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jueves, octubre 02, 2008

Matanza del 2 de octubre de 1968 sigue en la impunidad

Esos tiempos son los de ahora







Tomados de La Jornada, Helguera, El Fisgón, Hernández y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.

Diversas marchas que partirán la tarde de hoy jueves 2 de octubre de 2008 desde distintos puntos de la Ciudad de México convergerán en el zócalo de la capital del país para refrendar que la matanza del miércoles 2 de octubre de 1968 sigue con sus culpables libres en la más completa impunidad.

A 40 años de la masacre ninguna persona ha sido condenada por los hechos. Han pasado 4 décadas en que, primero el PRI y luego el PAN han permitido que este terrible crimen en contra de la sociedad mexicana siga sin castigo.

Los principales responsables de los múltiples asesinatos han fallecido, sólo queda el ex presidente priísta Luis Echeverría Alvarez. Aunque bajo proceso y arresto domiciliario, la complicidad del PAN y PRI le cubrieron con un manto de impunidad que –muy probablemente- tendrá como fin la declaratoria de “inocente” para un criminal a todas luces –los documentos lo prueban- traidor, no sólo a México, sino al ejército mexicano.

En estos días en que tanto se apela al combate a la impunidad y a los agravios que se cometen en contra de toda la sociedad –como los atentados con granadas en Morelia, Michoacán- el expediente abierto del 2 de octubre de 1968 es una bofetada a las falsas “instituciones forjadas por todos” –otra mentira más, fueron creadas por los poderosos para los poderosos, parafraseando al traidor Vicente Fox Quesada, por aquello de “mi gobierno es de empresarios para empresarios”- que hasta el día de hoy siguen favoreciendo los intereses de los poderes fácticos y de los partidos políticos, muy por encima de los intereses de la nación.

De haberse castigado a los culpables de la matanza sería difícil que se hubieran repetido otras muchas como la del 10 de junio de 1971 –ordenada también por el asesino Luis Echeverría-, o la de Acteal, o los más de 20 muertos y un número todavía no determinado de desaparecidos en Oaxaca en 2005, o el asalto al poblado de San Salvador Atenco ese mismo año con el resultado de mujeres violadas y dos muertos. O los más de 3 mil muertos por el crimen organizado y las “fuerzas de seguridad” en lo que va del presente año. En todos los casos la constante es la impunidad al amparo del poder.

Se trata pues de un Estado represor que en 40 años ha utilizado a los medios de comunicación –ahora la televisión y la radio- para engañar y traicionar los ideales de la Revolución Mexicana y la guerra de Independencia. México es una nación donde la justicia brilla por su ausencia y donde las libertades –acotadas- fueron ganadas con la sangre de miles de muertos a lo largo de las últimas 7 décadas. Movimientos obreros, campesinos, estudiantiles y sociales han abierto espacios que de vez en vez –como en la época actual- se cierran para proteger los intereses de los ricos y poderosos.

Esos espacios son utilizados por los poderes fácticos para lesionar las libertades constitucionales y la insipiente democracia en su afán por impedir que se consolide. Son esos mismos que pretenden mediante juicios de amparo que se les conceda el derecho de imponer –como al pelele Felipe Calderón Hinojosa- a su títere en turno mediante los millones de dólares que fluyen a las campañas políticas. De esta manera se consolida el Estado totalitario, que progresar las intenciones del usurpador Calderón Hinojosa en el Congreso, pondrá más soldados y policías en las calles, no para garantizar la seguridad de los mexicanos, sino para reprimir cualquier movimiento social que se oponga a la venta y subasta del país. Los 107 años de cárcel impuestos al luchador social Ignacio del Valle –cuyo crimen fue defender sus tierras y las de sus vecinos- es la prueba irrefutable de lo anterior. ¿Qué criminal que conocen cuenta con una sentencia de tal magnitud? ¿Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox Quesada, los Bibriesca, el Divino, los empresarios rescatados una y otra vez, los culpables del (Ro)Fobaproa?


Los siguientes textos fueron tomados de la revista Proceso.












Memoria selectiva





Rogelio Cárdenas Estandía



De no actuar en el 68, hubieran tirado al presidente

-¿Recuerda qué le dijo el presidente, luego de los acontecimientos?

-No mucho, que era una cosa muy grave, que tenía que ver, observar, como todo mundo, porque había cosas tan delicadas que dependían directamente del presidente.

-¿Le pidió que usted realizara alguna investigación?

-No, porque intervinieron autoridades muy distintas.

-¿Qué autoridades?

-La Defensa, el procurador general de la República, el jefe de la policía del Distrito Federal. Fue un acontecimiento muy complicado, los jefes de los muchachos, con la embajada soviética atrás, los cubanos un poco metidos, manejando a los líderes y un gran entusiasmo juvenil, como ocurrió en el mundo. Influyó mucho Francia en el mundo.

-Habla usted de injerencia soviética.

-Las investigaciones demostraron después que, por la Guerra Fría que había entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, la política exterior soviética había intervenido, de acuerdo con las circunstancias, en México, en Nicaragua, Argentina, Chile y en general en América Latina. Se supo, también, que los Estados Unidos, seguramente la CIA, habían intervenido en Europa para que la doctrina comunista no interviniera [en la región].

En el 68 todavía había una gran disputa entre el régimen soviético y Estados Unidos. La Unión Soviética estaba muy metida en México, en Centroamérica y en Sudamérica, de alguna u otra forma, ya sea interviniendo en periódicos, con asociaciones de trabajadores, de campesinos o con líderes políticos. Estados Unidos, por su parte, había apoyado a gobiernos dictatoriales muy cerrados, como pasó en varios países de Centro y Sudamérica, para que no proliferara el comunismo.

-¿De qué manera, según su versión, los soviéticos apoyaron a los estudiantes?

-Hay que recordar que todo comenzó con un enfrentamiento muy local en la Ciudadela, entre dos escuelas, la prevocacional 6 y la Escuela Preparatoria Isaac Ochoterena; hubo pedradas, entonces entró la policía que mandó el gobierno del Distrito Federal y ésta, ante la magnitud del enfrentamiento, envió a los granaderos, unos policías armados con fusiles que entraron a apaciguar los ánimos a una de los dos escuelas. Inmediatamente comenzó el problema juvenil, mucho muy serio, porque estaban listos para eso.

-¿Quiénes eran los que estaban listos? ¿Y para qué?

-El pleito juvenil de la Ciudadela fue inspirado y organizado por los Comités de Huelga, cuyos líderes tenían mucha influencia soviética; fueron armados por la embajada soviética para causarle un problema a los Estados Unidos.

-Dice usted que Cuba participaba también.

-Sí, en parte porque Cuba ya tenía una enorme influencia de la Unión Soviética. Después de que la Revolución Cubana triunfó, comenzó a proyectarse hacia Latinoamérica y aquí también. Este movimiento del 2 de octubre del 68 recibió una gran ayuda de los cubanos que habían hecho su revolución y la querían en toda América Latina. Las cosas no son simples.

Algunos muchachos mexicanos, los que estuvieron en los Comités de Huelga, tenían contacto con la embajada soviética, donde les daban sus centavos. Todo ello hizo crecer ese movimiento.

-¿Realmente nuestro país corría riesgos si el Ejército no hubiera intervenido?

-Ese movimiento fue creciendo y llegó a una manifestación que llamaron "Del silencio", de 140 a 170 mil jóvenes en contra del presidente, que querían que saliera, con caricaturas, con ofensas, de la forma más agresiva. Lo caricaturizaban con la boca abierta y "la trompa bien parada, Díaz Ordaz", y en la manifestación gritaban "¡Que baje el bocón a discutir con nosotros!"

Decían: "El día del Informe, ¿qué le va a informar al Congreso? Que nos informe a nosotros", todo esto en la manifestación. Pero, además, repito, el 2 de octubre sucedió diez días antes de las Olimpiadas. Esto que te estoy diciendo no se ha hablado mucho.

Hasta ahora se me ocurre ya con reflexión. Muy importante, muy importante históricamente.

Entonces, diez días después hubo una concentración de 60 o

50 mil gentes en el estadio para que el presidente de la República inaugurara el gran acontecimiento internacional de la Olimpiada.

¿Qué hubiera pasado? Si no hubiera habido Olimpiada quizá hubieran invadido el Palacio y hubieran tirado al presidente.

-¿Usted cree que realmente hubiera podido suceder eso?

-Yo creo muy probable que sí. En una de las manifestaciones comenzaron a quemar la puerta de Palacio; si se hubieran metido, probablemente hubieran intentado asesinar al presidente y entonces el Ejército hubiera intervenido. Yo creo que de no actuar, sí hubieran quitado al presidente.

Incluso en ese entonces había grupos especializados en guerra de guerrillas. Era gente que había ido a la Unión Soviética y luego hasta Corea del Norte, donde los soviéticos los mandaron a aprender guerra de guerrillas. Era un movimiento político juvenil, pero político.

-¿Estados Unidos ejerció presión sobre México para que se actuara?

-La influencia de los Estados Unidos ha sido de muchos decenios, de acuerdo con las circunstancias. Después del triunfo de la Revolución Cubana, ese país tenía mucho interés de que al sur de su frontera no hubiera un régimen socialista.

Además, hay que recordar que en 1848 perdimos la guerra contra Estados Unidos y México perdió la mitad de su territorio. Entonces los soviéticos y los cubanos pensaron que precisamente por ese antecedente histórico sería muy fácil instaurar aquí un régimen que se opusiera a Estados Unidos y que derivara hacia un régimen socialista. Eso es lo que yo pienso. Así estaba la cosa.

Entonces, sí, el 2 de octubre fue un día culminante, hubo una batalla, entró el Ejército, murió gente. Sin embargo, a los diez días se llenó el estadio de Ciudad Universitaria. Vino gente de todo el mundo, los mejores deportistas, y el presidente de México inauguró las Olimpiadas. Para entender luego las cosas, sólo te digo que ese día, con 60 mil personas reunidas, no hubo un chiflido o un grito de "muera Díaz Ordaz". La gran fiesta deportiva internacional, allí estaba el presidente, y ¡nada!

-¿Había algún partido político que los apoyaba?

-¡Sí! El Partido Comunista Mexicano, algunas facciones de izquierda que querían que el gobierno cayera, pero no tenían influencia en los jóvenes, que eran muchos. Te digo que en una manifestación por Reforma y el Zócalo -conocida como "Del silencio", donde todos desfilaban en silencio, pero con carteles muy explícitos- habrá habido 140 mil gentes; la otra con 120 mil, gritando en Palacio, quemando la puerta de Palacio e insultando.

-Supongo que fueron momentos muy tensos para usted.

-Como espectador, políticamente es muy grave, pero ni el secretario de Gobernación ni ningún secretario podía disolver una manifestación de 150 mil personas. Lo logró el presidente con el Ejército, ni siquiera la policía, porque el regente del Distrito Federal decía: "¿Cómo le hago?" Los momentos difíciles no fueron tantos para mí como para el presidente.

El 12 de octubre el presidente Díaz Ordaz invitó al cuerpo diplomático, a muchos visitantes extranjeros, a la prensa extranjera, a ir a la gran ceremonia. Entonces, al gabinete, ahí presente, nos ordenó que estuviéramos abajo del balcón presidencial para ver el espectáculo.

En el palco presidencial debían estar el secretario de Relaciones, el presidente del Congreso, el presidente del Comité Olímpico Internacional. Quedaba enfrentito de la torre universitaria, donde había habido balazos unas semanas antes por los borlotes. De hecho, el presidente había ordenado que el Ejército entrara a la universidad porque ésta era un foco de rebelión.

Entonces el día anterior le hablé por teléfono al presidente y le dije: "Señor presidente, no voy mañana".

"¿Por qué?"

"Porque voy a estar en mi oficina, pero en la antesala del palco le voy a poner un teléfono de la red privada para que, si hay un desorden, un borlote, le avisen rápidamente y también para que cuando usted salga le informe sobre lo que ha pasado en toda la República". Habían transcurrido sólo diez días después del 2 de octubre.

-¿Usted esperaba que sucediera algo?

-¡Sí! Porque ese terrible hecho, Tlatelolco, había ocurrido sólo diez días antes y había una gran inquietud nacional. Había pequeños movimientos, mínimos, en Guadalajara, en Sinaloa, ¡mínimos! Muchos, simbólicos...

-¿Inteligencia preveía que ese día ocurriera algún incidente?

-Sí, todo el mundo pensaba que iba a haber algo a los diez días. Por eso me quedé en mi oficina junto al teléfono. Con agentes en toda la República por lo del borlote; con agentes en el estadio para ver qué pasaba, pero la instrucción era que actuaran unos cuantos ante una multitud o que me hablaran por teléfono.

-Llegó el presidente, tocaron el Himno Nacional, pronunció su discurso, un espectáculo maravilloso, desfilaron los grupos de todos los países, una muchacha guapísima subió con la antorcha [Enriqueta Basilio], prendió el fuego olímpico, bonita, muy guapa, bajó y fue la fiesta. Tocaron el Himno Nacional para acabar. Entonces yo calculé, con mi teléfono en Gobernación, que el asunto estaba acabando. Dije: "Ahorita acaba, se despide el presidente y al rato voy a hacer antesala".

Hablé por teléfono. Contestó el ayudante y luego me tomó la bocina el presidente:

"Nada."

"Gracias."

Eso lo sabía el presidente y lo sabíamos yo y tres o cuatro ayudantes más. Como yo no fui -pero le había dicho a mi esposa, muy valiente, que fuera en mi lugar con mi hijo más chiquito vestido de charro-, a los dos o tres días los otros precandidatos malquerientes, que me veían muy jovencito, comenzaron a decir: "A lo mejor no vino Echeverría porque le dio miedo". "¿Ya se fijaron que no fue?" Pensaron que yo no había ido porque esa tribuna estaba en el lugar donde había habido balazos. Pero estuvo ahí mi mujer con mi hijo, por ejemplo.

-Después del 2 de octubre, ¿cómo se encontraba el país?

-Muy dividido, conflictos políticos, el PRI en decadencia, ahora está peor; hoy no hay partido, pero ya andaba mal. Había muchos políticos de más experiencia que yo o más viejos. Como secretario de Gobernación nunca tuve una conferencia de prensa, no quise dar entrevistas, no pronuncié discursos en seis años, según yo, llevándola en paz; no iba a fiestecitas, con secretarios de Estado, nunca. A veces se reunían ocho o diez de ellos, llevaban muchachas guapas, medio golfas, se echaban una copa y hacían fiesta. Yo nunca fui. Y nunca hice negocios. Me porté muy bien desde que era subsecretario. Ni fiestecitas, ni queridas.

-Jorge de la Vega Domínguez, como testigo privilegiado, ha declarado en varias ocasiones que bajo ninguna circunstancia Díaz Ordaz, como usted dice, pudo haber ordenado la represión contra los estudiantes. En este sentido, ha dejado entrever que en Tlatelolco se armó una celada política, en la que, para algunos, usted habría intervenido. ¿Qué opina al respecto?

-¿Jorge, mi amigo de muchos años...?

-Sí.

-Bueno, lo que han llamado la represión fue del Ejército Mexicano.

-¿Pero por qué su amigo ha hecho esas deducciones?

-No recuerdo que lo haya dicho Jorge de la Vega...

-Es eso lo que ha dejado entrever.

-Necesito que me la busquen [la declaración], ¿pero cuándo fue eso?

-Lo menciona Jorge Castañeda en el libro La herencia.

-Jorge de la Vega, no... él no...

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"-¿Qué le gustaría decirles a los mexicanos?

-Que piensen en la independencia del país y en la educación del pueblo, que luchemos en una forma u otra para que no haya desempleo, que haya unidad familiar, que los jóvenes consulten a los padres y a sus abuelos, que tienen más experiencia, en todos los sentidos.

-¿Hay algo por lo que quiera pedir perdón?

-¿A quién?

-Al pueblo de México.

-No, yo de nada. He trabajado intensamente siempre, ni pido perdón a nadie ni me lo doy.

-¿Y hoy en día es feliz?

-Nada. La felicidad no existe, compañero."


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Prisionero de sus palabras


Tomás Domínguez


¡Que quede grabado!, porque ya tengo 86 años, primero, y he andado malo. Estuve cinco meses en recuperación, me repuse, medio me repuse, hasta ahora. Por eso te digo, apresúrate y yo me apresuro en contarte, así es la cosa. Tenemos que hacer eso."

Así contesta el expresidente Luis Echeverría a su joven entrevistador Rogelio Cárdenas Estandía, a quien le abrió las puertas de su residencia de Magnolia 131, en San Jerónimo Lídice, al sur de la Ciudad de México, para hablar largamente sobre aspectos personales y políticos de su vida.

"¿Cuál fue el logro de mi gobierno? Ninguno. Prenda la grabadora."

El exmandatario se explaya durante 14 encuentros realizados a lo largo de cinco meses. "Palabra a palabra, frase a frase me fue llevando a lo largo de los años y de los acontecimientos; desde su muy personal punto de vista me condujo a través de su realidad o me mostró la historia de México por medio de su vivencia", dice en el preámbulo el autor de Luis Echeverría: entre lo personal y lo político.

Este volumen de 207 páginas, que esta semana pondrá en circulación editorial Planeta, es quizá la última entrevista que concede el expresidente. Retirado de la política desde hace 32 años, como él sostiene, y cansado de guardar silencio, escogió a un bisoño reportero para desgranar los episodios que le tocó vivir cuando estaba en la cúspide de su carrera.

Siempre reacio a dialogar con la prensa -que durante años intentó entrevistarlo para conocer su punto de vista sobre los sucesos del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971, y en especial acerca de su propia actuación en ellos-, ahora sorprende con esta serie de encuentros en los que se muestra memorioso de sus viejas glorias, su infancia, su trayectoria política, pero también omiso cuando su entrevistador le pregunta sobre los asuntos más candentes.

Inmerso en su soledad, el expresidente sobrelleva con apuros el arraigo domiciliario al que está sometido desde hace más de dos años, precisamente por su participación en aquellas fechas trágicas.

Recluido en las habitaciones de su residencia, observa el paso de los días, monocordes todos, acompañado de su asistente María, quien cotidianamente lee para él los periódicos. Ese es su único contacto con el mundo; ese rito cotidiano lo conecta con la política, le activa la memoria -selectiva- y le hace reelaborar aquella retórica que lo caracterizó en la década de los setenta, en sus tiempos de esplendor.

Echeverría aprobó las fechas, los temas y los tiempos de conversación para hablar libremente de sus pasiones, su familia, sus logros políticos y los desencuentros con la clase política y con el PRI, el partido al cual aún pertenece pero que él considera en decadencia.

Sin embargo, se irrita cuando el entrevistador toca temas como el de la matanza de Tlatelolco, el del Jueves de Corpus y su ruptura con José López Portillo.

Triste la respuesta de Echeverría cuando el reportero le pregunta sobre el porvenir.

"-¿Qué cree que le falta hacer en la vida, o ya ha hecho todo?

-Cumplir años el próximo año, llegar a los 87 años y ya.

-¿Ya no le gustaría hacer nada más?

-¿Para qué? Ya lo que pasó, pasó, desde muy joven. Pero a mi edad no queda más que ver árboles y leer un poco, iniciar unas cosas, con la experiencia, pero pienso que mi salud se está acabando y yo ya estoy muy debilitado, por la edad, como es natural."

Su discurso, avasallante cuando habla de sus triunfos, se quiebra cuando el entrevistador trata temas más personales:

"-¿Y hoy en día qué le hace feliz?

-Nada. La felicidad no existe, compañero.

-¿Por qué?

-¿La felicidad?, ¿conoces a alguien que sea feliz?, ¿que no tenga problemas? No, quizá no pertenezca a la raza humana.

Hay momentos felices, momentos dichosos, momentos agradables, pero lo que se dice felicidad, ¿existe?, ¿en dónde?, ¿cuándo?, ¿en qué época?"

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Rogelio Cárdenas Estandía nació en 1980, un año antes de que su padre, Rogelio Cárdenas Sarmiento, fundara El Financiero, un proyecto editorial que se mantuvo fuerte varios lustros pero que comenzó a decaer paulatinamente, sobre todo a partir de la muerte de su creador, el 18 de julio de 2003.

A partir de entonces la viuda de Cárdenas Sarmiento, María del Pilar Estandía, y su hijo Rogelio tomaron las riendas de esta empresa, que subsiste a pesar de las penurias económicas. Precisamente en ese diario Cárdenas Estandía comenzó su ejercicio periodístico entrevistando a políticos y empresarios.

El año pasado la editorial Océano publicó el primer libro de Cárdenas Estandía, Off the record. Conversaciones con los protagonistas de la actualidad mexicana, que reúne 17 entrevistas ampliadas. Las versiones originales aparecieron en las páginas del diario que él dirige.

Ese acontecimiento lo impulsó a entrevistar a Echeverría, como dice en su nuevo libro, para "conocer más a fondo al personaje del que tanto había escuchado hablar, al que tanto se ha estigmatizado desde hace casi cuatro décadas, más todavía a partir del proceso judicial en el que aún se encuentra envuelto".

Con ese propósito Cárdenas Estandía buscó a Juan Velásquez, abogado del exmandatario, y le pidió que le hiciera llegar una solicitud de entrevista y un cuestionario. Una semana después tuvo la respuesta: Echeverría quería conocerlo y lo invitó a desayunar, junto con Velásquez. Fue en esa ocasión, dice, cuando el anfitrión sugirió que fueran varios los encuentros y sólo puso como condición que los precediera un almuerzo o una comida.

Así se iniciaron las sesiones en aquella vieja casona de Magnolia 131, que "huele a humedad, a encerrado". La "habitación de madera oscura" donde duerme el entrevistado cada noche "se convirtió en un campo de esgrima verbal donde había que intercalar las preguntas de semblanza con interrogantes que podían resultar (y lo fueron) incómodas para este zoon politikon".

El libro abre con el apartado "El gran solitario de San Jerónimo", en el cual Cárdenas Estandía relata sus peripecias para conseguir la entrevista y resume cómo fueron "los días con Echeverría",

El volumen se complementa con 19 apartados que van desde la infancia del entrevistado hasta su aserto de que él no tiene que pedir perdón a nadie por sus acciones, y seis apéndices con los siguientes temas: el proceso que se le sigue al expresidente, si éste buscó alguna vez a Carlos Salinas, si Julio Scherer fue vigilado cuando era director de Excélsior, las dudas de Jorge de la Vega Domínguez durante el movimiento de 1968, el testimonio de Heberto Castillo en torno a la participación de Alfonso Martínez Domínguez en los sucesos del 10 de junio de 1971 y el malestar de Echeverría con López Portillo.

Cárdenas Estandía inicia los apartados con un resumen y reproduce posteriormente los diálogos. En esta "esgrima verbal" él no opina, deja fluir el torrente de palabras de su interlocutor y cuando lo juzga pertinente vuelve a interrogarlo; y las respuestas del interpelado son las que lo retratan.

Algunas lo hacen caer en contradicciones; otras reflejan cómo ese ejercicio de memoria del que hace gala es selectivo.

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Ambientado ya, luego de ganarse la confianza de Echeverría, a quien regaló discos compactos de música new age y videos de series televisivas, Cárdenas Estandía va soltando las preguntas. Los primeros encuentros transcurren sin contratiempos, pero todo cambia al abordar los temas sociales y políticos, como el movimiento del 68 y la participación que tuvo el entrevistado como secretario de Gobernación.

Echeverría insiste en que toda la responsabilidad fue del presidente Díaz Ordaz.

"-Pero usted era el secretario de Gobernación.

-Sí pero las grandes determinaciones, que fueron muy graves, nunca eran cosa del subsecretario, ni del secretario, eran del presidente. Entonces y ahora las grandes determinaciones al Ejército vienen del presidente, que es el comandante general del Ejército.

-¿A usted, como secretario de Gobernación, exactamente en qué le tocó participar?

-Bueno, muy poco, en hacer llamados a la concordia, sin valorar; eso fue después, que eran movimientos políticos que estaban ocurriendo porque hubo influencias internacionales. Había movimientos juveniles en muchas partes del mundo, y eso influyó en la ambición política de la juventud de acceder al poder, había cambios en varios países; pensaban que tener acceso al poder significaba un progreso.

-¿Tenía comunicación con el secretario de la Defensa?

-No, no como secretario de Gobernación; él trataba directamente con el presidente. Además, el secretario de Defensa (Marcelino García Barragán) tenía sus simpatías para la Presidencia siguiente...

-Pero en aras de la precisión, ¿cuál fue el papel del secretario de Gobernación en todo este asunto?

-La observación y evitar las pugnas políticas de todo género, el contacto directo para algunas cosas tan delicadas que dependían directamente del presidente."

Esa es la verdad de Echeverría. Ninguna autocrítica, puro discurso con el que pretende mostrarse impoluto. La misma cara presenta cuando se le pregunta acerca de la agresión a los estudiantes en San Cosme, aquel 10 de junio de 1971. En ese tiempo él ya era presidente. Aun así le atribuye las responsabilidades al entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Martínez Domínguez:

"-¿Qué acciones estaba autorizado para tomar?

-El responsable era el regente del Distrito Federal, que había llamado a las policías. Por eso le pedí la renuncia.

-Cuando usted habla del 68 menciona que la orden para que interviniera el Ejército provino del presidente, sin embargo, asegura que en el 71, como presidente, usted ni era responsable ni ordenó nada.

-No, fue el jefe del Departamento del Distrito. Yo como presidente le pedí la renuncia por la falta de habilidad para controlar el movimiento, y salió; era muy amigo mío..."

Echeverría esgrime también el viejo argumento de que tanto en el 68 como en el 71 vivíamos en plena Guerra Fría, por lo que detrás de cada acto estaban la KGB y la CIA. Explica que durante su mandato fue presionado por Estados Unidos, por ejemplo, para que votara contra el ingreso de China al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Finalmente el país asiático se integró a ese órgano sin problemas.

Enunciado tras enunciado, elude sus responsabilidades: sobre el espionaje a Julio Scherer, director de Excélsior: "realmente nunca lo investigaron porque el señor así estaba visible"; "la cooperativa (de Excélsior) lo botó y se salió".

Y acerca de la ruptura con su sucesor, José López Portillo, quien lo acusó de querer conservar el poder presidencial e incluso lo escribió en sus Memorias: "¡No es cierto!... los que están enterados saben que yo me fui a China, y luego me quedé un año en París, y luego estuve un año en Australia, y fui embajador simultáneamente en Australia, en Nueva Zelanda, y quise ir a las islas Fidji..."

Quisiera mostrarse siempre impoluto, pero resulta omiso, como cuando se le pregunta por los logros de su gobierno: "Nada. Que se grabe: ¡nada! ¿Cuáles logros?, ni yo, ni los pasados (gobiernos) ni los que siguieron; para mí, nada, Que se grabe..."

Postergado ya, deslucido su discurso, en las últimas sesiones comienza a evadir los temas o a darles un tono ficticio o falso.

"-¿Qué disfruta hacer en su tiempo libre, además de leer?

-Hablar con la gente, escuchar acerca de la situación de México y del mundo; ver lo que hacen mis hijos, tengo siete hijos, 19 nietos y cinco bisnietos, hablo con ellos para recomendarles que se porten bien, con responsabilidad, ya cada quien hace lo que quiere."

Cárdenas revela en la introducción que "las preguntas que hice sobre el 68 o el Jueves de Corpus no alteraron tanto a don Luis como la ocasión en que hablamos sobre sus diferencias con don José. Fue entonces cuando le pegó con más ímpetu a la mesita".

Pronto vino la ruptura: Echeverría "comenzó a regañarme como lo hace un padre a su hijo; me pidió que me fuera a mi casa, que reflexionara sobre la conducta que había tenido en las últimas sesiones y que le hablara por teléfono cuando hubiese terminado mi examen de conciencia"...

Cárdenas no lo hizo. Esperó a que pasara el "berrinche" del expresidente, pero no fue sólo eso. El telón había caído. "Pasó el tiempo. La puerta de Magnolia 131 ya no se abrió para mí".




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El general y el abogado


José Sánchez Cordero*


A Heberto Castillo Martínez,

Ingeniero Cívico

In memoriam

Los sueños son hipótesis que únicamente

conocemos a través del recuerdo.

Paul Valéry

(Traducción libre del autor)

El movimiento del 68 continúa siendo enigmático y durante estos últimos tiempos se le ha ido atribuyendo toda clase de desventuras: haber propiciado en las prácticas públicas y privadas un relativismo intelectual y moral, o bien haber postulado un laxismo nihilista en las costumbres y destruido simultáneamente el principio de autoridad, los valores colectivos y las jerarquías que se estiman tanto naturales como necesarias. Resulta por lo tanto imperativo liquidar por aberrantes y peligrosas las secuelas del movimiento del 68 y pugnar por la restauración de la "sacrosanta autoridad" (Gobille, Mai 68, Éditions La Découverte).

Ello nos obliga a una reflexión y a repasar algunos de los sucesos del movimiento del 68. Resulta propicia la oportunidad que nos ofrece el aniversario de los 40 años del movimiento para dar cuenta de algunos de sus sucesos, no con un propósito político, sino dentro del desarrollo de un análisis histórico, que lo amerita, dada la relevancia que tuvieron estos eventos en el ámbito universal en la última mitad del siglo XX (Dominique Damamme, Fédréque Matonti y Bernard Pudal, Mai Juin 68, Les Éditions de l'Atelier, 2008).

El movimiento del 68 trascendió a todas las esferas sociales y alteró sustancialmente el poder político, y México no fue la excepción. En la época, dominados por la confusión natural suscitada por un fenómeno colectivo tan imprevisto como profundo, los pronunciamientos sibilinos no se escatimaron: "crisis de la civilización" (Malraux y Pompidou), preludio de una "revolución" social y política, "crisis o revuelta de la juventud", "advenimiento del individualismo hedonista y narcisista contemporáneo", "conflicto de generaciones", "conflicto de clases con una tipología específica" o bien "conflicto de clases tradicional".

El movimiento del 68 empero fue una crisis histórica y una ruptura herética en contra del orden establecido, que puso en predicamento la arbitrariedad de un orden social enquistado en los hábitos mentales, en las prácticas cotidianas y en las ideologías. Lo fue porque individuos y grupos sociales se convirtieron en actores de las transformaciones sociales que silenciosamente se gestaban. Esta generación, con frecuencia llamada generación del 68, cristalizó esta evolución y se convirtió en la vocera del cambio.

El común denominador en el ámbito universal del movimiento del 68 fue la insubordinación, imbuida de racionalidades y de lógicas, de ideas lúcidas e ilusiones, de intereses y de pasiones, de creencias y de razones (Jean-Pierre Le Goff, Mai 68, l'heritage imposible. Éditions La Decouverte).

Mis experiencias en este movimiento continúan provocándome un torbellino de sentimientos, que imaginaba totalmente sepultados, muchos de ellos confusos, quizá porque se encuentren ya desdibujados por el paso del tiempo.

Imposible que mi ánimo permanezca en un contexto objetivo; no puedo, pero tampoco lo deseo. He defendido y seguiré defendiendo mis utopías; he profesado y seguiré profesando la fe en mis ideales; he compartido y seguiré compartiendo mis sueños de libertad.

Las turbulencias del movimiento estudiantil del 68 me tomaron por sorpresa en la preparatoria del Colegio Alemán, en esa época imbuida fuertemente por la socialdemocracia alemana, encabezada por Willy Brandt. Irremediablemente me involucré en el movimiento estudiantil. Fue mi primer encuentro con una realidad que me rodeaba, pero cuyas entrañas desconocía completamente.

El movimiento estudiantil del 68, de vocación universal, tuvo en sus entornos específicos características propias, más aún el mexicano. Las protestas y los disturbios se expandían en forma inquietante para el establishment. Praga, Chicago, París, Tokio, Belgrado, Roma, Santiago de Chile, figuraban en la lista conspicua de ciudades por cuyas calles deambulaba incesantemente el espectro de conjuras. Las utopías gobernaban nuestras ilusiones como estudiantes.

Quizás el movimiento mexicano del 68, como lo afirmara Octavio Paz, se acercaba más a los movimientos estudiantiles en los países que se denominaban en la época como los Estados del Este europeo, con una especificidad fundamental: controvirtió a otra burocracia, la burocracia corporativista mexicana congregada en torno al Partido Revolucionario Institucional, y combatió la política exterior estadunidense, sepultada en el fango del río Mekong en Vietnam. En ese sentido el movimiento del 68 mexicano puede ser calificado de esencialmente nacionalista.

Todos sufrimos la represión del 68, unos y otros en forma diversa; todos, sin embargo, experimentamos la fractura de la sociedad mexicana, con la misma intensidad. La sociedad mexicana se vio obligada a pregonar dogmas como pocas veces en su historia. La claudicación de las ideas era la premisa del diálogo; su afirmación tuvo como respuesta las bayonetas; el apotegma del movimiento estudiantil francés del 68: il est interdit, d'interdire (está prohibido prohibir) fue considerado como elemento de convicción de disolución social; la juventud era per se síntoma de sospecha; la falta de reverencia al presidente de la República fue considerada prueba concluyente de subversión; la búsqueda de democracia y la defensa de la libertad de expresión eran los componentes de los disolventes de las estructuras del Estado mexicano. Al libre albedrío se le antepuso el dogma del Estado como el mejor y único guardián de las conciencias mexicanas. A la demanda estudiantil de democratización el Estado mexicano, como lo expresara Paz, contestó con la retórica "revolucionario-institucional" y con la violencia física, muy recurrida y altamente preciada en la época por la burocracia mexicana.

El contexto era claro: la aversión que provocaba en una sociedad como la nuestra cualquier atisbo de crítica. La expresión de disidencia intelectual, por menor que fuera, se convertía en forma instantánea e irremediable en una querella personal.

Ante la ausencia de propuestas democráticas, el Estado mexicano abdicó de ellas y recurrió a su lenguaje totalitario usual: La represión como forma de inhibición de toda forma de expresión y la prisión como lugar idóneo para silenciar las ideas, síntoma inequívoco de ausencia de legitimidad democrática y de gran debilidad moral.

El 2 de octubre se terminó el movimiento estudiantil y ese día culminó una época de la historia de México. Una simple reunión estudiantil, y no una manifestación como se argumentó, en Tlatelolco, que es una plaza pública, era la oportunidad para castigar ejemplarmente la insubordinación. La ferocidad del autoritarismo mexicano, anteriormente soterrado, lucía orgullo con todo su esplendor. La crónica de Elena Poniatowska La Noche de Tlatelolco, escrito siguiendo el criterio de la propia autora como un collage de testimonios de historia oral, da puntual cuenta de este evento. Este libro, enormemente pasional, no podía ser diferente, muestra con gran elocuencia una ruta de utopía que distinguió al movimiento del 68.

Heberto Castillo Martínez, uno de los grandes líderes morales del movimiento, no fue menos elocuente; sus palabras resultaron ser premonitorias: "... se trata de convencer a una sociedad de que hay caminos y de que, si éstos no existen, se hacen al andar. Que lo más peligroso es el inmovilismo o la intentona de echar para atrás el andar del tiempo, agitado y nervioso, de la República. Que esa es la manera más fácil de provocar la violencia en una sociedad autoritaria en sus costumbres políticas, rígida y en sus malos momentos, desvertebrada..."

La ironía de la vida me hizo asistir, como amanuense, a la redacción de la última voluntad del general Hernández Toledo, que tuvo a su cargo los eventos de Tlatelolco en el 68, en el Hospital Militar de la Ciudad de México. Mi padre, en la época titular del despacho de una notaría pública, convocó a quienes servíamos como amanuenses para acompañarlo en la diligencia; al hacerlo nos garantizó el respeto al ejercicio del derecho de conciencia, que merecíamos. La confrontación de nuestros principios era correlativa; cómo conciliar los principios rectores de la asistencia jurídica obligada, inherente al ejercicio profesional, a la que todos tienen derecho y a la que los abogados estamos obligados, con la condena moral a quienes habían encabezado contra mi generación, la represión. Opté por el cumplimiento de mi deber como abogado. Pero más aún, era una oportunidad para reconciliarme y poder sepultar los fantasmas que se negaban a abandonarme. Haberlo hecho diferente era darle la razón a las ortodoxias que empezaban a enraizarse en los espíritus mexicanos, contra las que precisamente habíamos combatido con determinación y las que hoy han atrapado a la sociedad mexicana. Estas ortodoxias, repulsivas por sus postulados de verdades únicas e incontrovertibles, se han apoderado de nuestros espacios, para dirimir sus disputas y los han convertido en el escenario de sus campos de batalla.

Lo relevante de la anécdota, el resto se encuentra sujeto al secreto profesional al que me encuentro obligado, es la catarsis en la que nos encontramos inmersos un general del Ejército mexicano, que estaba próximo a enfrentar la muerte, y un joven estudiante de leyes, que él sabía pertenecía a la generación de mexicanos cuyas utopías habían quedado sepultadas en los eventos trágicos del 2 de octubre. Terminé de manuscribir su última voluntad. Al término de su dictado, le di lectura pausadamente y en voz alta como lo ordena la ley. Se dio cumplimiento a la solemnidad del acto; concluido éste no reparé en identificarme como militante del movimiento del 68 y hacer profesión de fe de mis utopías.

Fueron momentos de mucha intensidad; escasos en palabras; su gesto adusto y su mirada fueron lo suficientemente elocuentes; la vida se le escapaba frente a uno de esos estudiantes ilusos, quien hacía poco tiempo deambulaba entre pupitres desordenados, que él había confundido con barricadas. El general Hernández Toledo, siempre con su aura marcial, imperturbable me tendió su mano y con la candidez de la juventud le correspondí con la mía.

El notariado era un santuario, en contra de los amagos y acechos del Estado. Quizá por ello hice de esta profesión un entorno natural. Coadyuvé, con otros muchos colegas de todos los orígenes, provenientes de nombres tan ilustres como Manuel Borja Martínez, en la creación de partidos políticos, especialmente los de la izquierda. En la época estaba en vigor la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE). Los partidos políticos debían fundarse mediante asambleas en las que la función notarial tenía una participación relevante. El secretariado de la antigua Comisión Federal Electoral por disposición de la ley le estaba atribuido al notariado.

La lucha democrática se insertaba en lo sucesivo en un contexto diferente. Una vez liberado el voto ciudadano o para expresarlo mejor, cuando el voto mexicano resultó eficiente, el resultado era por demás previsible. Las primeras elecciones en este nuevo contexto no dejaron lugar a dudas: fueron las elecciones más controvertidas en la época posmoderna de nuestro país.

El movimiento del 68 proviene de una racionalidad diferente a la prevista por los cánones existentes en la época: la incertidumbre que infundió en las prácticas ordinarias, la fractura herética de las verdades vigentes, provocadas por la contravención del conjunto de regulaciones sociales y políticas y de las formas permitidas en las que había que conducir las protestas.

Es justo hacer una precisión que anima estas líneas. La crítica coyuntural y las ciencias sociales están regidas por lenguajes diferentes. La primera es esencialmente política, intenta transformar la realidad y su método es la influencia en la movilización colectiva. El lenguaje de las ciencias sociales es científico, trata de analizar los fenómenos sociales y participa de la paciente reconstitución y análisis riguroso de los hechos. Pero, como bien lo expresa Gobille, ambas perspectivas, diferentes como son, proponen simultáneamente una perspectiva fresca y nueva, desnaturalizan lo que parece natural, cuestionan lo que parece dado, muestran que las evidencias más tenaces no resultan ser en realidad más que construcciones sociales y sedimentos históricos en las que las normas aparecen como "normadas" y no como "normales". En suma, ambas, crítica coyuntural y ciencias sociales, son formas de desfatalizar el mundo.

El movimiento del 68 hizo posible la construcción de comunidades de utopías, del retorno a la naturaleza, de rehacer la relación pedagógica, de liberar las costumbres y de precipitar la emancipación femenina. La incorporación de estos hábitos heterodoxos en nuestras prácticas cotidianas, constituyen las herencias insospechadas y nunca escuchadas del movimiento del 68 y forman la historia desconocida de la verdadera posteridad del movimiento.

* Activista en el 68, abogado de profesión,

notario público.



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Los muertos








Francisco Javier Vázquez Pacheco*



No perdamos nada de nuestro tiempo;

quizá los hubo más bellos, pero este es el nuestro.

Jean Paul Sartre


El movimiento estudiantil del 68 nos dejó una huella muy profunda a todos los que formamos parte de esa época. Pero en mi caso tiene una singularidad: mi padre intervino en el conflicto por parte de las Fuerzas Armadas. La noche del 2 de octubre, el entonces coronel Javier Vázquez Félix fue el responsable de recoger los cadáveres de la Plaza de Tlatelolco.

Inicié mis actividades académicas en la Preparatoria número 4 de la UNAM. Curiosamente, la generación 1965 se encontraba plagada de juniors, cuyos padres tenían que ver en el conflicto como integrantes del gabinete del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Era el caso de María Esther y Álvaro Echeverría, hijos del entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez. También, el de Rosy Corona del Rosal, hija de quien entonces era el jefe del Departamento del Distrito Federal, el general Alfonso Corona del Rosal.

También estuvieron mis amigos Ernesto y Absalón Castellanos, hijos del general Absalón Castellanos Domínguez y con quienes nos encontramos en algunas manifestaciones.

Lo mismo el expresidente del IFE José Woldenberg, y el actual Rector de la UNAM, el doctor José Narro Robles, con quien pertenecí a la gloriosa generación 68 de la Facultad de Medicina de nuestra alma mater. Como otros, yo era un estudiante cuyo padre tomó parte en los acontecimientos de hace 40 años por motivos de su actividad castrense.

No pretendo juzgar, ni estoy capacitado para hacerlo, pero considero que el movimiento estudiantil del 68 fue genuino. En lo personal, acudí a varias manifestaciones y sentí la devoción y la entrega de mis compañeros por hacer sentir y que se escucharan sus demandas.

Jean Paul Sartre, el intelectual del compromiso eterno, representa como nadie el concepto del 68. Su obsesión por el análisis de la concepción de la persona a partir de la libertad lo acompañaría toda su vida y lo llevaría incluso a adquirir compromisos de resistencia muy por encima de sus frágiles condiciones físicas.

En aquella época apenas se escuchaba a los jóvenes. El espíritu rebelde en la juventud de los años sesenta nació cuando por vez primera empezamos a preguntar. De esa manera, adquirimos una identidad, resultado de una frustración ante la respuesta sorda de los adultos.

El factor importante que desencadenó la masacre de Tlatelolco fue el compromiso del gobierno de Díaz Ordaz con el Comité Olímpico Internacional, pues el organismo amenazó con cancelar las competencias. Recordemos que la mayoría de los atletas estaban ya alojados en la Villa Olímpica y se temía por su seguridad. Todos los ojos del mundo observaban a México.

Según reportes de inteligencia proporcionados por la Dirección Federal de Seguridad, manejada por Fernando Gutiérrez Barrios, las instalaciones olímpicas y el estadio de Ciudad Universitaria serían ocupadas por el movimiento estudiantil. Se optó por la táctica de Nicolás Maquiavelo, que finalmente le resultó al gobierno de Díaz Ordaz, con el beneplácito de la CIA.

Recordemos que estaba en su esplendor la Guerra Fría y tanto el gobierno como los estadunidenses consideraban que el movimiento estudiantil estaba orquestado por fuerzas ajenas al país.

Al final de la masacre, mi padre fue asignado por el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, para que efectuara el levantamiento de los cadáveres. De la Plaza de las Tres Culturas fueron trasladados al Servicio Médico Forense y a la Cruz Verde.

Existen cifras que varían respecto al número de muertos en la plaza. Van desde cientos hasta miles. No soy la persona indicada para dar una cifra, ya que no estuve ahí. Pero el número de muertos en la plaza de Tlatelolco fue de 44. No pretendo justificarlo, pero a través de los años invitaba a mi padre esclarecerme la cifra y siempre me aseguró que no mintió.

Resultado de sus conceptos de formación, es muy difícil que los militares cambien su ideología y su principio de lealtad a la patria.

El movimiento estudiantil del 68 no fue un símbolo marchito ni una derrota. Gestó una transición a la democracia y un triunfo legado a las nuevas generaciones de jóvenes, que ahora ya no tienen que esconderse para alzar la voz y exigir que sus demandas sean atendidas.

Lo que sí juzgo es que muchos políticos actuales se sienten abanderados por el movimiento estudiantil del 68 sin cumplir con las expectativas que México exige. l

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Médico cirujano de la UNAM, hijo del general Javier Vázquez Félix, quien fue indiciado por la desaparecida Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado por la matanza del 2 de octubre del 68. El Poder Judicial exoneró al militar al considerar prescrito el delito de genocidio.





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El criminal sobreviviente



Miguel Angel Granados Chapa


Gustavo Díaz Ordaz murió el 15 de julio de 1979, Marcelino García Barragán el 3 de septiembre siguiente, Alfonso Corona del Rosal el 7 de enero de 2001. Luis Echeverría, subordinado del primero, compañero de gabinete de los dos restantes, los ha sobrevivido. Es el único miembro del gobierno que asesinó a cientos de jóvenes el 2 de octubre de 1968, hace 40 años, que vive aún.

Con gran sentido escenográfico, Echeverría se preparó una coartada que le permitiera aparecer ajeno a lo que después llamaríamos la matanza de Tlatelolco. Por supuesto que no sólo estaba al tanto de lo que haría el equipo de Díaz Ordaz para descabezar al movimiento estudiantil y popular sino que por interpósita persona participaba en la planeación y puesta en práctica de la estrategia presidencial.

El capitán Fernando Gutiérrez Barrios, director federal de Seguridad y enlace de Gobernación con el Ejército, entregó directamente al secretario de la Defensa, general Marcelino García Barragán, las llaves de los departamentos del edificio Chihuahua, en la Unidad Nonoalco Tlatelolco en que militares vestidos de civil se ocultarían para aprehender a los miembros del Consejo Nacional de Huelga (ver Parte de guerra, de Julio Scherer García y Carlos Monsiváis).

En presencia de Gutiérrez Barrios, en la mañana de aquel miércoles funesto García Barragán dijo a los generales de su plana mayor que el secretario de Gobernación le había informado que el Comité de Huelga "tiene convocado para hoy un mitin en la plaza de Tlatelolco y que al terminar éste se dirigirán a las instalaciones del Politécnico para tomarlas, quitándoselas a los soldados que las custodian... para hacer abortar esta acción se ha decidido, por el mando del ejército, disolver el mitin de Tlatelolco, capturando al Comité de Huelga..."

O sea que Echeverría no sólo estaba al tanto de los acontecimientos, sino que él mismo ofrecía información a la Defensa, y la DFS, bajo su dependencia, aportaba los elementos materiales para aplicar la estrategia militar. Y sin embargo, montó una escenografía para mostrarse ignorante de la tragedia que estaba ocurriendo no lejos de su despacho en Bucareli, en la Plaza de las Tres Culturas. Invitó a tomar café, y a conversar tranquilamente al pintor David Alfaro Siqueiros y a su esposa Angélica. Era una pareja conspicua en todas partes, sobre todo en Gobernación. El muralista había salido recientemente de la cárcel, a que lo condujo una represalia política del presidente Adolfo López Mateos, instrumentada por su secretario Díaz Ordaz, para castigar el activismo del artista que precedió a López Mateos durante su viaje a Sudamérica en una campaña de denuncia que desdoró la imagen que el mandatario mexicano buscaba proyectar.

Echeverría era un funcionario extremadamente cauteloso. No hubiera dado un paso como recibir a Siqueiros en su oficina sin notificarlo a Díaz Ordaz. Lo contrario hubiera significado una deslealtad, pecado supremo en deificación presidencial que el secretario de Gobernación no se hubiera atrevido a cometer. Tampoco se hubiera permitido dar la apariencia de frivolidad -hacer vida social, relaciones públicas- mientras una porción de los habitantes de la capital vivía en vilo por las movilizaciones juveniles, que generaron una represión cuyo tono iba en aumento hasta llegar a la ocupación militar de los predios del Politécnico y la Universidad Nacional.

En todo ello participaba Echeverría, cuidadoso siempre de mostrar fidelidad a su jefe, intuyendo o averiguando hacia dónde quería éste dirigirse para coincidir con él, para hacerle saber que en su reemplazante en Bucareli el presidente no sólo tenía un eficaz colaborador sino también, y sobre todo, un sucesor que continuaría su política de firmeza frente a la agitación comunista y quien le evitaría cualquier intento futuro de revisar sus actos. En esa identificación plena con Díaz Ordaz fincó Echeverría el trabajo político que lo condujo a sucederlo. Por eso puede decirse que su triunfo al ser ungido candidato presidencial se erigió sobre las tumbas de las víctimas de Tlatelolco.

En Los presidentes, el propio Julio Scherer ofreció otra prueba de la participación central de Echeverría en la noche de Tlatelolco. Cuando el estruendo de las balas no había cesado aún, el secretario de Gobernación se aseguraba de que la información sobre el suceso funesto correspondería a los intereses del gobierno y los suyos propios. En un "telefonema urgente", mintió al flamante director de Excélsior (elegido apenas un mes atrás) al informarle que había una batalla entre militares y estudiantes, en la que "caían sobre todo soldados, y a punto de colgar el teléfono había dejado al aire la frase amenazante: ¿Queda claro, no?".

A pesar de que en el otoño de 1968 faltaba un año entero para que Díaz Ordaz resolviera su sucesión, es seguro que el presidente la tuviera en la cabeza al encarar la crisis que su paranoia achacaba a la conspiración comunista destinada a desprestigiar a México en las vísperas de su debut internacional como nación potente, capaz de organizar unos juegos olímpicos. Ganó el premio quien supo sintonizarse con el temperamento presidencial. Lo intentaban todos, cada uno a su modo. Emilio Martínez Manautou, secretario de la Presidencia, simulando que creía en las ofertas de diálogo que Díaz Ordaz formulaba de dientes para afuera y mostrándose por ello conciliador y cercano a intelectuales que hubieran podido bendecir al gobernante feroz una vez concluido su sexenio. Alfonso Corona del Rosal, por su parte, suponía acaso que su doble vertiente de militar y político podía servir como bisagra, que asegurara el acercamiento con los universitarios basado en la intransigencia que era grata al Presidente, consustancial a él mismo.

El escogido fue Echeverría. Corona del Rosal quedó retirado de la política concluida su gestión en el gobierno de la ciudad de México. Después de ser senador y gobernador de su estado, ocupante de dos carteras en el gabinete presidencial, su jubilación llegó a tiempo. No así la de Martínez Manautou, que había saltado casi de la nada (un puesto en la política provinciana) a la Secretaría de la Presidencia. Alejado de la vida pública mientras gobernó Echeverría, resucitó para ocupar, impulsado por el José López Portillo que había sido su colaborador, la secretaría de Salubridad y el gobierno de Tamaulipas.

A su vez, Echeverría trocó su mutismo en verborrea y la sumisión en altanería, que desafió a un cada vez más perplejo Díaz Ordaz, a quien resultó difícil entender que se había equivocado y escogido para sucederlo a quien fingió ser lo que no era. Se sabe que por lo menos una vez, en noviembre de 1969, cuando el candidato que él había ungido le formuló un reproche no por indirecto menos corrosivo (el minuto de silencio en Morelia por la muerte de estudiantes y soldados en Tlatelolco), Díaz Ordaz pensó en revisar su decisión y desposeerlo de la candidatura. Lo que son las cosas: el hombre que ordenó la matanza del 2 de octubre no tuvo ánimos para disponer de la vida de quien sería su sucesor, como ocurriría años más tarde.

Muertos cada uno de los otros protagonistas del crimen de Tlatelolco, sólo sobrevive Echeverría. Resiste aún los afanes, que le resultan inconcebibles, de juzgarlo por el genocidio que cometió entonces y prolongó en los años de su propia presidencia. No irá nunca a la cárcel, pero la historia no lo ha absuelto, no lo absolverá.





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¿Podrán detener el tiempo de la historia?


José Revueltas


La siguiente es una versión resumida de la transcripción literal, hecha por el propio autor, de los apuntes que le sirvieron para pronunciar un discurso en la audiencia celebrada en la cárcel preventiva de la Ciudad de Méxco, entre el 17 y el 18 de septiembre de 1970, previa a la sentencia dictada contra los dirigentes del movimientoestudiantil de 1968.

Han de excusarme porque me dirija a ustedes sin darles el trato que corresponda a su investidura. Por más esfuerzos que he hecho para encontrar la definición, no he podido dar con ella racionalmente, ni me puedo explicar nada de cuanto sucede, qué es y a qué obedece.

Creo que el derecho a la duda lo he conquistado en el lapso de casi dos años que llevo preso y en que, después del acto de formal prisión, no se me ha llamado a ninguna audiencia, a ninguna diligencia y hasta ahora he tenido el honor de conocer en persona al licenciado Ferrer MacGregor, nuestro juez o que aparece como juez de algo o de alguien.

Estamos ante una ficción incomprensible, que no se puede calificar con exactitud. El Código Penal, el Código de Procedimientos, los conceptos del Derecho, su filosofía, nada de todo esto nos proporciona la respuesta que intentamos obtener acerca de lo que significa, lo que contiene y la razón en que se funda el acto, a todas luces, extraordinario, que aquí nos reúne.

¡Vaya! Ni la imaginación ni la fantasía del Ministerio Público podrían sernos útiles, pese a que nos ha demostrado que las posee en alto grado, durante su intervención en esta Audiencia. Y aun su lógica, que corre pareja con aquéllas.

Es una lógica basada en un sistema de extrapolaciones de las cuales deriva, entonces, un encadenamiento causal que le resulta así muy fácil. Nos acusa, en el capítulo del delito de "daño en propiedad ajena", de todos los perjuicios y destrozos ocasionados por las demostraciones callejeras.

"Ver para creer" eran las palabras con las que designaba a este método uno de los testigos de la Pasión, Santo Tomás, a quien se le conoce como El Tonto, para distinguirlo de Tomás de Aquino, el teólogo, que no tenía nada de tonto.

Estamos aquí, en este lugar al que se nos ha traído, para asistir a una extraña función, cuyos fines verdaderos es precisamente lo que tratamos de poner al descubierto. Como vemos, el método de Santo Tomás el Tonto, nos conduce a bien poca cosa.

Sin embargo, no ha de ser tan malo, por cuanto que es el método que aplicó el Ministerio Público para hacernos llegar hasta aquí... en este acto, reunión, concurso, entrega de premios o lo que sea -pues puede serlo todo, hasta campeonato de insomnio, en que, a fuerza de ser justos, el señor juez se llevaría el primer premio, ya que es el único a quien la ley obliga a no dormirse-, campeonato o concurso al que nos hemos visto en la necesidad de asistir al margen de nuestra voluntad.

El Ministerio Público está obligado a creer en lo que dice. La ley exige que sus acusaciones se funden en pruebas, puesto que nadie puede creer en nada si no se le ofrecen las pruebas de aquello que se le dice, o si las pruebas salen de la nada. De otro modo el Ministerio Público no sabría ni conocería las causas por las que cree que nosotros somos esos mismos delincuentes comunes sobre quienes pide que recaigan determinadas sentencias.

El Ministerio Público... para obtener las pruebas que necesita, debe entonces ver, oler, gustar, oír y tocar los hechos. Ahora bien, como una sola persona no puede hacer todo esto respecto a todos los hechos, y ni siquiera por lo que respecta a un solo hecho aislado, el Ministerio Público dispone de un órgano de los sentidos con el cual olfatea, acecha, vigila, espía, escucha, y establece los hechos (esto por cuanto hace a los sentidos de la vista y el oído); y toca, palpa, estruja, hiere, tuerce, lastima a las personas (esto por lo que se refiere al sentido del tacto), para finalmente, saborearlo todo (esto por lo que se refiere al sentido del gusto). Dicho órgano de los sentidos tiene su nombre: Dirección General de Averiguaciones Previas.

Pero aquí parecería que omitimos un sentido: el del gusto. En efecto, porque tal órgano de los sentidos no tiene gusto propio. La Dirección de Averiguaciones Previas no huele, no oye, no ve, no hace nada que no sea de acuerdo con el gusto del Procurador. Y de éste ya se sabe a qué gusto obedece.

El Ministerio Público cree, desde el principio, en la culpabilidad que se desprende de las pruebas, con la creencia inmediata de Santo Tomás el Tonto. El juez se tarda un poco más en creer, con la cautela reflexiva y más conservadora de Santo Tomás el teólogo. Pero el agnosticismo teológico del juez resulta de muy corta duración. No dura sino el plazo de las 72 horas en que debe dictar el auto de formal prisión.

El juez cree en el delito del acusado como una presunción, como una probabilidad. En cambio el Ministerio Público cree en el delito como una certeza.

En el caso nuestro, no obstante, se produce un fenómeno curioso enormemente revelador. La diferencia entre presunción y certeza se disuelve, desaparece, y unifica los dos conceptos de las diferentes atribuciones del juez y del Ministerio Público en una sola e indivisible relación conceptual: la evidencia, para ellos, de que no somos procesados políticos, sino delincuentes comunes.

¿Qué significa esto? Significa precisamente que la distinción que obra a favor de los presos comunes al considerarlos presuntos responsables de la comisión de un delito, en nuestro caso es nula, no obra, no existe y nos condena de antemano, puesto que ya se nos considera autores de robos, depredaciones y homicidios, desde que el juez dictó la formal prisión, y no se trata sino de establecer el grado en que cometimos dichos delitos, por lo que el juez ya tiene listas las sentencias.

¿Cómo calificar esta actitud, ya no de este señor juez y los representantes del Ministerio Público, aquí presentes, sino del Poder Judicial que la tolera y la aprueba sin que a sus integrantes se les caiga la cara de vergüenza?

La unilateralidad, la parcialidad, el carácter dogmático, excluyente, autoritario e impositivo del concepto con que se nos impide el acceso a la definición de procesados políticos, en virtud de su propia naturaleza, deviene, en la realidad práctica de los hechos, como parcialidad amañada, facciosa, partidista, de la conducta misma del Poder Judicial.

Por cuanto el Ministerio Público (o sea la Procuraduría de Justicia), y el juez (o sea, la interpretación de la ley), funden sus atribuciones en una sola y unificada actitud, quiere decir que este expediente puede funcionar, a voluntad y de modo idéntico, en cualesquiera circunstancias y al margen de la ley, cuando así lo requieran los intereses políticos de la persona encargada del mando supremo de la República.

Cuantas veces se ha requerido al señor presidente de la República por nuestra libertad, mantiene invariablemente una rígida y lacónica respuesta: "Están en manos de sus jueces", dice el Jefe del Poder Ejecutivo.

¿Quiere decir esto, entonces, que el ejecutivo considera jueces a estas personas, a estos señores, ante quienes comparecemos para que nos sentencien a seis, siete, trece, dieciocho, veinte, veinticuatro, treinta, cuarenta y hasta cincuenta y nueve años de prisión, como lo reclaman los representantes del Ministerio Público? ¿Penas que exceden los años de vida que tiene la mayor parte de los jóvenes acusados, algunos de los cuales son adolescentes que yo mismo he visto crecer aquí, que han aumentado de estatura aquí, durante los casi dos años de prisión que llevamos?

Estos representantes de los poderes políticos de la nación -los del Ejecutivo y del Judicial- se asocian como personas para desdecir de la representación que ostentan para mistificar y falsear sus funciones; para convertir en espurios tales poderes, alterar el sentido de la misión que tienen, conculcar la ley y subvertir, con ello, el régimen de derecho que debiera normar la existencia de la República. Se asocian, entonces, para delinquir: constituyen en suma, una asociación delictuosa.

¿Pero es acaso ésta toda la realidad institucional, es decir, anticonstitucional, que impera en el país? No, ni con mucho. No es necesario mucho ni ir demasiado lejos para considerar, en sus términos reales, lo que es, en México, el Poder Legislativo.

Por poco que se mire a través del prisma de los bajos intereses y las ruines pasioncillas en que se descomponen los elementos que integran el Poder Legislativo; por poco que se mire a través del prisma político con el que se revelan los colores miméticos que adoptan estos corpúsculos legislativos, en seguida aparece la banda presidencial.

Por supuesto no nos referimos a la banda simbólica con que se significa, en el pecho de un presidente de la República, el ejercicio del Poder Ejecutivo. No. Nos referimos a la banda de turiferarios y maleantes políticos que aparecen a cada nuevo cambio de representantes de ambas cámaras ya bajo un nombre u otro. Banda que se organiza para servir los designios y mandatos de la Presidencia de la República, cualquiera que sea el presidente en turno.

Hay que repetirlo. La no existencia de presos políticos ha terminado por convertirse, para el régimen, en un punto neurálgico, donde hace crisis toda la demagogia de su estructura. En México no hay presos políticos porque le disgusta mucho al presidente que se lo digan. ¿Le irá a disgustar del mismo modo al futuro presidente de la República?

En su IV Informe de Gobierno, el primero de septiembre de 1968, el presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, declaró ante la representación nacional, solemnemente reunida para escucharlo: "No admito que existan 'presos políticos'; preso político es quien está privado de su libertad exclusivamente por sus ideas políticas, sin haber cometido delito alguno".

¿Quién es, constitucionalmente hablando, el C. Presidente de la República para afirmar ante el Congreso reunido en pleno, ante la Suprema Corte, sus ministros y sus magistrados, también ahí presentes; quién es -repetimos- el C. Presidente para decir y afirmar en forma categórica, ante los otros dos poderes de la Unión: no admito que existan presos políticos?

No es el Poder Ejecutivo el órgano que tenga facultad alguna para admitir o no la condición jurídica, real o supuesta, en que se encuentren las personas que han perdido su libertad en el país. No es el presidente de la República el que puede calificar a su antojo -o fuera de su antojo- la naturaleza de unos delitos u otros; de ninguno, para decirlo con toda claridad. No es el presidente de la República la persona con autoridad alguna para decidir qué son y qué no son las ideas políticas, ni siquiera qué son las simples ideas, políticas o no.

No hubo un solo diputado, un solo senador, un solo magistrado que elevara su voz de protesta contra aquel delito de Estado que se perpetraba delante de ellos, delante de sus propias y respetabilísimas narices.

No hubo entre esa gente ningún Serapio Rendón, ningún Belisario Domínguez, ningún Fidel Jurado. ¿Y cómo iba a haberlos?, hace muchos, muchísimos años que el Poder Legislativo no da hombres de esa calidad.

Esta historia real en la que se enuncia el México nuevo, se hace visible, después de años enteros de silencio y sumisión, en las grandes manifestaciones democráticas de la juventud del año 1968.

El reverso de esta historia, su negociación, la antihistoria de México, se objetiva y se expresa a partir de las palabras del presidente Díaz Ordaz, vertidas en su IV Informe de Gobierno.

De esas palabras se produjo, inmediatamente después -a los 18 días y cuando el día 13 había desfilado por las calles de la capital una manifestación, la más ordenada, la más disciplinada, de cuantas había habido hasta entonces, la Manifestación Silenciosa de la Universidad entera y de todos los estudiantes de educación superior-, la ocupación militar de la Ciudad Universitaria, y luego, el 2 de octubre, la matanza de Tlatelolco. El presidente anunció esto desde el primero de septiembre y advirtió claramente que dispondría del Ejército, apoyado en el Artículo 89 de la Constitución. Ya veremos más adelante cómo el presidente se apoyó de un modo falso, espurio, mañoso, tramposo, en este artículo constitucional.

Del Informe Presidencial de septiembre de 1968 hasta los procesos de 1970 contra los presos políticos, hay un lapso cargado de enormes significaciones históricas. Es comprensible que el Ministerio Público y el juez que habrá de sentenciarnos estén negados para comprender estas significaciones.

Cuando menos esto expresa, sin ninguna duda, la razón que lo mueve a inventar delincuentes comunes donde sólo existen, real y verdaderamente, procesados políticos.

Ahora quiero decir unas cuantas palabras respecto a las acusaciones personales que formula contra mí el Ministerio Público. No me voy a ocupar sino de una sola de ellas. Son tan banales y tontas las acusaciones que lanza el Ministerio Público, que resultaría ocioso repetirlas aquí. En algunas de ellas, por ejemplo, se me acusa de usar barba. Se dice "alguien al que llamaban maestro Revueltas, que en la Facultad de Filosofía dio una conferencia sobre la autosugestión (así literalmente, en lugar de autogestión) usa barbas y además habló de un personaje legendario, el Tlacatecuhtli, al que comparó con el presidente de la República...". Se comprenderá que no quiera ocuparme de estas tonterías.

Pero me interesa una de las acusaciones del Ministerio Público, no porque no esté de acuerdo con ella, sino porque no sabe formularla. Me acusa de ser partidario de la dictadura del proletariado. ¡Por supuesto que soy partidario de la dictadura del proletariado! Pero no de la que inventa el Ministerio Público y que pretende que sea aquella por la que luchamos. Dice el Ministerio Público que intentamos cambiar la esencia de México o de su Estado. ¿Cambiar su esencia? ¡No, señores del Ministerio Público! ¡Encontrarla, descubrirla!

Pero no sólo por cuanto a México, sino por cuanto al mundo. Tal fue, tal es el sentido del año de 1968. ¿Qué representa 1968 si no es la búsqueda de esta esencia, la desmitificación de la realidad enajenada? Lo estamos demostrando hoy, en 1970, al desmitificar este proceso, al demostrar su irrealidad y demostrar la irrealidad histórica del régimen que nos gobierna. 1968 es el inicio, por la juventud de México, del proceso desenajenante que dará al país una historia real, por primera vez. Porque no tenemos esa historia. Se ha falseado esa historia, como historia escrita y como historia política y social. No que el movimiento de 1968 se propusiera instaurar la dictadura proletaria. Muy lejos de ello.

El movimiento de 1968 habla de un lenguaje proletario en virtud de una razón histórica. Porque diez años antes había sido aplastada la huelga ferrocarrilera, y en esta huelga, todos los sectores de la sociedad veían la perspectiva de su propia independencia política, aplastada a su vez por el totalitarismo del monopolio, que no deja respirar a la nación, que la asfixia, que no la deja vivir.

En México no es una clase determinada la que tiene el mando. Es un "club del Poder", por encima de la sociedad, que disgusta y oprime a los más vastos sectores sociales, entre los que se encuentran ante todo, la clase obrera y las clases medias.

Se trata de desmitificar al país de su raíz. Y aquí volveremos a la naturaleza de nuestro proceso. El presidente pudo asumir la responsabilidad de lo ocurrido en 1968, la responsabilidad "moral, histórica, jurídica" y todo lo demás, porque ya contaba con la complicidad previa del Congreso y del Poder Judicial desde su IV Informe de Gobierno. El presidente se sirvió mañosa, arteramente, tramposamente del Artículo 89, fracción VI de la Constitución, en el cual pretendió apoyarse para llamar al Ejército y arrojarlo contra el pueblo.

El presidente Díaz Ordaz se apoyó, pues, mentirosamente, en este artículo de la Constitución, pues para decretar la movilización general del Ejército, se requiere la autorización del Congreso.

Terminaré con una evocación que no puedo llamar de otro modo, por su cursilería, que como una evocación patriótico-sentimental. La ha suscitado en mí, la naturaleza de nuestras próximas sentencias. Nuestra sentencia ya está decidida de antemano. No depende de nuestros supuestos delitos. Nada tiene que ver con los principios constitucionales, con el respeto a la democracia, ni con la Ley, ni con el Derecho. Nada tiene que ver con la realidad, aunque sus efectos serán muy reales, en los años de cárcel que a cada uno de nosotros le correspondan. Está decidida porque "en el cielo de nuestro destino (político) con el dedo de Dios se escribió".

Y todos sabemos quién es ese Dios, quién es ese Tlacatecuhtli sexenal, que ata los vientos y desata las tempestades. Pero, ¿podrá detener el tiempo de la historia?





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José Revueltas en 1968

Rafael Vargas


A mediados de 1968, José Revueltas tiene 53 años de edad. Es ya un escritor muy connotado. Precisamente el año anterior le ha sido otorgado el premio Xavier Villaurrutia por el conjunto de su obra literaria, reunida en dos tomos por Empresas Editoriales, con un extenso prólogo de José Agustín, uno de sus más devotos lectores.

Desde el 1 de mayo, Revueltas trabaja en el Departamento de Publicaciones del Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada, invitado por Beatrice Trueblood, una norteamericana de origen lituano interesada en armar un notable equipo de escritores que se encarguen de redactar textos para un sinnúmero de folletos y libros.

Con Revueltas colaboran Juan García Ponce, Juan Vicente Melo y Augusto Monterroso.

En la última semana de julio ocurren los primeros conflictos que darán lugar al movimiento estudiantil. Ante la ferocidad de la represión policiaca, los jóvenes realizan asambleas para presentar una protesta organizada. Revueltas es uno de los primeros intelectuales en acercarse a ellos. Antes de que termine julio, escribe la primera de muchas aportaciones que hará al movimiento. Se trata de un breve documento llamado Nuestra 'revolución de mayo' en México.

El 1 de agosto, cuando el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, encabeza la primera gran marcha, Revueltas decide participar tanto como le sea posible. El 14 de ese mismo mes se crea un Comité de Intelectuales, Artistas y Escritores, en cuya directiva figuran, entre otros, Juan Rulfo, Carlos Monsiváis, Manuel Felguérez y, por supuesto, Revueltas. Él se convierte en el más activo representante ante el Consejo Nacional de Huelga (CNH). A finales de agosto, renuncia al Comité Organizador de los Juegos y se entrega de tiempo completo al movimiento estudiantil. ¿Por qué? Porque es plenamente consciente de que, más allá de las exigencias iniciales de los muchachos (libertad a los presos políticos, destitución de jefes policiacos, derogación del delito de disolución social, entre otras), la protesta se ha convertido en "un movimiento que denuncia y cuestiona todo el sistema sociopolítico imperante". Y quizá, también, porque -como escribió América Luna Martínez hace unos años- en un plano más íntimo "la irrupción del movimiento estudiantil en 1968 (...) le permite a este hombre atormentado y rebelde la posibilidad de actualizar su utopía, su fe en el porvenir".(1)

El mejor testimonio de la enorme importancia que el movimiento estudiantil tuvo en la vida de Revueltas es el libro México 68: juventud y revolución, publicado en 1978 por ediciones Era. A través de sus 347 apretadas páginas es posible apreciar la pasión con que se dedica a redactar proclamas, análisis, valoraciones y propuestas. Impresionan la velocidad de comprensión y respuesta ante la celeridad de los acontecimientos, y la capacidad para reflexionar, indesligable de la voluntad de actuar y organizarse. A los 53 años de edad Revueltas ha acumulado 38 de experiencia en la lucha, se ha convertido en un filósofo.

Poco más de una quinta parte de ese libro se refiere al tema que Revueltas considera eje de acción y propósito central del movimiento: la autogestión académica, fundamento de la universidad crítica. Es un concepto profundo y difícil de sintetizar, pero una cita del "Esquema para conferencia sobre autogestión académica" puede servir para ilustrarlo:

"La autogestión se propone que maestros y estudiantes recorran juntos y redescubran juntos la misma aventura que el pensamiento tuvo que recorrer en el proceso del acto creador de las ideas cardinales en las que se sustentan los diversos aspectos de la ciencia, la cultura y la técnica. Mucho más que saber cuál es aquella fórmula en que se expresa la ley de la gravedad, redescubrir y conocer el proceso espiritual que llevó a Newton a encontrarla. En lugar de saber las medidas con que está compuesta la Elegía de Marienbad, comprender, asimilar y consubstanciarse con todo aquello que condujo a Goethe a consumar el acto poético. Así en todo, en las matemáticas como en la filosofía; en la arquitectura como en las ciencias químicas (...). Pues se trata de abolir las especializaciones para encontrar tras de cada disciplina particular la esencia del hombre desenajenado y el anuncio de su libertad."

Después de las advertencias ominosas que Díaz Ordaz desliza en su IV informe de gobierno el 1 de septiembre, Revueltas prevé que el régimen "optará por la carta de la represión". Lo señala en un apunte del día 15, y los hechos se lo confirman la noche del 18, cuando el Ejército asalta Ciudad Universitaria. Nadie puede prever, sin embargo, algo tan brutal como la matanza de Tlatelolco, summum del feroz resentimiento que condujo las decisiones de Díaz Ordaz al sentirse cuestionado y befado.

En la clandestinidad desde el 19 de septiembre, su participación sigue siendo muy intensa. Cambia constantemente de casa. No obstante, el cerco se cierra y el sábado 16 de noviembre, a las 12 del día, es capturado en una casa de la colonia Narvarte. Los agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) se hacen pasar por electricistas que van a "componer la luz". Revueltas se prepara para sufrir maltratos y torturas. Nada de eso ocurre, pero pasa 53 horas secuestrado en "algún lugar del Valle de México" sin que medie orden de aprehensión alguna.

El lunes 18, Fernando Gutiérrez Barrios, jefe de la DFS, firma un informe, tal vez dirigido a Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación:

"Existe orden de aprehensión librada por el juez primero de Distrito del Distrito Federal, en materia penal, en contra del profesor José Revueltas Sánchez, como presunto responsable de los delitos de Invitación a la Rebelión, Asociación Delictuosa, Sedición, Daño en Propiedad Ajena, Ataques a las Vías Generales de Comunicación, Robo, Despojo, Acopio de Armas, Homicidio y Lesiones, estos dos últimos cometidos contra Agentes de la Autoridad. Respetuosamente."

Diez delitos. Salvo el primero, del que muchas veces lo han acusado, todos por completo, absurdos. El juez que se los imputa -y cuyo nombre se omite cautelosamente en la nota de Gutiérrez Barrios- es Eduardo Ferrer MacGregor. Él decreta la formal prisión de Revueltas, el 21 de noviembre.

En Lecumberri, se le confina en la crujía "I", correspondiente a los presos comunes, mientras que la mayor parte de los participantes en el movimiento que han sido encarcelados se encuentran en la crujía "M". Además de aislarlo, hay una clara intención de ridiculizarlo, de infamarlo y malquistarlo con sus compañeros.

El Boletín número 10 del Archivo General de la Nación (octubre-diciembre de 2005) incluye un artículo del periodista Héctor Javier Pérez Monter acerca de La última captura de José Revueltas. En él se reproduce un documento de la DFS -un "perfil" del escritor- al cual pertenecen los siguientes fragmentos:

"Durante el movimiento estudiantil, participó activamente aglutinando a los grupos de ideología más radicales incitándolos a no ceder ante el gobierno, invitándolos a cometer actos violentos como medida de presión a sus peticiones. Se creyó el intelectual liberador de la juventud estudiantil, por lo que sus seguidores lo consideraban como un elemento vital para el movimiento estudiantil, otorgándole los medios de seguridad y protección para evitar en cualquier forma su detención.

"En su ideología, inquieta y tratando siempre de ser el máximo líder de los movimientos, y al verse aislado de la mayoría del estudiantado, trató nuevamente de imponerse exponiendo en sus conferencias una nueva tesis a la que llamó autogestión. Fue detenido por la policía el día 16 de noviembre y consignado por varios delitos del orden federal, por lo que en la actualidad se encuentra en la cárcel preventiva de Lecumberri, tratando de aplicar la autogestión ante las autoridades que lo juzgan.

"Revueltas, en sus delirios de grandeza, pensó en crear un partido político Marxista Leninista mediante el cual él pudiera ser postulado como candidato a la Presidencia de la República."

Estos párrafos son muy semejantes, en cuanto a contenidos, a la supuesta "declaración preparatoria" de Revueltas que publica el periódico El Día el 4 de diciembre de 1968. Allí también se subraya que Revueltas se arroga la jefatura del movimiento estudiantil y que quiere ser "presidente de los jóvenes". Y no falta el tonto que en la crujía "M" proteste por el "protagonismo" de Revueltas. Sin embargo, para disipar toda duda, el 7 de diciembre Revueltas envía una carta a los internos de esa crujía, les explica que hay "quienes se desviven por encontrar la más leve ocasión de zaherirme y caricaturizarme. Me fastidia escribir de estas tonterías...".

Las ridículas son las acusaciones que se les hacen a Revueltas y a sus compañeros. Son tan aberrantes que, como bien señala el propio escritor, en ellas mismas reside la mejor defensa de los inculpados.

Él se encargará de demostrárselo a quienes lo juzgan en septiembre de 1970, cuando por fin se realizan audiencias públicas contra los presos políticos del 68 en uno de los patios de Lecumberri (40 horas ininterrumpidas, desde la mañana del 17 hasta la noche del 18).

En la intervención que hace en propia defensa, Revueltas desmonta los argumentos que usan sus acusadores y, sin decirlo, prueba que quienes pedían democracia han sido victimados o se encuentran en la cárcel mientras sus asesinos, impunes, creen haber salvado a la patria. Lo hace con una socarronería deliciosa, sabiendo que de cualquier manera será condenado porque "nuestro destino político con el dedo de Dios se escribió".

Su actuación es un ejemplo de lucidez y de entereza. El fallo definitivo tardará todavía dos meses más.

A las 15:30 horas del 12 de noviembre de 1970, ocho días antes de su cumpleaños -y 18 días antes de que concluya el sexenio diazordacista-, Revueltas es sentenciado a 16 años de cárcel. Arturo Martínez Nateras, uno de los muchos procesados cuyo destino dependía del dictamen de Ferrer MacGregor, recuerda que cuando el magistrado concluyó, Revueltas "habló en nombre de todos".

"Aceptada la lectura de la sentencia, me dirijo a los actores y en especial a las autoridades judiciales; nuestras sentencias impuestas por la dictadura del gobierno son el reflejo de la inconciencia de los colaboradores judiciales en este falso proceso político; a ustedes, jueces que funcionan como tales y que tratan de castigarnos en nuestro físico, más no en nuestro espíritu (...) hubiera sido mejor mandarnos al paredón. Me dirijo a las autoridades judiciales y al presidente de la República Díaz Ordaz para decirles que mientras nuestros cerebros tengan vida continuaremos en la lucha sin importar que las penas sean de 20 o de 40 años; y si ahora ustedes están allí, con el tiempo habrá quien les juzgue, tal vez las generaciones futuras lo harán, y si no a sus hijos o a los hijos de sus hijos, o a los hijos de los hijos de sus hijos, lo que hago extensivo a todos los funcionarios judiciales."

Luis Echeverría asume la Presidencia del país el 1 de diciembre de 1970. Al poco tiempo comienza a buscarse la manera de liberar a los sentenciados sin acudir a una amnistía, pues hacerlo implicaría reconocer su calidad de presos políticos. Algunos aceptaron salir del país en una suerte de exilio voluntario. Revueltas se negó con vehemencia a cualquier forma de componenda, contraria a su honor y dignidad política, aunque eso signifique purgar la totalidad de su sentencia. No obstante, de la misma manera en que lo apresan, lo obligan a aceptar la libertad. Sin que se desechen los cargos en su contra ni se anule la sentencia y, por supuesto, sin que se le pida una disculpa, Revueltas sale de Lecumberri, bajo protesta, el 13 de mayo de 1971. Por fortuna. Si hubiese tenido que cumplir la condena que le habían fijado, Revueltas habría muerto en prisión. Los 30 meses que estuvo recluido en Lecumberri minaron su salud profundamente.

Revueltas no dejó de meditar en torno al movimiento estudiantil en los meses y años posteriores. México 68... incluye textos escritos entre junio de 1971 y noviembre de 1974. Y todavía a finales de 1975, cuando Renata Sevilla lo entrevista para el libro de testimonios Tlatelolco, ocho años después (editorial Posada, 1976), expresa su deseo de darle un cuerpo de explicación al movimiento para extraer la médula de esa experiencia.

El tiempo no se lo permitió. José Revueltas murió el 14 de abril de 1976.

"La bárbara matanza de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968 es una herida que permanece aún abierta y sangrante en la conciencia de México el 2 de octubre de 1970. Han pasado dos años, pero esto no es cosa del transcurrir del tiempo, sino del transcurrir de la justicia histórica: sólo ella puede cerrar esta herida. No obstante, ni la justicia histórica ni nadie ni nada podrá borrar este recuerdo: será siempre una acta de acusación y una condena. Hoy, a dos años de distancia, la pregunta acusatoria sigue sin respuesta: ¿Cómo fue posible una acción tan criminal y monstruosa, tan increíble, irracional y estúpida, como la matanza de Tlatelolco del 2 de octubre?" l

(JR: "Aniversario de Tlatelolco", en México 68: juventud y revolución, pp. 280-281)

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(1) José Revueltas o la utopía contrariada, en Alberto Saladino García (compilador), Humanismo mexicano del siglo XX, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2004.





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“¡Ay Pepe!, ¡cómo te extraño!”

“El Pino”

Armando Ponce

ntegrante del Consejo Nacional de Huelga por la Facultad de Economía en 1968, preso el 2 de octubre, Salvador Martínez della Roca, a quien desde su infancia llaman El Pino -"ni mi madre sabe por qué"-, habla sobre el contexto cultural en el que se nutrió su generación, y sin el cual no podría, asegura, explicarse el movimiento estudiantil. Y con un suspiro recuerda a José Revueltas, su compañero en Lecumberri.

Pertenezco a una generación que adoptó como símbolos a Elvis Presley, al James Dean de Rebelde sin causa, Al Este del Paraíso; a Marlon Brando con esa hermosa película El Salvaje. Marilyn Monroe era obviamente una de nuestras preferidas, junto con Natalie Wood en West Side Story. El cine tuvo mucho impacto en nosotros. La batalla de Argel; Splendor in the grass, con Warren Beatty y Natalie Wood. La escuela de Elia Kazán, en realidad, con películas que hizo antes de que "chaqueteara", como dice Lillian Hellman en Tiempo de canallas.

Sin duda alguna Cassius Clay, Mohammed Alí, si no me pegas, era un ídolo impresionante con sus peleas cuando renunció a ir a la guerra de Vietnam. Desde luego en el box mexicano Vicente Zaldívar, El Alacrán Torres, El Púas Olivares, cuyas peleas nunca dejábamos de ver.

La música impactó mucho y fue parte de la atmósfera cultural que vivíamos. El rey era Elvis Presley, y había una película de él que creo se llama El Rey Criollo, con la que casi se destruyó el cine Las Américas.

Éramos una generación que leía a Somerset Maugham, su novela Servidumbre humana, que luego se hizo película con Kim Novak -Novak era otra como Marilyn-. A Hermann Hesse también lo leíamos mucho; y más adelante, en este proceso de politización que se fue dando por parte de los jóvenes, El proletariado sin cabeza, de Revueltas, fue fundamental.

En la escuela de Economía, con Jesús Silva Herzog, Enrique del Val y Pablo Gómez, se ganó que se diera la cátedra de marxismo, que no se daba curricularmente, y para nosotros las obras de Marx, de Engels, de Lenin, eran lecturas obligadas. Las leíamos con mucha pasión. Indudablemente Althusser empezaba a entrar en el espectro de nuestra bibliografía, Pablo González Casanova con La democracia en México también fue algo así como una ruptura, por decirlo así.

Vivíamos en la universidad un extraordinario ambiente cultural. Los cine-clubes de la UNAM nos permitieron ver películas que en los cines comerciales no pasaban. Por ejemplo recuerdo cuando vimos en el Che Guevara Garganta profunda, ay, ayayay... murió la chica por cierto, no me acuerdo de su nombre. En el de cine-club de Arquitectura nos tocó ver la primera película sobre lesbianas que se pasó en México, La muchacha de los ojos de oro, con Marie Laforet, bellísima, y ya sabrás, la raza bramando. Nos tocó una parte muy impactante, el boom del cine realista italiano... Sofía Loren, Marcelo Mastroianni, Rocco e i suoi fratelli, ¿no?, Rocco y sus hermanos, con Alain Delon y Renato Salvatori; bueno, a Fellini lo veíamos permanentemente, 8 1/2. Nos tocó también el boom del cine realista francés, Catherine Deneuve; el Alain Delón y su pareja artística, Jean-Paul Belmondo, un dúo fantástico. La última película que vi de Belmondo fue Los miserables, de Victor Hugo, y era boxeador también el cuate. Y veíamos las peleas, todas extraordinarias, de Mantequilla Nápoles, de El Alacrán cuando derrotó a Chartchai Chionoi, n'hombre, de José Medel, del Toluco López -que nunca fue campeón mundial, porque era muy borracho-, de José Becerra y su pelea contra Alphonse Halimi...

Esa generación se formó en esos ambientes, las películas de Pedro Infante, de Jorge Negrete, Cantinflas, Pedro Armendáriz. Truffaut, el director de cine francés... Y nos tocó también el boom del cine inglés, con una extraordinaria película que se llamaba Blow Up, con Vanessa Redgrave y David Hemmings.

Leíamos a Howard Fast, perseguido en el macartismo, encarcelado tres meses. Y tachado. Cuando vi la película de Espartaco, con Kirk Douglas, no señalaba que estaba basada en la novela de Fast. Eso lo narra Lillian Hell-man. Zacco y Vanzetti, también de Howard Fast. Y leíamos a Ray Bradbury, Farenheit 451, que en el cine hizo Julie Christie, Crónicas marcianas, y El hombre ilustrado. Eran lecturas apasionantes. Espartaco era una novela que usábamos hasta para hacer una labor de proselitismo. La famosa Varinia, que en la película hollywoodense interpretaba Jean Simmons, nada tenía que ver con la descripción de Varinia en la novela. Estaba Aldous Huxley con Un mundo feliz. ¡Ah!, una lectura nuestra era Norman Mailer, Los ejércitos de la noche.

Y en México, Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, y El laberinto de la soledad, de Octavio Paz.

-Era una generación que leía mucho.

-Sí. Era una generación que no estaba copada por las computers y la TV. Nos gustaba, y hasta la fecha me gusta pasar página por página.

-¿Y la música?

-Estaba la música de protesta: Joan Báez. Y aquella Pata Pata de Miriam Makeeba, y Harry Belafonte, con Adiós a Jamaica.

Una música que se escuchaba mucho era la de Pete Seeger. Si algún día tengo oportunidad le cantaré a Obama aquella canción que se usaba mucho en los días que se peleaba contra la segregación racial.

(Y canta):

"If you miss me in the Mississippi River,

You will find me nowhere

Come on over to the White House

You will find me there"

(Si me echas de menos en el Río Mississippi

no me encontrarás en ningún lado

ven a la Casa Blanca

y me encontrarás allí).

Es uno de los cantantes que recreó lo que es el himno nacional de los negros, una canción que se llama We shall overcome (Venceremos).

Bueno, y también leíamos a Piazza, quien era parte del grupo al que se llamaba "la Maffia"; a Juan José Arreola, a Alejandro Jodorowski, que declaró a Poniatowska que él hacía el amor 27 veces al día, a Juan José Gurrola. Esperábamos con vehemencia la aparición de cada número de la revista Política. Pablo Neruda era de nuestros favoritos. Y Benedetti.

-Cortázar.

-Sí, cómo no. Autopista del sur y Todos los fuegos el fuego.

(Vuelve al cine):

Vimos Easy Rider, con Peter Fonda, que iban en sus motos y sale de chamaquito Jack Nicholson. Hombre, y Brigitte Bardot Y dios creó a la mujer, cuando se levanta tras acostarse con el cuate y delante de toda la pantalla se abre las sábanas y sale encuerada, qué bárbaro. Otra heroína de nosotros era Jane Fonda, La tigresa del Oeste (Cat Ba-llou) y Barbarela.

(Vuelve a la música):

Y aquella chica de Rosas en el mar, Ma-ssiel. Y era extraordinario ver a Los folkloris-

tas, de mi amigo René Villanueva, que en paz descanse. Y a Óscar Chávez, carajo. ¿Sabes qué?, Julio Solórzano: le mataron a Mario su hermano y a Pablo su hermanito en la guerrilla, y a su mamá: Alaíde Foppa. Eran mis súper amigos, ir a casa de Alaíde y escuchar ahí toda la bohemia, cómo se bebía, cómo se comía, los versos que hacía Alaíde. Hay un libro muy hermoso que te recomiendo, Alaíde Foppa, ecos de tu nombre, con introducción de Sara Sefchovich.

Leíamos a Víctor Flores Olea, a Víctor Rico Galán. La revista Siempre! era muy buscada por nosotros, y los periódicos El Día y Excélsior. Y en El Día leíamos la columna de Manuel Buendía; en una hizo toda la historia del MURO, del Movimiento Universitario de Renovadora Orientación, los protofachos.

-Antecedente de Pro Vida.

-Y de El Yunque. Otra cosa muy importante eran las cafeterías de la universidad, verdaderos centros de subversión. Ahí nos reuníamos a jugar ajedrez, a comentar las novelas, los libros, los periódicos. Era, como dice Habermas, una interacción comunicativa extraordinaria de los jóvenes, hombres y mujeres.

-Cómo entiende que en un ambiente tan estimulante desde el punto de vista cultural esta generación fuera tan rebelde.

-Era parte de una unidad. No puedes explicar el 68 sin su atmósfera cultural. Ni de chiste. En el cine, en la pintura, Felguérez, Cuevas, Toledo. Siqueiros era un personaje que estaba encarcelado. Valentín Campa, Demetrio Vallejo, personajes de nuestra época insustituibles para explicar casi todo lo que sucedió. Y los acontecimientos que nos precedieron, el maestro Othón Salazar, era muy fuerte todo eso.

-Era un sexenio reaccionario.

-Golpearon al movimiento médico. Presionaban al rector Chávez, un gangster llamado Araiza. Estaba la guerra de Vietnam, la revolución cubana de Fidel Castro, apasionante. Nos golpearon. Afortunadamente vino el "Viva la discrepancia" del rector Barros Sierra, extraordinario.

Y estaba el Che. Leíamos su Diario y Guerra de guerrillas, fundamentales. También La revolución en la revolución, de Régis Debray. Vimos La batalla de Argel, por la revolución argelina. Leíamos Sociología de una revolución y Los condenados de la tierra, de Franz Fanon. Estaba el conflicto chino-soviético, teníamos que leer las cinco tesis de Mao.

-Y a García Márquez.

-Sí, claro. Y a López Cámara.

-Y estaba la teología de la liberación.

-Hélder Cámara en Brasil, el obispo Méndez Arceo y los grupos de base, Gustavo Gutiérrez. Acabo de leer en La Jornada una entrevista con él por los 40 años de la teología de la liberación. En realidad son más. Y había aquella imagen del Cristo superpuesta a la del Che con el letrero de "Se busca". Hubo un gran impacto del 68 francés. Y ese folleto muy elegante que editó Carlos Fuentes sobre él. Y estaban los Panteras Negras, Malcom X, el asesinato de Martin Luther King, y los de John y Bob Kennedy. ¡La píldora!, no mameyes en tiempo de melones, que fue una eclosión más importante que el viagra...

-Y el amor libre.

-Estábamos rompiendo cadenas. Y un mundo de valores de los que no queríamos ser legítimos herederos. Otra cosa que nos impresionaba eran las películas de James Bond, con Sean Connery.

-Los Beatles.

-Uno de los impactos más extraordinarios, junto con los Rolling Stones. Y aquella chica inglesa, Mary Hopkins, con Those were the days, my friend. La oíamos en Lecumberri, eran los días que pensábamos que nunca terminarían. En 6.20 había una hora dedicada a Frank Sinatra, La voz. En la guerra de Vietnam estaba la figura extraordinaria de Ho-Chi-Min, la seguíamos día a día. Leer a García Lorca, porque había muchos republicanos españoles, y estaba la figura de Franco, el dictador por antonomasia... Le mentábamos la madre a Salvador Borrego por su libro Derrota mundial. Y también a Blanco Moheno, que escribió El móndrigo, contra el 68. Pero también había aquel gran escritor que era Paco Martínez de la Vega, y José Luis Ceceña, y Jorge Carrión, del que voy a presentar su libro Educación y 1968. A Vicente Lombardo Toledano le decíamos Leopardo todo el año.

(De pronto exclama):

¡Ay, Pepe, cómo te extraño! Acabo de lograr que su nombre se escriba en la Asamblea de Representantes con letras de oro. ¡Pepe, cómo te extraño en estas revueltas!

-Era una universidad donde había un debate permanente.

-Era la caldera del diablo del gobierno.

De aquí oíamos a Enrique Guzmán, a César Costa, Alberto Vázquez, Angélica Maria La novia de México, a la primera que hizo Vaselina en México, Julissa, los Teen Tops, todos los grupos mexicanos, Los Locos del Ritmo. Los hermanos Carrión, que eran cachondones, el Chato Vázquez.

Otro impacto fue la guerrilla en América Latina, Los Tupamaros, La Grande en Guatemala, en Venezuela con Douglas Bravo, el momento guerrillero en Brasil.

Me acuerdo también de Otto René Castillo, el poeta guatemalteco: "Vámonos patria a caminar, yo te acompaño, daré mis ojos para que tú veas, daré mi boca para que tú hables, daré mi vida para que tú vivas, mis oídos para que tú escuches...". Y Neruda. Cuando llegó al auditorio de Ciencias, ¡no mames!, se retacó para escuchar sus poemas: "Cambio la primavera por que tú me sigas mirando..."; "Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos...".

¿Y sabes qué película estaba en cartelera el 2 de octubre de 1968 en el cine Tlatelolco? La trampa.