La historia y 15 años de zapatismo*
JAVIER SICILIA
"Este texto viene publicado en el número 1678 de la revista Proceso, que está en circulación".
La debacle del mundo económico coin¬cide con la celebración de los 15 años del levantamiento zapatista y el Festival de la Digna Rabia que en estos días se realiza en Chiapas y el Distrito Federal.
El 1 de enero de 1994, año de la apertura del TLC, el levantamiento indígena no sólo puso en el centro de la mirada mundial el rostro de los excluidos, sino que con ello anunció las atrocidades que en nombre del capitalismo globalizado sucederían. Después de 15 años, el anuncio se cumple: No sólo el modelo que nació de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa ha entrado en crisis, sino que esa crisis tiene visos apocalípticos: En medio de la seducción del mercado, la fisura deja ver su verdadera realidad: el despojo de modos ancestrales de hacer y de vivir, el incremento de la miseria, la destrucción ecológica, la fiesta sangrienta de la corrupción y el crimen, y la pérdida de credibilidad de las instituciones democráticas y sus recetas generales para ayudar a la gente; en síntesis, el arrasamiento de la vida política.
En ese mundo cada vez más inane, opaco y peligroso, el movimiento zapatista -excluido de los medios, reducido al ninguneo de las derechas y de las izquierdas, golpeado por estrategias de guerra de baja intensidad- no sólo ha sobrevivido en las márgenes, sino que en ellas ha ido construyendo lentamente un tejido social humano.
La historia es vieja. Las márgenes y sus resistencias han sido siempre el lugar de la memoria de lo humano que, cuando las decadencias de los imperios y de los sistemas de dominación se precipitan, ha permitido reconstruir la cultura y el sentido. Guardando sus debidas proporciones, las márgenes zapatistas, como muchas otras en donde los hombres resisten el embate de las desmesuras modernas -pienso, por ejemplo, en las comunidades del Arca-, tienen algo en común con las márgenes donde floreció la vida cristiana del desierto.
En el siglo II, cuando Constantino I, intentando salvar al imperio romano, hizo del cristianismo la religión oficial, un grupo de hombres, conocidos ahora como los Padres del Desierto, abandonaron la vida de las ciudades y comenzaron a poblar los desiertos del Medio Oriente en busca del Paraíso, esa antesala del cielo que fue la vida de las primeras comunidades cristianas, donde todos, como lo muestran los Hechos de los apóstoles, lo tenían todo en común.
Esos hombres debieron haber intuido que no podía existir un "Estado cristiano"; debieron haber dudado de que el cristianismo -el cual elogiaba la pobreza y la vida fraterna- y una política de regulación y de conversión mediante el poder pudieran mezclarse. Para ellos, la única sociedad cristiana era espiritual y encarnada en el amor a otros; un sitio en donde los hombres fueran realmente iguales y en donde la única autoridad por abajo de Dios fuera la autoridad de la sabiduría, de la experiencia, del amor y del trabajo con las manos.
Cuando el imperio cayó, envuelto por la desesperación de un San Agustín que así veía precipitarse el fin de la cultura, esos hombres, que habían crecido en número y se habían reunido bajo la regla de San Benito y su ora et labora, se dispersaron por Europa y, mediante el monacato, no sólo salvaron la cultura antigua, sino que rehicieron el tejido social que había quedado devastado.
Hoy, la cultura, no bajo el imperio, sino bajo el sistema económico -una realidad sin precedente que ha reducido los ámbitos de la vida humana y natural a lo económico, y que comienza a resquebrajarse en el último de sus bastiones: el neoliberalismo-, vive un proceso semejante al de la caída del imperio romano. Sólo que el intento por detenerla puede, a diferencia de Roma, cuyo poder estaba focalizado, precipitar al mundo en una destrucción sin precedente.
En sus márgenes, como otrora lo hicieron los Padres del Desierto, el zapatismo, con sus Juntas de Buen Gobierno y sus Caracoles, tratan de preservar ese mundo común y limitado sin el cual la vida se destruye. Su insistencia -a diferencia de aquellos hombres del siglo II- en mantener una repercusión pública desde las márgenes es fruto del despojo que los poderes modernos han hecho de sus formas de vida -el imperio romano nunca tocó las márgenes en donde vivían los hombres del desierto- y de la búsqueda de una salida antes de que el sistema económico se desplome por completo engullendo al mundo. Esos pobres, que el zapatismo representa y que (cito a Jean Robert y a Majid Rahnema) "la sociedad de mercado ha arrinconado en las diferentes formas de la miseria moderna, sobrepasan los 4 millardos de mujeres y hombres que viven con menos de dos dólares diarios. Tratarlos (como quieren el gobierno de Calderón, las izquierdas que no han hecho la crítica de la economía y su lógica mortífera, y los poderes fácticos del mundo) como billetes bancarios cada vez más devaluados para pedirle a la economía que los revalore, lo único que hace es agravar la miseria (...) Se trata más bien de escucharlos, de abrirse a ellos, de comprender su lenguaje, de amarlos y de tener confianza (en lo mejor de ellos mismos:) su potencia de pobres, para que un día, tal vez, los pueblos por venir puedan al fin redescubrir la alegre libertad de la pobreza elegida".
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
*Tomado de la revista Proceso.
"Este texto viene publicado en el número 1678 de la revista Proceso, que está en circulación".
La debacle del mundo económico coin¬cide con la celebración de los 15 años del levantamiento zapatista y el Festival de la Digna Rabia que en estos días se realiza en Chiapas y el Distrito Federal.
El 1 de enero de 1994, año de la apertura del TLC, el levantamiento indígena no sólo puso en el centro de la mirada mundial el rostro de los excluidos, sino que con ello anunció las atrocidades que en nombre del capitalismo globalizado sucederían. Después de 15 años, el anuncio se cumple: No sólo el modelo que nació de la Revolución Industrial y de la Revolución Francesa ha entrado en crisis, sino que esa crisis tiene visos apocalípticos: En medio de la seducción del mercado, la fisura deja ver su verdadera realidad: el despojo de modos ancestrales de hacer y de vivir, el incremento de la miseria, la destrucción ecológica, la fiesta sangrienta de la corrupción y el crimen, y la pérdida de credibilidad de las instituciones democráticas y sus recetas generales para ayudar a la gente; en síntesis, el arrasamiento de la vida política.
En ese mundo cada vez más inane, opaco y peligroso, el movimiento zapatista -excluido de los medios, reducido al ninguneo de las derechas y de las izquierdas, golpeado por estrategias de guerra de baja intensidad- no sólo ha sobrevivido en las márgenes, sino que en ellas ha ido construyendo lentamente un tejido social humano.
La historia es vieja. Las márgenes y sus resistencias han sido siempre el lugar de la memoria de lo humano que, cuando las decadencias de los imperios y de los sistemas de dominación se precipitan, ha permitido reconstruir la cultura y el sentido. Guardando sus debidas proporciones, las márgenes zapatistas, como muchas otras en donde los hombres resisten el embate de las desmesuras modernas -pienso, por ejemplo, en las comunidades del Arca-, tienen algo en común con las márgenes donde floreció la vida cristiana del desierto.
En el siglo II, cuando Constantino I, intentando salvar al imperio romano, hizo del cristianismo la religión oficial, un grupo de hombres, conocidos ahora como los Padres del Desierto, abandonaron la vida de las ciudades y comenzaron a poblar los desiertos del Medio Oriente en busca del Paraíso, esa antesala del cielo que fue la vida de las primeras comunidades cristianas, donde todos, como lo muestran los Hechos de los apóstoles, lo tenían todo en común.
Esos hombres debieron haber intuido que no podía existir un "Estado cristiano"; debieron haber dudado de que el cristianismo -el cual elogiaba la pobreza y la vida fraterna- y una política de regulación y de conversión mediante el poder pudieran mezclarse. Para ellos, la única sociedad cristiana era espiritual y encarnada en el amor a otros; un sitio en donde los hombres fueran realmente iguales y en donde la única autoridad por abajo de Dios fuera la autoridad de la sabiduría, de la experiencia, del amor y del trabajo con las manos.
Cuando el imperio cayó, envuelto por la desesperación de un San Agustín que así veía precipitarse el fin de la cultura, esos hombres, que habían crecido en número y se habían reunido bajo la regla de San Benito y su ora et labora, se dispersaron por Europa y, mediante el monacato, no sólo salvaron la cultura antigua, sino que rehicieron el tejido social que había quedado devastado.
Hoy, la cultura, no bajo el imperio, sino bajo el sistema económico -una realidad sin precedente que ha reducido los ámbitos de la vida humana y natural a lo económico, y que comienza a resquebrajarse en el último de sus bastiones: el neoliberalismo-, vive un proceso semejante al de la caída del imperio romano. Sólo que el intento por detenerla puede, a diferencia de Roma, cuyo poder estaba focalizado, precipitar al mundo en una destrucción sin precedente.
En sus márgenes, como otrora lo hicieron los Padres del Desierto, el zapatismo, con sus Juntas de Buen Gobierno y sus Caracoles, tratan de preservar ese mundo común y limitado sin el cual la vida se destruye. Su insistencia -a diferencia de aquellos hombres del siglo II- en mantener una repercusión pública desde las márgenes es fruto del despojo que los poderes modernos han hecho de sus formas de vida -el imperio romano nunca tocó las márgenes en donde vivían los hombres del desierto- y de la búsqueda de una salida antes de que el sistema económico se desplome por completo engullendo al mundo. Esos pobres, que el zapatismo representa y que (cito a Jean Robert y a Majid Rahnema) "la sociedad de mercado ha arrinconado en las diferentes formas de la miseria moderna, sobrepasan los 4 millardos de mujeres y hombres que viven con menos de dos dólares diarios. Tratarlos (como quieren el gobierno de Calderón, las izquierdas que no han hecho la crítica de la economía y su lógica mortífera, y los poderes fácticos del mundo) como billetes bancarios cada vez más devaluados para pedirle a la economía que los revalore, lo único que hace es agravar la miseria (...) Se trata más bien de escucharlos, de abrirse a ellos, de comprender su lenguaje, de amarlos y de tener confianza (en lo mejor de ellos mismos:) su potencia de pobres, para que un día, tal vez, los pueblos por venir puedan al fin redescubrir la alegre libertad de la pobreza elegida".
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
*Tomado de la revista Proceso.
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