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martes, abril 24, 2007

La doble moral del alto clero y del PAN






Tomados de La Jornada, Rocha, Hernández y El Fisgón y El Universal, Naranjo y Helioflores.

La seriedad con que la Iglesia católica toma el asunto de los dogmas de fe queda demostrada en las rectificaciones y ratificaciones que ha hecho en los últimos años de papado anterior y en el presente.

Hace unos días el alto clero del Vaticano decidió –como siempre lo ha hecho, qué es bueno y qué es malo- que el limbo ya no existía y que desde ahora los niños que no fueran bautizados irían al cielo por misericordia divina, pues Dios es misericordioso. Esta norma funcionó durante siglos como una forma para presionar a los padres para que bautizaran a sus hijos, ya que de no hacerlo éstos nunca podrían llegar al cielo.

Aunque el limbo nunca tuvo fundamento histórico ni bíblico los que mandan en el Vaticano infligieron sufrimiento innecesario a los padres de aquellos fallecidos sin bautizar. Cientos de años después dicen que ya no importa.

Se trata entonces de la utilización del miedo como forma de presión para someter a los creyentes a aceptar la interpretación de los evangelios por parte de la jerarquía católica.

También durante siglos el Vaticano amedrentó a los católicos con aquello de que sus almas arderían en el infierno, un lugar destinado para los pecadores, donde Lucifer decide qué tipo de castigos –los peores por supuesto- aplicar a cada uno dependiendo de sus “pecados”.

Resulta que en 1999 el Vaticano rectificó esta definición y aseguró que el infierno no era más un lugar, sino una situación en la que se encuentra el alma.

Asimismo decidió que el físico italiano Galileo Galilei, -aquel que afirmó que la tierra no era el centro del universo, retomando los dichos de Copérnico lo que sabemos que es cierto- excomulgado y amenazado en su momento con la pena de muerte si no rectificaba –cosa que hizo-, fue rehabilitado por Juan Pablo II en 1992, más de 300 años después de su muerte.

Otra más. En 1994 Juan Pablo II pidió perdón por varios hechos de la historia negra de la Iglesia católica. Primero por el actuar de la Santa Inquisición, que asesinaba –en nombre de Dios- a quien pensara diferente a lo que dictaba el Vaticano, acusándolos de tener pacto con el diablo. Los miserables que caían en sus manos no tenían escapatoria, su muerte era cuestión de tiempo. Mediante la tortura los hacía confesar sus “crímenes” contra la Iglesia y luego eran asesinados en eventos públicos, si no es que morían a causa de la tortura. En cualquiera de los casos sus almas eran dictaminadas como rescatadas del mal. De esa manera justificaban los miles de muertes achacadas a los dictados de Dios. Tuvieron que pasar cientos de años para que el Vaticano reconociera, lo que era evidente para todos: el salvajismo de ese tribunal y la complicidad de la alta jerarquía católica en esos asesinatos.

Asimismo, Juan Pablo II viajó a Israel para intentar cerrar las heridas causadas por el actuar del Vaticano durante la Segunda Guerra Mundial, donde millones de judíos murieron por la inacción o la descarada colaboración con la Alemania nazi en el exterminio de estas personas.

Esos que ahora dicen “defender la vida” son quienes a lo largo de la historia han actuado y lo siguen haciendo en contra del bien social. Cambian de parecer a su conveniencia, se acomodan a los dictados del poder y del dinero. En los casos anteriores –documentado todo en la historia- se trataba de personas de carne y hueso. No de células y tejidos. Sin embargo eso no fue impedimento para que el Vaticano contara con licencia para matar.

Queda pues expuesta la doble cara del Vaticano y de la Iglesia católica del mundo. Por una lado dicen defender la vida y por otro son los principales hostigadores y de ellos parten las principales amenazas de muerte en contra de quienes no piensan como ellos. Todo en contradicción con los dictados de los evangelios y la misericordia de Dios.

A unas horas de que se apruebe la despenalización del aborto en el Distrito Federal, el vocero del cardenal Norberto Rivera Carrera –quien está acusado en Estados Unidos de proteger a un sacerdote pederasta-, Hugo Valdemar se autonombró perseguido político.

"El primer perseguido de Estado" del gobierno local, porque -según refirió- "van tres semanas de persecución contra mi persona. La primera fueron los abortistas, que acudieron a interponer demandas y se pusieron a vociferar contra mí; la semana pasada fueron los perredistas encabezadas por el legislador Víctor Hugo Círigo" que pretende poner en su contra "todo el poder del Estado", y la tercera, agregó, "por las acusaciones que han ido a hacer a Gobernación, además del acoso".

En el colmo del cinismo el sacerdote Valdemar, quien ha lanzado por años amenazas en contra de quienes critican el actuar faccioso de la Iglesia católica mexicana, ahora se dice perseguido político. Para aclarar: un perseguido político no tiene acceso a los medios de comunicación masivos como radio y televisión en horario estelar y al momento que lo solicite. Tampoco viaja en autos último modelo, ni come en los mejores restaurantes del país. Y mucho menos es amigo de la gente más rica y poderosa de la nación. Así que de nuevo el sacerdote Valdemar cae en la mentira. Utiliza en chantaje para ganar adeptos. ¿Eso es lo que dicen los evangelios? O más adelante el Vaticano los abolirá también, ya que se oponen a sus intereses.

En febrero de 2005 el mismo Valdemar –amigo de la “pareja presidencial” de rateros: Marta y Vicente, quienes por cierto viven en el pecado pues no están casados por la iglesia- tuvo que dar la cara para fijar la posición del alto clero mexicano sobre la nulidad del matrimonio religioso concedido a la déspota Sahagún . En un comunicado de prensa leído por el autoperseguido políticoValdemar señaló que el tribunal eclesiástico declaró nulo el matrimonio entre la señora Marta Sahagún y el señor Bibriesca, es decir que nunca existió.

"Se hizo una declaración de "nulidad" que quiere decir que nunca hubo matrimonio, entre la señora Marta Sahagún y el señor Bibriesca", señaló Hugo Valdemar.

El sacerdote Hugo Valdemar

El vocero de la Arquidiócesis dijo que un tribunal eclesiástico resolvió, después de realizar su juicio canónico, que nunca se dieron las condiciones necesarias para que la unión de la señora Marta Sahagún y el señor Manuel Bibriesca fuera consolidada validamente como un matrimonio. De nada valen los tres hijos que procrearon, el matrimonio no existió. ¡Háganme el favor! ¡No más mentiras y doble moral! ¿No que respeto al Estado de derecho?


En seguida dos artículos tomados de La Jornada.




http://www.jornada.unam.mx






¿Y por qué no desaparece el infierno también? /I

José María Pérez Gay

"¡Ay, Pepe, estás en el limbo", decía mi madre decepcionada y de mal humor, cuando me veía ausente o distraído. Yo, que había cumplido entonces 10 o 12 años de edad, me imaginaba el limbo como un lugar -sin tiempo y sin espacio- donde habitaban los individuos torpes o los imbéciles fugaces. En su riguroso sentido latino, limbo significa el fin o extremo de alguna cosa, en especial se llama limbo a la orla o parte última de un vestido. Mi necesaria educación jesuita me explicó más tarde su auténtico significado. En el segundo año de secundaria, el "hermano" -por ese entonces no se había ordenado sacerdote- Juan Lafarga nos dijo que el limbo era el nombre de un reino celestial donde estaban depositadas las almas de los Santos Padres y Patriarcas, esperando la redención del género humano. Y también se llamaba limbo -nos dijo con un tono de misterio inescrutable- al lugar donde van las almas de los que mueren antes de tener uso de razón, sin haber recibido el sacramento del bautismo. "Más lejos del infierno y más vecino al Cielo está el limbo de los padres, llamado por excelencia "seno de Abraham" -recuerdo haber leído en alguno de los textos canónicos, que nunca entendí.

La Comisión Teológica Internacional, un departamento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha publicado el viernes 20 de abril un documento -con la autorización del papa Benedicto XVI- La esperanza de salvación para los niños que mueren sin haber sido bautizados, resultado de las investigaciones y conclusiones sobre la "Cuestión del limbo". Hace tres años fue llevada ante la comisión la idea del limbo para ser sometida a un examen teológico exhaustivo que determinara la naturaleza, el remedio y el destino de una floración teológica parasitaria que amenazaba con destruir la idea de salvación en el cristianismo.

El Vaticano ha decidido abolir el concepto de limbo "por reflejar una visión excesivamente restrictiva de la salvación". La comisión subrayó que consideraba el tema una cuestión pastoral urgente "por la cantidad de niños nacidos de padres católicos no practicantes y porque muchos otros son víctimas del aborto antes de nacer" (La Jornada sábado 21 de abril). Esta decisión parece un disparate histórico. En efecto, el limbo surge el año de 418 en el Concilio de Cartago. Es decir, 600 años después de Cristo y era una verdad aceptada por todo el mundo cristiano de que el limbo se fundamentaba en la idea del pecado original, cuya primera aparición por escrito se encuentra en la Epístola de Pablo a los romanos, en el año 57 dC, un pasaje difícil y oscuro, donde Pablo establece un paralelismo entre Adán y Cristo.

Mientras el pecado y la muerte entraron en el mundo por la caída de Adán -"la muerte gobernó desde Adán hasta Moisés", escribe Pablo, "más todavía: reinó sobre aquellos que aún no habían pecado"- la gracia y la vida eterna llegaron por la resurrección de Cristo". "¿Oh, muerte dónde está tu aguijón? ¿Oh, sepulcro dónde está tu victoria?". Pablo, un viajero incansable, escribió en Corintio esta carta a Roma, capital de un imperio que se extendía desde Inglaterra hasta los países árabes. El versículo más citado de Pablo, donde según los comentaristas fundamenta la idea del pecado orininal es el siguiente: "Por la desobediencia de un solo hombre, Adán, todos se convirtieron en pecadores". Un salmista, muchos siglos antes, escribió: "He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre".

Si alguien le hubiera avisado a tiempo que la idea del limbo iba a ser abolida, mi profesor Fernando Sodi Pallares -admirable intérprete de Tomás de Aquino, y profesor de filosofía en la Uia el año de 1962- habría podido ahorrarse muchos dolores de cabeza antes de que intentara explicarnos la idea del limbo. Don Fernando planteaba dos dilemas: el primero, ¿adónde va el alma de un niño inocente si la muerte lo sorprende antes de ser bautizado? Tomás de Aquino afirmaba que esos niños "son por naturaleza beatos". Desterrar al bebé al infierno era una medida no sólo implacable, sino horripilante. Al mismo tiempo no podían permitir su entrada al Cielo, porque desmentía la idea cristiana de la salvación a través del renacimiento por el agua (bautismo). La Iglesia creó entonces un nuevo reino celestial llamado limbus infantum, el limbo de los niños, que se localizaba -desde una perspectiva cosmográfica- al "sur del Cielo", vale decir: debajo. Todos los bebés sin bautismo y todos los fetos muertos desde el principio de los tiempos estaban todavía en el limbo, esperando el juicio final, momento en el que resucitarían con sus cuerpos, limpios de pecado original, y una corte de ángeles los acompañaría al Cielo. El limbus infantum, limbo de los niños, se ha convertido ahora con toda seguridad en una ciudad fantasma, sin memoria y desploblada.

Don Fernando Sodi Pallares enfrentaba el segundo dilema. Abraham y los patriarcas del Antiguo Testamento, hombres santos pero desdichados, habían muerto antes de que Cristo redimiera a la humanidad. ¿Qué hacer entonces con tanto pagano honorable como Platón y Aristóteles? Sodi era un conocedor sagaz de Aristóteles. ¿Qué hacer con su alma? ¿Dónde se habrían escondido las almas virtuosas durante todos los siglos de los siglos? Si recuerdo bien a Tomás de Aquino, y mi memoria no traiciona a don Fernando Sodi Pallares, la Iglesia creó un limbo anexo: limbus patrum, el limbo de los padres, el lugar donde reposaban los santos del Antiguo Testamento y los paganos de buen corazón. El limbus patrum está desde hace tiempo vacío, porque Cristo abrió las puertas del cielo a las almas mortales (?). Abraham, Platón, Aristóteles y las demás legiones de hombres inteligentes y buenos han ascendido -pasando a través de un techo de cristal- al cielo.

Algunos teólogos católicos se han negado a desmantelar el limbo de los padres, lo han reservado para las almas de los buenos judíos, los budistas generosos, los millones de santos hindúes o musulmanes de nuestros tiempos -todos ellos buenos pero desdichados por no ser cristianos, condición que les impide entrar en el Cielo. Sólo después del juicio final se abrirán las puertas doradas del Cielo cristiano y pasarán todas las gentes justas de las otras religiones. La idea del limbo ha sido producto de una permanente improvisación y ha sido también muy poco clara. Ningún Papa se atrevió a declarar al limbo un dogma y, antes de su definitiva abolición, se convirtió en uno de los puntos más inestables de la teología cristiana, una suerte de sala de espera. El limbo era, en efecto, un limbo.

A pesar de que nunca ha sido doctrina de la Iglesia católica apostólica y romana, la proposición teológica del limbo se impuso a lo largo de los siglos. En octubre de 1958, el Ministerio del Interior del Vaticano -con el fin de que los recién nacidos que fallecían no fuesen a reposar en el limbo- alertaba a los padres de familia y a los párrocos: "En algunos lugares se ha difundido la práctica de retrasar el bautismo por razones de conveniencia... El Santo Padre, Pío XII, advierte a los fieles que los niños deben ser bautizados tan pronto como sea posible".

Oscar Wilde afirmaba que no valía la pena cometer ningún pecado, salvo que ese pecado fuese el original. En la teología cristiana, el pecado original es la mancha hereditaria que lleva en el alma todo mortal -excepto la Bienaventurada Virgen María- por la desobediencia del primer hombre: Adán. San Agustín ordeñó la idea del pecado original hasta extremos insospechados. La Iglesia se estremece todavía, los teólogos se preocupan y lamentan el ataque implacable de San Agustín, obispo de Hipona, contra los inocentes bebés: "Esos niños desdichados -que fallecen sin ser bautizados- deben enfrentar el juicio de Dios, porque son recipientes de injurias y la ira de Dios está sobre ellos". Los historiadores cuentan que Agustín se ponía frenético en los debates públicos, poseído de una cólera divina, cuando se tocaba el tema: "El bautismo es lo único que puede liberar a estos desgraciados niños del reino de la muerte y del poder del mal. Si nadie los libra de la garra del demonio, ¿debería sorprendernos que padezcan en las llamas del infierno. No puede haber duda en este tema: irán al fuego eterno con el demonio".

En el transcurso de los siglos, los teólogos cristianos han defendido a San Agustín afirmando que no quiso decir lo que dicen que dijo de modo tan apasionado. Según sus defensores, el obispo de Hipona sólo quería asestar un duro golpe a los seguidores de Pelagio, un grupo de herejes que floreció con una fuerza increíble en los siglos IV y V de Cristo, negando la idea del pecado original. Por desgracia, la Iglesia estuvo de acuerdo con Agustín -a menudo con enorme disgusto- durante los cinco siglos que siguieron. "No hay nadie que pueda estimar" -escribe Charles Panati- "el número de bebés no bautizados que fueron al infierno como consecuencia de una teología tan errática". Tomás de Aquino -más demócrata si en la Edad Media tal cosa era posible- sostenía que los niños no bautizados, incapaces de poseer la inteligencia que les permitiese" pecar por sí mismos, sufrían el "dolor por la pérdida" de Dios, pero no "el dolor del sentido" del fuego. El doctor de la Iglesia argumentaba en sentido contrario a la perspectiva ígnea de Agustín.

La idea del limbo no existiría sin la creencia en el pecado original, tal como fue definida por el Concilio de Trento en el siglo XVI, aparece antes en las cartas de San Pablo, y le da cuerpo San Agustín 300 años más tarde. Pablo era quizá ambiguo en este tema, el obispo de Hipona, por otra parte, era estridente, inflexible e inequívoco. Quizá haya sido Alberto el Magno, en el monasterio de Colonia, Alemania, el que acuñó el término "limbo" -aunque, en la época de Alberto, se creía que el limbo era la frontera con el infierno; en alemán limbo se dice Vorhölle, vale decir: la antesala del infierno.

A finales de la década de los 50, en el Instituto Oriente de Puebla me llamaba la atención que los sacerdotes jesuitas, nuestros maestros, nos prohibían leer libros que no tuviesen inscrita la leyenda nihil obstat, "aprobada". He vuelto a recordarlo porque en esos años quise leer un libro: El purgatorio y el limbo, y me lo prohibieron. Ahora que el limbo ha desaparecido, me pregunto: ¿Y por qué no desaparece el infierno también? ¿No es suficiente con nuestro diario exterminio? ¿Alguien puede imaginar en Africa peor castigo que vivir en ese continente? ¿Las llamas del infierno? No, el salario del pecado de los seres humanos no es la muerte, sino Armenia, Auschwitz, Kolyma, Camboya, Guatemala, Perú, Aguas Blancas, Srebenica, Sudán y Sierra Leona.







¿Y por qué no desaparece el infierno también? /II y último

José María Pérez Gay

La historia del limbo es también la del control de la natalidad y de sus enemigos. Pedro de Abelardo (1079-1144) es el filósofo que rompe con la concepción fanática de San Agustín -que imponía a los no bautizados la condena eterna en las llamas del infierno. Abelardo argumentaba de una manera inteligible. En efecto, los niños no bautizados estaban manchados por el pecado de Adán, y en el caso de que la muerte los sorprendiera antes del sacramento, no eran condenados al infierno ni tampoco se les permitía entrar en el mismo Cielo, sino que los niños iban a un suburbio de éste -no se llamaba todavía limbo-, desde el cual no podían ver a Dios, padecían su ausencia, una metáfora muy parecida a la que empleó Juan Pablo II para definir infierno. El castigo de las almas no purificadas era, según Abelardo, sufrir la ausencia de Dios, "la separación de su esplendor". "La oscuridad", como Abelardo llamaba a ese estado corrosivo y neutro.

Abelardo se impuso en los siguientes tres siglos, la benigna "oscuridad", condición natural de los no bautizados, se convirtió en parte del imaginario cristiano y popular. El Elucidarium (La Elucidación) del teólogo Honorio de Autun (1090-1152), escrito en latín y traducido al alemán y al francés, sostuvo durante siglos la benigna "oscuridad" de Abelardo cuando hablaba del limbo.

El limbo es lo que el "Credo" designa como "infiernos" cuando se afirma que "Jesucristo descendió a los infiernos". El Elucidarium explica este artículo al enseñar: "La Escritura llama infiernos, sheol o hades a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios. Tal era, en efecto, a la espera del redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos, lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el 'seno de Abraham'. Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos. Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación, sino para liberar a los justos que le habían precedido". (nº 633)

Y más adelante (nº 635): "Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de la muerte para que los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan. Jesús, el Príncipe de la Vida (Hch 3,15), aniquiló mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y libertó a cuantos, por temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud (Hb 2,14-15). En adelante, Cristo resucitado tiene las llaves de la muerte y del hades (Ap 1,18) y al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en los abismos (Flp 2,10)".

Los teólogos siguieron debatiendo -con la aprobación expresa de la Iglesia- la validez de la doctrina del limbo. En muchos concilios, en especial el de Trento, en el siglo XVI, habían discutido los temas más delicados del limbo y del pecado original. ¿Todos los seres humanos descienden -chinos, africanos, esquimales, hindúes, zeltales, tarahumaras, mayas- de Adán y Eva? Si los esquimales no se han dado cuenta de sus lazos bíblicos con Adán y su pecado original, ¿será justo echarles encima una culpa que ni siquiera sabían, ni conocían que la habían heredado? En verdad, ¿un recién nacido es todavía responsable del crimen de un lejano antepasado que vivió hace 4 mil años? Las mujeres que deciden en favor de la interrupción de su embarazo, ¿han condenado a un ser vivo a la ausencia de Dios o -cuando el limbo existía- a la oscuridad? ¿Los 70 mil abortos clandestinos anuales en México son legiones de seres destinados a la oscuridad?

En el justo tiempo humano, cuando la gente había comenzado a poner en duda la existencia del limbo, apareció un Papa en el Vaticano que se pronunció apasionado en favor del limbo de los niños. El papa Pío XII (1939-1958) pronunció, en mayo de 1955, una conferencia sobre la necesidad del bautismo ante una convención de parteras italianas. Según la opinión de muchos teólogos, Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli Graziosi, Pío XII, fue demasiado lejos. "En el mundo de los adultos, un acto de amor puede ser suficiente para obtener la gracia santificante -decía Pío XII- y substituir de esa forma la falta de bautismo. Pero este camino no está abierto para los niños que todavía no han nacido o que acaban de nacer. Sin embargo, tampoco hay otro camino" -aseguró el pontífice a las parteras atentas y devotas. La partera tienen el deber de llamar de inmediato a un sacerdote, bautizar al niño que acaba de ver la luz del mundo, o de los contrario el bebé tendrá..." Pío XII no lo pronunció de forma explícita, tampoco habló ex catedra; sin embargo, insinuaba que el niño no bautizado y el nonato estaban condenados a la oscuridad abelardiana. Los teólogos conservadores afirmaron que el pontífice había asumido, sin duda alguna, de forma oficial la idea del limbo. Ningún Papa había estado tan cerca de convertir al limbo en doctrina.

En Varieties of Religión Today (2002), Charles Taylor menciona al limbo como una teoría cristiana -desde la perspectiva teológica- muy errática, si se tiene en cuenta que ya se conciben niños en probeta, mientras que otros embriones con alma, según la Iglesia, se congelan y quizá sean destruidos más tarde. ¿Cuál sería el destino de estas almas sin bautismo?

"Más allá de los enigmas que nos acosan cuando intentamos entender dos de los atributos de Dios: la omnipotencia y la infinita bondad -escribe Leszek Kolakowski- estos atributos son irreconciliables con la existencia del mal en el mundo". Una cantidad importante de cristianos -sobre todo los de las iglesias anglicana, católica, luterana, ortodoxa y presbiteriana- sostienen que el pecado original de Adán mancha el alma de todos los nonatos y los recién nacidos, No obstante, si se les interroga a fondo, la mayoría de los cristianos no cree que el recién nacido que fallece sin estar bautizado vaya a privarse de la gloria del Cielo. En el otro extremo, la mayoría de los miembros de las iglesias baptista, pentecostal y asambleas de Dios, no aceptan la doctrina del pecado original, y se niegan a concebir un Dios que haya marcado con el mal a los seres humanos. Como decía Jorge Luis Borges: la idea de un Dios sabio y todopoderoso y que, además, nos ama, es una de las creaciones más audaces de la literatura fantástica.

Insisto: ¿un católico de Ruanda, después del genocidio de más de un millón de seres humanos en su país, puede imaginar un infierno más aterrador? En serio: ¿no debería desaparecer también la idea del infierno?