuerza pública, incluso del Ejército. 

El común denominador de los gobiernos de antes y de ahora ha sido impedir al costo que sea la democracia en el interior de los sindicatos. Aun sindicatos que no se expresaron contra el capitalismo ni su Estado, pero sí en contra del charrismo y la antidemocracia, como fueron los electricistas dirigidos por Rafael Galván, fueron reprimidos de diversas formas hasta ser derrotados. La democracia sindical no es compatible con los modos de dominación del capital, igual se trate de los modos directamente adoptados por los empresarios (como los sindicatos blancos formados por éstos) que de los cooptados por los gobiernos para restarle obstáculos al enriquecimiento de la iniciativa privada.

Los priístas aprendieron de sus abuelos y de las experiencias de los regímenes totalitarios que los trabajadores deben ser corporativizados sin dosis peligrosas de democracia interna. De manera semejante a los fascistas y los comunistas hicieron depender a los principales sindicatos de su partido, siempre de forma corporativa y nunca por afiliación individual. Los panistas, en cambio, han defendido en general, como liberales que aspiran a ser, la afiliación individual a su partido, aunque no han sido igual de benévolos en relación con la democracia interna de las organizaciones de trabajadores. Ya lo vimos en el caso del Sindicato Mexicano de Electricistas: Calderón prefirió quitarles la empresa y dejarlos sin materia de trabajo que reprimirlos directamente, como lo hubieran hecho López Mateos, Díaz Ordaz o Echeverría. El resultado, obviamente, fue el mismo y habría de estudiarse cuál fue de peores consecuencias. Lo que también sabemos es que los gobiernos del PAN optaron por no meterse con los sindicatos y dejarlos hacer en la medida de sus posibilidades siempre y cuando no estorbaran sus políticas privatizadoras; tal vez porque saben que las mismas relaciones de producción han cambiado con el neoliberalismo y que los sindicatos ya no tienen la fuerza de antaño (de hecho ha disminuido considerablemente la tasa de sindicación en el país y en casi todo el mundo).
El 27 de septiembre me referí en este espacio a la propuesta genérica de reforma laboral presentada por Calderón y su clara intención en contra de los trabajadores, pero dicha propuesta tuvo y tiene un aspecto positivo que ahora destaco: la posibilidad de que en los sindicatos haya democracia y transparencia internas. Son polvos de aquellos lodos liberales del panismo original. Pero dicha parte de la propuesta no es compatible con los intereses de las cúpulas de los sindicatos, ni siquiera de los autodenominados independientes, autónomos y democráticos (que no lo son), ni con los priístas que no quieren perder lo que tan bien les funcionó en el pasado: el control obrero negociado y corrupto. 

Lo más probable es que la ley laboral cambie todavía más en favor del capital y sus nuevos métodos de dominación neoliberal, pero que la antidemocracia interna de los sindicatos no se vea afectada. La cuestión es que al final, en un cierto tiempo no muy lejano, los sindicatos no se democratizarán como probablemente querrían muchos trabajadores, pero sí se debilitarán todavía más hasta casi desaparecer, como ocurre en otros países y en muchas industrias que operan en México. El tema es seguirle quitando estorbos a los empresarios. Para panistas y priístas el asunto central es regalarle el país a la iniciativa privada, nacional o extranjera (les da lo mismo), y mantener el gobierno como una gerencia nacional al servicio de aquella. Ellos saben que de continuar el modelo económico vigente los sindicatos no se democratizarán ni serán órganos de defensa de los trabajadores. Serán, como han sido, órganos de control con una diferencia importante con el pasado: el Estado no es más proteccionista ni mucho menos popular o de bienestar.

rodriguezaraujo.unam.mx

*Tomado de La Jornada.