Desmienten campesinos al usurpador. Todavía existen
Distrito Federal, 31 de enero de 2008.
Tomados de El Universal, Helioflores y La Jornada, Helguera, El Fisgón y Rocha.
El gobierno mexicano fue catalogado por enésima ocasión como muy corrupto. Ahora lo hizo la organización sin fines de lucro Global Integrity (http://report.globalintegrity.org/globalindex/results.cfm)
que lo ubica al lado de naciones como Tailandia, Filipinas, Rusia, Bosnia, Ucrania y Azerbaiján. No es nada nuevo, pero sí lo es que a partir de la llegada del PAN a Los Pinos, México se encuentra cada vez más en esta vergonzosa posición.
Pese a que los PRIANistas se empeñan en desmentirlo, los niveles de corrupción en el país son alarmantes. Si tenemos en cuenta que son ellos quienes desgobiernan en el 80 por ciento del territorio nacional ¿a quienes se debe entonces tanta corrupción? No se necesita ser un experto en estos temas para afirmarlo.
Una muestra de lo anterior fue la multitudinaria marcha de ayer donde participaron decenas de miles de personas –principalmente campesinos- llegados de todo el país para protestar por tanto robo a la ciudadanía. Desde el TLCAN hasta la carestía de la vida, pasando por la pretensión de rematar Pemex y la CFE. En la misma se pudo apreciar que los líderes charros que ayer vitoreaban el despojo que causaba el PRI ahora se oponen a lo mismo que hace el PAN, pues ya no les toca la tajada que antes tenían. Y es que dichos “dirigentes” incrustados por el priísmo desde hace 40 años quieren mantener en crecimiento sus fortunas personales. Sin embargo, lo que el PAN busca es imponer a sus propios “líderes” para poder manejarlos a su antojo, sin importarles en lo más mínimo la surte de los campesinos.
Pese a todo los protagonistas fueron los campesinos, que de esta manera desmienten uno de los mitos manejados por el PRIAN: que México ya no es rural sino urbano. Es la imagen que han tratado de vender al extranjero y al interior del país. Una campaña de desinformación como aquella de que se pueden comparar y hacer el trabajo de un campesino de Japón o de Estados Unidos, vaya estupidez.
Una de las consecuencias de las movilizaciones ciudadanas que llevan casi dos años ininterrumpidamente es que mientras en el discurso oficial no hay problema, todo México está en calma y progresando, en privado la situación es distinta. En la reunión con legisladores del PAN antes del inicio del periodo ordinario de sesiones en el Congreso de la Unión, el testaferro del pelele, Juan Camilo Muriño, quien funge como secretario de gobernación del gobierno pirata, expresó lo siguiente:
La prioridad del gobierno de Felipe Calderón para el nuevo periodo ordinario de sesiones en la Cámara de Diputados es la aprobación de la reforma de seguridad y justicia, la del Estado y la energética, abundó. Insistió en que los legisladores del blanquiazul deben emprender el relanzamiento de la política social con rostro panista.
Una sugerencia que sorprendió a sus correligionarios fue la referida a observar con detenimiento, desde la perspectiva gubernamental y del PAN, la renovación de las dirigencias sindicales de importantes sectores de trabajadores como el STUNAM, SUTIN y Situam, entre otros.
En el terreno social sugirió a sus correligionarios que impulsen, junto con el gobierno calderonista, el relanzamiento de la política social que tenga un rostro panista, por lo que deslizó la necesidad de emprender una estrategia de reagrupamiento de los programas sociales.
Por lo que hace al terreno económico, se dijo a este diario, el funcionario federal reveló que existe una manifiesta preocupación porque en distintos ámbitos de la sociedad se cree que los niveles inflacionarios se han incrementado, y también reconoció que la desaceleración económica en Estados Unidos tendrá repercusiones en México.
La Jornada, 1 de febrero de 2008.
Queda claro que una cosa son las declaraciones oficiales y oficiosas –de los paleros medios electrónicos de comunicación y desinformación- y otras la medidas que pretende tomar el usurpador Felipe Calderón Hinojosa para reprimir el descontento social. La primera –como lo hemos escrito desde hace meses- es la aprobación de la reforma judicial que busca convertir en delincuentes a todos los que protesten y se opongan a la venta del territorio mexicano y sus recursos naturales como, gas, petróleo, electricidad, playas, etc.
En esa misma estrategia se inserta la compra e imposición de “líderes” sindicales, de partidos políticos -como el PRD-, de organizaciones campesinas y sociales para que sean afines a los intereses del PAN y de esta manera controlar –al menos en el discurso, video y la fotografía utilizadas por los medios- la protesta social. Es decir, por un lado se compran dirigencias y por el otro se reprime y encarcela a todo aquel que se oponga a su corrupción y latrocinio.
Justamente por este tipo de acciones es por lo que México se ubica desde hace décadas –y particularmente desde hace 7 años- entre los países más corruptos del mundo. Todo gracias a los “grandes” políticos y a sus “grandes” instituciones”, de las cuales los ciudadanos de a pié, somos rehenes eternos.
En seguida dos crónicas de la marcha de ayer tomadas del periódico La Jornada.
http://www.jornada.unam.mx/
El campo mexicano, desprotegido ante el acuerdo comercial, advierten productores
“El TLCAN es muy bueno, pero para los pinches gringos”, decía una manta en el Zócalo
Queremos ser supervivientes y no perdedores de la alquimia neoliberal, expresan campesinos
Luis Hernández Navarro
El viejo y desvencijado tractor que encabeza la descubierta de la marcha no arranca. Otros más han echado a andar sus motores y se preparan para rodar sobre Paseo de la Reforma. Faltan diez minutos para las cuatro de la tarde y miles de campesinos aguardan el banderazo de salida. Dos agricultores empujan la máquina descompuesta para que funcione. El vehículo carraspea y tose, hasta que finalmente cede. La manifestación comienza.
El tractor se asemeja a la situación del campo mexicano. Trabajado en exceso, frágil y desprotegido en relación con las economías contra las que se le ha puesto a competir, el mundo rural mexicano sigue vivo gracias a los hombres y las mujeres que lo habitan, lo hacen producir y le mandan remesas desde sus nuevos hogares en Estados Unidos.
También tiene parecido con las movilizaciones contra el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Después de un prolongado letargo de casi 14 años de retraso, interrumpido por unos cuantos episodios, las grandes protestas contra el libre comercio agrícola finalmente ocupan las avenidas de la política nacional.
Hace cinco años, un 31 de enero como hoy, se escucharon los primeros gritos masivos para renegociar el tratado en el agro. Miles de campesinos tomaron las calles de la ciudad de México. “Somos sobrevivientes que se niegan a desaparecer”, dijo Alberto Gómez, en el mitin central de aquellas jornadas de lucha. No hubo, sin embargo, mucha fortuna. Las organizaciones campesinas perdieron en la mesa de negociaciones lo que habían ganado en las plazas públicas. La demanda original de renegociar el TLCAN se convirtió en, apenas, un compromiso de realizar un estudio para medir los impactos del acuerdo en el agro.
Pero más vale tarde que nunca. La movilización de ayer fue más grande que la de hace cinco años. Nació de una curiosa confluencia de centrales y convergencias campesinas de todo signo, en donde los líderes desconfían entre sí, pero se necesitan unos a los otros. Una convergencia en la que cada dirigente teme que el otro lo utilice para negociar sus reivindicaciones particulares, en nombre del conjunto. Una alianza que ha propiciado la emergencia de una protesta más grande que ellos; de una movilización que por su amplitud los rebasa, los desborda.
Se trata, además, de la más importante prueba de fuerza de masas entre el gobierno de Felipe Calderón y la oposición gremial. Porque lo que se fraguó en el Zócalo capitalino fue una alianza entre organizaciones sociales del campo y la ciudad, en la que la presencia de fuerzas político partidarias fue testimonial: estuvieron pero no contaron, por más que traten de capitalizarla. Un pulso en el que, mientras los campesinos gritan “¡Sacaremos a ese buey de la Sagarpa!”, Germán Martínez Cázares, dirigente del partido en el gobierno, afirma, con bravuconería e insensibilidad, que “el PAN respalda ciento por ciento, con orgullo, al secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas”.
Son más de las cuatro de la tarde. Sobre Paseo de la Reforma, detrás del destacamento de tractores que abre camino se agrupa la descubierta de la marcha. Son todos hombres, en su mayoría mayores de 50 años. Son los líderes de las llamadas organizaciones campesinas nacionales y de una que otra regional. Han estado al frente de ellas durante tres o cuatro décadas. La mayoría participó en las luchas por la tierra de los 70 y algunos más en los intentos por desarrollar la autogestión campesina. Casi todos han participado en contiendas electorales. Los acompañan dirigentes obreros como Francisco Hernández Juárez.
El primer contingente después de la descubierta es el de la Confederación Nacional Campesina (CNC). Con mucho es el más numeroso, seguido por la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA). Los destacamentos de la queniqué –como se le conoce en el medio– van encabezados por un grupo de danzantes sonorenses que, sin hacer caso al gobernador de su estado, Eduardo Bours –uno de los principales defensores del tratado–, critican el acuerdo comercial y funcionan como una especie de batucada indígena. Allí marchan camisas rojas madracistas del estado de México, coreando las consignas de la oposición de izquierda: “No somos uno, ni somos cien/pinche gobierno ¡cuéntanos bien!”
Curiosa ironía ver en las calles decenas de mantas cenecistas exigiendo la abrogación del TLCAN, cuando en el momento de su firma ellos fueron sus principales valedores en el campo. Una ironía que, en parte, se despeja con una pancarta en la que se muestra el corazón de la actual disputa de la queniqué con la administración de Felipe Calderón. “Reglas de operación aceptables para manejar el presupuesto al campo”. O sea, objetan una maniobra mediante la cual el gobierno federal centraliza el manejo sustantivo de una parte de los recursos para el campo, que antes administraban los gobiernos de los estados y algunas organizaciones campesinas.
Durante largos trayectos, la manifestación es un ejercicio de protesta silencioso, apenas interrumpido por los contingentes de sindicalistas y estudiantes que rompen el orden establecido y se cuelan entre las filas de los labriegos, por un grupo de chinelos, y por las distintas bandas de música y tamboras que amenizan el acto. Sólo los destacamentos más vinculados a una tradición de izquierda, como la CNPA o la CIOAC, hacen sentir su presencia a gritos. La marcha es un recordatorio de que, por más que se pretenda presentar a México como sociedad urbanizada, el mundo rural se hace presente una y otra vez.
Lo sacan por la puerta de las estadísticas y los discursos oficiales, y se cuela por las ventanas de la realidad. Hace dos días, los productores de leche convirtieron al Monumento de la Revolución en una especie de establo, con vacas y piensos incluidos, al tiempo que regalaban 25 mil litros del lácteo. Así se debió ver la plaza cuando en 1910 Porfirio Díaz comenzó su construcción. Hoy, decenas de jinetes a caballo, como los que integran la Caballería Zapatista de Milpa Alta, con un estandarte con la imagen del general Emiliano Zapata al frente, recorren las calles del centro para decir: ¡aquí estamos!
Una pancarta enarbolada por cientos de manifestantes dice: “El TLCAN es muy bueno, pero para los pinches gringos...” Este 31 de enero, miles de campesinos y trabajadores de la ciudad tomaron las calles para decir que no quieren maíz y frijol proveniente de Estados Unidos, sino granos y leguminosas sembrados por ellos en México. Pretenden, como lo hizo el desvencijado tractor que encabezó la manifestación, seguir siendo una clase de supervivientes y no los perdedores de la alquimia neoliberal.
++++++++
Tractores “patrocinados”, primeros en llegar al Zócalo
Los envió Monsanto, denuncian organizadores
Miles de campesinos, en la manifestación contra el TLC
Jaime Avilés
Perversiones de la política: la marcha nacional por la defensa del maíz mexicano llegó ayer al Zócalo encabezada por una columna de 50 tractores que –de acuerdo con una denuncia en poder de esta crónica– estaban “patrocinados por Monsanto” para exigir su “derecho a sembrar maíz transgénico”.
Atrás venían los otros tractores, los que el 18 de enero salieron de Ciudad Juárez, desde el puente fronterizo de El Chamizal, en la raya entre Estados Unidos y México, y más atrás de éstos, miles y miles de campesinos de todos los estados y todas las organizaciones agrarias del país, así como obreros de fábrica y de industria, colonos, militantes de movimientos sociales y mucha, mucha gente de la ciudad de México que acudió por su propia cuenta.
La síntesis de los acuerdos que hicieron posible la manifestación –a la que según organizadores se incorporaron más de 200 mil personas– estaba en lo alto del templete, a lo largo de un telón de fondo que encadenaba las siglas “CCI-CCN-CNC-CNTE-CONORP-FSM-CCD-UNORCA-UNT-UNTA”, fuerzas políticas convocantes.
Los corresponsales extranjeros, libreta en mano, traducían y deletreaban: Central Campesina Independiente, Central Campesina Nacional, Confederación Nacional Campesina, Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, Consejo Nacional de Organizaciones Rurales y Pesqueras, Frente Sindical Mexicano, Confederación Campesina Democrática, Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas, Unión Nacional de Trabajadores, Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas”.
Pero abajo, en la plancha del Zócalo, sobre la angosta calle Madero, la avenida Juárez y el Paseo de la Reforma ondeaban las banderolas y vibraban los gritos de los trabajadores de todos los ingenios cañeros del país –que se identificaban por una cachucha roja–, los militantes del sindicato de telefonistas y los siempre combativos electricistas, muchos de los cuales desfilaban esta vez con las camisetas de Luz y Fuerza del Centro, tan vapuleada por el huracán del martes pasado y por la prensa de la ultraderecha que aprovechó la magnitud de la desgracia para exigir, ahora sí airadamente, su privatización.
En la esquina de Lázaro Cárdenas y Madero la senadora Rosario Ibarra y un grupo de integrantes del Frente Nacional contra la Represión exigían “la libertad de los presos y desaparecidos políticos de hoy, de ayer y de siempre”. Al que no le calentaba ni el sol de la tarde ni la energía que irradiaban tantas decenas de miles de seres humanos unidos por el afán de mostrar su descontento, era al dirigente campesino Pablo Gómez Caballero, hijo del legendario Pablo Gómez, que en 1966 murió durante el asalto de la Liga Comunista 23 de Septiembre al cuartel de Madera, Chihuahua.
Después de atravesar el país acompañando a los tractores que partieron desde Ciudad Juárez, el dirigente quería denunciar que, a la hora en que la manifestación debía partir de la glorieta del Ángel de la Independencia, encabezada por los vehículos de labranza, otra columna de tractores se adelantó para adueñarse de la descubierta.
Al frente de esas máquinas iba el también líder agrario de Chihuahua, Armando Villarreal Marta, a quien, dijo Gómez Caballero, “lo patrocinan la compañía transnacional Monsanto y la priísta CNC, para que anden por todas partes exigiendo su supuesto derecho a sembrar maíz transgénico”.
Y en efecto, eso era lo que repetían los bien impresos carteles de los primeros tractores: “Por el derecho a sembrar maíz transgénico”. Era lo único que faltaba. Por fortuna, casi nadie se enteró. Los que llegaron al Zócalo –que sigue siendo medio Zócalo, debido al Museo Nómada– se retiraron por 20 de Noviembre. En esos momentos, casi las 5 de la tarde, los últimos contingentes, formados por militantes de El Barzón de Veracruz, cuyas mantas reiteraban la consigna del momento –“Sin maíz no hay país”, a la que añadían “sin frijol tampoco”– continuaban alrededor de la Diana, mientras en Reforma y Juárez un señor clamaba a todo pulmón: “Sin maíz no hay cornflakes”. Más adelante, cerca de una muchacha que iba desnuda, pero con la piel pintada con granos y hojas de elote, un altavoz de los telefonistas rimaba: “Mouriño, araña, regrésate a España”.
Sobre Madero, los trabajadores textiles de Ocotlán, Jalisco, le mentaban la madre en sentidos versos a su patrón, el megaempresario Moisés Saba, y entre contingentes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el INBA, el Frente Francisco Villa, los indígenas de la sierra mazateca, el Movimiento Los de Abajo, el Comité Mx Ac, Flor y Canto, las logias masónicas del Valle de México, los colonos de Ecatepec, y muchas siglas más, otro altavoz coreaba: “No es Mickey Mouse, tampoco es Topo Gigio, es una pinche rata llamada Felinillo”, y a partir de estas ocurrencias se derivaban múltiples variaciones sobre el mismo tema. En el templete del Zócalo, mientras tanto, en las voces de los múltiples oradores, iban y venían los exhortos a la “unificación de todos los criterios y de todas las luchas –como externó el padre Miguel Concha–, para lograr que el gobierno cambie esta política lesiva a los intereses del pueblo y se haga efectivo el reconocimiento de todas las libertades públicas”.
Hubo pocas alusiones a la inminente privatización de Petróleos Mexicanos y ninguna a la lucha de Andrés Manuel López Obrador, aunque muchos seguidores de éste abuchearon al eterno líder de los trabajadores telefonistas, Francisco Hernández Juárez. En tanto, otras manos quemaban una efigie del secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, aderezada con cuernos de Belcebú, y otros desgarraban una bandera estadunidense que no se dejaba incendiar; múltiples brazos alzaban carteles con la leyenda: “Este es un gobierno milpero: pone mil peros para ayudar a los campesinos”.
que lo ubica al lado de naciones como Tailandia, Filipinas, Rusia, Bosnia, Ucrania y Azerbaiján. No es nada nuevo, pero sí lo es que a partir de la llegada del PAN a Los Pinos, México se encuentra cada vez más en esta vergonzosa posición.
Pese a que los PRIANistas se empeñan en desmentirlo, los niveles de corrupción en el país son alarmantes. Si tenemos en cuenta que son ellos quienes desgobiernan en el 80 por ciento del territorio nacional ¿a quienes se debe entonces tanta corrupción? No se necesita ser un experto en estos temas para afirmarlo.
Una muestra de lo anterior fue la multitudinaria marcha de ayer donde participaron decenas de miles de personas –principalmente campesinos- llegados de todo el país para protestar por tanto robo a la ciudadanía. Desde el TLCAN hasta la carestía de la vida, pasando por la pretensión de rematar Pemex y la CFE. En la misma se pudo apreciar que los líderes charros que ayer vitoreaban el despojo que causaba el PRI ahora se oponen a lo mismo que hace el PAN, pues ya no les toca la tajada que antes tenían. Y es que dichos “dirigentes” incrustados por el priísmo desde hace 40 años quieren mantener en crecimiento sus fortunas personales. Sin embargo, lo que el PAN busca es imponer a sus propios “líderes” para poder manejarlos a su antojo, sin importarles en lo más mínimo la surte de los campesinos.
Pese a todo los protagonistas fueron los campesinos, que de esta manera desmienten uno de los mitos manejados por el PRIAN: que México ya no es rural sino urbano. Es la imagen que han tratado de vender al extranjero y al interior del país. Una campaña de desinformación como aquella de que se pueden comparar y hacer el trabajo de un campesino de Japón o de Estados Unidos, vaya estupidez.
Una de las consecuencias de las movilizaciones ciudadanas que llevan casi dos años ininterrumpidamente es que mientras en el discurso oficial no hay problema, todo México está en calma y progresando, en privado la situación es distinta. En la reunión con legisladores del PAN antes del inicio del periodo ordinario de sesiones en el Congreso de la Unión, el testaferro del pelele, Juan Camilo Muriño, quien funge como secretario de gobernación del gobierno pirata, expresó lo siguiente:
La prioridad del gobierno de Felipe Calderón para el nuevo periodo ordinario de sesiones en la Cámara de Diputados es la aprobación de la reforma de seguridad y justicia, la del Estado y la energética, abundó. Insistió en que los legisladores del blanquiazul deben emprender el relanzamiento de la política social con rostro panista.
Una sugerencia que sorprendió a sus correligionarios fue la referida a observar con detenimiento, desde la perspectiva gubernamental y del PAN, la renovación de las dirigencias sindicales de importantes sectores de trabajadores como el STUNAM, SUTIN y Situam, entre otros.
En el terreno social sugirió a sus correligionarios que impulsen, junto con el gobierno calderonista, el relanzamiento de la política social que tenga un rostro panista, por lo que deslizó la necesidad de emprender una estrategia de reagrupamiento de los programas sociales.
Por lo que hace al terreno económico, se dijo a este diario, el funcionario federal reveló que existe una manifiesta preocupación porque en distintos ámbitos de la sociedad se cree que los niveles inflacionarios se han incrementado, y también reconoció que la desaceleración económica en Estados Unidos tendrá repercusiones en México.
La Jornada, 1 de febrero de 2008.
Queda claro que una cosa son las declaraciones oficiales y oficiosas –de los paleros medios electrónicos de comunicación y desinformación- y otras la medidas que pretende tomar el usurpador Felipe Calderón Hinojosa para reprimir el descontento social. La primera –como lo hemos escrito desde hace meses- es la aprobación de la reforma judicial que busca convertir en delincuentes a todos los que protesten y se opongan a la venta del territorio mexicano y sus recursos naturales como, gas, petróleo, electricidad, playas, etc.
En esa misma estrategia se inserta la compra e imposición de “líderes” sindicales, de partidos políticos -como el PRD-, de organizaciones campesinas y sociales para que sean afines a los intereses del PAN y de esta manera controlar –al menos en el discurso, video y la fotografía utilizadas por los medios- la protesta social. Es decir, por un lado se compran dirigencias y por el otro se reprime y encarcela a todo aquel que se oponga a su corrupción y latrocinio.
Justamente por este tipo de acciones es por lo que México se ubica desde hace décadas –y particularmente desde hace 7 años- entre los países más corruptos del mundo. Todo gracias a los “grandes” políticos y a sus “grandes” instituciones”, de las cuales los ciudadanos de a pié, somos rehenes eternos.
En seguida dos crónicas de la marcha de ayer tomadas del periódico La Jornada.
http://www.jornada.unam.mx/
El campo mexicano, desprotegido ante el acuerdo comercial, advierten productores
“El TLCAN es muy bueno, pero para los pinches gringos”, decía una manta en el Zócalo
Queremos ser supervivientes y no perdedores de la alquimia neoliberal, expresan campesinos
Luis Hernández Navarro
El viejo y desvencijado tractor que encabeza la descubierta de la marcha no arranca. Otros más han echado a andar sus motores y se preparan para rodar sobre Paseo de la Reforma. Faltan diez minutos para las cuatro de la tarde y miles de campesinos aguardan el banderazo de salida. Dos agricultores empujan la máquina descompuesta para que funcione. El vehículo carraspea y tose, hasta que finalmente cede. La manifestación comienza.
El tractor se asemeja a la situación del campo mexicano. Trabajado en exceso, frágil y desprotegido en relación con las economías contra las que se le ha puesto a competir, el mundo rural mexicano sigue vivo gracias a los hombres y las mujeres que lo habitan, lo hacen producir y le mandan remesas desde sus nuevos hogares en Estados Unidos.
También tiene parecido con las movilizaciones contra el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Después de un prolongado letargo de casi 14 años de retraso, interrumpido por unos cuantos episodios, las grandes protestas contra el libre comercio agrícola finalmente ocupan las avenidas de la política nacional.
Hace cinco años, un 31 de enero como hoy, se escucharon los primeros gritos masivos para renegociar el tratado en el agro. Miles de campesinos tomaron las calles de la ciudad de México. “Somos sobrevivientes que se niegan a desaparecer”, dijo Alberto Gómez, en el mitin central de aquellas jornadas de lucha. No hubo, sin embargo, mucha fortuna. Las organizaciones campesinas perdieron en la mesa de negociaciones lo que habían ganado en las plazas públicas. La demanda original de renegociar el TLCAN se convirtió en, apenas, un compromiso de realizar un estudio para medir los impactos del acuerdo en el agro.
Pero más vale tarde que nunca. La movilización de ayer fue más grande que la de hace cinco años. Nació de una curiosa confluencia de centrales y convergencias campesinas de todo signo, en donde los líderes desconfían entre sí, pero se necesitan unos a los otros. Una convergencia en la que cada dirigente teme que el otro lo utilice para negociar sus reivindicaciones particulares, en nombre del conjunto. Una alianza que ha propiciado la emergencia de una protesta más grande que ellos; de una movilización que por su amplitud los rebasa, los desborda.
Se trata, además, de la más importante prueba de fuerza de masas entre el gobierno de Felipe Calderón y la oposición gremial. Porque lo que se fraguó en el Zócalo capitalino fue una alianza entre organizaciones sociales del campo y la ciudad, en la que la presencia de fuerzas político partidarias fue testimonial: estuvieron pero no contaron, por más que traten de capitalizarla. Un pulso en el que, mientras los campesinos gritan “¡Sacaremos a ese buey de la Sagarpa!”, Germán Martínez Cázares, dirigente del partido en el gobierno, afirma, con bravuconería e insensibilidad, que “el PAN respalda ciento por ciento, con orgullo, al secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas”.
Son más de las cuatro de la tarde. Sobre Paseo de la Reforma, detrás del destacamento de tractores que abre camino se agrupa la descubierta de la marcha. Son todos hombres, en su mayoría mayores de 50 años. Son los líderes de las llamadas organizaciones campesinas nacionales y de una que otra regional. Han estado al frente de ellas durante tres o cuatro décadas. La mayoría participó en las luchas por la tierra de los 70 y algunos más en los intentos por desarrollar la autogestión campesina. Casi todos han participado en contiendas electorales. Los acompañan dirigentes obreros como Francisco Hernández Juárez.
El primer contingente después de la descubierta es el de la Confederación Nacional Campesina (CNC). Con mucho es el más numeroso, seguido por la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas (UNTA). Los destacamentos de la queniqué –como se le conoce en el medio– van encabezados por un grupo de danzantes sonorenses que, sin hacer caso al gobernador de su estado, Eduardo Bours –uno de los principales defensores del tratado–, critican el acuerdo comercial y funcionan como una especie de batucada indígena. Allí marchan camisas rojas madracistas del estado de México, coreando las consignas de la oposición de izquierda: “No somos uno, ni somos cien/pinche gobierno ¡cuéntanos bien!”
Curiosa ironía ver en las calles decenas de mantas cenecistas exigiendo la abrogación del TLCAN, cuando en el momento de su firma ellos fueron sus principales valedores en el campo. Una ironía que, en parte, se despeja con una pancarta en la que se muestra el corazón de la actual disputa de la queniqué con la administración de Felipe Calderón. “Reglas de operación aceptables para manejar el presupuesto al campo”. O sea, objetan una maniobra mediante la cual el gobierno federal centraliza el manejo sustantivo de una parte de los recursos para el campo, que antes administraban los gobiernos de los estados y algunas organizaciones campesinas.
Durante largos trayectos, la manifestación es un ejercicio de protesta silencioso, apenas interrumpido por los contingentes de sindicalistas y estudiantes que rompen el orden establecido y se cuelan entre las filas de los labriegos, por un grupo de chinelos, y por las distintas bandas de música y tamboras que amenizan el acto. Sólo los destacamentos más vinculados a una tradición de izquierda, como la CNPA o la CIOAC, hacen sentir su presencia a gritos. La marcha es un recordatorio de que, por más que se pretenda presentar a México como sociedad urbanizada, el mundo rural se hace presente una y otra vez.
Lo sacan por la puerta de las estadísticas y los discursos oficiales, y se cuela por las ventanas de la realidad. Hace dos días, los productores de leche convirtieron al Monumento de la Revolución en una especie de establo, con vacas y piensos incluidos, al tiempo que regalaban 25 mil litros del lácteo. Así se debió ver la plaza cuando en 1910 Porfirio Díaz comenzó su construcción. Hoy, decenas de jinetes a caballo, como los que integran la Caballería Zapatista de Milpa Alta, con un estandarte con la imagen del general Emiliano Zapata al frente, recorren las calles del centro para decir: ¡aquí estamos!
Una pancarta enarbolada por cientos de manifestantes dice: “El TLCAN es muy bueno, pero para los pinches gringos...” Este 31 de enero, miles de campesinos y trabajadores de la ciudad tomaron las calles para decir que no quieren maíz y frijol proveniente de Estados Unidos, sino granos y leguminosas sembrados por ellos en México. Pretenden, como lo hizo el desvencijado tractor que encabezó la manifestación, seguir siendo una clase de supervivientes y no los perdedores de la alquimia neoliberal.
++++++++
Tractores “patrocinados”, primeros en llegar al Zócalo
Los envió Monsanto, denuncian organizadores
Miles de campesinos, en la manifestación contra el TLC
Jaime Avilés
Perversiones de la política: la marcha nacional por la defensa del maíz mexicano llegó ayer al Zócalo encabezada por una columna de 50 tractores que –de acuerdo con una denuncia en poder de esta crónica– estaban “patrocinados por Monsanto” para exigir su “derecho a sembrar maíz transgénico”.
Atrás venían los otros tractores, los que el 18 de enero salieron de Ciudad Juárez, desde el puente fronterizo de El Chamizal, en la raya entre Estados Unidos y México, y más atrás de éstos, miles y miles de campesinos de todos los estados y todas las organizaciones agrarias del país, así como obreros de fábrica y de industria, colonos, militantes de movimientos sociales y mucha, mucha gente de la ciudad de México que acudió por su propia cuenta.
La síntesis de los acuerdos que hicieron posible la manifestación –a la que según organizadores se incorporaron más de 200 mil personas– estaba en lo alto del templete, a lo largo de un telón de fondo que encadenaba las siglas “CCI-CCN-CNC-CNTE-CONORP-FSM-CCD-UNORCA-UNT-UNTA”, fuerzas políticas convocantes.
Los corresponsales extranjeros, libreta en mano, traducían y deletreaban: Central Campesina Independiente, Central Campesina Nacional, Confederación Nacional Campesina, Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, Consejo Nacional de Organizaciones Rurales y Pesqueras, Frente Sindical Mexicano, Confederación Campesina Democrática, Unión Nacional de Organizaciones Regionales Campesinas Autónomas, Unión Nacional de Trabajadores, Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas”.
Pero abajo, en la plancha del Zócalo, sobre la angosta calle Madero, la avenida Juárez y el Paseo de la Reforma ondeaban las banderolas y vibraban los gritos de los trabajadores de todos los ingenios cañeros del país –que se identificaban por una cachucha roja–, los militantes del sindicato de telefonistas y los siempre combativos electricistas, muchos de los cuales desfilaban esta vez con las camisetas de Luz y Fuerza del Centro, tan vapuleada por el huracán del martes pasado y por la prensa de la ultraderecha que aprovechó la magnitud de la desgracia para exigir, ahora sí airadamente, su privatización.
En la esquina de Lázaro Cárdenas y Madero la senadora Rosario Ibarra y un grupo de integrantes del Frente Nacional contra la Represión exigían “la libertad de los presos y desaparecidos políticos de hoy, de ayer y de siempre”. Al que no le calentaba ni el sol de la tarde ni la energía que irradiaban tantas decenas de miles de seres humanos unidos por el afán de mostrar su descontento, era al dirigente campesino Pablo Gómez Caballero, hijo del legendario Pablo Gómez, que en 1966 murió durante el asalto de la Liga Comunista 23 de Septiembre al cuartel de Madera, Chihuahua.
Después de atravesar el país acompañando a los tractores que partieron desde Ciudad Juárez, el dirigente quería denunciar que, a la hora en que la manifestación debía partir de la glorieta del Ángel de la Independencia, encabezada por los vehículos de labranza, otra columna de tractores se adelantó para adueñarse de la descubierta.
Al frente de esas máquinas iba el también líder agrario de Chihuahua, Armando Villarreal Marta, a quien, dijo Gómez Caballero, “lo patrocinan la compañía transnacional Monsanto y la priísta CNC, para que anden por todas partes exigiendo su supuesto derecho a sembrar maíz transgénico”.
Y en efecto, eso era lo que repetían los bien impresos carteles de los primeros tractores: “Por el derecho a sembrar maíz transgénico”. Era lo único que faltaba. Por fortuna, casi nadie se enteró. Los que llegaron al Zócalo –que sigue siendo medio Zócalo, debido al Museo Nómada– se retiraron por 20 de Noviembre. En esos momentos, casi las 5 de la tarde, los últimos contingentes, formados por militantes de El Barzón de Veracruz, cuyas mantas reiteraban la consigna del momento –“Sin maíz no hay país”, a la que añadían “sin frijol tampoco”– continuaban alrededor de la Diana, mientras en Reforma y Juárez un señor clamaba a todo pulmón: “Sin maíz no hay cornflakes”. Más adelante, cerca de una muchacha que iba desnuda, pero con la piel pintada con granos y hojas de elote, un altavoz de los telefonistas rimaba: “Mouriño, araña, regrésate a España”.
Sobre Madero, los trabajadores textiles de Ocotlán, Jalisco, le mentaban la madre en sentidos versos a su patrón, el megaempresario Moisés Saba, y entre contingentes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el INBA, el Frente Francisco Villa, los indígenas de la sierra mazateca, el Movimiento Los de Abajo, el Comité Mx Ac, Flor y Canto, las logias masónicas del Valle de México, los colonos de Ecatepec, y muchas siglas más, otro altavoz coreaba: “No es Mickey Mouse, tampoco es Topo Gigio, es una pinche rata llamada Felinillo”, y a partir de estas ocurrencias se derivaban múltiples variaciones sobre el mismo tema. En el templete del Zócalo, mientras tanto, en las voces de los múltiples oradores, iban y venían los exhortos a la “unificación de todos los criterios y de todas las luchas –como externó el padre Miguel Concha–, para lograr que el gobierno cambie esta política lesiva a los intereses del pueblo y se haga efectivo el reconocimiento de todas las libertades públicas”.
Hubo pocas alusiones a la inminente privatización de Petróleos Mexicanos y ninguna a la lucha de Andrés Manuel López Obrador, aunque muchos seguidores de éste abuchearon al eterno líder de los trabajadores telefonistas, Francisco Hernández Juárez. En tanto, otras manos quemaban una efigie del secretario de Agricultura, Alberto Cárdenas, aderezada con cuernos de Belcebú, y otros desgarraban una bandera estadunidense que no se dejaba incendiar; múltiples brazos alzaban carteles con la leyenda: “Este es un gobierno milpero: pone mil peros para ayudar a los campesinos”.
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