progressif

viernes, febrero 29, 2008

Todos son inocentes; el pueblo es el culpable






Tomados de La Jornada, El Fisgón, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores.

La embestida mediática en contra de Andrés Manuel López Obrador se enfoca –como siempre- a desacreditarlo para poner una cortina de humo a sus denuncias. En lugar de investigar –se supone que es parte del trabajo periodístico- si es verdad que el delfín del pelele Felipe Calderón Hinojosa, Juan Camilo Mouriño –aún sin aclarar su nacionalidad, aunque todo apunta a que es español de nacimiento- firmó contratos para empresas de su familia por 26 millones de pesos cuando, por ley, estaba impedido para ello.

En cualquier país democrático –no la farsa que se ha vivido en México desde siempre- con el cúmulo de pruebas sobre el tráfico de influencias de personajes como la coyota Diego Fernández de Cevallos, Carlos y Raúl Salinas de Gortari, Elba Esther Gordillo, el corrupto Vicente Fox Quesada, sus entenados los bribones Bibriesca y recientemente con el secretario de Gobernación pirata Juan Camilo Mouriño, éstos tendrían sus huesos en la cárcel. En México no pasa eso. Aquí los medios electrónicos y la mayoría de los impresos, junto con los políticos de “altura” discuten sobre sí ya la familia de Mouriño era rica desde antes o no.

¡Por favor! Es ilegal la firma de contratos. Es contra la ley, contra el famoso Estado de derecho que tanto pregonan. No es un asunto personal, se trata de aplicar la ley. Si el tal Mouriño se encarga de dirigir la venta de Pemex y la CFE. Si apenas en pasado mes de septiembre se firmó un contrato con la española Repsol, que garantiza pérdidas para Pemex y la CFE por 16 mil millones de pesos. Si las empresas Constructora Escalante y Construcciones y Materiales Peninsulares de Eduardo Escalante, suegro de Mouriño firmaron contratos por 550 millones de pesos en lo que va del actual gobierno usurpador de Felipe Calderón Hinojosa. ¿Entonces cómo es que la discusión es si López Obrador miente o busca nada más la violencia?

En descargo Mouriño asegura que “mis actos han sido legales, mi actuar ha sido siempre ético”. Lo mismo dijo José López Portillo desde la Colina del Perro, luego de robar a manos llenas. Así lo dijo Carlos Salinas de Gortari, luego de robar a la nación. Tocó el turno al ladrón Vicente Fox Quesada y su parentela. Juraron por Dios que ya eran ricos desde antes, que los ranchos y propiedades millonarias y las empresas familiares ya eran multimillonarias desde antes.

A los cínicos PRIANistas y a sus socios de los medio electrónicos –Televisa, TV Azteca, Radio Fórmula, Radio centro, etc.- les ha importado poco los datos oficiales, los contratos, los registro públicos de la propiedad que los desmienten y colocan como vulgares ladrones. Ellos se amparan en ellos mismos, en la impunidad que ellos mismos crean. Ellos son el poder y las leyes las “aplican” otros igual que ellos. Es, pues, el círculo de la transa y la corrupción.


A continuación una colaboración tomada del diario La Jornada.








¿Por qué no comenzamos por nacionalizar el petróleo?

Fernando del Paso


Cuando en 1939 el novelista inglés Evelyn Waugh visitó México a sueldo de la empresa angloholandesa Royal Dutch Shell para escribir su libro Robo a mano armada sobre la nacionalización del petróleo realizada por Lázaro Cárdenas, dijo que “nadie en el gobierno mexicano pretendió que los trabajadores del petróleo obtuvieran algo con la expropiación”, y agregó: “ciertamente, nada han recibido”.

Waugh no se imaginó nunca que esa nacionalización iba a propiciar la creación de una formidable elite de ejecutivos y trabajadores que harían de Pemex una fortaleza inexpugnable dedicada no sólo a extraer el oro negro de las profundidades de la tierra o del mar: también a exprimir al resto de los mexicanos. Sueldos estratosféricos, dinero a millonadas para el sindicato, privilegios y prebendas que apenas si soñaban los trabajadores de otras industrias, largas vacaciones que ningún otro grupo de trabajadores disfrutaba, créditos para la vivienda con enormes facilidades de pago, aguinaldos espléndidos, jubilaciones a los cuarenta o cincuenta años de edad con un alto porcentaje del salario, atención médica y quirúrgica de por vida para el trabajador y sus familiares más cercanos…

Y a esto se agregó –y continúa agregándose– la corrupción, los fraudes, las concesiones a empresarios y a los empresarios-políticos o políticos-empresarios: todo esto logró que el petróleo nunca fuera nuestro. Andrés Manuel López Obrador, en una entrevista reciente con Carmen Aristegui –en la CNN– lo demostró con unas cuantas palabras: en Venezuela el litro de gasolina cuesta cincuenta centavos. En México, ocho pesos. ¿Dónde quedó, dónde queda el resto, los siete pesos con cincuenta centavos? En los bolsillos de esa elite y de sus cómplices.

Pemex es de Pemex, no es de los mexicanos. Nunca lo ha sido. ¿Por qué no empezamos por nacionalizarlo para beneficio, esta vez sí, de todos? ¿Quién puede acabar con ese monstruo? ¿Quién le va a poner el cascabel al gato?

Para terminar, una aclaración: Lázaro Cárdenas no fue derrocado cuando nacionalizó el petróleo –como fue el caso de otros mandatarios latinoamericanos que intentaron hacer reformas que amenazaban los intereses comerciales de ingleses o norteamericanos: Balmaceda en Chile, Hipólito Irigoyen en Argentina y Joao Goulart en Brasil– no porque Roosevelt fuera un gran hombre.

No. Wauhg, en un libro lleno de horrores y estúpidas acusaciones, como fue el suyo, atina cuando explica la benévola actitud de Roosevelt: “una guerra europea daría por terminada la cuestión en todos sentidos (puesto que) Estados Unidos, antes que ver un cargamento de petróleo dirigirse hacia los poderes centrales (de Europa), probablemente ocuparía los campos petrolíferos (mexicanos) en nombre de las compañías”.

No sobra recordar que, en ese entonces, México le vendía petróleo a Alemania.