El 2 de mayo y los distraídos
Tomados de La Jornada, Hernández y El Universal, Naranjo y Palomo.
Guillermo Almeyra
El Diálogo Nacional resolvió que, además de un desfile el primero de mayo, al día siguiente, el 2, habrá un cese de labores con movilizaciones y cortes de ruta para protestar contra la nueva Ley del ISSSTE (ley Gordillo, que pone en mano de especuladores la vejez de los trabajadores), contra las amenazas mortales a la producción campesina, contra las alzas de precios que reducen aún más los salarios reales, contra la represión salvaje (Atenco, Oaxaca) y contra las políticas públicas antinacionales del actual gobierno.
Por supuesto, los charros tradicionales, que fueron el sostén de todos los gobiernos del PRI y apoyan hoy a Calderón a pesar de que éste no les ofrece nada sino garantizarles la subsistencia, se hacen los osos y miran hacia otro lado: ellos al capital no lo rozan ni con el pétalo de una declaración verbal. Por su parte, los neocharros priístas reciclados tergiversan, discuten la resolución, tratan de diferenciarse haciendo alguna tibia demostración el 30 pero no el 2 para no aparecer junto a los sindicatos militantes y, sobre todo, tratan de "no hacer olas", de que las calles -cortadas o con movilizaciones- no sean escenario de una protesta que, según ellos, debería limitarse a los trabajadores sindicalizados en sus centros de trabajo.
La inmensa mayoría de las víctimas de la explotación y opresión del capitalismo en este país donde las desigualdades sociales, la carencia de derechos y la barbarie (feminicidios, torturas, ilegalidades) baten todos los récords mundiales, no están ni organizadas ni sindicalizadas. Por eso es necesario sacar la lucha a la calle, incorporar esos millones de oprimidos a la reapropiación del espacio público y de la visibilidad política, llevar la defensa de los derechos de los trabajadores y de las conquistas nacionales en peligro (petróleo, energía, agua) al terreno político. Esta es, sin duda, una tarea del sindicalismo clasista, pero también lo desborda, porque no abarca sólo a los trabajadores sindicalizados y con plaza permanente, los cuales pueden y deben ser el eje de un frente social más amplio, no el componente único de una protesta masiva que prepara acciones posteriores.
El resultado de la acción del 2 de mayo depende de su magnitud, de su visibilidad, de su apertura política. Seguramente será un éxito, porque pararán sus labores cientos de miles de personas, obreros, estudiantes, empleados, campesinos, en todo el territorio nacional, aportando una piedra más a la construcción de una futura huelga nacional que sea también un paro cívico y ponga a los trabajadores, directamente, como protagonista principal de la necesaria transformación social y política del país, que está gobernado hoy por una reducida oligarquía industrial-financiera, clerical y reaccionaria, ligada al capital financiero internacional. Pero debe ser mucho más que una protesta importante: debe ser una advertencia resonante, un ejercicio de independencia y movilización. Porque no sólo hay que derrotar el intento de separar por capas y generaciones -jóvenes y viejos, empleados y desocupados- a los trabajadores, sino también el de robarles sus salarios diferidos, los que aportan hoy pero cobrarán en el futuro, y regalárselos a los financieros y especuladores. Y hay que utilizar la lucha para acercar a los que carecen de todo derecho futuro, como campesinos o changarristas.
La inmovilidad del PRD, que a esta altura debería estar apoyando con todas sus fuerzas acciones que defiendan las libertades, apoyen a quienes luchan por Atenco y la APPO, sostienen la propiedad constitucional de los recursos energéticos y se oponen al gobierno del fraude y de la corrupción, no sólo revela ceguera política sino que es también suicida. ¿Cuál credibilidad puede tener un gobierno no reconocido legalmente pero que se proclama justamente legítimo si no se pronuncia sobre los problemas de fondo que el paro del 2 de mayo plantea y sobre la justicia de la acción sindical y política resuelta por el Diálogo Nacional? Si espera, de modo ilusorio, ganar sucesivas elecciones hasta las próximas presidenciales -que no se sabe por qué ni cómo no serían nuevamente fraudulentas, como en 1988 y en 2006-, ¿por qué va a ganar votos y mayorías y convencer a los abstencionistas si no responde en los hechos a la voluntad y las necesidades de la mayoría de los habitantes de este país? ¿Quién le garantiza la propiedad de esos sufragios, incluso suponiendo que los votos fuesen el instrumento para cambiar el país y no, en cambio, la conquista de las conciencias, la organización de las víctimas del sistema, su movilización y acción?
También es lamentable el silencio y la pasividad de la otra campaña, cuya primera acción anunciada en el DF será una marcha desde el Angel de la Independencia al Zócalo... el día 3 de mayo. Desgraciadamente, para millones de indígenas, desocupados, miembros marginados de sectores urbanos, punks, darks, travestis, el problema de las pensiones y los problemas centrales del país se presentan bajo una luz muy diferente de la que los hace visibles a los trabajadores con empleo y sindicalizados. La ignorancia y la desesperación siempre han sido componentes de un radicalismo verbal y políticamente pasivo que ayuda a los conservadores. Pero hay una contradicción evidente entre la idea justa de que los indígenas solos están condenados a la derrota y la decisión irresponsable de no sumarse a la acción de los obreros, campesinos y estudiantes más organizados, decididos y politizados. Sin duda que entre los integrantes del Diálogo Nacional que convocan al paro hay gente que tiene intereses propios y espera llevar el agua a diferentes molinos. Pero, ¿son o no justos los motivos de la movilización? ¿Hay que estar o no junto a quienes luchan? ¿La lucha y la experiencia social de masas, por sí mismas, son o no la única forma de ganar fuerzas para sacarse de encima los oportunistas y para elevar el nivel político colectivo?
*Tomado de La Jornada.
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