Desfiladero*
Tomado de La Jornada, El Fisgón.
· Elecciones: tres lecturas del 5 de julio
Jaime Avilés
Hay tres maneras de anticiparse a los resultados probables de las elecciones del 5 de julio. La primera, y sin duda la más acariciable y atractiva para los jóvenes, es la que promueve la abstención total. Que nadie vote ese día. O que todos vayamos a las urnas y anulemos nuestra boleta con una consigna política, una mentada de madre o un dibujo no figurativo. Según mediciones que se hacen por aquí y por allá, si esta idea se impone la votación será inferior a 30 por ciento: hay quienes la fijan ya en 27 por ciento y exponen razones que aquí sería tedioso repetir.
Supongamos, pues, que efectivamente votan 27 de cada 100 personas inscritas en el IFE en todo el país. Como el mercado electoral está dividido en tres tercios, PRI, PAN y PRD representarían, en consecuencia, cada uno, a poco más o poco menos de 10 por ciento de los ciudadanos. ¿Qué legitimidad tendría por lo tanto la próxima Cámara de Diputados? Tanta como la que le falta, por su origen fraudulento, al “gobierno” (o lo que sea) de Felipe Calderón y a las multimillonarias momias de la Tremenda Corta.
Si el Poder Legislativo se deslegitima o, para decirlo de otro modo, se envilece como el Ejecutivo y como el Judicial, en medio de una crisis económica tan profunda y con un Estado evidentemente fallido, cuyos operadores son el colmo de la ineptitud, el país podría caer en una situación de ingobernabilidad “muy peligrosa”, en opinión de Porfirio Muñoz Ledo, el ideólogo más radicalizado del movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador. ¿Muy peligrosa? Desde luego, pero también muy interesante porque podría conducirnos a la búsqueda de soluciones democráticas inéditas –el plebiscito revocatorio de mandato– o al caos.
Una segunda anticipación probable a los resultados del 5 de julio se basa en la hipótesis de que triunfe la estrategia impulsada por López Obrador. ¿En qué consiste? En dar la batalla por la vía pacífica, a través del proceso electoral, en contra de tres adversarios claramente identificados: el PRI, el PAN y la corriente interna del PRD aliada a esos dos partidos y a los poderes fácticos (los medios electrónicos y otros). ¿Cómo plantea López Obrador contender en esos tres frentes de lucha? Votando por los candidatos del movimiento en defensa del petróleo, la soberanía y la economía popular, que se encuentran repartidos en las listas del PRD, el PT y Convergencia.
Por ejemplo, en la ciudad de México, los simpatizantes de López Obrador tendrían que votar así: para jefes delegacionales, por los candidatos del PRD; para integrantes de la Asamblea Legislativa, también por los candidatos del PRD; para diputados federales de mayoría simple, también por los candidatos del PRD, pero ojo, mucho ojo, para diputados federales de la lista plurinominal, por los candidatos del PT. Y lo mismo en el resto del país: que en las cinco circunscripciones plurinominales el movimiento vote por los candidatos del PT.
Esa es la jugada y las fuerzas tenebrosas del espuriato ya se dieron cuenta. De allí los ataques de Amalia García, gobernadora perredista de Zacatecas, y Germán Martínez, presidente del PAN, en contra de Ricardo Monreal, senador del PT (con licencia de tres semanas). De allí también la rabieta de Jesús Ortega, presidente del PRD, que se negó a difundir un espot en que López Obrador llama a votar por los candidatos del sol azteca en el Distrito Federal, en represalia porque en el resto del país el tabasqueño invita a votar por el PT y por Convergencia.
¿Qué pretende con este gambito el ex peje de Gobierno, siempre fecundo en ardides como Ulises? Varios objetivos: apuntalar, una vez más, al PRD capitalino como la fuerza más grande e importante de la resistencia civil pacífica; mantener, y de ser posible aumentar, la mayoría que Marcelo Ebrard tiene en la Asamblea Legislativa, con la ventaja adicional de que en ésta ya no habrá aliados perredistas de la fuerzas tenebrosas del espuriato, porque no ganaron candidaturas en las elecciones internas (que, para variar, fueron un asco).
De acuerdo con las reglas del sistema electoral mexicano, partido que obtiene más votos recibe del Estado más dinero. En este sentido, la gambeta de López Obrador también es nítida: de lo que se trata es de aumentar los recursos oficiales del PRD capitalino y del PT en todo el país y, en la misma proporción, recortárselos al PRD nacional, es decir, a quienes valiéndose del prestigio del tabasqueño llegaron al poder con los votos del movimiento popular y, una vez allá arriba, pactaron con la derecha, hicieron la política de Calderón y se apoderaron de la estructura del partido para tratar de vencer por hambre a los seguidores de López Obrador. ¿Quién olvidará el caso de José Zamarripa, que murió en la más franciscana pobreza debido a esta trama canallesca?
La estrategia de López Obrador apunta a profundizar la lucha pacífica por la vía electoral y navegar las tempestades de los tres años venideros a bordo de un barco más resistente que la cáscara de nuez podrida en que se ha convertido el PRD nacional. ¿Saldrá la resistencia civil pacífica, más allá del Distrito Federal, a fortalecer al PT? ¿Si el movimiento decide a última hora participar masivamente en las elecciones, el abstencionismo será inferior a 70 por ciento? ¿En lugar de 27 de cada 100 votarán 35 de cada 100? Detrás de estas dudas se oculta la tercera lectura anticipada de los resultados del 5 de julio: la del fraude.
Antes de la contingencia sanitaria nos quedamos en que Elba Esther Gordillo y Calderón fraguaban acuerdos secretos para que los nuevos magistrados del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje fueran nombrados por la líder vitalicia del magisterio, a cambio de que la profesora acarreara a sus huestes y a sus gobernadores a las urnas para fabricarle una victoria tan aplastante como artificiosa al PAN. Esa posibilidad no ha perdido su vigencia. La mala noticia, para todos, es que si el “gobierno” (o lo que sea) opta por el fraude, el fracaso de las elecciones (que para una mayoría escéptica es ya carambola cantada) nos remitirá automáticamente al escenario dibujado en la primera columna de esta página.
Dicho de otro modo, si por obra y gracia de un fraude el Poder Legislativo se deslegitima como ya lo están el Ejecutivo y el Judicial, los sectores sociales que luchan por la transformación de la vida pública, de la economía y por un mejor sistema de justicia, tendrán que olvidarse de la vía electoral y organizarse para imponerle al gobierno un plebiscito revocatorio de mandato (que a la mejor Calderón también gana mediante un tercer fraude, pues como dijo Descartes, no lo descartes).
A seis domingos de las elecciones, ¿habrá un abstencionismo de 73 por ciento? ¿Funcionará la compleja estrategia de López Obrador? ¿Los medios lincharán a Monreal para aplastar al PT? ¿El IFE le dará tratamiento especial? ¿El PRI le regalará votos a los candidatos de Jesús Ortega para que el PRD nacional no se hunda... más? ¿Alcanzará un fraude para fabricarle a Calderón su mayoría? ¿Aprenderá Elba Esther a leer la palabra “e-pi-de-mio-ló-gi-co”? No es una encuesta. No publiquen sus verdaderas opiniones. Recuerden que las paredes no sólo oyen, también se roban la voluntad ciudadana.
jamastu@gmail.com
*Tomado de La Jornada.
Jaime Avilés
Hay tres maneras de anticiparse a los resultados probables de las elecciones del 5 de julio. La primera, y sin duda la más acariciable y atractiva para los jóvenes, es la que promueve la abstención total. Que nadie vote ese día. O que todos vayamos a las urnas y anulemos nuestra boleta con una consigna política, una mentada de madre o un dibujo no figurativo. Según mediciones que se hacen por aquí y por allá, si esta idea se impone la votación será inferior a 30 por ciento: hay quienes la fijan ya en 27 por ciento y exponen razones que aquí sería tedioso repetir.
Supongamos, pues, que efectivamente votan 27 de cada 100 personas inscritas en el IFE en todo el país. Como el mercado electoral está dividido en tres tercios, PRI, PAN y PRD representarían, en consecuencia, cada uno, a poco más o poco menos de 10 por ciento de los ciudadanos. ¿Qué legitimidad tendría por lo tanto la próxima Cámara de Diputados? Tanta como la que le falta, por su origen fraudulento, al “gobierno” (o lo que sea) de Felipe Calderón y a las multimillonarias momias de la Tremenda Corta.
Si el Poder Legislativo se deslegitima o, para decirlo de otro modo, se envilece como el Ejecutivo y como el Judicial, en medio de una crisis económica tan profunda y con un Estado evidentemente fallido, cuyos operadores son el colmo de la ineptitud, el país podría caer en una situación de ingobernabilidad “muy peligrosa”, en opinión de Porfirio Muñoz Ledo, el ideólogo más radicalizado del movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador. ¿Muy peligrosa? Desde luego, pero también muy interesante porque podría conducirnos a la búsqueda de soluciones democráticas inéditas –el plebiscito revocatorio de mandato– o al caos.
Una segunda anticipación probable a los resultados del 5 de julio se basa en la hipótesis de que triunfe la estrategia impulsada por López Obrador. ¿En qué consiste? En dar la batalla por la vía pacífica, a través del proceso electoral, en contra de tres adversarios claramente identificados: el PRI, el PAN y la corriente interna del PRD aliada a esos dos partidos y a los poderes fácticos (los medios electrónicos y otros). ¿Cómo plantea López Obrador contender en esos tres frentes de lucha? Votando por los candidatos del movimiento en defensa del petróleo, la soberanía y la economía popular, que se encuentran repartidos en las listas del PRD, el PT y Convergencia.
Por ejemplo, en la ciudad de México, los simpatizantes de López Obrador tendrían que votar así: para jefes delegacionales, por los candidatos del PRD; para integrantes de la Asamblea Legislativa, también por los candidatos del PRD; para diputados federales de mayoría simple, también por los candidatos del PRD, pero ojo, mucho ojo, para diputados federales de la lista plurinominal, por los candidatos del PT. Y lo mismo en el resto del país: que en las cinco circunscripciones plurinominales el movimiento vote por los candidatos del PT.
Esa es la jugada y las fuerzas tenebrosas del espuriato ya se dieron cuenta. De allí los ataques de Amalia García, gobernadora perredista de Zacatecas, y Germán Martínez, presidente del PAN, en contra de Ricardo Monreal, senador del PT (con licencia de tres semanas). De allí también la rabieta de Jesús Ortega, presidente del PRD, que se negó a difundir un espot en que López Obrador llama a votar por los candidatos del sol azteca en el Distrito Federal, en represalia porque en el resto del país el tabasqueño invita a votar por el PT y por Convergencia.
¿Qué pretende con este gambito el ex peje de Gobierno, siempre fecundo en ardides como Ulises? Varios objetivos: apuntalar, una vez más, al PRD capitalino como la fuerza más grande e importante de la resistencia civil pacífica; mantener, y de ser posible aumentar, la mayoría que Marcelo Ebrard tiene en la Asamblea Legislativa, con la ventaja adicional de que en ésta ya no habrá aliados perredistas de la fuerzas tenebrosas del espuriato, porque no ganaron candidaturas en las elecciones internas (que, para variar, fueron un asco).
De acuerdo con las reglas del sistema electoral mexicano, partido que obtiene más votos recibe del Estado más dinero. En este sentido, la gambeta de López Obrador también es nítida: de lo que se trata es de aumentar los recursos oficiales del PRD capitalino y del PT en todo el país y, en la misma proporción, recortárselos al PRD nacional, es decir, a quienes valiéndose del prestigio del tabasqueño llegaron al poder con los votos del movimiento popular y, una vez allá arriba, pactaron con la derecha, hicieron la política de Calderón y se apoderaron de la estructura del partido para tratar de vencer por hambre a los seguidores de López Obrador. ¿Quién olvidará el caso de José Zamarripa, que murió en la más franciscana pobreza debido a esta trama canallesca?
La estrategia de López Obrador apunta a profundizar la lucha pacífica por la vía electoral y navegar las tempestades de los tres años venideros a bordo de un barco más resistente que la cáscara de nuez podrida en que se ha convertido el PRD nacional. ¿Saldrá la resistencia civil pacífica, más allá del Distrito Federal, a fortalecer al PT? ¿Si el movimiento decide a última hora participar masivamente en las elecciones, el abstencionismo será inferior a 70 por ciento? ¿En lugar de 27 de cada 100 votarán 35 de cada 100? Detrás de estas dudas se oculta la tercera lectura anticipada de los resultados del 5 de julio: la del fraude.
Antes de la contingencia sanitaria nos quedamos en que Elba Esther Gordillo y Calderón fraguaban acuerdos secretos para que los nuevos magistrados del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje fueran nombrados por la líder vitalicia del magisterio, a cambio de que la profesora acarreara a sus huestes y a sus gobernadores a las urnas para fabricarle una victoria tan aplastante como artificiosa al PAN. Esa posibilidad no ha perdido su vigencia. La mala noticia, para todos, es que si el “gobierno” (o lo que sea) opta por el fraude, el fracaso de las elecciones (que para una mayoría escéptica es ya carambola cantada) nos remitirá automáticamente al escenario dibujado en la primera columna de esta página.
Dicho de otro modo, si por obra y gracia de un fraude el Poder Legislativo se deslegitima como ya lo están el Ejecutivo y el Judicial, los sectores sociales que luchan por la transformación de la vida pública, de la economía y por un mejor sistema de justicia, tendrán que olvidarse de la vía electoral y organizarse para imponerle al gobierno un plebiscito revocatorio de mandato (que a la mejor Calderón también gana mediante un tercer fraude, pues como dijo Descartes, no lo descartes).
A seis domingos de las elecciones, ¿habrá un abstencionismo de 73 por ciento? ¿Funcionará la compleja estrategia de López Obrador? ¿Los medios lincharán a Monreal para aplastar al PT? ¿El IFE le dará tratamiento especial? ¿El PRI le regalará votos a los candidatos de Jesús Ortega para que el PRD nacional no se hunda... más? ¿Alcanzará un fraude para fabricarle a Calderón su mayoría? ¿Aprenderá Elba Esther a leer la palabra “e-pi-de-mio-ló-gi-co”? No es una encuesta. No publiquen sus verdaderas opiniones. Recuerden que las paredes no sólo oyen, también se roban la voluntad ciudadana.
jamastu@gmail.com
*Tomado de La Jornada.
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