La elección imaginaria**
Tomados de La Jornada, Hernández, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores.
Héctor Tajonar*
MÉXICO, D.F. (Proceso).- A los ciegos de nacimiento les ha
sido negado el privilegio de admirar los milagros de la luz. Privados de la
evidencia visual, los invidentes no pueden contemplar algo tan simple y
maravilloso como el rojo de una rosa o el espectáculo multicolor de un
atardecer; están condenados a vivir en un mundo de sombras y penumbra. Caso
distinto es el de la ceguera voluntaria, cuyo origen es mental, no físico; los
ojos y el intelecto se cierran a propósito ante las evidencias de la realidad. Sea
por necedad, interés o cobardía, quienes se niegan a ver imágenes visuales o a
reconocer hechos palpables eligen vivir en un mundo de tinieblas y opacidad,
engaño y encubrimiento. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
Una variante de la ceguera voluntaria es la ceguera idílica,
propia de los enamorados, en la que se confiere todo tipo de virtudes al ser
amado, al tiempo que se cancela la existencia de cualquier defecto capaz de
mancillar la perfección de la persona idealizada. Los magistrados del Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación y los consejeros del Instituto
Federal Electoral parecen haber sido presa de esa suerte de hechizo de la
mirada que nubla la razón. Quijotes jurisdiccionales o administrativos, las
máximas autoridades electorales del país convirtieron a la elección
presidencial en su propia Dulcinea, negando con amorosa pasión toda evidencia
de irregularidad, manipulación o corrupción durante el proceso comicial.
¿Coacción o compra del sufragio? ¡Espejismos! ¿Tarjetas Monex y Soriana? ¡Entes
imaginarios! ¿Exceso en los gastos de campaña? ¡Mera especulación! ¿Origen
dudoso de aportaciones financieras? ¡Vanas ilusiones! ¿Intervención ilegal de
gobernadores? ¡Murmuraciones! ¿Encuestas manipuladas? ¡Invención perversa! ¿Infomerciales
de Peña Nieto? ¡Alucinaciones! ¿Pacto Peña-Televisa? ¡Anatema!
Ante la mirada absorta de las máximas autoridades de la
democracia mexicana, el proceso electoral fue impoluto, inmaculado, ejemplar.
Presa de ceguera idílica, el TEPJF inventó una elección imaginaria, declaró su
validez y la de presidente electo. Me pregunto, nos preguntamos muchos: ¿Cuál
es el origen de la ceguera voluntaria de los magistrados del Tribunal
Electoral? Mi hipótesis es que fueron cooptados por el inmenso poder acumulado
del PRI, Enrique Peña Nieto y Televisa. A ello, a ellos, se debe que la
corrupción electoral haya quedado impune.
El Tribunal eludió su responsabilidad de actuar como garante
de los principios de constitucionalidad en materia electoral. De forma unánime,
y como quien cumple una consigna, los magistrados determinaron que los
argumentos de la coalición de izquierda fueron “vagos, imprecisos y genéricos”,
por lo cual se declaró infundada la demanda de invalidez de la elección
presidencial y, de un plumazo, se borraron todas las irregularidades del
proceso electoral. En lugar de haber requerido a autoridades o particulares la
documentación necesaria que pudiera “servir para la sustanciación y resolución
de los medios de impugnación”, como lo establece el artículo 21 de la Ley
General del Sistema de Medios de Impugnación en Materia Electoral, los
magistrados se limitaron a refutar la demanda de juicio de inconformidad
presentada por la coalición Movimiento Progresista, dejándoles a ellos la carga
de la prueba.
Caso paradigmático es la argumentación del Tribunal
Electoral sobre la campaña televisiva de seis años del hoy presidente electo:
“… en ningún momento se ha demostrado la existencia de pacto, convenio,
contrato o algún acuerdo de voluntades, escrito o verbal, entre el Partido
Revolucionario Institucional, el licenciado Enrique Peña Nieto y la empresa
Televisa…”. (Juicio de inconformidad, página 166.) Inapelable desparpajo. Como
lo señaló el jurista Javier Quijano (Proceso 1870), la promoción mediática del
candidato del PRI constituyó un acto adelantado de campaña tan evidente que
bien pudo considerarse un hecho notorio, concepto jurídico aplicado “a
cualquier acontecimiento de dominio público (al cual) la ley exime de su prueba
en procesos jurisdiccionales”. (Poder Judicial. Suprema Corte de Justicia de la
Nación. Diario Oficial, 14 de febrero de 2008.) Los infomerciales de Peña Nieto
los vimos todos, menos las autoridades electorales.
Era prácticamente imposible que la coalición de izquierda
hubiera podido conseguir documentos probatorios de un pacto secreto. Como
representantes de un Tribunal Supremo, los magistrados tenían la
responsabilidad de haber solicitado dicha información a las partes, o bien,
haberla conseguido mediante una investigación adecuada. Sólo así habrían
contado con elementos suficientes para juzgar si realmente hubo equidad en la
elección presidencial, condición fundamental para calificar su validez. No lo
hicieron, descansaron en la penosa resolución del IFE emitida el 16 de agosto pasado.
El marco normativo y teórico de la calificación
jurisdiccional, elaborado por el propio Tribunal Electoral, lo obliga a “evitar
que los intereses de los concesionarios y permisionarios de estaciones de radio
y canales de televisión se erijan en factores determinantes de las campañas
electorales y de sus resultados (e) impedir que el poder económico influya en
las preferencias electorales, a través de la propaganda política en radio y
televisión”. (Cómputo Final, Calificación Jurisdiccional de la Elección,
Declaración de Validez y de Presidente Electo de los Estados Unidos Mexicanos,
página 101.) Es oprobiosa la forma en que tanto el TEPJF como el IFE eludieron
su responsabilidad de defender lo establecido en los artículos 41 y 134 de la
Constitución. Desde las resoluciones anteriores sobre el asunto, emitidas por
las máximas autoridades electorales del país, era clara la intención de ocultar
los actos anticipados de campaña de Peña Nieto a través de la televisión,
mediante razonamientos legalistas.
Ello es sólo un ejemplo relacionado con la propaganda
encubierta. Una lectura crítica de las mil 346 páginas del prolijo juicio de
inconformidad muestra que los argumentos del Tribunal Electoral acerca de todas
las palmarias irregularidades de la elección presidencial fueron igualmente
elusivos y complacientes con el hoy presidente electo. Fue manifiesta la
voluntad de liberarlo a él, así como a sus socios partidarios y mediáticos, de
cualquier conducta electoral incorrecta.
El fallo unánime e inatacable del Tribunal Electoral ha
colocado a la maleable democracia mexicana en una situación paradójica y
embarazosa. Se ha producido una regresión hacia una forma renovada de
autoritarismo electoral, condición ambigua en la cual diversas formas de
manipulación prevalecen en procesos comiciales organizados, supervisados y
avalados por instituciones de fachada democrática. (Andreas Schedler, Electoral
Authoritarianism. The Dynamics of Unfree Competition, 2006.) México representa
un caso singular dentro del amplio menú de la corrupción electoral en los
procesos de transición o regresión democráticas en el mundo entero. La
originalidad de lo ocurrido en el proceso electoral de 2012 en nuestro país
radica en que la transgresión de la normatividad democrática no provino del
debilitado gobierno panista en turno, sino del excesivo poder de dos actores
políticos ligados por un interés común, alimentado por la nostalgia de un
rancio maridaje de conveniencia: Televisa y el PRI volvieron a unir sus fuerzas
con el propósito de recuperar la Presidencia de la República a través de Peña
Nieto (como lo ha documentado Jenaro Villamil en Proceso desde diciembre de
2005). Acaso un precedente digno de estudio sea el de Berlusconi, quien sumó el
poder político y mediático a su frivolidad personal, con las consecuencias que
ahora padecen los italianos. Alerta.
En los comicios presidenciales de 2012 no hubo integridad
electoral, como lo dictan los cánones internacionales, sino turbiedad electoral
avalada por las máximas autoridades del ramo. A pesar de su dudosa legalidad,
la sentencia del TEPJF es cosa juzgada. El 1 de diciembre Enrique Peña Nieto
tomará posesión como presidente constitucional, protestará cumplir y hacer
cumplir la Constitución; aunque para llegar al máximo cargo político del país
haya sido necesario burlar los artículos 41 y 134 de la Carta Magna. En
estricto rigor, será una situación de hecho, no de derecho. La democracia
mexicana ha sido cooptada.
*Investigador del Centro de Estudios México-Estados Unidos
de la Universidad de California en San Diego.
**Tomado de la revista Proceso.
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