Una paradoja, muchas preguntas*
Tomados de La Jornada, Hernández, Helguera, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranja.
Octavio Rodríguez Araujo
En este tema de la influenza A/H1N1 hay una paradoja: nunca sabremos si las medidas profilácticas adoptadas por los gobiernos de México, comenzando por el del Distrito Federal, fueron correctas o exageradas.
Decidieron cerrar lugares públicos (escuelas, cines, teatros, restaurantes, puestos callejeros de comida –una barbaridad, pues el virus, según dijeron expertos, no prospera al aire libre–, algunas oficinas y hasta talleres, pero no bancos ni transportes cerrados con o sin aire acondicionado, ni otros lugares, donde, de acuerdo con las justificaciones sanitarias, podía haberse propagado el virus. Se resolvió abrir las escuelas de enseñanza media superior y superior el día 6 y las de primaria y secundaria a partir del 11 de mayo, cuando se había dicho que los más vulnerables eran jóvenes entre 20 y 45 años (rango de edades que luego cambió).
Se decretó alarma general cuando los diagnósticos médicos aún eran equivocados (81, 103, 149 y 159 casos mortales entre el 25 y 28 de abril), siendo que habían fallecido por el A/H1N1 menos de 20 personas, y en promedio 236 por neumonía en el mismo lapso, ya que anualmente mueren por esta infección alrededor de 21 mil 500 personas. En Estados Unidos mueren 36 mil personas cada año sólo de gripe, seguramente porque no han sido atendidas correctamente y se les convirtió en algo más grave (quizá neumonía).
La alarma cundió de tal manera que centenas de miles de defeños, si no millones, se encerraron en su casa o salieron a ciudades turísticas a hacer lo que se les prohibía en el Distrito Federal: ir a restaurantes, bares, antros, almacenes (que, sobre todo los supermercados, casi fueron saqueados en compras de pánico), en lugar de evitar que aquellos que pudieran estar contagiados propagaran el virus a otros estados de la República. Digamos que les dieron vacaciones salvo a los trabajadores cuyos centros laborales fueron obligados a cerrar (en la ciudad de México les dieron, a algunos, un salario mínimo para que su justificada molestia fuera mitigada, aunque poco). Los pobres, que son mayoría, y que según la Secretaría de Salud son los más vulnerables al contagio, no tienen casa de “fin de semana” en Cuernavaca ni dinero para abarrotar hoteles playeros. Los pusieron a ver televisión, con programación especial para que los niños no se aburrieran, porque también cerraron, junto con guarderías y escuelas, los lugares donde en vacaciones normales suelen llevarlos sus padres. Los cubrebocas, que sirven de poco, se acabaron y tuvieron que fabricar más; sin embargo, el domingo pasado la gente dejó de usarlos una vez que comenzó a entender que la voz de alarma no se correspondía con los casos certificados de contagio (el sábado los empleados de algunos supermercados que los portaban dejaron de llevarlos el domingo).
En el momento de escribir estas líneas aún no se sabe qué tan peligroso es el virus multicitado ni mucho menos por qué los fallecimientos se han dado principalmente en México cuando que en otros países, como Estados Unidos (con tres veces más habitantes que nuestro país), sólo se han cerrado temporalmente las escuelas donde se ha sospechado que podría haber contagio, y hasta ahora, sólo han muerto dos peronas. La Organización Mundial de la Salud, poco confiable en sus alarmas, pues con algo tiene que justificar su costoso mantenimiento (su presupuesto, pagado por casi 200 países, era de 842 mil 654 millones de dólares estadunidenses en el bienio 2002-2003), no ha ayudado gran cosa, salvo en propagar una especie de sicosis paranoica a la influenza que, ni de lejos, se parece a los casos anteriores después de que se descubrieron los antivirales (que mucha gente, lamentablemente, confunde con los antibióticos).
No suelo hacerme eco de las interpretaciones basadas en conspiraciones, pues éstas casi siempre son muy difíciles de probar, pero no logro entender por qué una gripe (toda influenza es una gripe), que ha resultado menos mortal que las que no han provocado alarmas, fue declarada epidemia y, en consecuencia, medidas en mi opinión exageradas que no sólo han afectado la economía del país (por lo menos perdimos medio punto del ya muy deteriorado PIB), sino a cientos de miles de personas. ¿Por qué no se aisló el virus cuando apareció en Perote, Veracruz, o donde se haya iniciado? Nunca sabremos si las medidas adoptadas por los gobiernos federal y varios estatales fueron correctas o no, ni tampoco si gracias a ellas es que pasean por el país miles de personas con buena salud o contagiando a otras. En 2000 y 2008 se habló de gripe australiana, fuimos contagiados muchos (yo en Europa en 2000), y no se denominó pandemia ni se declaró alarma de fase 5 o algo por el estilo. Como ocurre con las enfermedades virales, los virus cambian, a veces de un año a otro y esta vez se echó la culpa a los cerdos (aunque en Canadá, según se lee en La Jornada del 4 de mayo, una persona contagió a un cerdo) y hasta a las corbatas (Magister Córdova dixit).
Como era lógico, la epidemia se extendió y de dos o tres entidades federativas, al principio, pasó a 26 el lunes pasado. En un hospital, cuando ingresa un paciente altamente contagioso, se le aísla. En México, en lugar de aislar las ciudades e incluso los estados o regiones de éstos donde ya se había detectado el virus, se cerraron los lugares a donde podía ir la gente sin tomar en cuenta que es precisamente la gente la que contagia a los demás (llevara o no un puerquito en su maleta).
El 24 de abril se decretó que en 10 días, que se convirtieron en 12 (al 5 de mayo en la noche), ya no serían necesarias las medidas profilácticas. ¿Por qué un día antes sí? ¿Ya no se contagiará nadie? ¿Ya no morirá nadie por influenza A/H1N1? ¿Fue correcto lo que se hizo? ¿Cómo saber qué hubiera pasado si no se hubieran tomado las medidas que se impusieron? Imposible. Los hubiera no existen. Tendremos que quedarnos con esos 10-12 días de confusión y seguir como si nada hubiera pasado.
*Tomado de La Jornada.
En este tema de la influenza A/H1N1 hay una paradoja: nunca sabremos si las medidas profilácticas adoptadas por los gobiernos de México, comenzando por el del Distrito Federal, fueron correctas o exageradas.
Decidieron cerrar lugares públicos (escuelas, cines, teatros, restaurantes, puestos callejeros de comida –una barbaridad, pues el virus, según dijeron expertos, no prospera al aire libre–, algunas oficinas y hasta talleres, pero no bancos ni transportes cerrados con o sin aire acondicionado, ni otros lugares, donde, de acuerdo con las justificaciones sanitarias, podía haberse propagado el virus. Se resolvió abrir las escuelas de enseñanza media superior y superior el día 6 y las de primaria y secundaria a partir del 11 de mayo, cuando se había dicho que los más vulnerables eran jóvenes entre 20 y 45 años (rango de edades que luego cambió).
Se decretó alarma general cuando los diagnósticos médicos aún eran equivocados (81, 103, 149 y 159 casos mortales entre el 25 y 28 de abril), siendo que habían fallecido por el A/H1N1 menos de 20 personas, y en promedio 236 por neumonía en el mismo lapso, ya que anualmente mueren por esta infección alrededor de 21 mil 500 personas. En Estados Unidos mueren 36 mil personas cada año sólo de gripe, seguramente porque no han sido atendidas correctamente y se les convirtió en algo más grave (quizá neumonía).
La alarma cundió de tal manera que centenas de miles de defeños, si no millones, se encerraron en su casa o salieron a ciudades turísticas a hacer lo que se les prohibía en el Distrito Federal: ir a restaurantes, bares, antros, almacenes (que, sobre todo los supermercados, casi fueron saqueados en compras de pánico), en lugar de evitar que aquellos que pudieran estar contagiados propagaran el virus a otros estados de la República. Digamos que les dieron vacaciones salvo a los trabajadores cuyos centros laborales fueron obligados a cerrar (en la ciudad de México les dieron, a algunos, un salario mínimo para que su justificada molestia fuera mitigada, aunque poco). Los pobres, que son mayoría, y que según la Secretaría de Salud son los más vulnerables al contagio, no tienen casa de “fin de semana” en Cuernavaca ni dinero para abarrotar hoteles playeros. Los pusieron a ver televisión, con programación especial para que los niños no se aburrieran, porque también cerraron, junto con guarderías y escuelas, los lugares donde en vacaciones normales suelen llevarlos sus padres. Los cubrebocas, que sirven de poco, se acabaron y tuvieron que fabricar más; sin embargo, el domingo pasado la gente dejó de usarlos una vez que comenzó a entender que la voz de alarma no se correspondía con los casos certificados de contagio (el sábado los empleados de algunos supermercados que los portaban dejaron de llevarlos el domingo).
En el momento de escribir estas líneas aún no se sabe qué tan peligroso es el virus multicitado ni mucho menos por qué los fallecimientos se han dado principalmente en México cuando que en otros países, como Estados Unidos (con tres veces más habitantes que nuestro país), sólo se han cerrado temporalmente las escuelas donde se ha sospechado que podría haber contagio, y hasta ahora, sólo han muerto dos peronas. La Organización Mundial de la Salud, poco confiable en sus alarmas, pues con algo tiene que justificar su costoso mantenimiento (su presupuesto, pagado por casi 200 países, era de 842 mil 654 millones de dólares estadunidenses en el bienio 2002-2003), no ha ayudado gran cosa, salvo en propagar una especie de sicosis paranoica a la influenza que, ni de lejos, se parece a los casos anteriores después de que se descubrieron los antivirales (que mucha gente, lamentablemente, confunde con los antibióticos).
No suelo hacerme eco de las interpretaciones basadas en conspiraciones, pues éstas casi siempre son muy difíciles de probar, pero no logro entender por qué una gripe (toda influenza es una gripe), que ha resultado menos mortal que las que no han provocado alarmas, fue declarada epidemia y, en consecuencia, medidas en mi opinión exageradas que no sólo han afectado la economía del país (por lo menos perdimos medio punto del ya muy deteriorado PIB), sino a cientos de miles de personas. ¿Por qué no se aisló el virus cuando apareció en Perote, Veracruz, o donde se haya iniciado? Nunca sabremos si las medidas adoptadas por los gobiernos federal y varios estatales fueron correctas o no, ni tampoco si gracias a ellas es que pasean por el país miles de personas con buena salud o contagiando a otras. En 2000 y 2008 se habló de gripe australiana, fuimos contagiados muchos (yo en Europa en 2000), y no se denominó pandemia ni se declaró alarma de fase 5 o algo por el estilo. Como ocurre con las enfermedades virales, los virus cambian, a veces de un año a otro y esta vez se echó la culpa a los cerdos (aunque en Canadá, según se lee en La Jornada del 4 de mayo, una persona contagió a un cerdo) y hasta a las corbatas (Magister Córdova dixit).
Como era lógico, la epidemia se extendió y de dos o tres entidades federativas, al principio, pasó a 26 el lunes pasado. En un hospital, cuando ingresa un paciente altamente contagioso, se le aísla. En México, en lugar de aislar las ciudades e incluso los estados o regiones de éstos donde ya se había detectado el virus, se cerraron los lugares a donde podía ir la gente sin tomar en cuenta que es precisamente la gente la que contagia a los demás (llevara o no un puerquito en su maleta).
El 24 de abril se decretó que en 10 días, que se convirtieron en 12 (al 5 de mayo en la noche), ya no serían necesarias las medidas profilácticas. ¿Por qué un día antes sí? ¿Ya no se contagiará nadie? ¿Ya no morirá nadie por influenza A/H1N1? ¿Fue correcto lo que se hizo? ¿Cómo saber qué hubiera pasado si no se hubieran tomado las medidas que se impusieron? Imposible. Los hubiera no existen. Tendremos que quedarnos con esos 10-12 días de confusión y seguir como si nada hubiera pasado.
*Tomado de La Jornada.
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