progressif

miércoles, noviembre 15, 2006

Violencia desatada en un ambiente de impunidad


Tomado de La Jornada. Hernández.

Las cartas están sobre la mesa. Por un lado el PRI aceptó asistir –nunca se tuvo duda de ello- al intento de toma de protesta del fraudulento Calderón, a cambio de que siga la PFP sosteniendo al gober asesino Ulises Ruiz Ortiz (URO) en Oaxaca. La sede será el recinto legislativo de San Lázaro, pues al borrachín no le hace gracia la idea de hacerlo en otra parte. Los coordinadores en el Senado y la Cámara de Diputados perredistas empiezan a titubear, recordemos que son gente cercana a Cuauhtémoc Cárdenas, empleado del traidor de Vicente Fox Quesada. Ya veremos al final como queda.

Mientras, URO envió por escrito su segundo informe -quién sabe sobre qué informó- ante la imposibilidad de asistir a un Congreso estatal polarizado y con tres marchas de la APPO que se lo impidieron. No se ha cansado de repetir que todo estaba en paz, pero no pudo asistir a su farsa. Eso sí le mando sendo mensaje por la televisión estatal al espurio para que lo apoye, se faje los pantalones y reprima a los oaxaqueños.

El clima de inseguridad aumenta cada día al amparo de la impunidad prohijada por el mal llamado “gobierno del cambio”. No hay día que pase sin que se separa de ajustes de cuentas en el narcotráfico, secuestros o asaltos perpetrados por el crimen organizado. Pero la saña con la que mataron a seis elementos de la policía estatal de Michoacán el día de ayer demuestra en que grado están envalentonados los delincuentes ante la impotencia, corrupción y complicidad de las “instituciones”. Más de 600 disparos de armas de grueso calibre –fusiles de asalto AK-47 AR-15, HK-2, 38 súper, Fall, M-1- fueron hechos contra los policías acusados de corrupción por narcomenudistas de Morelia. Pero para el traidor todo está bien y entrega un país en calma y con habitantes felices.

En seguida un análisis tomado de la revista Proceso.

http://www.proceso.com.mx


Descomposición
gerardo albarrán de alba*

México, D.F., 14 de noviembre (apro).- La carga de las decepciones es inversamente proporcional al tamaño de las expectativas creadas. Este aforismo es usualmente válido para todas las actividades de cualquier persona, y suele traducirse en frustraciones que deben resolverse en el terreno emocional para evitar ser avasallado por las consecuencias de nuestros deseos fallidos. Algunos pocos lo consiguen con ayuda profesional, otros –los menos– sin ella, y muchos terminan padeciendo de por vida el recuerdo amargo del desencanto. Cada quien lo afronta como puede. Pero cuando lo trasladamos al ámbito social, los efectos nos involucran a todos. Pesa confirmar –una vez más, por si hiciera falta– que hace seis años no existían otras bases que la ilusión para que la mayor parte de la ciudadanía acudiera a las urnas a elegir un presidente que representaba la posibilidad de un cambio en las formas predominantes de relación política, económica y hasta cultural de los anteriores 70 años.

Vicente Fox hizo las maletas no cuando anunció que bajaba la cortina, después de las elecciones del 2 de julio, sino desde el momento mismo en que se cruzó la banda presidencial que le entregó Ernesto Zedillo. Incapaz de entender el papel histórico que le tocaba representar en la construcción de un país democrático, se apropió de la representación misma de la democracia, como si en la sola primera alternancia en el poder que le tocó protagonizar hace seis años se cumplieran los anhelos de millones de mexicanos que lo beneficiaron al votar en contra del continuismo de un priismo agotado. No hubo reforma del Estado que sentara las bases para una transición democrática firme ni tuvimos un crecimiento económico que alejara a millones de la pobreza. Fox no sólo eludió confrontar las estructuras del poder para combatir la corrupción, sino que se hizo parte de ella al defender las trapacerías de sus familiares más cercanos –los suyos y los de su esposa– y al intervenir abiertamente en el proceso electoral para evitar el ascenso al poder de un proyecto que amenazaba a los intereses que siempre ha servido. El vacío de poder que representó su paso por la Presidencia de la República fue llenado inmediatamente por todo aquello que tenía la obligación histórica de combatir.

Vicente Fox podría blandir un cínico “se los dije” para recordarnos su recomendación de no leer periódicos para ser felices en la ignorancia, o repetirnos a todos la frase “¿Y yo por qué?” para justificar su irresponsabilidad política, o insistir en el autoengaño del “hermoso país” en que ha vivido y ha pretendido que le creamos que es el mismo en el que todos los demás padecemos –de una u otra forma– sus desatinos

En México, quienes pasamos ya de cierta edad para recordarlo, nos acostumbramos a ver cómo enloquecían los presidentes al acercarse el final de su incontrastable poder y tomaban decisiones que, como patada de ahogado, nos condujeron a crisis económicas y políticas. Vicente Fox no ha sido la excepción. O tal vez sí… porque si hacemos memoria, sus dislates no se constriñen al último año de su mandato. No sólo se da permiso para decir “cualquier tontería” ahora que afortunadamente ya se va, las dijo y las hizo desde el principio de su administración. La consecuencia es una de las mayores crisis sociales e institucionales que haya padecido México, y va más allá de una desilusión tan grande como era la expectativa de cada uno de los que pensaron en la posibilidad de un cambio. Ese es el estado real de la nación que entregará a su sucesor: la descomposición.

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* Gerardo Albarrán de Alba es coordinador de proyectos académicos de la revista Proceso. (Contacto: albarran@proceso.com.mx)