MVS y el autoritarismo mexicano
Tomados de La Jornada, Hernández, el Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.
Jesús Cantú
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Las revelaciones de Joaquín Vargas
sobre las acciones del gobierno para retirarle la concesión de la banda 2.5
ghz., y las discusiones posteriores, revelan en toda su magnitud la persistente
presencia del autoritarismo en el Estado mexicano: la ausencia flagrante del
estado de derecho y la supremacía de las prácticas clientelares en el
tratamiento de los asuntos públicos.
En primera instancia, con lo ocurrido hasta ahora en este
caso se demuestra diáfanamente la ausencia de un procedimiento claro,
transparente y preciso que brinde garantías jurídicas a todos para renovar,
revocar o modificar los términos de las concesiones vigentes o que concluyeron
su periodo. Esa es precisamente la discusión: si MVS podía prorrogar, según
expresión del mismo presidente del Consejo de Administración de esa empresa,
dicha concesión, y si a través de la misma podía prestar servicios adicionales.
En un país donde se respeta el estado de derecho, eso está
normado y tiene procedimientos, autoridades, requisitos y tiempos claramente
establecidos. En México, según reconocen los actores involucrados, todo esto se
realizó a través de varias decenas de anárquicas reuniones privadas, donde
regía la arbitrariedad y la discrecionalidad de la autoridad. Precisamente por
ello se hicieron propuestas y contrapropuestas, como si se tratase de un bien
privado y de un acuerdo entre particulares.
En este caso se trata de un bien y un servicio públicos,
cuya concesión a un particular debe hacerse con estricto apego a la normatividad
vigente, no en función de los humores de la autoridad y los acuerdos privados
en los que los requisitos y las prestaciones y contraprestaciones se establecen
libremente.
Pero ante la falta de una legislación y una reglamentación
adecuadas, todos los actores implicados aceptan su participación en estas
reuniones privadas con el claro objetivo de lograr un acuerdo que los favorezca
a ambos (concesionario y autoridad), no a la ciudadanía, la que debiera ser el
verdadero receptor de los beneficios de un servicio público.
Relaciones claramente clientelares como ésta vulneran el
estado de derecho e impiden la construcción de un régimen democrático. Daniel
Hallin y Paolo Mancini definen el clientelismo político como “…un patrón de
organización social en el que el acceso a los recursos sociales es controlado
por patronos y entregado a sus clientes como intercambio por deferencias y
varias formas de apoyo. Es una forma particular de organización social, en la
que las reglas formales son menos importantes en relación a las conexiones
personales o, en formas más recientes de clientelismo, conexiones mediadas a
través de los partidos políticos, la Iglesia y otras organizaciones”.
A su vez, Jorge M. Audelo, señala que se trata de “aquellas
relaciones informales de intercambio recíproco y mutuamente benéfico de favores
entre dos sujetos, basadas en una amistad instrumental, desigualdad, diferencia
de poder y control de recursos, en las que existen un patrón y un cliente: el
patrón proporciona bienes materiales, protección y acceso a recursos diversos,
y el cliente ofrece a cambio servicios personales, lealtad, apoyo político o
votos”.
Este soporte fundamental del régimen autoritario mexicano
está presente y es aceptado por todos los involucrados en el caso MVS. Hay
diferencias respecto a quién elaboró el primer proyecto de comunicado de
disculpa de Carmen Aristegui (MVS o la oficina de Comunicación Social de la
Presidencia de la República); respecto a si la intervención de Javier Lozano
fue en su carácter de secretario de Estado o como amigo de Vargas y a título
personal; o sobre las cantidades que MVS ofreció como contraprestación (104
millones de pesos, según la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; 11 mil
164 millones, según MVS). Pero no existe ninguna controversia acerca de la
realización de varias decenas de reuniones, a lo largo de cuatro años o poco
más, sin apego a ninguna normatividad, simplemente en función de esta relación
personal, a la que todos los actores apelan en más de una ocasión, tanto en las
revelaciones de Vargas como en las declaraciones de los funcionarios públicos
involucrados. Todos confesaron su participación en este evidente ejercicio de
clientelismo político.
Lo único que al respecto ha cambiado en el nuevo milenio es
que hoy los clientes (en este caso MVS) que se sienten burlados se atreven a
hacer denuncias públicas sobre casos como éste, no porque reprueben tales
prácticas, sino porque no se beneficiaron de ellas.
Después de 12 años de alternancia en el Poder Ejecutivo, las
instituciones del autoritarismo permanecen intactas. El intercambio de favores
entre autoridades y particulares prevalece por encima del estado de derecho, y,
cuando se trata de bienes públicos muy rentables –como las telecomunicaciones–,
su acceso está reservado a unos cuantos privilegiados.
La autoridad sigue aprovechándose de la pobreza y la
ignorancia de unos (en el caso de los votantes) o de la avaricia de otros (en
el caso de las telecomunicaciones) para intercambiar dádivas o privilegios por
votos o apoyo político.
En estas condiciones es imposible que florezca la
democracia.
*Tomado de la revista Proceso.
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