Impunidad igual hoy que ayer
Estela colocada en memoria de los asesinados el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, México.
San Salvador Atenco y Oaxaca son los casos más recientes que demuestran una política de Estado que no ha variado en casi 40 años. El 2 de octubre de 1968 el gobierno federal en coordinación con el Ejército Mexicano llevaron a cabo la que sería con mucho la peor página en la historia del país. Previamente los asesinos Luis Echeverría Alvarez y Gustavo Díaz Ordaz habían acordado terminar de forma violenta el movimiento estudiantil que hace meses diera comienzo y que para esa fecha ya sumaba la simpatía de otros sectores de la población. Sin importar el número de vidas perdidas, la violación a las garantías individuales y de la propia Constitución, montaron un operativo en el que cientos de personas serían asesinadas, muchas de ellas por el sólo hecho de vivir en la zona donde se efectuaría el mitin.
Desde temprana hora el gobierno federal cortó los servicios de energía eléctrica y teléfono, a fin de bloquear todo tipo de información y tener a su merced a las víctimas. A esa misma hora francotiradores del recién creado “Batallón Olimpia” tomaron posiciones en las azoteas de los edificios que rodean la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, lugar del encuentro. También miles de elementos del ejército rodearon el lugar y en los alrededores se ubicaron camiones y tanques. Un gran despliegue de fuerza en contra de ciudadanos desarmados que pedían para ese entonces la desocupación de sus escuelas, principalmente de las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la liberación de todos los presos políticos detenidos en los meses de lucha, además de libertad de asociación y expresión entre otras demandas.
Minutos después de comenzado el mitin –luego de las seis de la tarde- y al darse cuenta de la cantidad impresionante de militares los dirigentes, integrantes del Consejo Nacional de Huelga (CNH), decidieron dar por terminado el evento y cancelaron la marcha prevista al casco de Santo Tomás (IPN). Asimismo hicieron un llamado a los seguidores para que desalojaran la plaza en calma y no cayeran en provocaciones. Entre la multitud reunida destacaban jóvenes, pero también había mujeres y hombres adultos además de niños. Justo en ese momento un helicóptero militar que sobre volaba la plaza lanzó tres luces de bengala –que más tarde identificarían como una clara señal en el medio castrense para iniciar una operación militar concertada- que fueron la señal acordada con el Batallón Olimpia para que los francotiradores comenzaran a disparar en contra de la gente reunida en la plaza, en seguida los militares empezaron también a disparar en contra de la población civil que se encontraba rodeada, pues todas las salidas del lugar estaban cerradas por el ejército, que hizo entrar en ese momento los tanques.
Mientras los militares vestidos de civil –del Batallón Olimpia- comenzaron a detener a los dirigentes a bloquear los accesos al edificio Chihuahua en cuyo tercer piso se encontraban los estudiantes. Sin importar edad o sexo los militares fueron golpeando o rematando a los heridos. También comenzaron a catear departamento por departamento, sin ninguna orden de un juez para ello, en busca de los participantes en el mitin. Quien se oponía a ello era golpeado o asesinado. Durante la terrible noche que siguió, los cientos de cuerpos de los asesinados fueron transportados en camiones al igual que los detenidos –muchos de ellos heridos de bala- quienes fueron remitidos sin más a las instalaciones del Campo Militar Número 1, donde serían torturados y algunos de ellos desaparecidos. En los hospitales, cárceles y las instalaciones forenses, sólo fueron presentados una cantidad menor de personas, ningún dirigente. Los noticieros de los paleros y vendidos medios de comunicación de la época –entre ellos Televisa y su división radio la XEW- transmitieron la versión del gobierno federal que fue: 20 personas muertas por un enfrentamiento entre dos grupos rivales de estudiantes, pocos heridos y pocos detenidos. El ejército tuvo que intervenir para evitar mayor derramamiento de sangre y no habría toque de queda –ley marcial- pues se vivía en un Estado de derecho. El gobierno federal, los diputados y senadores, la iglesia Católica y los empresarios hicieron un llamado a la reconciliación y a un México en paz, además de “aconsejar” a los padres para que cuidaran a sus hijos y les prohibieran andar de “revoltosos”, a fin de evitar otro hecho con el del 2 de octubre. Días después comenzaron los juegos olímpicos y toda la información del hecho pasó a las páginas policiacas de los periódicos y de los noticieros de radio y televisión.
Ahora volvamos al México actual y a los hechos documentados los días 3 y 4 de mayo de 2006 en San Salvador Atenco y 25 de noviembre de 2006 en Oaxaca. En Atenco los militares disfrazados de policías, es decir la PFP, atacaron a toda una población violentando el Estado de derecho, entraron sin orden de un juez y rompiendo puertas y ventanas detuvieron a inocentes que su único “delito” era vivir en la localidad. Con lujo de violencia los llevaron en camiones a una prisión federal de alta seguridad (Almoloya, La Palma y ahora del Altiplano) en el Estado de México. En el camino fueron violadas mujeres, además de seguirlos golpeando. Pasaron horas para que alguno recibiera atención médica. El operativo fue coordinado entre el gobierno federal, el ejército y la policía ministerial del Estado de México. Hasta el momento decenas de habitantes de Atenco siguen presos, pero ninguno de los agresores ha pisado la cárcel, se vive en el país, igual que hace 40 años, una total impunidad pese a que la televisión diga que es otro México y que las libertades y que las oportunidades y bla, bla, bla...
El caso de Oaxaca no es muy distinto a los anteriores. Luego de meses de lucha en los cuales el asesino Ulises Ruiz Ortiz noche tras noche hizo que sus esbirros tirotearan los campamentos de la APPO, matando a varios de sus integrantes, el gobierno federal en coordinación con el ejército y la policía ministerial del estado de Oaxaca atacaron a la población civil oaxaqueña el 25 de noviembre con el fin de terminar con un movimiento social que exige la salida de URO del gobierno. Miles de militares disfrazados de policías (PFP) detuvieron sin orden de aprehensión a cientos de ciudadanos muchos de ellos ajenos al movimiento, catearon casas de manera selectiva y los detenidos fueron llevados en un inicio a la 28 zona militar (¿recuerdan el Campo Militar Número 1?) en helicópteros militares y de ahí trasladados al aeropuerto para ser llevados a un penal federal en Nayarit. Durante la operación militar asesinaron por lo menos a tres personas, entre ellos un menor de edad. El saldo del movimiento hasta este día es de más de 20 muertos. En el camino del aeropuerto al penal de Nayarit varios hombres fueron abusados sexualmente, al igual que las mujeres. Hasta el momento permanecen decenas de detenidos, sin que los responsables de las violaciones hayan pisado la cárcel. Es otra vez la total impunidad y sí no ha pasado el tiempo, se trata de las mismas declaraciones oficiales y la misma postura de los medios de comunicación de ayer y hoy, los culpables son los civiles desarmados, que fueron violados, golpeados y asesinados. Empresarios, iglesia católica, diputados y senadores, jueces y medios de comunicación dicen hoy como ayer que lo que se necesita es un México en paz. Ninguna crítica al gobierno federal o sanción para los culpables de los crímenes cometidos... total nada.
El siguiente es un análisis tomado de la revista Proceso.
http://www.proceso.com.mx
Las mujeres de los políticos
sara lovera
México, D.F. (apro-cimac).- Todas las muertes son un gran golpe a la inteligencia. Se vive lo que se llama duelo. Toda clase de fantasmas se vuelcan en las personas que amaron a quien muere. Hay procesos de gran desasosiego. La ansiedad no tiene respuestas.
Cuando la muerte es anticipada, incongruente, desastrosa, el dolor es mayúsculo. Cuando se trata de un crimen se levanta una gran indignación, como en los casos de persecución o tortura, desaparición o castigo.
Pero hay muertes anticipadas inexplicables para la superficie del pensamiento. Me preocupa que las mujeres de los políticos se mueran de enfermedades raras, no suficientemente claras, sin transparencia. No porque me imagine cosas horrendas, como un crimen, directo, específico, intencional, con una mano concreta. Más bien pienso en el escenario, en la cotidianidad, en la convulsa relación de esas personas con el mundo que no era el suyo.
Qué pasa con las mujeres de los políticos.
La estadística dice que las mujeres sobrevivimos a los hombres. Son las viudas el tema y no los viudos. Pero hay viudos en plenitud, éstos, los políticos que todo el tiempo viven obsesionados con el poder, con la competencia, con el miedo, con el coraje, con la venganza en sus labios, con el exceso de publicidad, de aparición pública, con la ambición desmedida, con el odio.
La muerte de Mónica Pretelini, la esposa de Enrique Peña Nieto, por "crisis de convulsiones" según el neurólogo, me metió en esta tribulación. Tuve de pronto una enorme zozobra.
Y es que me acordé de Diana Laura, la compañera de vida de Luis Donaldo Colosio, que si bien él murió asesinado y antes que ella, se sabía que Diana estaba enferma. Su vida con el político, ungido a candidato para la presidencia de la República, le hizo estallar un cáncer.
Y me acordé de Rocío, la esposa de Andrés Manuel López Obrador, madre de tres hijos, angustiada y enferma durante varios años. Acompañando las una y mil acciones políticas, turbulentas experiencias y desafortunadas perspectivas, ansiedades que no se han contado.
Y me acordé de la esposa de Manuel Camacho, integrante del pequeño grupo de Carlos Salinas de Gortari, derrotado en su grupo al no ser candidato a la presidencia. Extraño personaje de imagen tímida, con un enorme poder que ha transitado por el tiempo. Viudo antes de los 50 años. Con un halo impenetrable de carácter difícil y corajes acumulados.
Y no puedo dejar de decir que, en condiciones extrañas, con dolores de cabeza, murió la mujer de José Murat, el exgobernador de Oaxaca, también político de 24 horas, de carácter bravo y machín, que no tenía descanso ni respiro, y Lupita se murió un día, así, en el hospital.
¿Cuál será la experiencia de estas mujeres? ¿Cómo es su vida que no les alcanza para enfrentar una vida con estos hombres? ¿Qué les matará el alma y las fuerzas?
La lectura de la vida de Josefina, la amante de Napoleón; la vida de doña Margarita Maza de Juárez, que murió también anticipadamente; la vida de muchas otras mujeres a quienes se les agrega un plus a su condición de mujeres oprimidas cuando, sin proponérselo, se convierten en las consortes de hombres que se echan al mundo a pelear por el simple orgullo de saberse poderosos, con dinero, con ejércitos que les obedecen, autoritarios, metidos en un tobogán que los deshumaniza y los lleva a procesos indefinidos de humanidad trasminada.
Con muchas dificultades, pienso, para comunicar, sentir, amar, responder, acompañar, fraternizarse, compartir, discurrir, analizar, y todo lo que uno desea de quien se pretende comparte con nosotras la vida o debiera compartirla.
Las mujeres de los poderosos, creo, además de subsumirse como sombras tras el poderoso, arriesgan su vida. Ahí tiene usted una pequeña muestra, Mónica, Lupita, Rocío, Ana Laura y ¿cuántas más? (12 de enero de 2007).
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