#1Dmx: Vándalos vs violentos*
Denise Dresser
#1DMX representa mucho de aquello que no funciona. Se ha
convertido en un microcosmos de lo que el país no ha logrado resolver. La
ausencia del estado de derecho y la dificultad para lograr su aplicación;
estudiantes encapuchados que provocan la violencia y policías agresivos que la
exacerban; muchachos que quieren actuar al margen de la ley y que –al mismo
tiempo– padecen su uso discrecional. #1DMX es ése México repleto de
contradicciones. Donde se exige la mano dura para quienes rompen vidrios pero
no para quienes se enriquecen ilícitamente. 14 encarcelados en una prisión, y
Arturo Montiel –como siempre– vacacionando en una montaña nevada. Decenas de
personas acusadas de violentar la paz pública, y políticos impunes a quienes el
gobierno ni siquiera ha investigado. La ley del pueblo y la ley contra el
pueblo.
La intención detrás de las órdenes policiales dadas ese día
es clara; el objetivo es transparente. Se trata de mostrarle al país lo que
ocurriría – supuestamente– si la izquierda lo gobernara. Se trata de enseñar a
los mexicanos todo aquello que –supuestamente– deberían temer. De ligar a
Andrés Manuel López Obrador y #YoSoy132 con los porros y los anarcopunks y los
vándalos. Los abogados del orden evidenciando a los promotores del desorden.
Quienes quieren manipular el miedo provocando a quienes lo producen. Quienes se
dicen los defensores de la “mano firme” creando oportunidades para usar la mano
dura. Vinculando a AMLO y #YoSoy132 con las pedradas y las barricadas.
Distorsionando la información para aprovecharse políticamente de ella.
Todo eso es cierto. Todo eso es innegable. Todo eso es
condenable. Pero todo eso no justifica el comportamiento de los vándalos y
quienes se sumaron a su causa. Pero todo eso no justifica los vidrios rotos y
los policías golpeados. Los puños empuñados y los granaderos agredidos. Los
comercios destrozados y los ventanales despedazados. La frustración legítima
desembocando en métodos que no lo son. El argumento de que los fines
justicieros avalan los métodos antidemocráticos. El resentimiento que todo lo
absuelve. Los excesos aplaudidos ante los reclamos desatendidos. La violencia
redentora que en realidad no lo es. La convicción de que una causa buena
sanciona los métodos malos. Ese viejo desfase entre justicia y ley, haciéndose
presente una y otra vez. El 1 de diciembre y más allá de allí.
Pero México no debe creer que la violencia de los
desesperados es aplaudible. Pero México no debe pensar que la violencia de los
vinculados con #YoSoy132 es aceptable. La violencia –escribe Hannah Arendt–,
como cualquier otra acción, cambia al mundo, pero lo hace para mal. Crea
vencedores y vencidos, triunfadores y resentidos. Crea heridas profundas que
tardarán mucho tiempo en cicatrizar. Produce sociedades que empuñan el odio en
lugar de promover el diálogo. Produce sociedades divididas, llenas de
ciudadanos que no pueden reconocer la humanidad esencial de quienes caminan a
su lado.
Y por ello mismo, la violencia promovida por y desde el
gobierno es algo que ningún mexicano debe aceptar. Que ningún mexicano debe
exigir. Que ningún medio de comunicación debe fomentar. Que ningún político de
cualquier partido debe justificar. Porque la violencia estatal es una confesión
de fracaso, una admisión de incompetencia. Demostrada allí en los golpes de las
macanas. En los inocentes agredidos y aprehendidos. En la agresividad desmedida
de los policías. En las personas injustamente arrestadas y encarceladas durante
días. En ejemplo tras ejemplo de fuerzas públicas que imponen el orden violando
la ley. Evidenciando a autoridades que no saben comportarse como tales.
Evidenciando al Estado que existe para impedir la ley de la selva pero que se
vuelve promotor de ella. Porque el Estado tiene el monopolio legítimo de la
violencia, pero debe usarla con responsabilidad, con proporcionalidad. Con apego
a la ley, y no con macanazos por encima de ella. Dentro de los límites que
marca la Constitución, y no con toletazos que la mancillan.
Y medios que padecen el mismo mal, que actúan de la misma
mala manera. Erigiéndose en inquisidores; actuando como fiscales; acusando en
vez de informar. Promoviendo el pleito en vez de contribuir a su desactivación.
Aplaudiendo la violencia policial en vez de criticar su uso. Imagen tras imagen
que apila el amarillismo y alimenta la estridencia. Medios que se han convertido
en parte del problema y no en parte de la solución al depositar toda la culpa
de la violencia en los jóvenes. Porque en lugar del análisis responsable han
contribuido a la polarización lamentable. Porque en lugar de calmar los ánimos
han ayudado a crisparlos. Sumándose al aplauso colectivo ante la costumbre de
ojo por ojo, diente por diente.
Esa costumbre que el país debe desterrar. Erradicar.
Condenar en ambos bandos enfrentados ese día. Porque cada petardo disparado,
cada tolete empuñado, cada bolero hostigado, cada hombre pateado, cada policía
agredido es una afrenta. Algo que el país entero debe reclamar; algo que todo
panista y todo perredista y todo priista debe denunciar; algo que todo
ciudadano debe parar. Porque nada que valga la pena ha sido construido sobre
los cimientos de la violencia. Y la violencia –como apuntó Emerson– no es
poder, sino la ausencia de poder. Es la ausencia de aquello que permite mirar a
los ojos de otro mexicano y reconocerse en él.
*Tomado de la revista Proceso.