La ilegitimidad de Peña Nieto y Calderón*
Tomados de La Jornada, Hernández y Helguera y El Universal, Helioflores.
José Gil Olmos
MÉXICO, D.F. (apro).- El pasado fin de semana varios cientos
de organizaciones de todo el país se reunieron en el municipio de San Salvador
Atenco, en una primera convención nacional, para definir su posición ante lo
que parece inevitable: la imposición de Enrique Peña Nieto en la silla
presidencial.
Todos los reunidos en ese pueblo mexiquense, reprimido
precisamente por Peña Nieto como gobernador del Estado de México, acordaron
desconocerlo como presidente. Esta es la primera vez en la historia del país que
tantas agrupaciones sociales juntas hacen manifiesto su repudio e impugnan la
legitimidad de una figura política, a la que no le darán el lugar que las
instituciones electorales sí habrán de otorgarle, a pesar de todas las
irregularidades denunciadas.
Esto es, que mientras una buena parte de la sociedad
mexicana rechaza al priista como primer mandatario, las autoridades electorales
legalizarán una victoria que no es legítima.
Al igual que Calderón, si el Tribunal Electoral valida la
elección presidencial, el priista Peña Nieto arrancará su administración sin el
reconocimiento de millones de mexicanos, que lo ven como la imposición de un
grupo de poder.
En los próximos meses, mientras el Tribunal Electoral valida
la elección presidencial, veremos en las calles manifestaciones de estudiantes,
campesinos y profesores; de jóvenes rechazados de las escuelas de educación
superior, amas de casa y padres de familia contra Peña Nieto. Pero también
contra Televisa, el IFE y el Tribunal Electoral por su complicidad en la
imposición del priista.
No se trata solamente de un simple rechazo; es el
cuestionamiento profundo y legítimo de los ciudadanos a las instituciones
electorales que han dejado a un lado su responsabilidad de cuidar la
organización de elecciones limpias, transparentes y equitativas para proteger
los intereses de grupos.
Es el cuestionamiento de una parte importante de la sociedad
a quienes encabezan estas instituciones que costaron muchos años de esfuerzo e
incluso vidas, y que ahora están lejos de ser ciudadanas y confiables, pues sus
miembros responden más a intereses de los partidos que a los valores de
imparcialidad y justicia para los que fueron creados.
Pero sobre todo, estas movilizaciones sociales representan
el cuestionamiento a la supuesta limpieza de un proceso electoral manchado por
la ilegalidad desde antes de que arrancara y que ninguna autoridad se atrevió a
investigar.
Como Calderón, Peña Nieto arrastrará la carga de la
ilegitimidad durante seis años, si es que, como todo parece indicar, el
Tribunal validara su triunfo, no obstante las pruebas que se presentaron de
compra y coacción del voto, así como de lavado de dinero y el uso de recursos
financieros de origen sospechoso.
Pero tanto al panista como al priista esto parece importarles
poco. Tan es así que fue Calderón quien reconoció el supuesto triunfo de Peña
Nieto la noche del 1 de julio cuando aún no terminaba el cómputo de los votos
en los distritos electorales.
No sólo eso, Calderón también lo recibió el pasado martes
por la noche en Los Pinos, en una especie de entrega del poder adelantado,
cuando el Tribunal Electoral apenas estaba recibiendo el expediente de
impugnación de validez de la elección presidencial.
A Calderón y a Peña Nieto los une la ilegitimidad y la
indiferencia por la sociedad.
Al panista nunca le agradaron los movimientos sociales, ni
siquiera cuando el movimiento de paz lo sentó para que escuchara la tragedia de
las víctimas de la guerra contra el narcotráfico que él proclamó desde el
inicio de su administración.
Al priista, mucho menos; y cuando los campesinos de Atenco
se manifestaron en contra el desalojo de unos floricultores de un mercado en
Texcoco en mayo de 2006, los mandó a reprimir y a detener como si fueran
delincuentes.
El autoritarismo y la represión del PRI, que nunca se fue,
está a la vuelta de la esquina, eso lo que ven los grupos sociales y es por eso
que se están organizando.
Las movilizaciones que desde ahora y hasta diciembre tienen
programadas 300 organizaciones sociales parecen ser el preludio de lo que será
el próximo gobierno, un sexenio de repudio y represión. Sobre todo si, como ya
se ve, habrá una alianza entre el PRI y el PAN para echar adelante las reformas
estructurales (energética, laboral y hacendaría principalmente) que tiene un
claro perfil antipopular.
*Tomado de la revista Proceso.
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