progressif

jueves, diciembre 31, 2009

Paisano day*



Tomados de La Jornada, Hernández y Rocha.

Alejandro Saldívar

∙ ¡Güelcom paisano!

JALPAN, Qro., 30 de diciembre (apro).- No. Aquí no es Estados Unidos. Pero las trocas emplacadas delatan su procedencia: California, Texas, Misouri, Colorado, Minessota, Nebraska, Filadelfia. Los paisanos en Jalpan de la Serra, Querétaro, han hecho con su sueño americano una proeza automotriz.

En diciembre las trocas cruzan la Sierra Gorda para encontrar a sus familias y presumir a los más jóvenes que el progreso está al otro lado del río Bravo. En la carretera, los rines de las trocas son tan anchos como las alas en los sombreros de los paisanos.

Al rumor de los motores, las parvadas de urracas son sanguijuelas que beben la brisa del cielo y de vez en cuando descansan en el kiosco de Jalpan, donde las mujeres se acicalan y extrañan a sus maridos.

Refugio y Jorge se conocieron en un concierto al paso de la cumbia Cusinela. Levantaron el polvo de la pista y se enamoraron. Después tuvieron una hija y Jorge se fue a trabajar a Los Ángeles. Hace dos años que no lo ve y no sabe nada de él; sin embargo, Refugio se las arregla para mantener a la niña.

Refugio tiene seis hermanas, dos de ellas le arreglan el cabello, le acomodan un moño. Las uñas postizas peinan su trenza por encima del pecho. La sombra en sus párpados hace juego con el suéter azul. Refugio tiene miedo de que su hija de cuatro años ya no conozca a su padre, pero ella se pone guapa para subirse a la troca y dar una vuelta.

En la carretera, Jorge maneja una camioneta RAM 1500, donde la neblina se agolpa en el parabrisas. Kilómetros después, detendrá su troca para saludar con un largo abrazo a Refugio. Las nubes se desmoronarán sobre ellos. En Jalpan de la Serra, el cielo es de acuarela…



¡Dólares paisano!

No. Aquí no es Estados Unidos. Pero los dólares son el premio de la tarde. Cada año en Jalpan de la Serra un empresario organiza una fiesta para los que se van “al otro lado”. Ya son 10 años y gracias al Paisano Day pudieron comprar un camión de bomberos y una ambulancia.

Desde 250 hasta mil dólares es el premio a la camioneta mejor equipada. Este año no. “La crisis ha tirado las ventas hasta en un 50 por ciento”, confiesa uno de los organizadores. Según el empresario Luis Trejo, los paisanos son los que mantienen la economía de la región, pero con la crisis, lo importante es estar en familia, dice.

En el escenario, el alcalde de Jalpan ensalza su discurso con el anuncio de una iniciativa de ley para tener una oficina de atención al migrante en Jalpan. La presidencia municipal no tiene censos ni una aproximación a las implicaciones sociales del fenómeno migratorio.

Detrás del escenario, un par de niños pedalean una low ride. Muchachos con lentes de aviador aminoran la velocidad de los discursos con un trago de cerveza y algunas miradas lascivas a las paisanas.



¡Fayuca paisano!

No. Aquí no es Estados Unidos. Pero las tiendas venden productos con etiquetas del “gabacho”: licuadoras, batidoras, planchas, juguetes, aparatos electrónicos.

En Jalpan de la Serra preguntan en inglés lo que debieran en español: “Do you have tortillas?”, “Comon’, vamos ir a comprar con la Chabe”.

En Jalpan de la Serra la acordeona rebota en los muros de adobe, en las varillas encorvadas que son testigo de una casa en obra negra.

Reinaldo Hernández es de los pocos profesionistas en Jalpan, cuenta que cuando él tenía 18 años quería llegar en una trocota y que las muchachas se le acercaran.

—El sueño americano es traer un vehículo nuevo y dólares en la bolsa— narra, mientras se saborea la barbacoa de venado que su papá trajo de “el otro lado”.

Y aunque él quisiera una camioneta, critica a los paisanos que se van y regresan en diciembre.

—Las trocas son como los caracoles, babosos por dentro, pero con un cascaron bien bonito.



¡Mexican crazy!

Francisco viste de negro desde las botas hasta el sombrero. Todo un rey, dice. En la cintura carga una hebilla en forma de pistola. En un retén rumbo a Querétaro los militares lo revisaron de pies a cabeza.

—¿Quién le dio eso?—lo interrogaron refiriéndose a la hebilla.

—Pues yo la compré—les contestó.

—Se la vamos a confiscar—amenazaron.

—A chinga si es mía—se engalló.

Entre guiños bromistas los militares le dijeron que no se pusiera al tiro porque al general ya le había gustado la “pistolita”. Francisco fajó su camisa negra y dejó ver el ornamento: una hebilla bañada en oro con incrustaciones de diamantes.

Él cruza la frontera porque “allá te alivianas”. Con lo que gana en una semana, su familia come un mes en La Lagunita, Querétaro.

En diciembre siempre cruza la frontera para visitar a sus cuatro hijos; sin embargo, durante tres años Francisco se olvidó de su familia y no enviaba nada, se gastaba todo el dinero en table dance.

—Yo les aventaba los billetes a las viejas, y ningún pinche gringo lo hacía—confiesa mientras le da un sorbo a su cerveza.

—Por eso los gringos me decían mexican crazy.

Y aunque Francisco es ilegal, cada año le paga mil 500 dólares a un pollero para cruzar. Después de 11 años de indocumentado sabe que con la migra no se juega y que el desierto mata y enloquece.

—Un compañero se volvió loco cuando vio a tres muertos seguidos en el desierto y ya no salió de esa—cuenta.

Y agrega:

—Pasé tres meses en la cárcel, me amarraban de las manos y los pies para no golpear a los demás, no te digo, si los gringos también le tienen miedo al mexican crazy…



¡’Amonos paisano!

Aniceto Mayorga tiene 22 años, encima de los labios cuida un bigote tan delgado como su cadena de oro. Trabaja en Florida de jardinero y constructor desde hace 5 años, gana 600 dólares a la semana. Escogió el camino de su papá que desde hace 20 años hace lo mismo que él.

Se fue porque tiene 13 hermanos y en Aguazarca, Querétaro “no veía para donde”, sólo terminó la primaria, pero ya tiene una camioneta Mazda.

Sus ideas son tan polarizadas como solidarias. Dice que los pobres son necesarios para que haya ricos y ayuden a la gente. Dice que si quieres sobrevivir aquí lo puedes hacer solo, pero si quieres ayudar a la gente es mejor irse para “el otro lado”.

Frente al monumento al migrante de La Lagunita las bocinas cantan a Ramón Ayala: “Yo no tengo la culpa de haber nacido pobre…”.

Zenaido Pérez Botello habla con los paisanos en un inglés cavernoso, lleno de oquedades, por las que se cuela el sonsonete de quien finge no hablarlo de origen. Tiene tantas historias como burbujas la cerveza.

En 1970 se fue para los Estados Unidos y no regresó sino hasta 1993. Se presume agricultor, mexicano y “norteño”.

—Todo el tiempo la ilusión de los jóvenes es ir a los Estados Unidos, muchos de ellos regresan como se fueron, sin nada, a mi me fue bien, me gustaría invitarlos a que vayan y triunfen.

—Trabajé en un restaurante, después en una compañía de cortar zacate, construí casas, y luego me regresé pa’ acá con la idea estar tranquilito en mi patria…

*Tomado de la revista Proceso.