El Ejército, el gran perdedor*
Tomado de La Jornada, Hernández.
Jorge Carrasco Araizaga
La detención de tres generales y un teniente coronel la
semana pasada, con el divisionario Tomás Ángeles Dauahare como cereza del
pastel, es el golpe más espectacular contra el prestigio del Ejército Mexicano
en los tiempos recientes. La evidente connotación política de la operación
conjunta Secretaría de la Defensa-Procuraduría General de la República pone aún
más en entredicho la estrategia de Felipe Calderón de lanzar su guerra contra
el narcotráfico exponiendo a los militares a los riesgos en los que inevitablemente
han caído: la ineficacia, el fracaso, la corrupción o la violación a los
derechos humanos. Con los cárteles de la droga prácticamente incólumes, con el
tráfico de estupefacientes ininterrumpido, con el gran dinero del narco
intocado, con la violencia rebasando los límites de la barbarie, en vísperas de
las elecciones presidenciales del 1 de julio puede decirse que las Fuerzas
Armadas son las grandes perdedoras de la guerra de Calderón.
El Ejército Mexicano es el gran perdedor en la “guerra contra
el narcotráfico” emprendida por Felipe Calderón. La detención de tres generales
por supuestos vínculos con el cártel de los hermanos Beltrán Leyva, en una
acción evidentemente política realizada a mes y medio de la elección
presidencial, es el mayor golpe que han recibido las fuerzas armadas en su
historia reciente.
Ya cuestionado por los resultados de esa guerra, entre ellos
el marcado incremento en la violación a los derechos humanos, el Ejército acaba
el sexenio sometido a una fuerte presión desde el propio gobierno de Calderón,
que en su “legado” de combate al narcotráfico dejará a la institución dividida
y a su liderazgo en entredicho.
El golpe ya está dado y no hay nada que lo pueda revertir,
coinciden militares y analistas en seguridad nacional, quienes también
advierten que el escándalo provocado por la detención de tres generales y la
búsqueda de otro jefe militar puede acabar en una pifia más de la Procuraduría
General de la República (PGR) bajo el gobierno de Calderón, como el llamado
michoacanazo y la detención del exalcalde de Tijuana Jorge Hank Rhon.
Finalmente se supo que el cuarto militar de alto rango al
que buscaban era el teniente coronel de caballería retirado Isidro de Jesús
Hernández Soto, quien la noche del viernes 18 fue presentado ante la PGR como
parte de la investigación por delincuencia organizada que se lleva a efecto
contra miembros del Ejército por sus presuntos nexos con el cártel de los
Beltrán Leyva.
Mediante una “orden de localización y presentación”, el
general de división en retiro y subsecretario de la Defensa Nacional en los dos
primeros años de Calderón, Tomás Ángeles Dauahare, fue detenido la noche del
martes 15 en su domicilio de la Ciudad de México. Efectivos de la Policía
Judicial Militar lo llevaron al Campo Militar número 1. Después fue entregado a
la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada
(SIEDO) de la PGR.
Lo mismo ocurrió con el general brigadier en activo Roberto
Dawe González, quien en este sexenio trabajó en el Cuerpo de Guardias
Presidenciales, donde estuvo a cargo de la seguridad perimetral de la
residencia oficial de Los Pinos.
Apenas se había anunciado el arraigo de ambos generales por
40 días –el plazo se cumple el 26 de junio, cinco días antes de las elecciones
generales del 1 de julio–, la PGR anunció la “retención” de un tercer militar
de alto rango, el general de brigada Ricardo Escorcia Vargas, quien al
principio del mandato de Calderón era el comandante de la 24 Zona Militar en
Morelos.
A diferencia de la detención de otros generales también
acusados de proteger a narcotraficantes, la aprehensión y arraigo judicial del
general Ángeles Dauahare ocurre cuando el gobierno de Calderón está por
terminar, y en medio de los acomodos dentro y fuera de la Secretaría de la Defensa
Nacional (Sedena) para influir en la designación del sucesor del general
secretario Guillermo Galván Galván.
Hasta ahora Ángeles Dauahare, que hizo su carrera en el arma
de Infantería, había sido el más visible. El miércoles 9 de mayo participó en un
foro sobre seguridad nacional realizado en San Luis Potosí por la Fundación
Colosio del PRI para el candidato presidencial Enrique Peña Nieto.
Sobrino nieto del general Felipe Ángeles, estratega militar
del revolucionario Francisco Villa, Tomás Ángeles salió hace cuatro años del
Ejército en forma sorpresiva, en medio de rumores sobre sus supuestas
aspiraciones para suceder al propio Galván o al secretario de Seguridad
Pública, Genaro García Luna.
Con una trayectoria que incluye cargos como agregado militar
de México en Washington (dos veces), director del Colegio Militar, secretario
particular del general secretario y subsecretario de la Sedena, pertenece a un
grupo de militares retirados de alto rango que además de poseer información
privilegiada ha mantenido activas sus relaciones políticas fuera de la Sedena.
Su equipo en la dependencia estaba diezmado desde que
Clemente Vega García asumió como general secretario, en el gobierno de Vicente
Fox, pero Ángeles Dauahare mantenía fuertes nexos con políticos y tenía mucha
relación con otras instancias de gobierno.
La detención del divisionario es la más significativa hasta
ahora, no sólo porque se trata del exfuncionario de mayor nivel acusado de
delincuencia organizada, sino por la información que poseía, las decisiones que
tomó y su influencia en el instituto armado, a diferencia del general Jesús
Gutiérrez Rebollo, hasta ahora el caso más sonado de un general detenido por
vínculos con el narcotráfico.
Como subsecretario de la Defensa Nacional en los dos primeros
años de este sexenio, Ángeles Dauahare se encargó de la administración de la
principal fuerza armada del país, pero más significativo aún fue su papel
durante el gobierno de Ernesto Zedillo. Tenía a su favor que era la puerta de
entrada al titular de la Sedena en aquel sexenio, Enrique Cervantes Aguirre.
Desde su posición como secretario particular, no sólo era el hombre de todos
los contactos y con información privilegiada, sino que conoció a fondo el alto
mando y las tramas de la dependencia.
Él desempeñó un papel clave cuando el Grupo Aeromóvil de
Fuerzas Especiales (GAFE) se incorporó a través de la PGR en el combate contra
el narcotráfico.
Cuando Fox nombró secretario de Defensa a Vega García, con
quien Ángeles Dauahare había competido por el cargo, el alto mando revirtió la
medida: por órdenes del nuevo titular, el entonces subsecretario de la Sedena,
Jesús Álvarez Pérez –actual asesor en seguridad del gobierno de Zacatecas–,
concentró a los gafes en el Campo Militar 37, en San Miguel de los Jagüeyes,
Estado de México.
“Reunidos en el campo militar, el subsecretario les dijo:
‘Hasta aquí llegó la comisión. Ahora se reincorporan a sus actividades y a los
que no quieran se les va a dar su baja’. La mitad dio tres pasos al frente”,
cuenta un contemporáneo de Ángeles Dauahare.
“Fue un error terrible porque ahora sabemos en dónde están.
Se fueron bien adiestrados, con mucha información tanto de los grupos de
delincuencia organizada como de la PGR y de las policías federales”, dice en
alusión a Los Zetas, el cártel del narcotráfico formado por desertores del GAFE
que empezó como grupo armado del Cártel del Golfo y que ahora, ya como cártel
independiente, está aliado con lo que queda de la organización de los Beltrán
Leyva.
Como secretario particular de Cervantes Aguirre, Ángeles
Dauahare controlaba el Centro de Inteligencia Antinarcóticos (CIAN), organismo
de inteligencia que intercambiaba información con Estados Unidos y que después
cambió su nombre a Oficina de Inteligencia Antinarcóticos (OIA).
El CIAN estaba a cargo del entonces coronel Moisés García
Ochoa, ahora director general de Administración de la Sedena y uno de los
generales que se mencionan para suceder al general secretario Guillermo Galván.
Irregularidades
Militares entrevistados por Proceso advierten que si el
gobierno de Calderón carece de pruebas contundentes contra el general Ángeles
la detención “se le va a revertir tremendamente”, en particular al secretario
Galván. Un general retirado, también contemporáneo de Ángeles, dice: “Para que Galván
haya permitido o promovido la detención es que debe estar casi seguro de que
hay pruebas contundentes. Si no, las consecuencias serán terribles no sólo para
su liderazgo sino para todo el Ejército”.
El coronel retirado Jorge Carrillo Olea, exgobernador de
Morelos, plantea al respecto: “Si la Sedena actuó como instrumento quiere decir
que hay un convencimiento de Galván de que hay algo oscuro. Pero si no es así,
si resulta otro parto de los montes a los que nos tiene acostumbrados la PGR,
entonces será peor. Pero en cualquier caso le han dado un golpe terrible al
Ejército”.
Hasta el momento, advierte, por la falta de información esto
se ve peor que en el caso del general Gutiérrez Rebollo, detenido en 1997
cuando era comisionado del Instituto Nacional de Combate a las Drogas, bajo el
cargo de proteger a El Señor de los Cielos, Amado Carrillo, capo del Cártel de
Juárez.
Ángeles Dauahare jugó un papel importante en esa detención.
Además, presidió el Consejo de Guerra contra los generales Mario Arturo Acosta
Chaparro y Francisco Quirós Hermosillo, detenidos en 2000 y acusados de tener
vínculos con el narcotráfico.
En esos casos la PGR dio a conocer desde el principio los
cargos en su contra. Esta vez ha informado a cuentagotas. A través de
filtraciones periodísticas dejó saber que los tres militares están bajo
investigación por supuestos vínculos con los hermanos Beltrán Leyva cuando
éstos aún eran socios de Joaquín El Chapo Guzmán, jefe del Cártel de Sinaloa.
Mientras la Sedena se ha limitado a informar que “la
localización y presentación” de los generales la hizo la Policía Judicial
Militar como “colaboración”, la PGR también filtró que la SIEDO solicitó ya “la
presentación” de otro general de brigada, que “es buscado en todo el país”.
En lugar de permitir que los abogados de los dos generales
arraigados tuvieran acceso al expediente para saber quiénes los acusan y de
qué, la dependencia a cargo de Marisela Morales Ibáñez divulgó en la prensa del
viernes 18, mediante funcionarios anónimos, que las acusaciones derivan de la
llamada Operación Limpieza dada a conocer en octubre de 2008 por el entonces
titular de la PGR, Eduardo Medina Mora, y a partir de la cual la actual
procuradora general se hizo cargo de la SIEDO.
Con esta operación se reconoció oficialmente la infiltración
de los Beltrán Leyva en la PGR y el Ejército; también cayeron varios militares,
entre ellos el mayor Arturo González, aprehendido en diciembre de ese año y
preso en un penal federal por sus nexos con dicha organización delictiva.
En forma extraoficial, la PGR dijo que como secuela de la
Operación Limpieza surgieron los cargos contra los jefes militares, por lo que
en marzo de 2010 inició la averiguación previa AP/SIEDO/UEIDCS/112/2010.
Los acusadores son cinco militares presos por narcotráfico,
entre ellos un general no identificado, un exsecretario de Seguridad Pública
estatal, tres agentes de la Policía Federal (a cargo del secretario de
Seguridad Pública federal, Genaro García Luna) y tres testigos protegidos,
entre ellos “Jennifer”, señalado como “testigo estrella” de la SIEDO por
aparecer en numerosas acusaciones de delincuencia organizada. Entre esos 12
testimonios están los de militares comisionados con García Luna.
Hasta el cierre de esta edición, los abogados defensores del
general Tomás Ángeles Dauahare, Alejandro Ortega Sánchez, y del general Dawe
González, José Ordoñez González, no habían sido reconocidos como tales por la
PGR, a pesar de que así lo pidieron los militares.
“Han violado el derecho de defensa. No han dejado que yo
acepte el cargo y me citan hasta el martes 22 para asumir la defensa a pesar de
que he estado presente desde el día que lo detuvieron”, dice Ortega Sánchez a
Proceso.
Su hermano, el también abogado José Antonio Ortega Sánchez,
a quien el general Ángeles buscó para hacerse cargo de la defensa pero que
estaba fuera del país, asegura en entrevista que el divisionario en retiro “fue
detenido con una simple orden de presentación para arraigarlo y eventualmente
consignarlo”.
Sólo le dieron cinco minutos para ver a su esposa e hijas,
gracias a un amparo contra su detención, y de esa manera tuvo que reconocer que
no estaba incomunicado. La PGR cubrió así las formas, pero no le dio más tiempo
para hablar con el abogado y saber de qué se le acusa y con qué testimonios,
agrega.
“La detención no tiene sustento porque el general no
pretendía huir. Estaba tranquilamente viviendo en su casa de Cuernavaca. Venía
entre semana a asuntos particulares. No estaba huyendo ni había flagrancia.
Estaba totalmente localizable. Ahora está arraigado, violándose todos sus
derechos procesales”, dice.
Directo, el litigante asegura: “El tema de la seguridad
nacional se está usando políticamente. Estoy seguro de que es un asunto
político. El general en diversos momentos expresó opiniones contrarias a la
política que se sigue ahora contra la violencia”. Y niega que la agencia
antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) estuviera
investigándolo y que exista una petición de extradición.
Fracaso absoluto
Guillermo Garduño Valero, profesor investigador de la
Universidad Autónoma Metropolitana especializado en seguridad nacional y
Fuerzas Armadas, advierte que por las violaciones procesales “esto va hacia
otro michoacanazo”, como se conoció a la derrota judicial del gobierno de
Calderón cuando en una acción también previa a las elecciones federales
intermedias de 2009, en una medida más espectacular que eficiente, mandó
efectivos del Ejército y de la Policía Federal a Michoacán para detener a una
treintena de funcionarios del gobierno estatal perredista y presidentes
municipales. Los acusaron de delincuencia organizada, pero después de un año de
cárcel fueron exonerados.
Para el investigador, es claro que Calderón también ordenó
las recientes detenciones de altos mandos militares y que el general Galván
sólo obedeció. “Quiere que esto juegue a su favor. Pero hay formas de hacer
política y otra cosa es jugar con el aparato del Estado. Se ha hecho un daño
irreparable al Ejército”, dice.
Agrega que si Calderón no se dio cuenta de que tres
generales que estuvieron en su entorno tenían esas supuestas relaciones con el
narcotráfico, se trata de un descuido enorme, pero es peor que haya
administrado la información y decidiera actuar violando el proceso judicial a
sólo unos cuantos meses de que abandone el poder y a semanas de los comicios
presidenciales.
Además de calificar las detenciones como “una acción
electorera”, independientemente del sustento de las acusaciones, asegura que
representan “el fracaso absoluto de la política de Calderón: el narco no sólo
ganó las batallas, sino la guerra”.
Después del alto costo social de la estrategia de Calderón,
dice Garduño Valero, “veo un narcotráfico más fuerte, más poderoso, que reta a
la fuerza del Estado con una enorme capacidad de fuego y recursos, mientras que
el aparato del Estado no ha podido meterse al interior de estos grupos para
desarticularlos”.
Javier Oliva Posada, coordinador del diplomado de Defensa y
Seguridad Nacional de la UNAM y profesor de tiempo completo en la Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales, coincide: en la “guerra” de Calderón ha
resultado contraproducente la sobreexposición del Ejército.
Relator de la mesa de seguridad nacional organizada por la
Fundación Colosio y en la que participó el general Ángeles Dauahare, Oliva
Posada asegura: “Se ha utilizado al Ejército de manera discrecional. Uno de los
resultados son los abusos de autoridad y los 290 militares que han sido
procesados por ello. Se ha desnaturalizado su función y ahora, con estas
acusaciones a los generales, ha quedado afectado en un momento muy complicado,
a 45 días de la elección presidencial”.
Ha sido una estrategia de desgaste para el Ejército, dice
Erubiel Tirado, coordinador del diplomado sobre seguridad nacional de la
Universidad Iberoamericana: “En estos años hemos visto que ha sido utilizado
como eje de una estrategia de posicionamiento político y de legitimación”.
Al final del sexenio, la principal Fuerza Armada del país
queda como una institución debilitada. Pero más allá de la imagen y el aprecio
social, el problema también fue de eficiencia, argumenta Tirado: “La expresión
del secretario de Defensa en 2007, de que la exposición no ponía en peligro al
Ejército ante el poder corruptor del narco porque los operativos duraban poco y
había rotación, está en entredicho, incluso más allá de lo que suceda con los
generales ahora detenidos”.
*Tomado dela revista Proceso.
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