Tomados de La Jornada, El Fisgón, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.
Jorge Carrasco Araizaga
MÉXICO, D.F. (apro).- Las imágenes son las mismas que en una
dictadura del siglo pasado: madres con cartelones con los nombres y fotos de
sus hijos desaparecidos, con tapabocas y playeras preguntando dónde están,
exigiendo justicia a un régimen sordo, cómplice.
Este 10 de mayo el escenario fue la Ciudad de México, hasta
donde llegaron madres de 12 estados del país para recordarle al gobierno de
Felipe Calderón que su “guerra contra las drogas”, lejos de acabar con el
narcotráfico hizo del país un tétrico escenario, como ahora es identificado en
el mundo.
Las escalinatas del Ángel de la Independencia, en Paseo de
la Reforma, se llenaron con los nombres de algunos de los 10 mil desaparecidos
en este sexenio de la violencia. Luego, esas listas se vieron por el Monumento
a la Revolución.
Era la “Marcha por la Dignidad” de las madres que no
volvieron a saber más de sus hijos en esta guerra unilateral declarada por un
político con poder pero en busca de legitimidad.
Pero a diferencia de las dictaduras, donde los agentes del
Estado o grupos paramilitares eran los claros responsables de esos crímenes de
lesa humanidad, en México la situación es aún más difícil.
Un día llegaron unos soldados y se llevaron a sus hijos.
Otro día fueron policías. Y muchos otros, hombres desconocidos fueron por ellos
o los detuvieron en la calle sin que se sepa más de ellos.
Cuando la desaparición forzada es cometida por
representantes del Estado, es claro en dónde buscar la responsabilidad. Pero
cuando es cometida por particulares en un entorno tan violento como en México,
la búsqueda de responsables se complica tanto como en una guerra sin reglas.
Aun en las guerras por odio racial hay protocolos para el
trato de prisioneros y víctimas. Aquí, ni los cárteles que se disputan el lucrativo
negocio de las drogas ni las fuerzas federales encargadas de combatirlos han
respetado las convenciones internacionales. Unos y otros, literalmente, han
desaparecido “al enemigo”, tengan o no que ver con esa guerra.
Si en la dictadura las madres les pedían a los jefes
militares que les dijeran en dónde habían enterrado a sus hijos, “siquiera para
llevarles una flor y derramar una lágrima” donde murieron víctimas de la
represión, en México “la guerra a las drogas” ni siquiera permite eso, en
muchos de los casos.
En las dictaduras, los jefes policiales y del aparato de
seguridad engañaban sobre los detenidos. “Aquí no está. Por aquí no ha pasado”,
les respondían a quienes buscaban a sus familiares. En México, el aparato de
procuración de justicia hace lo mismo. O peor aún, simula que investiga. El
peregrinaje por las procuradurías estatales y la General de la República es
inacabable como las invenciones para fabricar acusaciones.
Y como en esos viejos regímenes donde el dictador decía que
los muertos o desaparecidos eran “criminales que actuaban contra la seguridad
nacional”, en México el presidente ha sido el primero en darle carácter de
criminales a muchas víctimas. “Eran pandilleros”, dijo cuando un comando
ejecutó a mansalva a un grupo de jóvenes que estaban en una fiesta en Villas de
Salvárcar, en Ciudad Juárez, en enero de 2010.
El Estado mexicano no ha hecho nada para encontrar a los
desaparecidos. Desde el momento en que los caracteriza como criminales, los
condena al abandono, sin siquiera ofrecerle a los familiares la posibilidad de
encontrarlos.
El tamaño del problema es tal que hasta en Estados Unidos,
promotor de “la guerra a las drogas”, advierten sobre la gravedad de esas
violaciones a los derechos humanos, cometidas tanto por particulares como por
agentes estatales.
En el caso de los agentes estatales, la subsecretaria de
Estado Adjunta para Asuntos de Seguridad Civil, Democracia y Derechos Humanos,
Kathleen Fitzpatrick, declaró ante el Congreso estadounidense:
“Las denuncias de violaciones a los derechos humanos
cometidas por militares han tenido un aumento increíble, así como las quejas de
que funcionarios están involucrados en la desaparición de personas, torturas y
detenciones extrajudiciales.”
El Estado mexicano ha estado marcado por la impunidad. En el
régimen del PRI, los desaparecidos de “la guerra sucia” quedaron sin justicia
con la complicidad del PAN. Los de la era de Calderón tienen a su favor una
sociedad más organizada.
*Tomado de la revista Proceso.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home