progressif

miércoles, mayo 06, 2009

Saldos del modelo al descubierto*













Tomados de La Jornada, Hernández, El Fisgón, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores.


Luis Linares Zapata

La presencia del oficialismo en los medios de comunicación masiva ha sido, simplemente, apabullante: juzgaron que una pandemia en ciernes no sólo la justificaba, sino que era indispensable. La ciudadanía guardará el concomitante recelo por el exceso y la creciente manipulación. Pero la sociedad ha tolerado, a pie firme, la terrible andanada difusiva de las acciones emprendidas, pues, al menos en un inicio, fueron valoradas como necesarias. Una enorme dosis de miedo ante lo desconocido inundó pechos, conciencias, calles, hogares, plazas y sitios de trabajo. Y el miedo también quedó como sustrato del sálvese el que pueda. Adjunto al proceso, etiología y vicisitudes de la originalmente llamada fiebre porcina (hoy humana o A/H1N1) se fueron sembrando dudas, confusiones numéricas varias, análisis independientes disonantes, críticas rabiosas contra disidentes, fantásticas suposiciones, así como los infaltables apoyos personalizados de los difusores orgánicos de los medios y del gobierno. Pero, al mismo tiempo, se gestaban los antivirus sociales: la resistencia al autoritarismo desatado, la búsqueda de información precisa, cuantificada, consecuente y creíble, así como revisiones de hechos y actuaciones del gobierno federal en el pasado.

La emergencia fue real, no cabe la menor duda ni se ningunea el riesgo inicial. La lentitud para la detección del peligro fue tardía, sin alegato que valga para disculparla. Se estaba frente a una cepa mutante desconocida y la literatura de la infectología, que circulaba por el mundillo especializado, apuntaba, con creciente urgencia, hacia una feroz pandemia de inminente surgimiento. La reacción del gobierno, aun con su escasa información y previsiones, fue drástica y se prendieron las alarmas, tanto en organismos mundiales (OMS) como en los centros de salud y poder de los países. Días después, el panorama quedó despejado. La naturaleza del virus de origen porcino resultó benigna y la infección se controlaba con los retrovirales existentes.

Las imágenes fantasmagóricas, azuzadas por reportes de plagas bubónicas, pestes negras y catástrofes pasadas, con sus cientos de miles (quizá millones) de infectados implorando ayuda en las calles desiertas o en las afueras de los sitiados hospitales y clínicas, se fueron esfumando con los días. No habría muertos insepultos diseminados por los barrios o pequeñas caravanas de creyentes rezando por sus familiares muertos a la vera de humeantes caminos. Tampoco se verían escenas de violencia reprimidas con bayonetas ante la desesperación y el pánico masivo. Todo se apaciguó tan de súbito como se prendieron las aullantes alarmas mediáticas y las sirenas de las ambulancias, en este caso innecesarias. Los capitalinos se fueron, a pesar de todo y en carretadas, a caleta y caletilla (Aca, Gerrero) y ahí se dieron prolongados baños de asiento colectivos ignorando el peligro al contagio. La clase media acomodada (con su egoísta autosuficiencia a cuestas) se refugió, cómodamente, en sus acostumbrados lugares de descanso en espera de tiempos mejores. Las capas de urbanitas, incapaces de fondear algún tipo de retiro, permanecieron, con sus limitadas facilidades de deshaogo, sin mitigar los miedos ya bien injertados en el cuerpo social. Los marginados fueron, como casi siempre, los que quedaron al final de la cola. A ellos les pegó el coletazo de la epidemia, agravada por el inclemente e injusto (al menos para ellos) oficial cierre de llave a sus ya muy precarios recursos de sobrevivencia. El cuadro, entonces, estaba puesto para las pretensiones gubernamentales de aparecer en control de la situación y para su aprovechamiento electoral y de imagen.
Así, la situación se fue clarificando en sus variadas vertientes. Una de ellas de la cual partir es trágica: los únicos muertos de la llamada pandemia fueron connacionales. Y, lo concomitante: el sistema de salud mexicano quedó al descubierto en toda su precaria y hasta criminal existencia. El IMSS y el ISSSTE, columnas del sistema, y como desde hace ya años, incapaces de responder a una emergencia realmente masiva. Las instalaciones hospitalarias públicas mal surtidas de medicamentos, sin toallas suficientes, sábanas raídas y subatendidas por un personal mermado en número, capacitación y sin equipo ni vestimenta adecuados. Los equipos de diagnóstico, sobre pasados, acentuaron su inutilidad para detectar sucesos distintos, fenómenos desconocidos. Pero, y en especial en estos casos de epidemias, enlazados con deficientes procesos informáticos. Los planes elaborados con anterioridad resultaron sin consistencia alguna con la práctica cotidiana. Las inversiones en instalaciones y equipo, como puede fácilmente observarse en la crítica especializada (ver Di Costanzo, La Jornada, 3/5/09, p. 28) reducida a su mínima expresión.

La indolencia de los tomadores de decisión, que corre al parejo de su escasa preparación, ha salido a relucir en la misma Secretaría de Salud (ver currícula del secretario y, sobre todo, de la subsecretaria recién nombrada) sin olvidar a los directivos del IMSS o del ISSSTE (¿qué pasó con el DIF?, por cierto). Todos estos elementos son productos señeros de la incapacidad del panismo para gobernar o de su partidista visión de grupúsculo. Desde el año 2000, la OMS emitió consejos e instrucciones para que se redoblaran esfuerzos en el sector ante pandemias por venir. El panismo los ha desoído y continuó con el desmantelamiento de laboratorios, empresas de antígenos y vacunas y confinó a los otrora eminentes centros de investigación a su mínima expresión, proceso que iniciara, por cierto, el priísmo neoliberal decadente. De lo que presume el panismo, el Seguro Popular, es un adefesio que se monta sobre la precaria infraestructura que se tiene y no ha desplegado una nueva, a pesar de los recursos que se le asignan. Con estos terribles saldos del modelo productivo y de gobierno se apareció el virus porcino. Afortunadamente, esta vez al menos, no fue lo mortal que se esperaba.

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Influenza A/H1N1: la punta del iceberg*

Alejandro Nadal

Pocos percances industriales tienen la capacidad de revelar los defectos más profundos de una sociedad. La reciente epidemia de fiebre porcina es un caso emblemático. Aunque para muchos es una calamidad caída del cielo, la realidad es que se trata de un desastre industrial, similar al de Bhopal, en India (1984) o al de Chernobyl (1986).

Al igual que esos eventos, el desastre del virus de influenza porcina A/H1N1 muestra con extraordinaria claridad las lacras de un sistema industrial grotesco, de un gobierno ineficiente, y seguramente corrupto, además del colapso del sistema de salud pública.

El desastre de las fábricas granjeras Carroll (GCM) dice mucho sobre nuestra “civilización”. Lo fundamental es que no se trata de una calamidad que nos cae del cielo, o de un evento altamente improbable. Para nada. Al igual que la crisis económica, el desastre de la epidemia de A/H1N1 es el resultado predecible de la acción humana y de fallas de políticas regulatorias que pueden y deben ser cambiadas. Es la consecuencia de una forma de producir cárnicos que es repugnante en su inmundicia. El trato despiadado a los animales dice mucho de la falta de respeto que puede tener el ser humano consigo mismo.

En esta industria el proceso de producción comienza con el empleo masivo de métodos de inseminación artificial. Esto empobrece la variabilidad genética de los animales y para mantenerlos vivos en confinamiento se necesitan cantidades masivas de antibióticos y vitaminas. En algunas plantas porcícolas se administran fuertes dosis de estimulantes que desencadenan un apetito voraz para que los animales ganen peso rápidamente. Esto se complementa con dosis masivas de hormonas para rápido crecimiento.

Las importaciones de maíz amarillo y de soya, al amparo del TLCAN, son clave para este sistema. Esos insumos proporcionan carbohidratos y proteínas fácilmente digeribles que permiten a los animales confinados ganar peso más rápidamente que en la ganadería extensiva.

La concentración de decenas de miles de cerdos en espacios reducidos impone el intercambio de virus entre animales. Este tráfico abre las puertas a mutaciones rápidas y al surgimiento de mutaciones patógenas cada vez más resistentes. La aparición de agentes patógenos afecta a la población de cerdos, pero algunas mutaciones permiten traspasar las barreras entre especies y los humanos pueden verse afectados.

No existe una norma oficial mexicana sobre el hacinamiento de cerdos en granjas porcícolas (lo que dice mucho). La NOM-062-ZOO-1999 para animales de laboratorio establece que cerdos de 20 kilos deben tener un espacio mínimo de 0.56 metros cuadrados. Es un indicador terrible de lo que deben ser las condiciones en las fábricas porcícolas.
Eso sí, existe una norma oficial (NOM-060-ZOO-1999) sobre “transformación de despojos animales para su empleo en la alimentación animal”. Contiene las especificaciones para utilizar despojos de cerdos en plantas reductoras con el fin de usarlos “en la alimentación de rumiantes”. Sí, leyó usted bien y lo puede corroborar en el Diario Oficial del 28 de junio de 2001. Es un escándalo relacionado con toda la producción de carne.

La industria de cárnicos busca economías de escala, pero los costos para la sociedad en materia ambiental y de salud humana son cada vez mayores. En el plano económico estas gigantescas concentraciones de animales son la otra cara de la destrucción de la economía campesina de pequeña escala, más generadora de empleos y más apta para un manejo responsable del medio ambiente.

El círculo se cierra con una noticia sorprendente: Granjas Carroll es socio anfitrión de 22 proyectos dentro del Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kioto para reducir emisiones de gases invernadero. Los proyectos no se han puesto en operación, pero ya fueron certificados ante la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático. En estos esquemas el biogas producido por digestores anaeróbicos (en las lagunas de oxidación) es enviado a un generador de electricidad para la planta. Es decir, se utilizará gas metano (CH4) en lo que vendrían siendo proyectos de cogeneración (de entre 100 y 550 KWh) y reducirán el volumen de emisiones entre 3 mil 700 y 18 mil toneladas de CO2 equivalente. Los certificados asociados a estas reducciones pueden venderse en el mercado mundial de carbono.

El CH4 es un gas de efecto invernadero mucho más potente que el CO2, así que en el casino del mercado mundial de carbono, las reducciones de metano pueden ser un negocio muy lucrativo. Bonito mecanismo de desarrollo “limpio”. Literalmente, nunca antes había estado tan cerca la mierda del dinero. (Éste y otros aspectos de la catástrofe de la influenza porcina son el objeto de un trabajo colectivo que se dará a conocer próximamente.)

Ahora que comienzan a levantarse las medidas de la emergencia, lo peor de todo es que regrese la normalidad de la barbarie. Los tiempos del cambio han llegado y deben ser aprovechados de manera constructiva.

*Tomados de La Jornada.