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domingo, enero 03, 2010

La consigna: golpear la economía familiar*

Carlos Acosta Córdova

Ante la peor crisis económica de la historia reciente, el gobierno de Felipe Calderón no ha reaccionado eficazmente. La ausencia de un manejo profesional de la economía y las finanzas públicas, además de una evidente falta de sensibilidad social, han ocasionado que su administración recurra a las alzas generalizadas de impuestos y de precios. Como ya se prevé, esto disparará la inflación, y aunado al desempleo seguirá golpeando a las familias más pobres. El reto del nuevo secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, es enorme y todo indica que no tiene los tamaños para superarlo.



A ún no se muestra públicamente. No se conocen todavía sus atributos como secretario de Hacienda. Pero Ernesto Cordero Arroyo –en el cargo desde el 9 de diciembre– ya dio indicios del sello que dará a su gestión.

Tres aumentos en ocho días a la gasolina magna, el combustible de mayor consumo en el país, y el aval a un incremento en los salarios mínimos que será nulificado por la inflación prevista para este año, demuestran que no le temblará la mano para afectar a la economía de las familias ni respetará ofertas presidenciales o compromisos con el Congreso.

Al más puro estilo del priismo autoritario, Cordero Arroyo –primer panista en ese cargo, actuario de profesión– optó por el clásico sabadazo y con la gente de vacaciones, para aumentar las gasolinas. El sábado 19 de diciembre la Magna pasó de 7.72 pesos a 7.77; el sábado 26, a 7.80 pesos el litro. Ocho centavos en ocho días.

Aunque en realidad serán 16 centavos en 15 días porque, a última hora, y apremiada por el descontento generalizado, el enojo de los legisladores y la presión de los medios, la Secretaría de Hacienda tuvo que dar la cara en una “conferencia de prensa” en la que no se permitieron preguntas. Estuvo a cargo del subsecretario de Ingresos, José Antonio Meade, para anunciar un nuevo aumento a la Magna, pero también a la Premium y al diesel.

En efecto, a partir del viernes 1 subieron 8, 9 y 8 centavos, respectivamente. Así, la Magna costará 7.88 el litro; la Premium, que desde enero de 2009 costaba 9.57, ahora cuesta 9.64, y el diesel, de 6.85 pasa a 6.93 el litro.

El problema no es tanto el monto, sino las formas y las consecuencias. Un tanque de 40 litros de Magna que hasta el 18 de diciembre se llenaba con 308.8 pesos, ahora se llena con 315 pesos con 20 centavos; seis pesos con 40 centavos más. Poca cosa, en apariencia; 16 centavos en la Magna significan un incremento de poquito más de 2%.

Pero los dos primeros aumentos se decidieron incumpliendo uno de los muchos programas anticrisis del gobierno federal. El 7 de enero de 2009, el presidente Felipe Calderón anunció en Palacio Nacional el Acuerdo Nacional en Favor de la Economía Familiar y el Empleo. Una de las 25 acciones del plan, que repitió enfáticamente en un mensaje nocturno por televisión, era textual: “Se congelarán los precios de las gasolinas en todo el país, durante todo el año”.

Además, desde el 8 de septiembre, cuando se presentó el programa económico para 2010, y durante todo el proceso de negociación, la Secretaría de Hacienda –entonces al mando de Agustín Carstens– se comprometió con el Congreso a que la política de ajustes graduales y periódicos en los precios de los energéticos se reiniciaría sólo al comenzar 2010.

Pero Cordero se adelantó. Legisladores de la Comisión Permanente, del PAN incluso, manifestaron su enojo por los sorpresivos aumentos. Dijeron que se trataba de un agravio contra el Congreso. Acordaron llamar a comparecer a los secretarios de Hacienda y de Energía… después de las vacaciones.

Porque, en efecto, no hubo una explicación de por medio. Ni anuncio de sanción alguna a los especuladores de siempre, que con el mínimo pretexto incrementan precios. Como algunos empresarios de la tortilla, que ya venden el producto a 9.50 pesos el kilogramo –un peso más, casi 12%– en la zona metropolitana, y hasta en 14 pesos en algunos estados de la República.



Aumentos en cadena



El líder de la Unión Nacional de Industriales de Molinos y Tortillerías, Lorenzo Mejía, argumentó el 29 de diciembre que el incremento se debió a que por el alza a la gasolina del fin de semana, a los productores les aumentaron el costo de los fletes para transportar sus insumos.

Y del secretario de Hacienda, ni sus luces. Ni siquiera para explicar la necesidad de ir corrigiendo el precio de los combustibles dentro del país, pues en 2009 registraron un rezago tal que mientras aquí el precio de la gasolina magna quedó congelado en 7.72 pesos el litro desde enero, en Estados Unidos la equivalente ya está cerca de los nueve pesos y en Canadá en casi 12 pesos. Incluso con los recientes aumentos, permanece el rezago.

Y eso es un problema para las finanzas públicas –como explicó el subsecretario de Ingresos el miércoles 30–, pues se importa más de 40% de la gasolina que se consume en el país; tan sólo en 2009 ello implicó un gasto superior a los 9 mil millones de dólares. Es decir, se compra cara, al precio internacional, y aquí se vende barata, lo que se traduce en un subsidio que beneficia sobre todo a los que tienen automóviles, que no son precisamente los más pobres del país.

Así, Cordero Arroyo optó por lanzar la piedra y esconder la mano –y la cara–, en lugar de definir públicamente la política de ajustes a los precios de los combustibles para evitar sorpresas y un mayor encono social. Por cierto, en 2008 las gasolinas registraron aumentos en 30 ocasiones; al final, la Magna acabó con un incremento de 10% en ese año, y la Premium, de 8.4%.

El miércoles, el subsecretario Meade “explicó” que se adelantaron los aumentos a la gasolina magna porque no iban a salir las cuentas este año, o en sus palabras, “para cumplir con las previsiones de ingresos del paquete económico 2010 aprobado por el Congreso”.

Además de que, dijo, el programa anticrisis anunciado por el presidente Calderón en enero de 2009, ya había cumplido “con su propósito de mitigar el impacto de la crisis entre las familias más pobres del país y evitar una mayor pérdida de empleos”. Sí, eso dijo.

Y más aún, cuestionó el ruido que se ha hecho con el gasolinazo. Si no es tanto, sugirió. Y comparó: el incremento acumulado en las gasolinas, en 2009, es de apenas 1.3% (con los ajustes del 19 y el 26 de diciembre), mientras que en 1995, el año de la anterior gran crisis, el aumento a las gasolinas fue de 60.7%, y un año después, de 32.7%.

Para qué tanto escándalo, insinuó.

También se estrena el secretario de Hacienda con el aumento al salario mínimo que entró en vigor el viernes 1, pero que se determinó desde el 17 de diciembre, ocho días después de que llegó a la SHCP.

Cabeza del sector económico del gobierno, si bien no participa en la Comisión Tripartita –gobierno, patrones, trabajadores– de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos, Hacienda define e impone el rango en que debe moverse el incremento al mínimo.

Y resultó que dicho aumento fue de 4.58%; es decir, dos pesos con 58 centavos al día. Ni para un boleto del Metro, que ahora cuesta ya tres pesos. De un promedio de 53.19 pesos diarios en 2009, el mínimo es ahora de 55.77 pesos. Pasó de 1,595.7 pesos a 1,673.1 pesos mensuales. Un “espléndido” aumento de 77 pesos con 40 centavos cada mes.

Y serán millones de mexicanos los que sufrirán ese magro aumento al mínimo. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), de los 43.9 millones de personas que tienen empleo, cerca de 5.9 millones –13.36%– perciben ingresos de un salario mínimo o menos.

Y hay, también, casi 3.9 millones de personas –8.8% del total de la población ocupada– que no perciben remuneración alguna, por lo que ni ese raquítico aumento les beneficiará.

También hay, de acuerdo con el Inegi, más de 9.7 millones –22.2%– que perciben poco más de un mínimo y como máximo dos salarios mínimos.

Ello quiere decir que un poco menos de la mitad de la población trabajadora –44%– tendrá el próximo año un aumento salarial que le pasará prácticamente inadvertido. Y eso sólo si son trabajadores formales, en empresas que estarán obligadas a otorgar dichos aumentos.

En realidad, para todo mundo pasará inadvertido ese aumento de 4.58% a los salarios mínimos, pues se lo comerá la inflación prevista para este año por el Banco de México, que estará en un rango de entre 4.75% y 5.25%. Aunque, por la magnitud de los primeros aumentos a las gasolinas, y los que vendrán, ya muchos especialistas apuntan a que la inflación podría rondar el 7%.

De acuerdo con el banco central, las causas de esa mayor inflación para este año son múltiples: el impacto de las medidas tributarias aprobadas por el Congreso, como el IVA a 16% y el ISR a 30%; el aumento a los precios de las gasolina, que subirían, según cálculos iniciales de la institución, entre cuatro y seis centavos al mes; las tarifas eléctricas, que se elevarán 6% y el gas licuado 5% en el año.



Funcionario inexperto



Y si a la sociedad toda le espera un 2010 de pesadilla, como fue el año previo –por los aumentos en precios e impuestos y la por falta de empleos–, para el nuevo secretario de Hacienda vienen días más que complicados.

Asumir el mando de la economía nacional cuando ésta ha experimentado su peor desplome en la historia reciente –acabará el año con una caída mayor de 7% en promedio, pero en los tres primeros trimestres el PIB se contrajo 8%, 10.3% y 6.4%, respectivamente–, no será cosa fácil.

Mucho menos cuando no se tiene la experiencia de gobierno suficiente ni los contactos necesarios con la comunidad financiera nacional e internacional, como las han tenido todos los secretarios de Hacienda que precedieron a Ernesto Cordero.

Ilustra el diálogo sostenido con Joaquín López Dóriga, en su noticiario televisivo de la noche, el mismo 9 de diciembre, día en que fue nombrado titular de Hacienda:

–¿Qué prendas tiene –y se lo pregunto directamente– para ser secretario de Hacienda? –soltó a bocajarro el periodista.

Cordero apenas titubeó, rápido se repuso, pero su respuesta mostró en pleno al sucesor de Agustín Carstens, economista del ITAM, maestro y doctor en la misma disciplina por la Universidad de Chicago; 20 años funcionario en el Banco de México; dos años director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional; dos años subsecretario de Hacienda, y dos años y medio subdirector gerente, el segundo puesto en importancia, en el FMI. Todo eso, antes de ser secretario de Hacienda.

Sería un exceso mencionar las trayectorias y el reconocimiento internacional de los antecesores, que en orden cronológico fueron: Francisco Gil Díaz, José Ángel Gurría, Guillermo Ortiz, Jaime Serra Puche, Pedro Aspe, Gustavo Petricioli, Jesús Silva Herzog, David Ibarra…

Para no irnos hasta Antonio Ortiz Mena, cuya exitosa gestión como secretario de Hacienda, en los gobiernos de Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, le hizo obtener la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo y permanecer en ésta durante 17 años.

O de Eduardo Suárez, secretario de Hacienda con Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho, cuyo prestigio internacional lo llevó a participar, con otros economistas e intelectuales mexicanos, en las deliberaciones de junio de 1944 en Breton Woods, de las cuales nacieron el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Entonces, a la pregunta de López Dóriga sobre sus méritos para ser secretario de hacienda, el joven Cordero respondió así:

–Mira Joaquín, yo te diría algunas cosas; fui subsecretario de Energía, lo cual me da un conocimiento de cómo funciona el tema del petróleo. El petróleo es fundamental para los ingresos del gobierno mexicano. Fui subsecretario de Egresos (13 meses) en un periodo muy difícil, al principio de esta administración, y donde tuve la oportunidad de conocer completamente a la institución.

“Conozco sus virtudes –agregó–, conozco sus debilidades, conozco a los compañeros que están en la Secretaría, los conozco muy bien, y también me dio la oportunidad de empujar asuntos muy importantes en el Congreso de la Unión: dos paquetes económicos, el de 2007 y el de 2008, así como algunas otras reformas importantes que se hicieron el primer año de la administración del presidente Calderón.”

Así, con esas prendas, Ernesto Cordero deberá encarar a una población lastimada por la crisis, en el encono y el desencanto por las soluciones oficiales para enfrentar esa crisis, y a una economía derruida que se levanta penosamente como rebote de la recuperación de Estados Unidos y el mundo, pero que por sí sola estructuralmente hace poco.

Con todo en contra, el nuevo titular de Hacienda deberá atender las profundas heridas que ha dejado la más grave recesión económica en el país.

El desempleo, en primerísimo lugar, que llegó a un pico histórico en septiembre: 6.4% de la Población Económicamente Activa y que implicó casi 3 millones de personas en el desamparo absoluto. Una pérdida de empleos superior a los 100 mil cada mes; además, 12.4 millones en la informalidad y casi 4 millones en el subempleo.

Y aunque ha ido bajando ligeramente la tasa de desempleo conforme la economía se separa lastimosamente de las profundidades en que cayó –como en ningún otro país en el mundo–, no hay datos que apunten “a una tendencia descendente en desempleo abierto”, como estima el Grupo Financiero Banamex en un análisis de la semana pasada.

“De hecho –plantea el documento–, el nivel de desocupación parece haberse estancado en un nivel cercano a 5.8% en los últimos cinco meses”. Inclusive, a pesar de que las condiciones productivas comienzan a mejorar, “nuestro escenario no contempla un descenso inmediato de la tasa de desempleo; incluso, no descartamos un probable incremento en los meses siguientes debido a que la recuperación en el empleo formal es aún débil frente a la dinámica creciente de la Población Económicamente Activa.”

Ello se debe, explica, a que “mientras el número de afiliados al IMSS (empleo formal) crece a una tasa marginal de 0.2% mensual, la PEA se ha incrementado 1.2% anual al tercer trimestre del año.”

En segundo término, Cordero deberá atender la pobreza acuciante, que en los dos primeros años del gobierno de Felipe Calderón creció en forma estrepitosa: 6 millones de pobres más, al aumentar –cifra oficial– de 44.7 a 50.5 millones de pobres, de los cuales cerca de 20 millones se encuentran en pobreza extrema, es decir, que sus ingresos económicos no les alcanzan ni para comer.

Y junto con todas esas tareas, el secretario Cordero deberá enfrentar todo el arreglo macroeconómico necesario para ya no depender abrumadoramente de la economía estadunidense y de los ingresos petroleros, factores que tienen paralizada a la economía nacional.

Es, pues, la hora del nuevo secretario de Hacienda de Calderón, que se estrenó con tres aumentos a la gasolina en 15 días.

*Tomado de la revista Proceso.