Ilegítimo hasta el último minuto*
Tomados de La Jornada, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.
Jorge Carrasco
Araizaga
MÉXICO, D.F. (apro).- Como hace seis años, Felipe Calderón
recurre a una peculiar ceremonia militar de entrega del poder.
Ante su incapacidad para asistir al Congreso de la Unión,
formal representante nacional, acordó con Enrique Peña Nieto repetir el acto
castrense de entrega simbólica del poder en la residencia oficial de Los Pinos.
Hace seis años, en el primer minuto del 1 de diciembre,
Vicente Fox le entregó una bandera nacional en una inédita y breve ceremonia de
sucesión presidencial, ante la incertidumbre que existía sobre su presencia
frente al pleno del Congreso para jurar como presidente.
El artículo 87 de la Constitución ordena que el presidente,
al tomar posesión de su cargo, protestará ante el Congreso de la Unión o, si es
el caso, ante la Comisión Permanente. Calderón tuvo que entrar a escondidas
para cumplir con ese mandato constitucional. Fue sacado en vilo porque no podía
permanecer frente a un Congreso donde se resumía la confrontación nacional que
representó su designación, en el tribunal electoral, como presidente de México.
Nunca más se paró ante la representación nacional. Nunca
pudo dar la cara a la nación. En la lógica democrática y de división plena de
poderes, el titular del Ejecutivo acude cada año a rendir cuentas ante el
Legislativo. Calderón no lo hizo, sencillamente no pudo. Pesada, la sombra de
la ilegitimidad se lo impidió.
Aunque cumplía con la obligación de informar al Congreso
mediante la entrega por escrito de su respectivo informe de Gobierno, cada
septiembre se le tenían que preparar escenarios ad hoc para dar un mensaje.
La pretendida ocupación, esta semana, de una vasta zona
alrededor del Congreso de la Unión por parte del Estado Mayor Presidencial, fue
también signo de la ilegitimidad. Calderón quería asegurarse de que nada
impidiera, por fin, su presencia en el Congreso como presidente de la
República. Desde una semana antes ordenó un ofensivo cerco que afectó la vida
cotidiana de miles, si no es que millones de personas.
Ni el presidente democrático más poderoso afecta de esa
manera a la población. Sólo el abuso del poder lo permite.
Frustrada la
ocupación del Estado Mayor Presidencial y de la Policía Federal, lo único que
logró fue el enojo y el recuerdo indeleble de su ilegitimidad, sellada por él
mismo con su afrenta del “haiga sido como haiga sido”.
Durante todo su gobierno, el Estado Mayor Presidencial –ese
Ejército dentro del Ejército– lo mantuvo cercado. Así tenía que ser. No podía
actuar más que ante la televisión y en auditorios cerrados, aunque muchas veces
lograron colarse personas que a gritos o con letreros le recordaron su
condición de presidente ilegítimo.
Con la anunciada ceremonia al primer minuto del sábado,
Calderón no viola la Constitución. No se sabe si además de la bandera entregará
la banda presidencial. Si es así, Peña Nieto podría llegar a San Lázaro con la
banda presidencial y protestar como presidente.
La única certeza es que Felipe Calderón habrá de hacer de su
último instante de poder una reafirmación de lo que siempre fue.
@jorgecarrascoa
*Tomado de la revista Proceso.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home