El violín y la carreta*
Tomados de La Jornada, Hernández y El Universal, Naranjo.
Carlos Bonfil
La intención declarada de los productores de El violín, de Francisco Vargas, no ha sido generar polémica, pero a estas alturas ese discreto propósito ha sido muy rebasado. La cinta ha conquistado más de 30 premios internacionales y tres Arieles en México; ha tenido una corrida comercial exitosa en Francia y a mediados de mayo se estrena en España, donde seguramente tendrá muy buena acogida. Sobre todo, al cabo de varios meses, ha conseguido imponerse en la cartelera capitalina, luego de que primero fue ignorada por distribuidoras que tal vez deseaban evitar incómodas polémicas; después fue rescatada por la productora -y hoy también distribuidora, Canana Films, de Pablo Cruz y los actores Diego Luna y Gael García Bernal-, y apoyada finalmente por la revista Proceso y por periodistas e intelectuales que comienzan a discutir en sus columnas uno de los temas que toca la película (los abusos del Ejército Mexicano contra los pueblos indígenas), el cual también se aborda en debates públicos, como el llevado a cabo hace tres días en la UAM Xochimilco, donde el inhabilitado general Francisco Gallardo evocó, incluso, la posibilidad de una censura castrense. Por si esto fuera poco, la película se estrena en un momento político delicado; por un lado, siguen sin esclarecerse las circunstancias del fallecimiento de la anciana campesina Ernestina Ascensión, presuntamente violada por elementos del Ejército, y por el otro, acaban de aprobarse en el Senado de la República reformas a los códigos penales que abren la puerta al hostigamiento de luchadores sociales, quienes desde ahora pudieran ser acusados de terroristas.
El violín, cinta reseñada en este espacio el 31 de diciembre pasado, en sus crudas escenas iniciales derriba el tabú que impedía representar al Ejército Mexicano como algo más que una noble institución al servicio del bienestar público, particularmente en el campo. Se recordará la polémica que en 1989 suscitó la tímida intención de presentar a las fuerzas armadas como responsables de la matanza de Tlatelolco en Rojo amanecer, de Jorge Fons, la mutilación de escenas incómodas, el escamoteo de la realidad histórica y la autocensora solución fílmica del "contracampo impedido" (Jorge Ayala Blanco), que dejaba fuera de la pantalla la imagen de soldados reprimiendo a los estudiantes. Todo esto ha quedado muy atrás. El violín inicia su relato con imágenes tan brutales y directas como la realidad que describe: en una época indeterminada, aunque muy clara para cualquier espectador mexicano, una población indígena es humillada y torturada por un poder autoritario. Un anciano, don Plutarco (don Angel Tavira, novel actor octogenario y magnífico), campesino y violinista manco, seduce con su música al capitán encargado de la faena represora. Mientras tanto, la guerrilla organiza la resistencia armada, y don Plutarco colabora en el esfuerzo rescatando armas y municiones que esconde y transporta en el estuche vacío de su instrumento. Su aparente fragilidad y respetabilidad de anciano inofensivo consiguen engañar por un tiempo a los militares. El resto es una estupenda trama de suspenso y un relato de lirismo inusitado, filmado en blanco y negro, con una fotografía preciosista que tiene como buen contrapunto la sobriedad de las actuaciones (Dagoberto Gama y Gerardo Taracena), así como la presencia vigorosa del anciano más entrañable en el cine mexicano de las últimas décadas.
De esta cinta se hablará durante mucho tiempo, por lo que apenas importa su duración real en cartelera. Se distribuirá masivamente en video y continuará reconociéndosele en el extranjero. "En El violín está el futuro del cine mexicano", sentencia Guillermo del Toro -y no en Hollywood, añadiríamos. Por lo pronto, una novedosa estrategia de difusión, similar a la practicada por Canana Films en Ambulante -su festival de documentales mexicanos y extranjeros-, planea llevar la cinta por todo el país; primero, en una gira por diversas ciudades, luego en un recorrido por comunidades campesinas en lo que el director Francisco Vargas llama una gran "carreta cinematográfica". Esta semana, El violín se estrena con sólo 20 copias en el Distrito Federal. Se necesita apenas poco más que esto para hacer historia en nuestro cine.
carlos.bonfil@gmail.com
* Tomado de La Jornada, http://www.jornada.unam.mx
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home