El “haiga” sí existe
Tomados de La Jornada, Helguera y El Universal, Helioflores.
José Gil Olmos
MÉXICO, D.F. (apro).- Hace casi seis años Felipe Calderón
fue reconocido como triunfador de la elección presidencial en medio de
protestas que alegaban fraude. La respuesta del panista fue lacónica y
sarcástica, dijo: “Haiga sido como haiga sido, pero ganamos”, evadiendo así una
condición de ilegitimidad que lo persiguió como un fantasma.
En la política mexicana todo es posible, hasta hacer que
exista el “haiga” como sinónimo de fraude.
Hoy estamos a punto de enfrentarnos a un nuevo proceso
electoral con claros tintes de ilegalidad y a una nueva versión de ese descargo
burlesco del “haiga sido como haiga sido”, que sólo ha servido de tapadera para
quienes se mofan de la ley y de la ciudadanía con tal de obtener el poder
mediante el fraude.
Al igual que Calderón, a Enrique Peña Nieto poco le importó
violar la ley con tal de tener votos. Rebasó los topes de campaña, compró
votos, recibió dinero de los gobernadores de su partido y probablemente de
otras fuentes de origen sospechoso, fue apoyado por el crimen organizado en
algunos estados, viajó en aviones privados y compró millones de espectaculares
que inundaron paredes y autobuses de todo el país.
Pero no le importó saltarse todas las reglas electorales y
judiciales porque el PRI sabía que, de obtener el triunfo, no anularían el
proceso electoral y que, a lo más, tendría una multa que será pagada de los
mismos recursos públicos que recibe a través del IFE. O sea, negocio redondo.
Los priistas aplicaron un nuevo patrón para realizar un
fraude, un engaño a la ciudadanía y a las autoridades. Estudiaron bien los
mecanismos de fiscalización y las formas de hacerse llegar recursos y también
maneras de utilizarlos sin que se pudiera comprobar la ilegalidad.
Ya no fue el burdo mecanismo de antaño de llenado o robo de
urnas (aunque los hubo), ni tampoco el uso indiscriminado de programas sociales
(que también lo hubo), sino que se tejió de manera distinta este hilado de
irregularidades con pactos empresariales y políticos con mucho tiempo de
anticipación, bajo la anuencia de las autoridades electorales y del gobierno
federal.
Por ejemplo, a pesar de que se registró y denunció desde el
2007 el acuerdo político y comercial con Televisa, nunca se investigó a Peña
Nieto, quien como gobernador pagó millones de dólares de las arcas públicas a
esta empresa para que lo mantuviera siempre en sus programas televisivos y
hasta en las revistas de espectáculos. La Secretaría de Hacienda, la Auditoria
Superior de la Federación, el Poder Legislativo y hasta las instancias electorales
pudieron haber seguido las investigaciones periodísticas para detectarlo en la
reciente campaña presidencial, pero todas hicieron mutis.
Viejos conocedores en las lides de la corrupción, los
priistas se modernizaron en la compra de votos, aunque sin olvidar las
primitivas maneras. Utilizaron los monederos electrónicos con tarjetas en
supermercados y bancarias (Soriana y Monex), y las mezclaron con la compra
directa del voto en las zonas rurales y urbanas más empobrecidas. Los
gobernadores priistas, en su nuevo papel de virreyes, desplegaron todo su poder
y sin importarles nada, de manera burda, hicieron proselitismo por Peña Nieto
obsequiando de todo, pero también usando la presión para conseguir el voto para
su candidato.
El nuevo PRI en su regreso juntó pasado y presente. Hizo
acuerdos con las viejas estructuras caciquiles, como el caso de Elba Esther
Gordillo que operó como lo sabe hacer, subterráneamente, a través del Sindicato
Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y del Panal. Al mismo tiempo,
el PRI contrató miles de spots en televisión y a un ejército de programadores
que se dedicaban a mandar mensajes en las redes sociales a favor de Peña Nieto
y en contra de sus adversarios, especialmente contra Andrés Manuel López
Obrador.
El patrón que siguieron los priistas en los últimos años fue
de preparación para el fraude aprovechando todos los vacíos legales y también
la posición de sus aliados y cómplices en las televisoras, en el Congreso de la
Unión y las instancias electorales, con los sindicatos y empresarios, en los
medios y con los periodistas afines, en la Iglesia católica y con el crimen
organizado.
El resultado final es un fraude fácil de ver pero difícil de
fundamentar, un fraude cínico en el que participaron muchos, incluida una parte
de la sociedad, pero que las autoridades sólo van a castigar como una
irregularidad. Un fraude que el PRI cocinó por mucho tiempo para regresar a Los
Pinos “haiga sido como haiga sido”.
*Tomado de la revista Proceso.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home