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domingo, noviembre 04, 2007

Amo la traición, pero odio al traidor**



Tomado de La Jornada, Hernández.


Mario Di Costanzo*


Aunque estoy muy lejos de compartir el pensamiento del emperador y dictador de la república romana Julio César, esta frase atribuida a él y que titula este artículo refleja grandemente la situación política, económica y social del país.

En el contexto político nacional se están dando una serie de acusaciones que hicieran parecer que se trata de un juego de buenos y malos, donde lo que menos importa es el país y sus instituciones.

De esta manera, mientras que en la Cámara de Diputados se alista la comisión que supuestamente investigará a Vicente Fox sobre su inexplicable enriquecimiento, el ex presidente lanza acusaciones a Manlio Fabio Beltrones, quien es el presidente del Senado, aprovechando también la oportunidad para hacer nuevamente una defensa pública de los hijos de Marta Sahagún.

Pero también entre los “empresarios” se están dando estas acusaciones. Así, resulta patético observar a Francisco Gil Díaz, ex secretario de Hacienda y ahora director general de una empresa de telefonía, acusar a Telmex y a la Comisión Federal de Competencia del monopolio que se ha generado en el área de la telefonía, poniendo con ello sobre la mesa el tema de la competitividad empresarial y los monopolios.

Por su parte, el gobierno federal ahora se escandaliza por la situación que Pemex atraviesa, como si hasta ahora se percatara de la corrupción y el olvido presupuestario que ha hecho presa de este “patrimonio de todos los mexicanos”, queriendo con ello en el fondo mostrar o inducir que la privatización de esta paraestatal es el único camino a seguir para salvarla de una bancarrota.

Así, sólo faltaría escuchar a Elba Esther Gordillo defendiendo a la democracia o a Miguel Ángel Yunes disertando sobre derechos humanos.

Sin embargo, tal pareciera que los actores han olvidado de dónde vienen, ya que los ciudadanos ya no dudan sobre el enriquecimiento inexplicable de Vicente Fox, y muchos recordamos las conjeturas que se hicieron sobre aquella misteriosa reunión entre Mario Aburto y Manlio Fabio Beltrones poco después del asesinato de Luis Donaldo Colosio, en las playas de Tijuana o las publicaciones del diario estadunidense The New York Times del 23 de febrero y del primero de marzo de 1997, en las que se advertía de los posibles nexos de Manlio con el tráfico de drogas.

Qué acaso Gil Díaz no recuerda que también él solapo las prácticas monopólicas y oligopólicas en el sistema bancario, incluso las fomentó y protegió, o aquéllos que hoy acusan la situación de Pemex se han preocupado por conocer si se han solventado a la fecha todas las observaciones emitidas por la Auditoría Superior de la Federación a esta paraestatal, y si estas observaciones han permitido corregir la operación de la empresa.

Mientras tanto, alguien de estos ilustres personajes se ha preocupado por la situación de los cañeros en el estado de Nayarit y que particularmente en el ejido de Puga son víctimas del avasallamiento de los ingenios hacia ellos, o alguien de todos estos respetables actores está preocupado porque México ocupará el lugar 147 de una lista de 180 países en materia de crecimiento económico para 2007.

Será que estos políticos se encuentran realmente indignados porque a pesar del nivel en que se encuentran los precios del petróleo, Pemex registró pérdidas al mes de septiembre por 13 mil 493 millones de pesos, y que en el presupuesto para 2008 no tiene asignados recursos para reconstituir su flota de buques tanque.

Será que alguno de estos actores se ha preocupado por reactivar la iniciativa de precios competitivos que AMLO presentara ante el Senado de la República, o por evitar que el IPAB continúe transfiriendo millonarios recursos presupuestarios a los bancos.

Sin embargo, a los ciudadanos ya no les preocupa quién o quiénes son los buenos o los malos, porque con tristeza observan que en el fondo se trata de un problema de traiciones, cuyo común denominador es que éstas han sido contra la democracia, contra las instituciones, contra el país y, en suma, contra los mexicanos.

Por ello, y sin lugar a dudas, la tragedia que en estos momentos viven los habitantes del estado de Tabasco debe hacer reaccionar al Estado, el cual no sólo debe lamentar y urgir la ayuda, ahora más que nunca tiene la obligación de aplicar y liderar un programa integral de salvamento y reconstrucción de la entidad que necesariamente debe verse reflejado en el Presupuesto de Egresos para 2008.

Éste debe contener apoyos financieros e incentivos fiscales, condonación de créditos por parte de la banca, reconstrucción de viviendas, recuperación del campo y reconstrucción de la infraestructura productiva y social.

Como siempre sucede en estos casos, la respuesta ciudadana ha sido inmediata e incondicional, por lo que la respuesta del gobierno debe ser total y sin menoscabo alguno de recursos, ya que la tragedia desafortunadamente apenas empieza.

*Secretario de la hacienda pública del gobierno legítimo


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Tabasco: es mucho lo que hay que cambiar**


Antonio Gershenson
gershen@servidor.unam.mx


Las inundaciones de Tabasco muestran que es mucho lo que hay que cambiar. Las actuales parecen ser las peores, pero ya las ha habido, las más recientes en 1999, y las más duras hasta ese momento. Ha habido suficientes advertencias, inundaciones anteriores, de que había que tomar medidas, y no se tomaron.

Pemex informa de aportaciones para prevenir inundaciones durante los gobiernos estatales de Madrazo y Andrade, y de que no hay evidencia de que los recursos se hayan empleado en ello. Podemos decir que lo que hoy sucede es más bien evidencia de que no lo hicieron. Pero eso no es todo.

Se informa en estas páginas que han estado rompiendo los diques del río Grijalva en el tramo que atraviesa el centro de Villahermosa, la capital estatal. Tenemos que ir hacia arriba de ese río para ver otras causas, muy importantes, del problema.

En otra información de La Jornada vemos lo sucedido arriba, en Chiapas, donde hay cuatro plantas hidroeléctricas con sus respectivas presas, a lo largo del Grijalva. Todas ellas se diseñaron exclusivamente para generar electricidad, y no se consideraron problemas como las inundaciones, que ya las había. La capacidad de las presas consideraba la generación de energía, pero nada más.

De la que está más abajo, Peñitas, estuvo dejando pasar 2 mil metros cúbicos de agua por segundo. Un metro cúbico equivale a mil litros. La razón es que la presa ya rebasa su capacidad instalada. Se aclara que en 1999, con las inundaciones inmediatas anteriores, ya se había rebasado la capacidad instalada. Arriba de Peñitas están las presas, y centrales, de Malpaso, Chicoasén y La Angostura, que es la que tiene más capacidad de almacenamiento de agua. Pero esta última ya está, se nos informa, al 94 por ciento de su capacidad.

Los 2 mil metros cúbicos por segundo que bajaron por el Grijalva bastaron, entre otras cosas, para romper los diques del río en Villahermosa y extender la inundación. Entonces, debemos revisar muchas cosas en la forma como se ha querido tener un desarrollo en México.

Por un lado, está el problema de cómo se manejó el agua de las presas del Grijalva anteriormente, para que se hayan llenado así. El Centro Nacional de Energía (Cenace), de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), da entrada o salida a cada planta eléctrica, pero además ha habido protestas porque se les da preferencia a las plantas de gas natural de empresas extranjeras, dejando las propias de la CFE para cuando son indispensables. Y se usan las hidroeléctricas en las horas de mayor demanda, para luego dejarlas fuera. Esto puede haber dado lugar a que las presas, al llegar las lluvias, estuvieran más llenas que si se hubiera usado el agua para generar todo el tiempo, sacando plantas de las empresas privadas. Y luego está el problema que mencionamos, de la construcción de presas exclusivamente para generar electricidad, habiendo otros problemas.

Voy a poner un ejemplo. No con la idea de copiarlo, que las condiciones son muy diferentes. Pero sí con la intención de mostrar que estas cosas son posibles. Se trata de la presa, y planta hidroeléctrica, y más cosas, de Tres Gargantas, en China, sobre el río Yangtse. Se ha construido en respuesta a múltiples inundaciones, que causaron 300 mil muertos a lo largo del siglo XX. La última inundación, en 1998, causó daños estimados entre 20 y 30 mil millones de dólares. Aproximadamente ese es el costo de la presa y sus obras asociadas. La cortina de concreto mide dos y medio kilómetros de largo, 181 metros de altura y 100 de espesor. Ya ahora funciona para prevenir inundaciones, y al ser terminada la obra, en 2009, será también la mayor planta para generar electricidad en el mundo, con una capacidad de 18 mil 200 megavatios. Aproximadamente, será 50 por ciento mayor que la actual mayor planta del mundo, Itaipú, en Brasil. Además de protección y de generación de electricidad, será el principal medio de transporte fluvial de China. El tiempo de la obra, unos 18 años, no es un obstáculo para realizarla, motivada originalmente por las inundaciones pero que va dirigida a la solución de varios problemas.

No es una obra del momento. Hay toda una historia, que se inicia hace casi 2 mil 300 años con la construcción del sistema de obras y presas para controlar las aguas del río Ming, tanto para evitar inundaciones como para ampliar las tierras de riego. Y ese sistema, con algunos cambios, ahí sigue funcionando.

A partir de nuestra propia realidad, ya es tiempo de ver los problemas y sus soluciones de manera más global, y no seguir sólo con grandes inversiones, cuando las hay, para un solo objetivo, cuando que las necesidades son variadas. Que el desastre de Tabasco sirva de lección.




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Un empresario ejemplar**

Arnaldo Córdova


El pasado 23 de octubre, Mauricio González Lara hizo una entrevista a Ricardo Salinas Pliego que luego puso en su blog (altaempresa.com). La referencia me la dio el artículo de Miguel Ángel Granados Chapa del pasado jueves primero de noviembre publicado en Reforma. Me pareció que valía la pena comentarlo aquí, aprovechando algunas de las muy agudas observaciones que hace mi amigo en su columna. No se puede decir que, por su manera de pensar, este empresario sea diferente a como son todos los empresarios; a todos les es común la misma rusticidad y la más desgarbada ordinariez. Para todos ellos, el asunto no es cumplir con la función social que la legislación civil les encomienda; el asunto se reduce a lo más tangible: cómo hacer dinero, lo demás no es su problema.

Erróneamente, Salinas Pliego afirma que la gente dice que “la televisión es un bien público”. No es posible saber a qué “gente” se refiere, pero González Lara le dice que eso fue lo que el Poder Legislativo les dijo (a los dueños de las televisoras), lo cual, por lo que tengo sabido, es falso. Lo que se les dijo fue que el espectro radioeléctrico es propiedad de la nación (el Estado sólo es el representante de la nación, pero tampoco es el propietario). Las televisoras son un bien privado y un negocio que prospera sobre la base de una concesión que el Estado, en nombre de la nación, les hace. Salinas Pliego se indigna sobre bases falsas, que lo hacen despotricar imprudentemente:

“¿Y dónde está el dinero público? Están muy mal [los legisladores], son unos mentirosos y ladrones, nos han despojado de nuestro tiempo de trabajo sin compensaciones. Es un robo, nos han confiscado nuestro tiempo y nuestra audiencia para servir a sus intereses [sic]…” Volvemos a lo mismo: que el Estado decida, por medio de su departamento legislativo, que no conviene al pueblo de México que el dinero de sus contribuciones se desperdicie regalándoselo a los concesionarios de los medios es una confiscación y un robo. Es una falsedad, pues, simplemente, ya no se permitirá que los concesionarios hagan negocio con las artificiales urgencias de los partidos. Sólo se ha decidido que el tiempo que corresponde al Estado es suficiente.

Inútilmente, Salinas trata de demostrar con argumentos muy elementales que la televisora no es un bien público. Sólo él y González Lara lo dijeron. Pero lo interesante no es eso, sino que, a renglón seguido, arguye que, aparte la “confiscación” y el “robo” a los que se refirió, llega a decir que el mismísimo régimen impositivo es atentar contra sus intereses. “… muchos políticos –afirma– creen que la riqueza nomás existe y que su chamba es repartirla. Se les olvida que hay que producirla, que no es fácil; se les olvida que los empresarios necesitan de incentivo, apoyo, apapacho…” ¡Hermoso!, ¿no es cierto? El padre intelectual del anarquismo moderno, P. J. Prouhdon, acuñó que “la propiedad es un robo”; nuestros empresarios piensan que los impuestos son un robo.

Entre los defectos del “apapacho” que el poder público debe a los empresarios, según Salinas Pliego, están los de siempre, pues “el gobierno toma medidas que bajan la confianza, que suben los impuestos, que descapitalizan a la empresa o que desconciertan a inversionistas, lo que hacen es atentar contra el empleo”. Lo que el gobierno debería hacer, en su concepto, es no cobrarles impuestos, regalarles los dineros públicos a través de las campañas electorales, la abolición de los tiempos de transmisión para el Estado, y no hacer nada cuando ellos hacen negocios oscuros, como cuando Salinas adquirió el Instituto Mexicano de Televisión que luego fue Tv Azteca. Creo que fue esta empresa la que más se indignó por los resultados de la reforma electoral reciente. Televisa, simplemente, apechugó, y a otra cosa mariposa.

González Lara le insiste varias veces a Salinas que diga algo sobre la función social de su empresa. En todas las legislaciones civiles del mundo, desde hace ya más de un siglo, se impone que la empresa privada debe desempeñar una función social que consiste, ante todo, en coadyuvar con el Estado para realizar los servicios públicos que se deben a la población en general; se dice que la propiedad privada no debe ser un privilegio que medre sobre los demás y que, más bien, debe velar porque su actividad vaya en todos los sentidos a favor de los menos favorecidos. En nuestro Código Civil eso se inscribió desde que fue reformado a fines de los años 20 del siglo pasado. Cualquier juez podría señalar sin dificultades cuándo un empresario no cumple con ese deber, legal y humanitario.

Salinas Pliego entiende así la función social de su empresa: “Los medios tienen una mayor vocación social porque están en contacto con la gente, y estamos conscientes de sus sueños y sus necesidades. Eso nos hace más sensibles; mal haríamos de no ser así, si no, imagínate, ¿cómo programaríamos? La televisión tiene una responsabilidad muy importante respecto a la formación de lo que está bien y lo que está mal. Si una chica, por ejemplo, se pone un tatuaje, pues al rato todas las muchachitas de México se van a poner el tatuaje… a la gente no le interesa una televisión inteligente, igual [sic] y lo que quiere es más de lo mismo, y si es así, pues eso es lo que habrá que darle”.

Finalmente, para nuestro empresario modelo, los bienes de la nación, como el espectro radioeléctrico, del que él es concesionario, no son nada sin el capital privado, son sólo una entelequia vacía. Lo que hace la realidad es quién tiene los medios para explotar y aprovechar esos medios. Nos dice al respecto: “… el agua es un bien público. Dios da el agua, pero no la entuba. El agua hay que llevarla a la comunidad, y eso cuesta. Efectivamente, el espectro radioeléctrico es un bien público. Yo soy concesionario de un espectro, pero soy propietario de los edificios, de las cámaras, de las casas de producción, de las editoras. Eso no es parte del bien público”. Mi querido y admirado Miguel Ángel, al respecto, le da una estocada a fondo que dudo que el empresario, de haberlo leído, lo haya entendido. Hablando de los empresarios televisivos en general, les dice: “… el principal activo de sus operaciones mercantiles, la autorización para operar, les da poder sobre un bien que no les pertenece sino que es propiedad del Estado, que lo deja en sus manos a título de concesión, sujeto a término expreso y específico”.

Salinas ni siquiera se imagina que no fue Dios quien lo hizo propietario, sino la nación. En mi próxima entrega trataré de explicarlo.


**Tomados del diario La Jornada.