Las dudas sobre Peña Nieto*
Tomados de La Jornada, Hernández, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.
Olga Pellicer
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La vida política en México ha
tomado un nuevo ritmo. Descartados con ligereza imperdonable los reclamos de la
izquierda, el espectáculo de la política parece ahora más amable. El mensaje
del presidente Calderón produjo reacciones emotivas; cierto que los logros que
apuntó son muy discutibles, pero las despedidas son nostálgicas y muchos le
agradecen la amistad que le prodiga al próximo gobierno. A su vez, al nombrar a
su equipo de transición, el presidente electo dio la señal de salida a una
nueva etapa de trabajo. Todo sucede como si la normalidad estuviese de regreso
en el país; por desgracia, se trata sólo de apariencias.
Diversos problemas indican que la realidad es menos
halagüeña. El México que hereda la próxima administración está lejos de ser una
tierra de promesas. El crimen organizado sigue haciendo gala de su capacidad de
organización, de su crueldad, de sus efectos disruptivos. Allí están los
bloqueos de Guadalajara para probarlo. Allí está la balacera de Tres Marías para
ilustrar la poca coordinación existente entre las fuerzas encargadas de
combatirlo. Allí está el silencio de la SRE ante estos hechos para confirmar el
grado de opacidad que envuelve a la cooperación con Estados Unidos.
A pesar del lugar central que ocupa la violencia y, en
particular, el factor externo como componente esencial para provocarla y
combatirla, el tema no es prioritario en el ideario del gobernante electo. Se
habla de corrupción y transparencia, de reformas estructurales y promesas de
cambio, pero se guarda un silencio cauteloso sobre cuál será la nueva
estrategia para el combate al crimen y sobre cómo se dialogará con Estados
Unidos al respecto.
Hay una opinión generalizada a favor de revisar la
estrategia seguida hasta ahora. Académicos y estudiosos del tema insisten en
tres puntos. El primero, la necesidad de regionalizar el problema, es decir,
definirlo y tratarlo como un asunto que involucra a los países que van desde
Colombia hasta Estados Unidos; de particular interés para esa regionalización
es, desde luego, la relación con Centroamérica. Segundo, revisar las políticas
de criminalización que se han puesto en pie desde la época de Nixon y comenzar
a identificar nuevas formas de regulación del consumo y comercialización de las
drogas, lo cual, en el caso de algunas, lleva a la despenalización. Tercero,
centrar mayores esfuerzos en los aspectos financieros del crimen organizado,
como el lavado de dinero. ¿Qué piensa al respecto Enrique Peña Nieto?
El único dato firme sobre la lucha contra el crimen
organizado que ha trascendido a la opinión pública ha sido la confirmación del
nombramiento del exjefe de la policía de Colombia como asesor cercano del
presidente electo. No se sabe a ciencia cierta lo que ello representa. De una
parte, puede ser indicio de que el modelo colombiano de combate al narco, en
cuya implementación participó activamente el ahora asesor en México, es
pertinente para nuestro país. También puede ser indicio de que, por ser una
persona con experiencia, su simple nombramiento infunde confianza a los
estadunidenses, quienes han expresado dudas sobre el camino que podría tomar un
gobierno priista.
Independientemente de que las posiciones todavía no estén
definidas, Peña Nieto inicia ya las giras al exterior. La primera anunciada es
hacia América Latina, con una primera escala en Guatemala. Tengo dudas sobre lo
avanzado que se encuentre el pensamiento sobre qué hacer en Centroamérica. Será
muy posiblemente un amable intercambio de saludos y promesas de amistad. Sin
embargo, no es prematuro aclarar algunas ideas que están sobre la mesa respecto
a la relación con Centroamérica.
Para algunos, la tarea pendiente es elevar seriamente el
nivel de atención hacia la región, incluyendo mayores presupuestos para
programas de cooperación y decisiones sustantivas para mejorar el diálogo con
los mandatarios del istmo, de suerte que puedan delinearse estrategias
conjuntas para el combate al crimen organizado, coordinadas con Estados Unidos
pero con una visión propia. Para otros, esa visión propia es menos relevante.
Se trata de buscar el entendimiento con Estados Unidos y países como Colombia
para decidir entonces cómo “salvar” a Centroamérica. La posición que se tome en
una u otra dirección dará el tono a la relación con Centroamérica durante los
próximos años.
Por lo que toca a Estados Unidos, me he pronunciado
frecuentemente en este espacio sobre la urgencia de conocerlo mejor. Dada la
descomunal influencia económica, política y social que ejerce sobre México, es
preciso que ese país sea estudiado, analizado, explorado, y se requiere la
aplicación de una estrategia en la que se distingan bien los intereses tan
diversos que nos unen y las diferencias que nos separan. Trabajar sobre lo
primero permite propuestas constructivas; asumir lo segundo obliga a México a
trazar líneas firmes, bien articuladas, que inviten al consenso interno y, si
no a convencer plenamente a Estados Unidos, sí a lograr que sean vistas con
respeto y a que sean tomadas en cuenta para una cooperación por lo demás
indispensable.
Revisar la estrategia en materia de seguridad no es tarea
fácil dentro de la política hacia Estados Unidos; allá son poderosos los
intereses que abonan a favor de mantener la que se sigue actualmente. Algo nos
dice al respecto la plataforma aprobada recientemente en la Convención
Demócrata.
Por su naturaleza, los asuntos de seguridad no son en su
totalidad del dominio público. Es necesario, sin embargo, que, a diferencia de
lo que ocurre actualmente, la política en materia de seguridad, tanto en la relación
con Estados Unidos como con Colombia y Centroamérica, tenga legitimidad
interna. Para ello, como en muchas otras cosas, una política de comunicación es
indispensable. La interrogante de ¿qué piensa Peña Nieto sobre la seguridad?
reclama, pues, una respuesta.
*Tomado de la revista Proceso.
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