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martes, mayo 31, 2011

Testimonios de la guerra*






Tomados de La Jornada, El Fisgón, Hernández y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.


Gloria Leticia Díaz

Militares presos por supuestos vínculos con el crimen organizado o acusados del asesinato de civiles cuentan sus experiencias a Proceso, pero por su seguridad no es posible identificarlos aquí por sus nombres. Los testimonios obtenidos a través de horas y horas de conversaciones con ellos, en las instalaciones de la prisión del Campo Militar No. 1, estremecen: hablan de la colusión de altos mandos del Ejército con los cárteles del narcotráfico, de las órdenes que la tropa recibe para robar o para proteger a ciertos delincuentes... y hasta de un grupo castrense dedicado exclusivamente a cometer homicidios.

En el norte del país, sobre todo donde operan Los Zetas, los soldados arriesgan la vida todo el tiempo. Para evitar que los asesinen, los altos mandos les ordenan disparar a “cualquier carro sospechoso”.

“¿Qué características debe tener ese vehículo ‘sospechoso’?”, se le pregunta a un grupo de militares que han recibido esa indicación en sus misiones en Nuevo León y Tamaulipas.

Luego de pensarlo un rato, uno de ellos responde: “Los que tienen los vidrios polarizados y los que están mugrosos, con lodo pegado; eso quiere decir que anduvieron en la sierra o que no quieren que los identifique el helicóptero”.

Otro interviene: “De un carro de esos a un amigo le dispararon en la cabeza; los superiores nos dicen que para qué esperar a que nos tiren, que lo hagamos primero”.

En un convoy o en un retén, cuenta uno más, un tiro al aire sin previo aviso es suficiente para que el resto de la tropa dispare; más aún si el que inicia la refriega es el superior al mando: “Si dispara el comandante del grupo, nosotros tenemos que seguirlo, porque si no, podemos ser procesados por desobediencia”, agrega.

Un soldado sobreviviente de ocho tiroteos con zetas en el noreste del país reconoce que estas decisiones han derivado en graves “accidentes”: la muerte de civiles que viajaban en “carros sospechosos”.

Pero no dudan en responsabilizar a las víctimas, ya sea porque conducen erráticamente o no atienden las señales para que se detengan.

Para dejar a salvo la imagen del Ejército y de la “guerra de Calderón”, pero sobre todo para evitar procesos judiciales, dice, “los superiores ordenan que se les pongan armas o drogas” a las víctimas, a los “daños colaterales”.

Las armas y las drogas, explica, “se sacan de los decomisos, o cuando vamos en operativos mixtos con Policías Federales o de la PGR, ellos la ponen; pero también hay superiores que tienen contactos con el cártel del Golfo... les hablan para que les echen la mano y ellos llegan con ese material”.



“Te das cuenta con quién está el superior...”

Confía un oficial que operó en varios estados del país: “Ningún superior me ha dicho que proteja a tal o cual cártel, pero por las órdenes que nos dan los generales de las zonas y coroneles de los batallones, te das cuenta con quién tienen arreglos. Uno tiene que obedecer. Si no, te pueden procesar, así que no queda otra.

“En 2004 me mandaron al frente de un operativo de destrucción de plantíos en la sierra de Michoacán. Mientras destruíamos la hierba llegó un señor, un ranchero; no estaba armado pero sí estaba bravo. Me gritoneó que por qué estábamos haciendo eso, que él ya se había arreglado allá en Morelia, en la XXI Zona Militar.

“Yo le dije que cumplía órdenes y que mejor le bajara porque me lo iba a llevar detenido. Se fue. Después recibí la llamada del general de la zona para ordenarme que me retirara y que le urgía que me trasladara a otro punto donde iba a reunirme con más elementos a las ocho de la mañana del otro día. Nos fuimos caminando toda la noche para llegar hasta el punto que nos ordenaron, pero ahí no había nada.”



“Suéltelo…”

En las ciudades la venta de droga y las narcotienditas, asegura otro oficial, no escapan al control de algunos altos mandos militares, y a la tropa no le queda más que obedecer órdenes.

Cuenta una anécdota: “Estaba al frente de un patrullaje nocturno cuando de repente vimos a un tipo que al vernos corrió y se metió a una casa. Ordené seguirlo y entramos a la casa. El tipo tenía una tiendita y lo detuvimos.

“De inmediato me comuniqué con el coronel del batallón para informarle de los hechos y que pondría a disposición de la PGR al detenido y la droga. El comandante me pidió el nombre del detenido y me dijo que esperara un momento antes de entregarlo. Unos minutos después me llamó para decirme que lo soltara y que sólo pusiera a disposición la droga.

“Al día siguiente, después de entregar mi parte, el comandante me mandó llamar. ‘¿Por qué en el parte dices que yo te ordené soltar al narcomenudista?’, me preguntó muy enojado. Yo le recordé que era eso lo que había ocurrido y me ordenó borrar esa información y poner que me había encontrado la droga en la calle.”



“Muy amigo del comandante…”



Una anécdota más ocurrida en una carretera del sureste del país: “Estaba al frente de un retén, pedimos al conductor de una camioneta de lujo que se parara para un revisión de rutina. Un soldado me informó que había encontrado armas y portafolios llenos de dinero. Los ocupantes de la camioneta no llevaban permisos para portar armas y me salieron con que eran guardias personales de un diputado.

“Les dije que por las armas y el dinero tenía que detenerlos, pero uno de ellos insistió en llamar a su patrón, quien supuestamente era muy amigo del comandante de la zona. En minutos mis superiores me llamaron. Me ordenaron dejarlos libres.”



“Se les pasó la mano…”



La mayoría de los soldados encarcelados sienten que fueron traicionados por sus superiores y que pagan los errores de estrategia de la guerra de Calderón. Un oficial procesado por la muerte de un presunto halcón considera que hay una gran hipocresía porque “nosotros somos entrenados para matar y sabemos que para ascender o lograr otro grado no hay otra forma que dar resultados, sea como sea... a los superiores no les importa”.

Cuenta: “Para qué le digo que no, sí le di unas cachetadas a ese cabrón (el halcón), pero no había otra forma de que hablara. Estábamos en su casa, hacía mucho calor, me salí unos minutos para respirar un poco y dejé a la tropa con el halcón. Sólo fueron unos minutos que salí a respirar y cuando regresé, el tipo ya estaba tendido en una mesa, muerto. Se les pasó la mano: le metieron la cabeza en una cubeta de agua y no se dieron cuenta cuando le dio un paro cardiaco.

“Yo di parte a mi superior, pero no creí que me acusaran a mí; son unos grandes hipócritas. Me ha tocado limpiar chingaderas de otros que no son tocados porque son gente del general secretario”, suelta indignado.

“En una ocasión me dieron la orden de dirigirme a un punto en Reynosa. Ahí estaba una unidad de Gafes que sólo obedecen órdenes del general secretario y del presidente (Calderón). Hicieron una matazón de zetas y a mi unidad le tocó limpiar esa porquería.”

–¿Ese grupo especial únicamente ejecuta narcotraficantes?

–Al que ordenen el general secretario y el presidente.

–¿Defensores de derechos humanos?

–Puede ser. El único caso que sé que no fueron ellos es el de la señora que mataron en Chihuahua, a la que le mataron a su hija.

Se refería a Marisela Escobedo.



A matar desertores

Interviene otro soldado, procesado también por la muerte de un supuesto halcón cuando era torturado.

“Es cierto que nos dan cursos de derechos humanos, pero cuando salimos a los operativos los mandos nos hacen olvidar todo. Por supuesto, nunca nos lo dicen por escrito, pero nos dan órdenes como la de eliminar a todo aquel narcotraficante que sea desertor del Ejército o que se haya dado de baja para colaborar con el crimen organizado. Según nos han dicho, esa es la indicación del general secretario.

“Hace poco vino a visitarme un compañero y me contó que recientemente (en febrero) detuvieron a unos zetas. Les ordenaron eliminarlos e irlos a tirar a Chiapas. Desde luego, la instrucción de matarlos y tirarlos nunca fue por escrito, pero estaban obligados a obedecer. Es lo que tienes que hacer si quieres ascender.”



El botín



Denunciado por organizaciones de derechos humanos y víctimas de allanamientos de morada encabezados por militares, el hurto es generalizado y hasta ordenado por los superiores. Se trata de tomar el botín de guerra, según los entrevistados.

Cuenta un oficial que fue transferido a Chihuahua: “En mi primer operativo me sorprendió ver que los soldados salían con mochilas vacías. Llegamos a una casa donde encontramos droga y armas y de repente vi que los soldados empezaron a robarse cosas; yo traté de pararlos pero llegó un capitán y me dijo que no me hiciera el inocente. Vino después un mayor y me dijo: ‘A ver, llévate este aire acondicionado’. Me negué y el capitán intervino: ‘Es una orden de un superior’, y subieron el aire a mi camioneta.

“Después llegó un coronel y por la radio se comunicó con el general de la zona, quien le preguntó qué había en la casa. Yo creí que el coronel le iba a pasar un reporte de la droga y de las armas, pero no: le empezó a describir las televisiones de pantalla plana que había, el refrigerador, las computadoras, y el general le dio órdenes de llevar algunos de los artículos a la casa de una señora que, después me enteré, cortejaba.”



Y una mujer le gustó al oficial…



Un caso similar fue atestiguado por otro oficial: “Mientras estuve en Tabasco me tocó formar parte de una sección (integrada por 30 militares) y participar en tres operativos fallidos. Nos metíamos a casas sin orden de cateo ni nada de eso, porque supuestamente informes de inteligencia militar aseguraban que ahí había drogas y armas.

“Nunca encontramos nada. Nomás asustábamos a la gente porque llegábamos armados y encapuchados.

“En una ocasión el capitán que encabezaba la misión empezó a dar órdenes para que saquearan la casa. En eso llegó el dueño. Era un licenciado que preguntó quién estaba al frente del operativo, y el capitán señaló a un mayor. Ese mayor está ahora procesado por robo.

“En otra ocasión ocurrió algo más grave. En esa casa había puras mujeres y una le gustó al oficial al mando. La violó. En el forcejeo la señora le arrancó el pasamontañas y después lo denunció.

“Llegaban los policías y abogados con el retrato hablado a las puertas de la zona y nomás les decían que ahí no estaba esa persona.”



Los incondicionales del comandante


No todos los soldados desplegados en el combate al narcotráfico tienen carta libre para cometer arbitrariedades y abusos, sostiene un soldado que ha vivido la guerra en el sureste, en Sinaloa y en Durango.

“Todas los comandantes de las zonas y los batallones tienen a sus grupos especiales, son oficiales y tropa dispuestos a todo, son incondicionales de los comandantes: lo mismo pueden hacer investigaciones y decomisos que entrar a domicilios sin órdenes de cateo y aprovechan para robar y cometer barbaridades.

“Por lo general esa gente es del GAOI (Grupo de Análisis de Orden Interno), en las zonas, y del pelotón de información, en los batallones. Cuando salen a sus operativos especiales no utilizan vehículos militares. Se mueven en camionetas y carros particulares decomisados. Tampoco llevan uniformes o nomás se quitan las insignias para que no los reconozcan. Claro, todos llevan pasamontañas.”



Hacerse de la vista gorda



Muchos de los prisioneros aseguran que para sobrevivir en el medio militar hay que hacerse de la vista gorda.

Un soldado fue testigo de cómo un hombre a bordo de una camioneta de lujo baleada llegó hasta las puertas del batallón en el que se encontraba de guardia: “Nos pidió apurado que le abriéramos la puerta, que lo andaban persiguiendo los zetas. Nosotros le negamos el paso pero él sacó su celular y llamó a un alto mando del Ejército que está acá en el Distrito Federal.

“Minutos después el coronel nos ordenó que le abriéramos la puerta y lo pasáramos a la casa de visitas, para que comiera y durmiera.

“Al día siguiente se fue escoltado hasta el aeropuerto y su vehículo baleado fue reparado en la Zona Militar; lo sé porque días después llegaron guaruras del señor ese para llevárselo.

“Después nos enteramos que pertenecía a una familia de empresarios al parecer ligados con el cártel de Sinaloa y al que los zetas ya le habían matado dos hermanos.”


Los narcos pagan bien


En el medio militar, para vincularse con el narcotráfico las estrategias varían según la región del país, comentan los enterados.

En el sur y sureste “por lo general los narcos contactan a soldados para que les pasen información de operativos y desplazamientos. El pago depende de la jerarquía y del tipo de información”.

“A los altos mandos les dan unos 40 mil a 50 mil pesos al mes, y a los de más bajo rango, de 3 mil a 5 mil pesos mensuales. Generalmente hay un intermediario, que es el que paga.”

En el norte los traficantes de drogas y armas “pagan en el momento, cuando llegan a los retenes militares; generalmente los pagos son en dólares y varían dependiendo de la carga”.


A la guerra sin fusil

En las entrevistas los militares procesados manifestaron su inconformidad porque aseguran que están siendo enviados a la guerra sin contar con el equipo necesario para enfrentar a narcotraficantes mejor armados que ellos.

“Nos mandan a la guerra con fusiles de mala calidad, algunos hasta se rompen si se caen; los chalecos antibalas que nos dan están vencidos o no resisten impactos de alto calibre; las botas son de vinil y pesan tres kilos; los trajes y los cascos son un horno cuando hace calor y un congelador cuando hace frío. Lo único bueno es que si morimos, las familias quedan pensionadas y ellos pagan los gastos de marcha”, explica un soldado que ha sufrido las inclemencias del clima en los estados del norte.

Y de los estímulos “mejor ni hablar”, acota otro. A los soldados enviados a combatir al narcotráfico se les alienta con una aportación diaria de entre 30 y 50 pesos, según el rango.

“Los generales y coroneles se llevan la mayor parte del dinero, pero quienes estamos al frente, los que recibimos los balazos somos la tropa, y nomás nos dan 30 pesos al día... y eso si no te transa el pagador.”

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Subteniente Colorado Montejo: torturado*


Gloria Leticia Díaz

Originario de Cárdenas, Tabasco, el subteniente de Infantería José Freddy Colorado Montejo es un hombre de 31 años, de estatura más bien baja, ojos rasgados y oscuros, piel morena... y la camisola de su uniforme azul de reo de la prisión del Campo Militar Número 1 no puede ocultar una pancita que revela que no es afecto al ejercicio.

Pero después de tres días de tortura a manos de policías judiciales militares en instalaciones de la XXX Zona Militar de Villahermosa, del 23 al 26 de mayo de 2009, Colorado firmó una declaración en la que admitió ser varios centímetros más alto, de piel blanca, ojos color miel, cuerpo de fisicoculturista, ser apodado El Rojo y recibir 25 mil pesos mensuales de Los Zetas por darles información de los operativos castrenses.

No sólo eso. Bajo la amenaza que le hicieron los militares de llamar a la maña (al crimen organizado) para que matara a su mujer y a sus hijos delante de él, Freddy Colorado firmó documentos en los que implicaba a cuatro soldados más y en los que aceptaba haber reclutado para trabajar para Los Zetas.

Los cinco son procesados en la causa penal 407/2009 en el Juzgado Tercero Penal Militar por delitos contra la salud en su modalidad de “colaboración en cualquier manera en el fomento para posibilitar el tráfico de narcóticos agravado”.

El subteniente Colorado narra la serie de irregularidades que lo llevaron a la cárcel del Campo Militar Número 1, donde estuvo del 31 de mayo de 2009 al 28 de abril de 2011, cuando fue trasladado al Cefereso de Perote, Veracruz.

Adscrito al 57 Batallón de Infantería de Cárdenas y comisionado para resguardar la base de operaciones de Pemex en La Venta, Tabasco, el 23 de mayo de 2009 recibió la orden del comandante de su batallón, Domingo Vargas Merlín, de presentarse ante el comandante de la Zona Militar, general José de Jesús Ramírez García.

Antes de ser trasladado, los oficiales Joa Omar Rodríguez Ocampo y Sandro Díaz le confiscaron el arma de cargo y el celular, y además se le impidió redactar un escrito por el que dejaba constancia de que la responsabilidad del resguardo de las instalaciones de Pemex quedaba en manos del teniente Julio César Rodríguez Arenas.

Tortura y amenazas

En la XXX Zona Militar lo obligaron a firmar una boleta de arresto por ocho días por “sustraer lo perteneciente a Pemex”. El subteniente replicó: “Esto no es un arresto, es un delito y yo no lo cometí”, pero le recordaron que si no firmaba podrían procesarlo por desobediencia.

A las 10 de la noche lo entregaron a policías judiciales militares vestidos de civil, comandados por el capitán segundo de artillería Antonio Ruperto Gasca Pérez. Lo trasladaron a la enfermería para hacerle una revisión médica.

Después lo llevaron a un cuarto de lo que se conoce como la enfermería vieja. “Me taparon con vendas la cara, sólo me dejaron libres las fosas nasales y la boca; me envolvieron con hule espuma el tórax y me esposaron las manos y los pies a una silla metálica.

“Me golpearon los oídos y el estómago, me dieron toques eléctricos en el cuerpo y en los testículos, me pusieron una bolsa de plástico en la cara, me sumergieron en agua... y los golpes que no acababan”, cuenta.

Al principio, asegura, los torturadores le ofrecieron ser testigo protegido: querían que declarara que el general Jaime Rufino Hernández Vázquez, quien antecedió a Ramírez García como comandante en la XXX Zona Militar, trabajaba con Los Zetas.

Hernández Vázquez fue condecorado por el secretario Guillermo Galván Galván el 20 de noviembre de 2008 por “Perseverancia Institucional”. Meses después solicitó el retiro y desde entonces salió del país, según el subteniente Colorado.

Freddy formó parte del grupo de enlace del general Hernández Vázquez, pero con funciones de mantenimiento de la Zona Militar. “No tenía información del movimiento de tropas; quienes hacen ese trabajo son los que están en el GAOI (Grupo de Análisis de Orden Interno).

Según el soldado entrevistado en los jardines de la prisión militar, luego de varias sesiones de tortura, sin conseguir que implicara a su exjefe, los judiciales militares lo acusaron a él de reclutar soldados y le dijeron que tenían un testigo: un indocumentado hondureño llamado Juan Carlos Martínez Sosa, El Negro Hondureño.

Esposado a la silla metálica y con las vendas de los ojos aflojadas, Colorado Montejo pudo ver a su acusador: un hombre flaco, con el rostro hinchado por los golpes y el brazo vendado, quien frente a él fue golpeado para que dijera que Freddy era uno de los militares a quienes Los Zetas entregaban 25 mil pesos mensuales.

“Cuando los judiciales militares me mostraron fotos de mi mujer y mis hijos y dijeron que iban a ir por ellos para matarlos delante de mí, me doblé. Les dije que firmaba lo que quisieran pero que no les hicieran daño”, cuenta Colorado con voz entrecortada.

Los otros cinco militares involucrados, apunta, también fueron torturados y obligados a firmar declaraciones.

El 31 de mayo, Freddy y sus compañeros fueron trasladados en avión al Distrito Federal e internados en la prisión del Campo Militar Número 1.

En su declaración preparatoria, el 1 de junio de 2009 en el Juzgado Tercero Penal Militar (documento del que este semanario tiene copia), el subteniente denunció las torturas físicas y psicológicas a las que fue sometido para autoinculparse e implicar a cuatro soldados más.

Narró el momento en el que sucumbió a las órdenes de los policías militares. Con la foto de su mujer e hijos le dijeron que “iban a pasar los datos a La Maña para que matara a mi familia; o si no, que me iban a tirar en una calle de la ciudad con las fotografías de mi esposa y mis hijos nada más, y después ellos calentarían el terreno para que me localizara La Maña y me mataran a mí y a mi familia, dejándoles un mensaje de que yo era dedo”.

Amenazado, explicó, señaló a sus compañeros. Dice que incluso fue videograbado.

En el documento también señaló a un civil vestido sólo con una trusa, vendado de los ojos y esposado a una silla, quien habría sido golpeado en su presencia para acusarlo de tener relaciones con otro oficial procesado por delitos contra la salud. De esa persona Freddy sólo señaló que fue militar pero que no conoce su nombre.

En los primeros días de junio de 2009 pudo comunicarse con su familia, que lo había buscado desde el día de su detención.

Por la incomunicación y las acusaciones contra Freddy, el 6 de julio, su padre, Javier Colorado Ramos, interpuso una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) en la que explica cómo le fue negada la información del paradero de su hijo en las instalaciones militares de Tabasco y pide que se verifique su estado de salud, porque “prácticamente fue secuestrado por la misma milicia”. La queja tiene el número CNDH/3/2009/3172/Q.

El subteniente Colorado cuenta que después de que su padre denunció los hechos acudió un visitador de la CNDH a entrevistarlo. Desde que su familia fue notificada de la admisión de la queja, el 14 de julio de 2009, no volvieron a saber nada del organismo.

El testigo que señala a Freddy y a sus compañeros de estar al servicio de Los Zetas, Juan Carlos Martínez Sosa, está preso actualmente en la cárcel de Villahermosa, procesado con otras tres personas por robo de vehículo y asociación delictuosa agravada, según el expediente 125/2009 del Juzgado Cuarto Penal de Primera Instancia del Distrito Judicial de Centro. Proceso tiene copias de ese documento.

Martínez Sosa fue detenido la tarde del 18 de mayo de 2009 en un operativo policiaco en Villahermosa manejando un automóvil robado; fue puesto a disposición del Ministerio Público la madrugada del día siguiente, lo arraigaron y rindió cuatro declaraciones ministeriales. El 21 de julio fue puesto a disposición de un juez.

En una ampliación de su declaración ministerial, el 23 de mayo, Martínez Sosa asume que trabajaba para el “cártel del Golfo, es decir para Los Zetas”, y que su función era “ser operativo para usar armas como la nueve milímetros, R-15 (…) secuestrar personas, transportar droga, transportar polleros, es decir personas indocumentadas, y cobrar las cuotas de la gente que trabaja con nosotros”.

Después de operar en Palenque, se indica en la declaración ministerial, marchó a Villahermosa como escolta de un hombre apodado El Cejas, quien “se encargaba de pagar a los informantes”.

Según el documento, El Negro Hondureño da una serie de apodos y descripciones de cinco policías ministeriales y de cuatro militares que presuntamente colaboraban con Los Zetas.

De las referencias de los militares, Martínez Sosa describe a El Rojo como “una persona del sexo masculino, de color de piel blanca, de pelo color café, de ojos claros de color miel, de aproximadamente 1.65 metros de estatura, medio robusto, con cuerpo marcado y que hace ejercicio”.

En el auto de formal prisión, de fecha 25 de julio de 2009, el juez de la causa, Rutilo Ramón Pérez, consideró como prueba para inculpar a Martínez Sosa por los delitos de robo de vehículo calificado y asociación delictuosa agravada la “declaración de José Freddy Colorado Montejo alias El Rojo”.

Sin embargo, en la declaración preparatoria del 21 de julio ante el mismo juzgado, Martínez Sosa reconoce únicamente la declaración ministerial que hizo el 19 de mayo, y las otras tres “no las ratifico porque no dije eso, ya que eso lo pusieron los soldados y los policías; ni las firmas reconozco”.

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Teniente Hernández Hernández: calumniado*


Gloria Leticia Díaz

En la guerra contra el narcotráfico, un escrito anónimo le basta a la justicia militar para relacionar a un soldado con un capo y procesarlo por delitos contra la salud.

Es lo que le pasó al teniente Julián Hernández Hernández y a seis oficiales más, ahora procesados por haber recibido “fajos de billetes” de manos de Arturo Beltrán Leyva, El Barbas o El Jefe de Jefes.

Al menos así lo señala una carta anónima enviada al secretario de la Defensa, Guillermo Galván Galván, fechada el 24 de diciembre de 2009, ocho días después de que el capo fue ejecutado por fuerzas especiales de la Marina y cuatro antes de que Proceso (edición 1729) revelara el testimonio de uno de los cinco detenidos en el operativo, identificado como El Cocinero:

Éste dijo que “el día del ataque el llamado Jefe de Jefes esperaba a comer en su departamento nada menos que al comandante de la XXIV Zona Militar con sede en Cuernavaca”, el general Leopoldo Díaz Pérez, así como a “un capitán y un mayor del Ejército”.

Los nombres de Julián Hernández y sus compañeros, que no se conocían, aparecieron en un documento anónimo redactado con lenguaje castrense. Esa “prueba” y recortes de periódico son los únicos elementos en su contra incluidos en la causa penal 896/2009 que se le abrió por “colaboración en cualquier manera en el fomento para posibilitar el tráfico de narcóticos agravado”.

Lo que el teniente Hernández califica de libelo fue escrito en computadora y supuestamente redactado por una mujer que asegura que sostenía relaciones sentimentales con un sargento y que fue testigo de un encuentro entre siete oficiales de la XXIV zona con “un hombre alto, de barba” que era custodiado por seis personas.

El “hombre de barba” habría entregado fajos de billetes a los oficiales en un bar, y después todos –los militares, la firmante del anónimo, el hombre de barba y sus guardaespaldas– se dirigieron a un hotel a las afueras de Cuernavaca. Presuntamente quien entregó el dinero era El Barbas.

Originario de un pueblo de la Huasteca Hidalguense, Julián Hernández ingresó al Ejército, como muchos de su pueblo, “para salir de pobre”.

Adscrito al Tercer Regimiento Blindado de Reconocimiento, de la XXIV Zona Militar de Cuernavaca, estuvo al frente de una sección de fusileros integrada por 30 elementos de tropa. Tenía como función patrullar las calles y comunidades en Morelos.



“¿Qué sabes de Beltrán?”



Residente de la Zona Militar desde 2006, se le ordenó presentarse ante el coronel del Tercer Regimiento, Jesús García García, la mañana del 28 de diciembre de 2009. En la oficina del coronel encontró a otro teniente que había recibido la misma indicación que él.

García García les comentó: “Yo no los necesito, no sé qué se trae el comandante de la zona (Leopoldo Díaz) con ustedes”.

A las 10 de la mañana un teniente coronel se dirigió a ambos tenientes y les exigió que le entregaran sus armas de cargo y sus celulares, mientras policías judiciales militares vestidos de civil les ordenaron que los condujeran a sus habitaciones.

“A los dos judiciales que iban conmigo les pedí algún oficio que justificara su actuación. Nunca lo hicieron y me dijeron que traían órdenes contra nosotros y que más valía que cooperara”, cuenta. “Ya en mi alojamiento se llevaron documentos personales, cámara de video, un GPS, cargadores de mi pistola, ropa, fornituras, chalecos tácticos, y me preguntaban por un celular, que yo les insistía en que no tenía.

“Me ordenaron desnudarme y empezaron a golpearme. ‘¿Qué sabes de Arturo Beltrán?’, preguntaban, y yo les decía: ‘Sobre mi cama está la revista Proceso. Todo lo que sé está ahí’. Y siguieron los golpes.”

El otro teniente y él fueron subidos a una vagoneta blanca con placas del Distrito Federal; de reojo vio cómo otro oficial fue subido a un vehículo particular. Dentro de los autos los judiciales militares les vendaron los ojos.

Conocedor de la Zona Militar, Julián advirtió que los vehículos nunca la abandonaron y que fueron llevados a instalaciones del Patronato del Campo Militar, donde cada uno fue conducido a un cuarto para ser torturado, afirma.

Recuerda: “Me sentaron en una silla metálica, me ataron los pies, me pusieron una bolsa de plástico en la cabeza mientras me golpeaban el estómago; me envolvieron en una cobija mojada y me dieron toques eléctricos; por momentos quedé inconsciente, pero me despertaban a golpes”.

Deliberadamente, asegura, los judiciales militares se comunicaban por radio con otra persona, aparentemente “un mando”, quien decía que por órdenes superiores los siete oficiales tenían que ser detenidos, y cuando los torturadores informaron que el teniente Hernández se negaba a “cooperar”, la voz dio la instrucción de tirarlo en calles de Cuernavaca y “hablarle a La Maña para que me mataran”.

Con esa advertencia, añade, los torturadores lo subieron a una camioneta y simularon llevarlo a las calles de la ciudad; lo tiraron al pavimento, pero en realidad nunca salieron de la Zona Militar.

“Me dejaron un rato tirado y de repente oí un carro, me subieron a él y escuché a gente que decía: ‘¡Traicionaste al patrón!’. Pero eran las mismas voces de los policías judiciales militares y la misma camioneta; les dije que ya los había descubierto y me golpearon otra vez.

“Me llevaron al vivero de la Zona Militar; yo seguía negando todo y me dijeron que tenían luz verde para ir por mis papás, mi hijo y su mamá, que a ella la iban a violar. Escuché otra vez que por radio les decían a quienes me golpeaban que ya iban por el ‘paquete’, y daban señas de la ruta que se sigue para ir a la casa de mi hijo; cuando estaban supuestamente a una cuadra entré en pánico y les dije que dejaran en paz a mi familia, que iba a firmar lo que quisieran.”

Julián dice que, ablandado por los golpes y la tortura psicológica, recibió un documento con una declaración fabricada que tendría que aprenderse.



“No quiere cooperar”



La mañana del 29 de diciembre, los siete militares llegaron a las oficinas de la Procuraduría General de Justicia Militar en el Distrito Federal, donde fueron atendidos por el jefe de Averiguaciones Previas, el mayor Jesús Rosario Aragón Valenzuela.

“Le dije al mayor que no sabía por qué estaba ahí, que los judiciales militares me habían torturado. El mayor puso un gesto de desagrado y les gritó a los judiciales: ‘¡Éste no quiere cooperar y yo no estoy jugando!’. Llegaron dos judiciales miliares y el mayor dijo que me llevaran al baño. Ahí otra vez empezaron a golpearme. Les dije que ya estaba bueno, que me dejaran en paz.

“El mayor me dijo: ‘No te preocupes, vas a salir en unos tres años’. Y firmé lo que me puso enfrente.”

El teniente Hernández recuerda cómo un sargento, detenido con él, le dijo al mayor Aragón que tenía derecho a hacer una llamada, que le permitiera hacerla, y el agente le respondió: “Eso sólo pasa en Estados Unidos. Estás en México y aquí te chingas”.

El mismo 29 de diciembre, los siete oficiales fueron conducidos a dormitorios de la Policía Judicial Militar, en el Campo Militar Número 1. Estuvieron hasta el 31 de diciembre esposados a las literas e incomunicados. “Querían que se borraran las huellas de la tortura antes de que nos hicieran el certificado médico para pasar a la prisión militar, pero no fue suficiente; a pesar de estar todos golpeados, el médico puso en el certificado ‘sin novedad’. Yo reclamé y me dijo que como podía caminar no había novedad”, dice Julián.

Cuando los soldados iban a rendir su declaración preparatoria le pidieron al primer abogado civil que vieron por los juzgados militares que los defendiera.

“El licenciado pidió peritajes por los golpes y alegó que nuestras declaraciones no era válidas por haber sido torturados. Cuando el licenciado salió del Campo Militar lo alcanzaron soldados y le dijeron que no se metiera en nuestro caso, que ya todo estaba armado. El abogado se asustó y se negó a defendernos.”

Su actual defensor, también civil, tramitó un amparo directo contra el auto de formal prisión en el Juzgado Tercero de Distrito, que resultó favorable: se ordena al juez militar que libere a los presos porque el auto no está fundado ni motivado.

Un tribunal colegiado ratificó la resolución, pero el juzgado militar les volvió a dictar formal prisión.

Hernández tiene miedo porque su familia está vigilada y se indigna porque su imagen es utilizada en una campaña interna de la Sedena contra la corrupción.

“Un amigo me vino a ver y me dijo que les habían pasado un video en el que aparece mi rostro: aparezco como un mal ejemplo de soldado, diciendo que yo trabajé para Beltrán y que ahora estoy en la cárcel. Mi amigo me dijo que después de ver ese video había decidido que ya no volvería a visitarme, que tenía miedo de que lo metieran a la prisión por hablar conmigo. Eso es lo que más me duele, que además de que me tienen encerrado, manchen mi imagen y mis amigos me dejen solo.”

El teniente Julián Hernández fue trasladado el 28 de abril de 2011 al penal de máxima seguridad de Perote.

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Cabo Pérez Arriaga: “No la pude salvar...” *


Gloria Leticia Díaz

“Cada 15 días más o menos me pasa lo mismo: despierto con angustia, sudoroso. Sueño con los ojos de la niñita a la que no pude salvar. Estaba destrozada por los balazos. El material que llevaba en mi botiquín no me alcanzó para atender a los seis heridos. Estaban vivos y el helicóptero nunca llegó para sacarlos de ahí.”

Quien relata es Eladio Pérez Arriaga, cabo de sanidad del 24 Regimiento de Caballería Motorizada. Está procesado junto con otros 18 militares acusados de disparar contra una camioneta en la que viajaban ocho miembros de la familia Esparza Galaviz, todo porque el conductor, Adán Abel Esparza, no detuvo la marcha al pasar por un retén instalado el 1 de junio de 2007 en las inmediaciones de La Joya de los Martínez, en la sierra de Sinaloa.

Las víctimas, dos mujeres, de 17 y 25 años, y tres niños, de siete, cuatro y dos años, fueron de los primeros “daños colaterales” de la “guerra contra el crimen organizado”, lanzada por Calderón en diciembre de 2006.

Flaco, moreno, marcado el rostro por el paño que deja la exposición constante al sol, Eladio es hijo de un soldado que no conoció: murió enfrentando a la guerrilla de Lucio Cabañas en la sierra de Atoyac.

De 37 años y de origen humilde, se enlistó en el Ejército el 1 de mayo de 1996 y dos años después se integró al cuerpo de sanidad. Como integrante del Cuarto Regimiento de Caballería Motorizada estuvo en Reynosa y en Tehuacán antes de ser enviado a Culiacán el 27 de mayo de 2007.

Tres días después sería incorporado a una unidad encabezada por el capitán Cándido Alday Aldana, que tenía como misión erradicar plantíos de mariguana en la sierra.

El 1 de junio, mientras la tropa se dedicaba a quemar los sembradíos, el capitán recibió un mensaje de alerta por radio: militares habían sido atacados en un sitio muy cerca de donde se encontraba Alday.

“Esa noticia nos puso nerviosos a todos”, recuerda Pérez Arriaga, quien esa noche, asegura, se recargó en un árbol alejado del dispositivo de revisión que ordenó el capitán, porque “por estrategia, los de sanidad y los de transmisiones siempre estamos en la retaguardia”.

Su sueño fue interrumpido por disparos y, “de reflejo”, accionó dos veces su arma.

“Todo fue en segundos. Cuando me levanté vi de donde venía la balacera, luego escuché que gritaban ‘¡sanidad, sanidad!’, y fui corriendo a donde estaba una camioneta patas pa’rriba. Dos cayeron en el acto –una señora y un menor–, seis estaban heridos. No me daba abasto. Se me acabó todo el material de mi botiquín. ‘¡Atiende a mi hijo!’, me gritaban, y yo lloraba porque no tenía con qué atenderlos”, cuenta.

Según el cabo, los superiores al mando de la unidad ordenaron trasladar a los heridos a un punto específico donde llegaría un helicóptero a recogerlos. Pero nunca llegó, por lo que los propios campesinos trasladaron a los enfermos. “La gente nos quería linchar, de milagro salimos vivos”, recuerda Eladio.

A pesar de la inconformidad, los soldados se quedaron resguardando el lugar hasta que llegó el personal de la Procuraduría General de la República a hacerse cargo.

Para entonces la noticia de la matanza estaba regada. El padre de la familia denunció que no recibió advertencia de que se detuviera antes de la balacera, que los soldados estaban borrachos y drogados y tuvieron que sortear varios retenes en el camino a Culiacán, adonde llegaron nueve horas después de salir de La Joya de los Martínez, en un recorrido que normalmente toma cinco horas.

Para él, su estancia en la prisión tiene una explicación “política”: es una estrategia de la Sedena para detener el escándalo que causó la muerte de inocentes por las balas del Ejército.

Alday y su unidad fueron trasladados a la cárcel militar de Mazatlán. De 20 soldados que participaron, la Procuraduría de Justicia Militar consignó a 19 en la causa penal 1531/2007. Actualmente, en el Primer Juzgado Penal Militar se les siguen además las causas acumuladas 1895/2007 y 456/2008.

Ahí, refiere Pérez Arriaga, policías judiciales militares lo interrogaron durante dos días. Dice que no lo torturaron pero que lo amenazaron con hacerlo si no aceptaba que había disparado contra la familia o si no señalaba a los soldados que sí lo hicieron.

Mientras los policías lo presionaban, él se empezó a convulsionar. Se desmayó y despertó ocho días después en el Hospital Militar Regional en Mazatlán.

“No me respondían las piernas. Estuve en silla de ruedas un tiempo y después, cuando nos trasladaron al Campo Militar Número 1, estuve otros 15 días en el hospital, en cama. Los doctores dijeron que fue por estrés.”

En la recomendación 40/2007 de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos se reproduce la valoración del cabo realizada por un psiquiatra del Hospital Militar de Mazatlán:

“El paciente presentó trastorno por estrés agudo con la siguiente sintomatología: embotamiento emocional subjetivo, reducción en su relación con el entorno, así como reexperimentación del evento traumático generado precisamente por los hechos suscitados el 1 de junio de 2007 en la comunidad de La Joya de los Martínez, municipio de Sinaloa de Leyva, en el estado de Sinaloa, en los que se encontró involucrado.”

Aunque en la recomendación se asegura que el tratamiento psicofarmacológico al que está sometido Pérez Arriaga es adecuado, para él no lo es; ya son cuatro años de ver imágenes aterradoras que lo asaltan de día y de noche. “Los doctores me dicen que se me va a pasar. quieren que tome unas pastillas para dormir, pero yo no quiero tomarlas”.

Sostiene que en la reconstrucción de los hechos, que se llevó a cabo en el Campo Militar, los peritos descartaron que él haya disparado contra la camioneta. Por eso confía en que en el Consejo de Guerra, próximo a realizarse, todo se aclare y se le ponga en libertad.

Aun considerándose inocente tiene temor: “A veces no quiero salir de la cárcel; pienso que los familiares de los niños que murieron pueden matarme”.

–¿Qué le diría a los familiares de las víctimas, tras cuatro años de estar en la cárcel? –se le pregunta.

“Aunque no tuve la culpa, quiero pedirles perdón. Yo también sufrí esa noche: vi a mis hijos en esos niños. Les pediría que me crean, que hubiera dado mi vida por salvar a esos inocentes.”

*Tomados de la revista Proceso

lunes, mayo 30, 2011

La legalidad en tiempos de Calderón*






Tomados de La Jornada, Hernández, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.


John M. Ackerman

El gabinete de Felipe Calderón nunca ha destacado por su profesionalismo, visión política o respeto a la legalidad, pero en la última semana hemos sido testigos de un par de burdas violaciones a la Constitución que generan profunda preocupación por lo que podría ocurrir durante este último tramo del sexenio. En el ocaso de su mandato y frente a las ínfimas posibilidades de victoria en 2012 para un candidato oficial, o incluso para un candidato ciudadano” avalado por el partido en el poder, el Presidente se encuentra cada día más desesperado y apuesta a enrarecer el ambiente político.

No fue casualidad que Genaro García Luna haya decidido saltar al Congreso de la Unión y violar olímpicamente la Carta Magna para recibir una “medalla al mérito” de manos del presidente colombiano, Juan Manuel Santos. Tampoco es gratuito que Ernesto Cordero haya decidido montar con recursos públicos un escenario para aceptar el apoyo de los 134 militantes calderonistas a su candidatura presidencial. Ambos actos fueron fríamente calculados como pruebas de soberbia e impunidad en preparación para el próximo año electoral. Si ambos ilícitos quedan sin castigo, o por lo menos sin una respuesta enérgica de la sociedad, quedará pavimentado el camino para el total abuso del Poder del Ejecutivo.

El artículo 37 de la Constitución no deja lugar a dudas al señalar que “la ciudadanía mexicana se pierde... por aceptar o usar condecoraciones extranjeras sin permiso del Congreso federal o de su Comisión Permanente”. El texto no indica de manera “potestativa” que recibir una medalla de un gobierno extranjero “podría” ser causal del retiro de la ciudadanía, sino que es categórico al afirmar que esta sanción es consecuencia casi automática de tal acción. Esta disposición legal tiene razón de ser, sobre todo cuando se trata de un alto funcionario público, ya que el Congreso debe velar que un reconocimiento de este tipo no implique alguna “sumisión” a un gobierno extranjero.

Se antoja difícil que se puedan reunir suficientes votos en el Congreso para iniciar un procedimiento de juicio político en contra del secretario de Seguridad Pública por ésta u otras violaciones a la ley. Asimismo, sería francamente imposible imaginar al Poder Ejecutivo tomando medidas encaminadas a sancionar a uno de los más poderosos integrantes del gabinete. Sin embargo, el Instituto Federal Electoral (IFE), como garante de los derechos y las obligaciones ciudadanas, debe actuar inmediatamente en defensa del marco normativo. Debería iniciar de oficio un procedimiento para dar de baja al secretario del padrón electoral e incluso reconocer formalmente la pérdida de ciudadanía de García Luna, con base en el texto constitucional y ante la inacción de la Secretaría de Gobernación en la materia.
Al perder su ciudadanía, que no implicaría perder su “nacionalidad” mexicana, pues ésta nunca se pierde, García Luna inmediatamente quedaría inhabilitado para ejercer el cargo de secretario de Seguridad Pública. El artículo 91 de la Constitución dice explícitamente que para ser “secretario de despacho” se requiere “ser ciudadano mexicano” y “estar en ejercicio de sus derechos”, requisitos que ya no cumpliría el galardonado.

Aquí también surge la duda con respecto al premio Mujeres de Coraje recientemente recibido por Marisela Morales, actual procuradura general de la República, de parte del gobierno estadunidense de manos de Hillary Clinton. El requisito de un aval del Congreso es aplicable a cualquier ciudadano mexicano. ¿Morales habrá recibido autorización antes de aquella ceremonia en Washington?

La semana pasada Cordero también incurrió en una evidente violación a la Constitución. En un comunicado oficial de la Secretaría de Hacienda abordó asuntos estrictamente político-electorales que no tienen nada que ver con sus funciones legales: “El día de hoy [sic] he sabido de una carta que circula en México firmada por distinguidos panistas... Es un gran honor ser considerado como un posible abanderado de mi partido... Aspiraciones sí tengo...”

Estas declaraciones no fueron hechas espontáneamente en respuesta a alguna pregunta de los medios de comunicación, sino que fueron incluidas dentro de una comunicación formal emitida por el Poder Ejecutivo federal. Se encuentran entonces en flagrante violación del artículo 134 constitucional, que obliga a todos los servidores públicos a “aplicar con imparcialidad los recursos públicos que están bajo su responsabilidad, sin influir en la equidad de la competencia entre los partidos políticos” y prohíbe la utilización de recursos públicos para la “promoción personalizada de cualquier servidor público”.

De nuevo, le tocaría al IFE actuar de manera inmediata en este caso. Así como los consejeros han amonestado públicamente tanto a Enrique Peña Nieto como al Partido del Trabajo por promoverse de manera anticipada y al mismo Calderón por su intervención indebida en las elecciones locales de 2010, la autoridad también tendría que hacer algún señalamiento a Ernesto Cordero.

Hacerse de la vista gorda ante una violación tan evidente sería una invitación a una creciente intervención del Poder Ejecutivo en el proceso electoral federal. Las metáforas de jinetes y caballos utilizadas por Vicente Fox durante 2006 podrían quedar como simples cursilerías ante el masivo operativo estatal que se prepara desde ya en Los Pinos para imponer al candidato oficial. La sociedad y las instituciones no pueden permitirse el lujo que quedarse en las gradas como meros espectadores.

http://www.johnackerman.blogspot.com - Twitter: http://www.twitter.com/@JohnMAckerman

*Tomado de La Jornada.

domingo, mayo 29, 2011

Proceso en la prisión militar Represores y reprimidos*


Tomdo de La Jonda, Hernández.

Gloria Leticia Díaz

Su nombre hacía temblar a los luchadores de la izquierda en los años setenta y ochenta… En torno a la prisión del Campo Militar Número 1, emblema de la represión ilegal de Estado, se tejieron historias siniestras: que desde ahí el Ejército se deshacía de los “problemas” del gobierno en turno, que era un auténtico hoyo negro del que pocos salían vivos... Durante varios meses, la reportera Gloria Leticia Díaz, como parte de una investigación periodística, logró franquear los muros de esa cárcel, que se creía inexpugnable, y entrevistar a soldados y oficiales presos, de cuyo testimonio se desprende que la sórdida instalación castrense mantiene su vocación torturadora y represiva. En este reporte especial ofrecemos las historias de quienes han comprobado que la maquinaria negra del régimen continúa vigente...



Lugar de torturas y encierro de estudiantes, sindicalistas y luchadores sociales; de campesinos “sospechosos” de simpatizar con la guerrilla; de militantes de organizaciones armadas clandestinas y hasta de ciudadanos inocentes –muchos de ellos incluidos en las listas de desaparecidos políticos del país–, la del Campo Militar Número 1 se consideraba en los años setenta y ochenta la prisión clandestina más grande y siniestra de México.

Una investigación periodística realizada durante varios meses por Proceso en las entrañas de esa cárcel, considerada inexpugnable, permite sostener que los motivos de su negra fama permanecen tan vigentes como entonces.

Inaugurada en el sexenio de Adolfo López Mateos y destinada supuestamente al confinamiento de militares que incurrieran en delitos, durante la guerra sucia y el movimiento estudiantil de 1968 se convirtió en el punto de origen de las desapariciones de opositores al régimen.

En abril de 1988, la publicación en este semanario de una serie de revelaciones hechas por un desertor del Ejército permitió confirmar las atrocidades que solían cometerse en el Campo Militar Número 1, siempre desmentidas por autoridades civiles y militares que señalaban que eran meras leyendas inventadas por los enemigos de la nación.

En la publicación referida, el paracaidista Zacarías Osorio Cruz, quien solicitó y logró obtener refugio político en Canadá, reveló que entre 1978 (cuando se dio de alta en las Fuerzas Armadas) y 1983 (cuando desertó) participó en acciones en las que decenas de civiles recluidos en la prisión del Campo Militar Número 1 fueron ejecutados.

El exmilitar dijo que había tomado parte en unos 15 ó 20 operativos ordenados por el general José Hernández Toledo, consistentes en sacar de esa prisión a grupos de entre cinco y siete presos civiles y trasladarlos a un polígono de tiro del Ejército en el Estado de México, en San Juan Teotihuacán, en el que, sin más, eran ejecutados.

Estas declaraciones las expuso Osorio Cruz en una audiencia efectuada en Montreal el 14 de marzo de 1988 para revisar su solicitud de refugio político (Proceso 598).



Las mismas historias



Según pudo constatar este semanario a lo largo de una investigación periodística que duró varios meses, los testimonios que refieren torturas y encarcelamientos bajo sospecha de ilegalidad en la prisión militar se repiten hoy como hace 30 o 40 años, ahora en perjuicio de soldados que participaron en la guerra de Felipe Calderón contra el narcotráfico.

En pláticas y confidencias de los familiares de algunos presos con la reportera de Proceso, surgió la idea de invitarla para que visitara a los reos y conociera de primera mano sus casos. Uno de los internos –cuyo nombre se reserva a petición suya para evitar represalias– accedió a recibirla como “visita” y la puso en contacto con numerosos militares dispuestos a rendir sus testimonios.

La reportera ingresaba a la cárcel los días de visita –jueves y sábados–, momentos que dedicó a realizar las entrevistas con quienes decidieron dar su versión acerca de la guerra contra el crimen organizado.

Son oficiales que estuvieron al frente de operativos de combate al narcotráfico y están convencidos de que, por encima de la lealtad que le deben al Ejército, está su derecho a la libre expresión y el de los ciudadanos a estar informados.

Las charlas con esos soldados tuvieron lugar en los jardines de la cárcel y su contenido se registró en notas a lápiz, pues está prohibido meter equipos de grabación o de telefonía.

En las conversaciones se tomó nota de la inconformidad de las tropas por estar obligadas a salir a las calles a combatir a narcotraficantes, sabedores de que la Constitución no los faculta para esa tarea y porque, aseguran, no tienen el equipo ni el armamento adecuados.

Hubo la oportunidad de entrevistar a oficiales. Algunos de ellos expresaron su frustración y su convicción de que fueron traicionados por la institución castrense.

Los procesados por supuestos vínculos con el narcotráfico afirman ser chivos expiatorios; quienes enfrentan cargos por asesinar a civiles consideran que su encarcelamiento es una estrategia mediática para contener las críticas de las organizaciones que exigen castigo a los soldados homicidas.

Los militares que aceptaron hablar con este semanario sobre su experiencia en la guerra contra el narcotráfico pusieron una sola condición: que no se publicaran sus nombres. La petición no es gratuita. Su vida está en manos del titular de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), Guillermo Galván Galván. Además, aseguran, grupos de soldados han sacado de las celdas a prisioneros para torturarlos o desaparecerlos.

Más de uno expresó su temor por ellos y por sus familiares o amigos, de quienes la Sedena tiene todos los datos: acta de nacimiento, identificación oficial, dirección, teléfono, y en algunos casos hasta croquis con indicaciones claras para llegar a sus domicilios.

Lo menos que a los internos se les puede imponer como castigo, afirman, es recluirlos en “las negras” –celdas donde permanecen aislados largo tiempo–, prohibirles la visita conyugal o maltratar a sus mujeres e hijos en la revisión para ingresar a la prisión.

Quienes accedieron a que sus nombres se publicaran –los oficiales Freddy Colorado Montejo, Julián Hernández Hernández y Eladio Arriaga Pérez– lo hicieron para dar a conocer sus procesos jurídicos y para denunciar abusos y anomalías.

Dos de ellos, Colorado y Hernández –acusados de tener vínculos con el narcotráfico–, fueron trasladados al Centro Federal de Readaptación Social (Cefereso) Villa Aldama, en Perote, Veracruz, la madrugada del pasado 28 de abril, junto con otros 50 reos procesados por los mismos cargos, ante cuyas familias no se ha justificado la reubicación. Varios de los trasladados habían dado su testimonio anónimo a Proceso.

Todos los entrevistados solicitaron que se publicara la siguiente advertencia: responsabilizan al titular de la Sedena y a los encargados de la prisión militar y del Cefereso de Perote de cualquier atentado que pueda haber contra su vida o la de sus familias.

Por ese irregular traslado, familiares de algunos de los procesados interpusieron una denuncia ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

No es la primera queja que se presenta ante ese organismo por presuntas violaciones a derechos humanos de los militares. La CNDH informa que de 2008 a abril de 2011, 99 soldados y sus familias han interpuesto quejas por tortura o detenciones ilegales, entre otros agravios, contra miembros de la Sedena.



Filtros, filtros y más filtros…



Para encontrarse con los presos, desde el registro en la puerta 7 del Campo Militar Número 1 hay que pasar cinco puestos de revisión. Seis, si se llevan alimentos.

No todos los soldados reciben visitas. Muchos son de otras entidades y sus familiares no tienen los recursos suficientes para viajar al Distrito Federal.

Al trasponer las puertas de esta prisión, resguardada por altos muros de piedra vigilados desde torretas por guardias con armas de alto poder, hay que abordar un camión.

En ese transporte las esposas de los presos platican y se cuentan sus apuros. En la mayoría de los casos los soldados encarcelados eran el único sostén de sus casas, y ahora, por lo que establece el reglamento castrense, sus haberes se reducen: un teniente que ganaba 15 mil pesos al mes ahora sólo recibe mil; un cabo que percibía 6 mil mensuales ahora sólo gana 600.

A fuerza de verse durante ese trayecto, las familias acaban estableciendo lazos amistosos. Comparten angustias por las lesiones que, aseguran, tienen sus maridos tras las sesiones de tortura a que los sometieron para que aceptaran su responsabilidad en los delitos de los que se les acusa.

Al llegar al estacionamiento de la prisión se anotan los nombres de las visitas y se recogen las identificaciones. Después se pasa por un detector de metales. Por último, los visitantes son sometidos a una revisión corporal en busca de sustancias o artículos prohibidos que podrían ocultarse entre la ropa interior. A los guardias les preocupa especialmente que entren chips de celular, memorias usb, teléfonos, grabadoras o cámaras.

Para meter libros o revistas el interno debe hacer una solicitud a la dirección de la cárcel, instancia que analiza si el contenido es apto para los internos.

Si se lleva comida hay que pasar otro filtro. Con una misma cuchara que se usa una y otra vez y sólo se limpia con servilletas, los soldados revuelven los alimentos en busca de objetos prohibidos.

Una vez pasadas esas revisiones se cruza un camino flanqueado con malla ciclónica hasta llegar a los jardines donde los reos –vestidos con uniformes tipo militar pero de color azul añil– reciben a las visitas. La ocasión es ambientada con música instrumental, interrumpida de vez en cuando por el voceo a los presos para que se presenten a la puerta de ingreso a recibir a sus visitantes.

Aunque todos tienen los mismos uniformes azules, las insignias se conservan en hombreras y gorras. Aquí, el respeto a los rangos superiores debe mantenerse.

Aparentemente las instalaciones están bien cuidadas. El mantenimiento corre a cargo de internos que purgan penas por deserción; ellos deben llevar distintivos blancos en la ropa y no pueden hablar con los procesados o sentenciados por otros delitos.

Los desertores se levantan a las tres de la mañana todos los días y no dejan de trabajar sino hasta las ocho de la noche, cuando se cierra la treintena de dormitorios o cuadras, cada una de las cuales aloja un promedio de 50 hombres.

En los jardines hay juegos para los hijos de los soldados. También una pequeña tienda o “casino” donde se vende todo lo que los visitantes no pueden llevar: pan, gelatina, arroz, tamales, pasteles, frituras, dulces... productos que se llegan a vender hasta tres veces más caros que en cualquier tienda de la ciudad.

Los presos calculan que cada mes ingresan al casino alrededor de 80 mil pesos, dinero que por reglamento debe invertirse en el mantenimiento del penal. Pero aseguran que buena parte de esas ganancias va al bolsillo del director de la cárcel.

Como en todas las prisiones, la principal queja de los internos tiene que ver con la comida. Dicen que es tan mala que un día, después de comer, 90 de ellos tuvieron que ir a la enfermería con severas molestias estomacales.



Cifras carcelarias



En respuesta a una solicitud de información de Proceso, el pasado 30 de marzo la Sedena informó sobre los ingresos a la prisión del Campo Militar Número 1, clasificados por grados y delitos o faltas, de 2007 a los primeros meses de 2011.

El oficio de respuesta, con el número 1425 y firmado por el encargado de la Unidad de Enlace de la Sedena, general Julio Álvarez Arellano, hace evidente el crecimiento de ingresos por delitos relacionados con la guerra contra el narco.

Mientras que en 2007 fueron recluidos tres militares y en 2008 sólo dos acusados por delitos contra la salud, en 2009 la cifra se disparó a 28. En 2010 fueron 10 y uno más por “delincuencia organizada agravada”, mientras que en los primeros meses de 2011 la prisión militar registró 20 ingresos por esos delitos. En suma, 64 militares procesados presuntamente por colaborar con narcotraficantes.

El reporte señala que por esos delitos se procesa a un coronel, dos tenientes coroneles, un mayor, cuatro capitanes, 16 tenientes, 8 subtenientes, 17 sargentos, 11 cabos y cuatro soldados rasos.

Esa cifra cambió el 28 de abril cuando, en los primeros minutos del día, 52 de los procesados por delitos contra la salud fueron trasladados al penal de máxima seguridad de Perote.

Hasta el cierre de esta edición, los familiares de los presos no tenían información acerca de los motivos del traslado y pidieron la intervención de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).

Ni siquiera los jueces militares que llevan las causas de esos internos conocieron los motivos de la transferencia. Un oficio firmado por el director del penal, el general Carlos Murguía Alonso, informa que por órdenes de “DN-12”, a las 5:30 horas del 28 de abril se trasladó a los presos.

DN-12, se enterarían los familiares después, es la clave interna para identificar a la Procuraduría de Justicia Militar.

*Tomado de la revista Proceso.

viernes, mayo 27, 2011

La acusación*






Tomados de La Jornda, Helguera, El Figón y Roch y El Universal, Heloflores y Naranjo.

Luis Javier Garrido


El gobierno de facto de Felipe Calderón ha comprometido seriamente en cuatro años y medio la seguridad nacional de México, y es esta la acusación principal que se le hace a él en los críticos momentos actuales, sin que en su irresponsabilidad se percate de ello, y es la acusación más grave que habrá de enfrentar al dejar el cargo y la que lo situará ante el juicio de la historia: haber hundido a los mexicanos en la mayor inseguridad de su historia.

1. En una entrevista acordada a Proceso (Núm. 1803), el constitucionalista Diego Valadés, de la UNAM, señalaba esta semana que a Calderón le aguarda un proceso penal para cuando abandone Los Pinos ya que el Tribunal Electoral lo ha responsabilizado de violar “sin equívocos” la Constitución en materia electoral en los últimos dos años, a lo que se debería agregar, añadía, su responsabilidad por los 40 mil muertos de su equivocada “guerra contra las drogas”, que ha producido efectos contrarios a los pregonados. Valadés se quedó sin embargo corto, muy corto, pues a Calderón le aguardan otras acusaciones penales de enorme gravedad. Las principales: la de haberse apoderado en 2006, mediante presuntas acciones delictivas, de la Presidencia de la República, sin haber ganado las elecciones; y sobre todo: la de haber comprometido, en estos años, por intereses personales y de grupo, la seguridad nacional de México.

2. La seguridad nacional de un país entraña algo muy distinto a lo que entienden los extremistas de derecha que se hallan en el poder en México, pues es universalmente aceptado que este concepto supone la responsabilidad del gobierno de crear mecanismos para salvaguardar: a) los derechos individuales de las personas (a la vida, a la integridad domiciliaria, a las libertades básicas), y b) los derechos sociales (al trabajo, la educación, la salud y la seguridad social, entre otros), así como, de la misma manera, c) los derechos de la nación a su integridad soberana y a sus riquezas estratégicas (en el subsuelo, el mar territorial, el espacio aéreo), y desde luego d) la integridad de las instituciones republicanas (los Poderes de la Unión, las fuerzas armadas, la administración pública).

3. La mayor parte de los países así lo entienden en el siglo XXI, salvo México, pues incluso Estados Unidos ha construido en tiempos recientes, con instrumentos seudojurídicos como la llamada Acta Patriótica de 2001, toda su “doctrina en materia de seguridad nacional” sustentada en su fuerza militar (haciendo caso omiso de que ésta es violatoria del derecho internacional), con el argumento de que todos los recursos del Estado han de ser utilizados para garantizar los derechos individuales y colectivos de los estadunidenses y defender los recursos estratégicos de su nación y sus instituciones básicas.

4. El gobierno de Calderón, por el contrario, luego de sus acuerdos inconfesables de 2006 con la administración Bush, asumió que para privilegiar, por sobre los derechos de los mexicanos y de la nacion, los intereses económicos y políticos de la mafia panista-yunquista, y con un criterio servil a la potencia que lo mantenía en el cargo, debería establecerse como principio rector de su desquiciada “guerra contra el narco”, que de lo que se trataba era de hacer prevalecer los “intereses estratégicos” de Estados Unidos en el marco de la llamada Iniciativa Mérida, y no le importó atentar gravemente contra la seguridad individual y colectiva de los mexicanos, contra la de la nación y sus recursos estratégicos y contra la de las instituciones públicas, que se empeñó ferozmente en destruir con el argumento de que habían sido creadas durante los años del Estado “benefactor priísta”.

5. Los hechos de estos cuatro años y medio no dejan lugar a dudas. Al crear una parafernalia de fuerzas policiacas y militares impreparadas para su “guerra privada”, a las que se sumaron los grupos paramilitares oficiales, a Calderón y a los panistas no les importó la vida de los mexicanos, que fueron muriendo por cientos y luego por miles en lo que se justificó como “fuego cruzado” o “daños colaterales”, atribuyéndole siempre esas muertes, ocasionadas por fuerzas oficiales, al que se bautizó como “el crimen organizado”. El gobierno calderonista asumía, conforme a los manuales del Pentágono que seguía obsecuentemente, que de lo que se trataba era de generar un clima de miedo –y de terror– en el país, y especialmente entre los más pobres, para advertir a los movimientos sociales que serían criminalizados si alzaban la voz, como en efecto fue aconteciendo.
6. Las fuerzas de seguridad nacional no iban tampoco en este deplorable sexenio a velar por los derechos colectivos del pueblo, sino que por el contrario iban a garantizar su violación. Los derechos sociales de los mexicanos lejos de ser protegidos fueron violentados de continuo para hacer viable el modelo capitalista neoliberal, con el proyecto de hacer de México una gran maquila y, sobre todo, de entregar los recursos estratégicos del país a las trasnacionales aliadas al panismo, y así fueron pisoteados, con ayuda de las fuerzas de seguridad, los derechos de los maestros, de los mineros, de los electricistas, de los jóvenes y de los niños, y los del pueblo en general a la salud, a la educación, a la seguridad social, al trabajo.

7. Porque otro de los mayores despropósitos fue que el concepto panista de “seguridad” suponía la seguridad de los intereses de las trasnacionales y los del gobierno de Washington, y se estableció el principio aberrante de que las fuerzas mexicanas “de seguridad nacional”, subordinadas a las agencias estadunidenses, deberían velar en territorio mexicano por la “seguridad alimenticia” de Estados Unidos y no la de México, por la “seguridad energética” de Estados Unidos y no la de México.

8. La seguridad de las instituciones de la República fue también comprometida, como en el caso del Ejército y la Marina, que en vez de cumplir con su tarea constitucional de velar por la seguridad del país frente a las amenazas del exterior, fueron subordinados a las agencias policiales estadunidenses para servir a los intereses estratégicos de ese país, y dedicados a esta tarea. A nadie sorprendió por lo mismo que en los papeles del Departamento de Estado difundidos por Wikileaks a través de La Jornada se publicara el miércoles 25 que Genaro García Luna (titular de Seguridad Nacional) ofreció a Estados Unidos en 2007 pleno acceso a todos los datos “de inteligencia” de México, en un acto de abierta traición a nuestro país. ¿O qué acaso en correspondencia Washington iba a dar a los funcionarios mexicanos pleno acceso a todos sus datos de inteligencia?

9. En medio del desastre al que Calderón y los panistas han llevado a México destaca la complicidad del PRI, coadyuvando con cinismo, al menos hasta los inicios de 2011, al proceso de desmantelamiento de la nación, del Estado y de los derechos de los mexicanos operado con el respaldo de las fuerzas mexicanas “de seguridad”. Resulta por ello patética la imagen del senador priísta Manlio Fabio Beltrones acudiendo en 2009, no a la PGR sino a la embajada estadunidense, para que le informe sobre el operativo “de la Marina” en el que se asesinó al presunto capo Arturo Beltrán Leyva (cable 09MÉXICO3624).

Enlaces:

Los cables sobre México en WikiLeaks

Sitio especial de La Jornada sobre WikiLeaks

*Tomado de La Jornada.

jueves, mayo 26, 2011

Una encuesta reveladora*






Tomados de La Jornada, Hernández, Helguera, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores.

Octavio Rodríguez Araujo

En el Monitor mensual de Consulta Mitofsky de abril de este año se observan datos a mi juicio muy reveladores. En el primero, referido a la economía, se aprecia una percepción muy negativa en comparación con el año previo, e incluso con los años anteriores desde 2001. La diferencia entre quienes creen que la economía está mejor y los que piensan que está peor es de -67.0 promedio: 15.6 mejor y 82.6 peor. Si asociamos estos datos con la percepción de la población sobre “el principal problema en el país” podemos ver una gráfica en la que se ve que los problemas económicos son percibidos a la baja, de 69.5 en enero de 2010 a 48.4 en abril de 2011 en tanto que los problemas de seguridad y justicia expresan una tendencia a la alta: de 22.7 en enero del año pasado a 50.2 en febrero de 2011, 49.8 en marzo y 48.5 en abril.

Interesa, asimismo, observar cómo se perciben la inseguridad y la crisis económica en el curso de un año, además de la drogadicción y el narcotráfico:(Ver cuadro arriba)

En el cuadro anterior se ve que a partir de diciembre del año pasado el peso de la inseguridad en la opinión pública es mayor que la crisis económica; y que la drogadicción, que es lo que debería atender el gobierno, no ha tenido variaciones significativas. Calderón ha logrado que la gente perciba como mayor problema la inseguridad que la crisis económica, pese a que ésta es muy severa en el país y, sin embargo, la percepción sobre la drogadicción es que ésta no ha disminuido significativamente y que, de hecho, en abril de este año es mayor que en el mismo mes del año pasado. Y ¿qué percibe la población sobre el narcotráfico? Que no ha disminuido, sino lo contrario. Compárese abril de 2010 con diciembre del mismo año o con enero y febrero de 2011. Cuando la sensación de inseguridad aumentó al principio del presente año, también aumentó la percepción del narcotráfico, pero no la de drogadicción. No puede extrañar, por lo tanto, que los mexicanos veamos que el rumbo del país esté crecientemente equivocado ni que el desacuerdo con Felipe Calderón vaya en aumento, como puede apreciarse en los gráficos 2.2 y 2.3 de esta interesante encuesta (véase:

www.consulta.mx/Docs/FusionCharts/EPG_Abri.pdf).

Felipe Calderón no ha logrado legitimarse ante los mexicanos, como lo intentó en su guerra contra el crimen organizado, pero sí ha conseguido que la población perciba a la inseguridad (y la violencia) como el problema principal de México. Ya lo dijo en Las Vegas: “el problema de la violencia es de percepción” (La Jornada, 20/05/11), y lo ha logrado. Toda ejecución de “magia” requiere llamar la atención del público en una mano mientras se hace el truco con la otra. Y el número de muertos, que nadie ha exhibido públicamente con nombres y apellidos (aunque suponemos que es real) es el doloroso dato que ha servido a “la otra mano” para ocultar el acto de “magia” que le interesa al taumaturgo. Los medios electrónicos, con notables excepciones, se han encargado, queriendo o sin querer, de hacer evidente la matazón diaria porque su noticia opaca, periodísticamente, las frías y aburridas cifras sobre la crisis, el desempleo, la pobreza, los salarios, la inflación, la educación, la salud, etcétera. Aunque la mayoría de la población vive en carne propia estos problemas y se debate diariamente para tratar de sobrevivir con ellos y a pesar de ellos, la inseguridad propagandizada en exceso la ha hecho temer más a salir a la calle a que un hijo esté desnutrido, se quede sin escuela o no consiga trabajo.
La publicidad de enemigos magnificados cumple, por lo general, su objetivo: el cambio de prioridades en la percepción de la población. Pondré un ejemplo que he leído en Milenio Semanal del 15 de mayo: medio millón de menores de edad consumen inhalables tipo benceno, xileno y tolueno, muchos de ellos en salones de baile donde se baila reggaetón, pero está prohibido fumar cigarrillos de tabaco en su interior porque son dañinos para la salud: nadie fuma adentro, sólo se drogan. El reportaje señala que en 2010 “los inhaladores de solventes superaron… al número de consumidores de cocaína.” La verdadera diferencia es que los solventes los consumen niños, pues son muy baratos y se venden en cualquier tlapalería, en tanto que la cocaína es mucho más costosa y suelen ser los adultos quienes la consumen. Los narcotraficantes, dicho sea de paso, no venden solventes pese a que hay chamacos que los consumen por litros a la semana, dañándose irreversiblemente el cerebro, el tejido muscular y otros órganos de su cuerpo.

La percepción de la gente se puede manipular, según la fuerza, la amplitud y la frecuencia de la publicidad elaborada en los centros de decisión dominantes. Para que tenga éxito debe ser creíble, es decir tener bases de verdad, pues la inseguridad y la muerte por doquier no son falsedades, pero tampoco lo que se dice que son. Hace unos días estuve en una reunión con amigos muy enterados de la realidad nacional, algunos de ellos líderes de opinión, y me dijeron que como vivo en Cuernavaca seguramente ya no salía en las noches. Me quedé sorprendido. Les dije que casi todos los viernes, y a veces los sábados, salíamos a cenar, mi esposa y yo, con amigos, y que lo más peligroso con lo que nos habíamos topado eran retenes militares que han llegado al absurdo de preguntarnos a qué nos dedicábamos, como si los delincuentes les fueran a contestar con honestidad: “mire usted, oficial, me dedico a vender drogas y a descabezar gente, pero hoy es mi día de descanso”, por ejemplo.

Quiero insistir: más graves que la inseguridad, y más extendidas, son la pobreza, la falta de expectativas, la insuficiente oferta de empleo, los bajos salarios, y muchos otros problemas que afectan, éstos sí, a la mayoría de la población. En Egipto, Túnez, y ahora en varias ciudades europeas, la juventud (sobre todo) no protesta, como en México, por la inseguridad sino por su situación sin futuro, por la crisis y por las malas políticas de sus gobiernos. El narcotráfico como tal, que también existe, no es motivo de protestas sociales, ni allá ni acá.

http://rodriguezaraujo.unam.mx

*Tomado de La Jornada.

miércoles, mayo 25, 2011

El consuelo y la justicia*







Tomados de La Jornada, El Fisgón, Helguera, Hernández y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.

Javier Sicilia


MÉXICO, D.F., 24 de mayo.- Cuarenta mil muertos, 10 mil desaparecidos –tratados como cifras, como abstracciones estadísticas–, miles de familias rotas y despreciadas por la impunidad del sistema de justicia, y millones de seres humanos desprotegidos, abandonados a la violencia de un crimen organizado que crece a la sombra de un Estado que, en su podredumbre, no ha sabido cumplir con su vocación primera, dar seguridad a sus ciudadanos, era el saldo que hasta el 27 de marzo vivíamos los seres humanos de esta nación. A partir de esa fecha algo cambió. Los asesinados de ese día tenían nombre, un nombre que gritaba, desde el dolor de sus amigos y de sus padres, un “Estamos hasta la madre” de los criminales y de los políticos, un reclamo que repentinamente no sólo comenzó a nombrar a sus muertos, sino a exigir una justicia de la que todos los mexicanos hemos estado privados durante los últimos cuatro años.

Si de alguna manera puedo definir lo que desde entonces han sido la marcha del 6 de abril en Cuernavaca y la que el 5 de mayo salió de esa misma ciudad para llegar el 8 del mismo mes al Zócalo de la Ciudad de México, es a través de dos palabras que los criminales y la “clase” política han extraviado en su inhumanidad: el dolor y el consuelo. Fue el dolor que, convertido en dignidad, inició esta forma de nombrar lo innombrable. Fue esa dignidad, la que a lo largo de las marchas fue sumando dolores, rompiendo el miedo y generando el consuelo. El dolor, me decía mi padre –a diferencia de la alegría que reúne–, une, y esa unión se llama consuelo.

La palabra es hermosa. Consolar es estar con la soledad del otro. Ir a su encuentro para abrazarla y acogerla. Para decirle –como coreaban muchísimos cuando llegamos a la Ciudad de México–: “No estás solo”. “No estamos solos”. “Tu dolor es el nuestro”.

Lo que el 27 de marzo fue una tragedia personal –tan personal como la de 40 mil muertos y familias hundidas en la soledad– se fue convirtiendo en una muchedumbre de soledades que se unía para compartir su dolor con el de otros, y en su abrazo, en su caminar juntos, se consolaban. Las 300 personas que el 5 de mayo salimos de Cuernavaca arropadas por la Bandera de México se fueron al paso de los días convirtiendo en miles. Las soledades llegaban de todas partes. Desde los pueblos y las ciudades más remotas, desde los dolores más atroces y las injusticas más viles llegaban padres, madres, hijos, hijas mutilados con los nombres y las fotografías de sus muertos, y sus lágrimas; llegaban también padres, madres, hijos, hijas que, por gracia, no conocen en carne propia ese dolor, pero a quienes la compasión unía y une en un nosotros; llegaban para abrazar nuestro dolor y nosotros el suyo, para encontrar el amor y la paz que nos arrancaron, para consolarse y consolarnos con una caricia, un llanto, un plato de comida, una botella de agua y hacer de nuevo la primera de las justicias, que es reconocernos como seres humanos y caminar juntos. Con ese caminar, les estábamos diciendo y continuamos diciéndoles a los criminales que, a pesar del terror que quieren imponernos y del sufrimiento que crean, no les tememos, que nuestro consuelo y nuestra dignidad son más fuertes que ellos y que con nuestro andar recuperamos nuestras carreteras, nuestras calles, nuestro territorio. Con ese caminar y nuestro arribo al Zócalo de la Ciudad de México les estábamos diciendo, y continuamos diciéndoles también a los poderes del Estado y a los partidos políticos, que están podridos, que si el crimen está campeando en nuestro país como lo hace es porque el Estado está cooptado por criminales y sólo sirve a intereses ajenos a la ciudadanía, que por ello esta guerra estúpida se va perdiendo y los muertos y el horror los estamos poniendo los ciudadanos. Les estamos diciendo que juntos o sin ellos vamos a refundar esta nación para que la dignidad que hemos mostrado permanezca viva y se haga una ley de seguridad nacional que no sólo piense en la violencia sino en el tejido social que la incompetencia del Estado ha desgarrado.

Nosotros, los hombres y mujeres de a pie, los que sostenemos todos los días a esta nación desgarrada, que llevamos a cuestas el dolor de miles de muertos y de injusticias atroces, hemos hecho con nuestras marchas la primera de las justicias negadas: la del consuelo, que es del orden del amor. Con ese consuelo llegamos y articulamos una movilización que demanda al Estado y a los partidos políticos la segunda justicia que nos deben, la legal. Un consuelo en la impunidad es un consuelo mutilado, y el Estado nos debe esa justicia. No sólo tiene que nombrar a nuestros muertos –darles rostro y presencia; si eran inocentes, indemnizar a las familias; si eran criminales, saber de dónde venían, qué sucede en el tejido social de sus lugares que los convirtió en criminales, y trabajar por rehacerlo–, sino también atrapar a los asesinos, estén en donde estén (en la ilegalidad o en la legalidad), y aplicarles la ley. Nuestros muertos, por voz de los vivos, que se consuelan, hablan y piden justicia. Una justicia que, junto con la recomposición de las instituciones, nadie debe regatearles, a no ser que el Estado acepte ser lo que hasta ahora ha sido, un Estado criminal.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.

*Tomado de la revista Proceso.

martes, mayo 24, 2011

Lo que todo ciudadano debería saber sobre Enrique Peña Nieto*






Tomados de La Jornada, Hernández, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.


Denise Dresser


1) El Enrique Peña Nieto que hoy conocemos se forjó cuidadosamente desde pequeño. Quienes lo conocieron de niño lo recuerdan como alguien obsesivamente preocupado por su imagen, su peinado, su ropa. Siempre usó el copetito, si acaso más parado, en las fiestas.

2) Ya a los 13 años de edad, cuando la profesora preguntó a los alumnos qué querían ser, respondió: “Yo voy a ser gobernador del Estado de México”.

3) Siempre asistió a colegios religiosos y se graduó en la Universidad Panamericana, institución educativa del Opus Dei, con una tesis titulada El presidencialismo mexicano y Álvaro Obregón. Entre las dedicatorias estaba una a su tío, Arturo Montiel: “Por su ejemplo de tenacidad y trabajo”.

4) Cuando era diputado local se le acercó a otro diputado del PRD y le dijo que estaba desesperado: “Mi mujer me quiere acusar con el gobernador Montiel”, porque “andaba de mujeriego”. Reconoce que sus infidelidades son una debilidad que arrastra desde muy joven. Tuvo dos hijos fuera del matrimonio. Uno murió de cáncer; el otro vive.

5) En una ya famosa entrevista con Jorge Ramos, cuando el periodista le pregunta cómo murió su esposa, Mónica Pretelini, Peña Nieto contestó lo siguiente: “Mira, pues en su momento se dio la explicación. Fue algo (…) intempestivamente. Ella llevaba dos años de tener alguna enfermedad (…) parecida a lo que era (…) estertores, este… (hace un ligero ademán de frustración con las dos manos) Eeh… se me fue el nombre de la… de la… de la enfermedad puntual.

“–¿Epilepsia?

“–¿Epilepsia, pero no era epilepsia exactamente, pero era algo parecido a la epilepsia.”

6) Una crónica de sus giras por el Estado de México lo describe así: “Y abraza. Y posa. Clic. Contento, acaricia, escucha, promete, encarga, encomienda, transmite. Consuela, tranquiliza, apapacha, se deja, alborota melenas, acaricia niños de brazos que le ofrecen sus madres, los besa, va y viene, anda y desanda, agita brazos y manos, seca su sudor, bebe un vaso de agua, se alza sobre las barreras, rompe fronteras. Y luego se hinca frente a una anciana. La escucha reverente. Como si escuchara cuitas y penas y faltas y anhelos. Da oído a los sufrientes. Atiende a la anciana. El cerco se ensancha. ¡Hasta los guardaespaldas toscos se hacen a un lado!” La crónica retrata el universe de Peña Nieto y el contexto fácil, cómodo y adulatorio que lo ha acompañado en su camino a Los Pinos.

7) Sus críticos señalan que sus “500 Compromisos” (firmados ante notario) no son logros tan importantes ni tan sustanciales. Argumentan que la mayoría son obras que ya estaban previstas antes de que llegara al poder, y muchas son pequeñas: un puentectito por aquí, unas lucecitas por allá. En los primeros cuatro años, el Estado de México tuvo un presupuesto de 600 mil millones de pesos y el gobierno destinó 13 mil millones de pesos a obras, sólo 2%. Muchas han sido construidas con concesiones otorgadas al sector privado hasta por 30 años.

8) Las mujeres han jugado un papel crucial en la construcción de su candidatura presidencial. Actrices que han prestado su imagen al gobierno del estado, mujeres que gritan en mítines de campaña: “¡Peña Nieto, bombón, te quiero en mi colchón!”; mujeres que son su reserva de votos; mujeres que lo convierten en el objeto inalcanzable del deseo. Según la escritora Sabina Berman, “Peña Nieto causa una tensión erótica, de envidia y de ganas de acercarse a la vez. Es una figura erótica tanto para mujeres como para hombres”.

9) Las mujeres son también, paradójicamente, su flanco débil: el Estado de México es el lugar más peligroso en el país para ser mujer actualmente. Según la Secretaría de Salud federal, 2 mil 673 mujeres fueron asesinadas en territorio mexiquense entre 2000 y 2009, cifra que rebasa cualquier índice nacional, incluyendo Ciudad Juárez. En respuesta, la Procuraduría General de Justicia del estado entregó un reporte donde achaca el fenómeno del feminicidio a la conducta de las mujeres: “Consumen drogas, alcohol o usan inhalantes; trabajan en bares en los que alternan con los clientes; salen solas a altas horas de la noche. Se involucran con varias parejas a la vez; forman parte de bandas jóvenes; forman parte de grupos delictivos o sostienen relaciones con miembros de los mismos”.

10) La esencia de la estrategia de Peña Nieto es la presencia constante en la televisión, mediante oleadas de propaganda pagada, transmitida bajo el disfraz de información de interés público. No importa que haya una ley que lo prohíba; el gobernador ha encontrado la manera de violar la legislación electoral sin siquiera recibir sanción por ello, como lo demostró el fallo reciente y cuestionable del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Hay un Plan de Trabajo –puesto en marcha con Televisa– que incluye diseño e investigación de opinión pública, asesoría política, manejo de crisis, estrategia de comunicación, e inundar los hogares que encienden la televisión con el rostro de Peña Nieto.

11) Desde el primer momento, su gobierno ha estado en manos de asesores que los líderes reales de la política mexiquense, incluido Arturo Montiel, le han proporcionado. Cuando difundió la lista de los miembros de su gabinete, estaba llena de cuadros alineados con Montiel u otros miembros del Grupo Atlacomulco.

12) Para gobernar, él sigue el guión. Es un político rígido, poco hábil para improvisar, debatir, hacer lo que no tiene anotado enfrente. Sigue el script y no se sale de él. Como sugiere el panista Francisco Gárate: cuando se sale del script resbala. Por eso se lo tienen prohibido. “Es muy cuidadoso con eso. Hay que reconocerle que es muy obediente, muy disciplinado. Los asesores son todo para él”. No improvisa. Es un político de escenarios preparados y controlados.

13) Según Carlos Salinas de Gortari, Enrique Peña Nieto representa “una nueva generación de políticos que encabezan la recuperación del PRI”, y ve en él “la misma vitalidad” que él tenía.

14) Le gustan los grupos ochenteros como ABBA, las canciones románticas de Celine Dion; mata por unas quesadillas; usa relojes Victorinox Swiss Army y loción de Carolina Herrera; prefiere los productos de Clinique para el cuidado del rostro y la piel, y Un ángel enamorado es de sus películas favoritas.

15) Su mayor activo es la maquinaria del PRI armada detrás de él. Es un muy buen operador de la política y está entrenado y educado para gobernar a la manera priista del siglo XX. No tiene un discurso hacia el país, no tiene una ideología o un proyecto claro, más allá de llegar a la presidencia. Su narrativa, según Sabina Berman, es la de un personaje “muy bonito, telenovelero y muy atractivo” que manda el siguiente mensaje: “existen un hombre guapo y una actriz famosa que están construyendo su amor y nosotros, los ciudadanos, debemos cooperar para que sean felices”. Este es Enrique Peña Nieto, delineado en un perfil escrito por Ignacio Rodríguez Reyna y publicado en el nuevo libro Los suspirantes, editado por Jorge Zepeda Patterson. Léalo y conozca mejor al “Luis Miguel de la política”, que según la encuesta reciente de El Universal/Buendía-Laredo lleva más de 20 puntos de ventaja sobre cualquier candidato a la presidencia.



(*) Este texto se publica en la edición 1803 de la revista Proceso, ya en circulación.