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domingo, mayo 10, 2009

Pandemia mediática*



Tomado de La Jornada, Hernández.



J. JESúS ESQUIVEL


Marc. K. Siegel, experto epidemiólogo estadunidense, afirma que virus como el A/H1N1 se debilitan al pasar de los animales a los seres humanos y son relativamente fáciles de detectar y controlar. Por eso, afirma, el gobierno mexicano se equivocó al favorecer la exageración y el miedo a la epidemia de influenza, cuando debió enfocarse en difundir medidas preventivas más precisas y el efectivo tratamiento médico. Esta falla determinó el alto costo social y económico del mal.


WASHINGTON.- En México“el virus A/H1N1 no ha provocado ninguna pandemia asesina”, afirma el doctor Marc K. Siegel, especializado en la investigación de la influenza. Y agrega: “Es más peligrosa la epidemia del miedo que se han encargado de propagar el gobierno mexicano y la prensa”.


Siegel, profesor asociado de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, se mantiene en contacto con el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos para el monitoreo internacional del virus A/H1N1. Dice que el gobierno de Felipe Calderón ha manejado “erradamente” ante los medios de comunicación el azote de la inicialmente llamada “influenza porcina”, porque ha sostenido que el virus que propició esta epidemia fue transmitida de un cerdo a un ser humano.


En entrevista telefónica con Proceso, explica: “Es un virus débil y no tan mortal por una simple y sencilla razón: la transmisión de la enfermedad se debilita diariamente porque el virus pierde consistencia conforme se transmite de un ser humano a otro. Por eso las personas que padecen el mal sufren de fiebres moderadas que se pueden controlar y curar con medicinas si se tratan a tiempo”.


El médico, que colabora en más una decena de periódicos y revistas especializadas en temas de salud, sostiene que “el error en México es que el gobierno hace demasiado énfasis en dar conferencias de prensa que luego los medios de comunicación se encargan de exagerar. El resultado de esto es que entre los mexicanos hay una pandemia, pero de miedo”.


El también autor de los libros Falsa alarma: La verdad sobre la epidemia del miedo y Gripe aviar: Todo lo que necesita saber sobre la próxima epidemia, admite que el gobierno mexicano acertó al tomar con seriedad el surgimiento de la fiebre porcina.


“Se le debe reconocer, porque las autoridades de salud aislaron inmediatamente a las primeras personas que registraron los síntomas más claros de la influenza, ordenaron el cierre de escuelas y cancelaron las actividades en lugares públicos. Fue correcta su actuación, pero sólo en este aspecto”, enfatiza Siegel.


–¿Está realmente disminuida la propagación de la influenza en México?


–Sí, el virus está ahora adaptado a los humanos y ha perdido poder. Esta es una regla básica que debe conocer todo epidemiólogo; y es justamente lo que no informa el gobierno de México. Al contrario, con tanta conferencia de prensa que dan desde el presidente (Calderón) hasta el ministro de Salud (José Ángel Córdova), dan la impresión de que no tienen el control de la epidemia. Por lo menos así lo percibo yo, que también soy periodista. Prevención, no alarmismo
También informa que los epidemiólogos del CDC en Atlanta, Georgia, están concentrados en determinar el lugar exacto donde se originó el brote de influenza A/H1N1. Y como Siegel colabora con el Comité de Finanzas del Senado estadunidense como investigador sobre bioterrorismo, se le pregunta:


–¿Es México el país más sospechoso de ser el origen de ese virus?


–No exactamente. El cerdo enfermo pudo estar en Estados Unidos. La triste realidad es que México fue el foco de la atención internacional y está pagando las consecuencias económicas y sociales por los errores que cometió el gobierno y que ya mencioné. Tanta publicidad no ayuda en nada a la causa.


–Si no es tan mortal esta influenza, ¿por que entonces han muerto más mexicanos que estadunidenses?


–Por dos razones: una, porque los mexicanos están acostumbrados a no atenderse con un médico ante cualquier síntoma de fiebre o de gripe. Este tipo de influenza comienza con una fiebre moderada y los mexicanos que la padecieron y que han muerto dejaron pasar el tiempo, acudieron al doctor cuando ya era demasiado tarde. Con esto no quiero ofender a ningún mexicano.


“Dos: los primeros casos de influenza ‘porcina’ en México se registraron en poblaciones pobres y agrícolas que tienen contacto cercano con el ganado porcino. El virus mutante surgió de un cerdo”.


En su opinión, México está lejos de padecer una expansión de la enfermedad comparable a la pandemia de influenza que se registró en 1918, la cual, según estimaciones oficiales, costó la vida de entre 70 y 100 millones de personas en el mundo.


“Este es un virus moderado y limitado, que ha provocado una preocupación mundial gracias a la obsesión de la prensa y de algunos gobiernos por la manera en que la manejan. Lo que deberían hacer los que se han encargado de exagerar las consecuencias de la influenza ‘porcina’ es prepararse para el futuro”, indica Siegel.


–¿Cuáles son los escenarios previsibles sobre este virus?


–Hay que estar pendientes de su resurgencia ahora que llegue el invierno. No para el caso de México, porque ahí la epidemia ha perdido poder; hay que estar observando de qué forma y con qué nivel de fuerza podría surgir en Australia, Indonesia, los países asiáticos y en Sudamérica.
Las medidas preventivas son la clave para evitar que la resurgencia de la nueva variedad de influenza alcance niveles de pandemia, apunta el especialista, y reitera que las autoridades de salud de todo el mundo deberían ser transparentes al dar a conocer los casos de contagio y precisas al informar sobre el tratamiento médico adecuado para contener la propagación de la enfermedad.


“Los gobiernos –recalca Siegel– pisan un terreno muy resbaloso cuando no son transparentes sobre la verdadera magnitud de una epidemia como la de la influenza ‘porcina’, y aun cuando son los gobiernos los que cometen los errores, y no las autoridades de salud, la culpa siempre recae en los médicos”.


Vacuna factible... y cara


El doctor Marc K. Siegel explica con referencias históricas el hecho de que la influenza A/H1N1 haya atacado principalmente a jóvenes, tanto en México como en Estados Unidos:“Las víctimas de la fiebre porcina nacieron después de 1957, año en que apareció por primera vez la gripe aviar. La explicación clínica es que toda persona que nace después del azote de un virus nuevo será mas vulnerable al contagio de cualquier enfermedad nueva, proveniente de virus animales”.
Por esa razón, dice, los epidemiólogos del CDC ya trabajan en la elaboración de los anticuerpos necesarios para desarrollar y producir vacunas contra toda clase de influenza. De hecho, afirma que la transmisión de virus de animales a seres humanos provoca que las enfermedades sean más severas, pero también hace más fácil supervisarlos, como en el caso del A/H1N1.


“Las enfermedades zoonóticas –que se transmiten de los animales a los seres humanos– tienden a registrar microorganismos exóticos con un alto nivel de contagio; pero, como en este caso de la influenza ‘porcina’, esos virus no son tan letales, se pueden controlar y curar fácilmente si los pacientes no se autorrecetan y se atienden a tiempo en un hospital o con un médico”, puntualiza.
No obstante que la propagación de la influenza afecta más a la población de los países pobres, la elaboración y producción de una vacuna contra el virus A/H1N1 sólo estaría al alcance de naciones como Estados Unidos, Gran Bretaña y Austria, entre otras.


El periódico estadunidense The Washington Post publicó el jueves 7 un artículo en el que se cita a funcionarios de la Organización Mundial de la Salud (OMS), quienes admiten que la producción de una vacuna eficaz para contener la epidemia será limitada y que ya está comprometida para los gobiernos de países ricos.


Con una población mundial estimada en 6 mil 700 millones de habitantes, “la capacidad (internacional) para desarrollar una vacuna pandémica es de 2 mil millones de dosis como máximo, y de mil millones de dosis como mínimo”, según las autoridades de la OMS mencionadas por el diario.


“El gobierno de Estados Unidos ya tiene contratos con los laboratorios que tienen la capacidad de producir la vacuna, lo cual le permitiría comprar por lo menos 600 millones de dosis, es decir, casi dos vacunas para cada uno de los 300 millones de estadunidenses”, destaca el rotativo.
Sanofi Pasteur, GlaxoSmithKline y Novartis, laboratorios que tienen la capacidad conjunta para producir el 75% de la vacuna contra la influenza, ya tienen un contrato preexistente con el gobierno de Estados Unidos. Y Baxter Internacional, que tiene una capacidad menor para elaborar un medicamento de esas características, tiene ya firmados acuerdos para vender su producción, en casos de pandemia, a los gobiernos de Austria y Gran Bretaña, entre otros países desarrollados.



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En el borde del caos*



MARCELA TURATI


Sorpresa. Confusión. Desorden. Y después, inevitable, el caos. Ante la crisis epidémica que tomó mal parado al gobierno de Felipe Calderón y, consecuentemente, a todo el aparato sanitario del país, la prueba de fuego sigue sin superarse. Es, la actual, una historia que habla del manejo torpe o arbitrario de la emergencia por parte de los gobiernos estatales, de cifras contradictorias e imprecisión diagnóstica, de empirismo clínico, falta de liderazgo y descoordinación entre la federación y los estados...


La epidemia del virus de influenza A/H1N1 no ha terminado y recorre a sus anchas el país. Arranca vidas en estados antes considerados “limpios” de la enfermedad y obliga a gobiernos, como el de Hidalgo o Jalisco, a alargar el encierro de la población. O, de plano, a reconocer muertos o enfermos que habían permanecido ocultos.


La aparición repentina de cadáveres no parece casual. Coincide con el viaje que emprendieron 20 médicos, el primer fin de semana de mayo, que salieron del Distrito Federal con la misión de investigar cómo estaban operando los hospitales estatales ante la epidemia y poner orden.
El pasado viernes 1, en el edificio de la Secretaría de Salud, los viajeros recibieron la encomienda del secretario del Consejo de Salubridad General, Enrique Ruelas, quien les pintó un panorama inquietante: su ayuda era indispensable porque no se tiene confianza en los reportes que están enviando los estados.


A esas alturas el manoseo de las cifras era escandaloso y los números que entregaba el secretario José Ángel Córdova en las conferencias diarias eran ridículos. Un día los muertos eran más de 100, luego, al separarlos en “confirmados” y “probables”, bajaban a siete, al otro su propio equipo lo contradecía y contaba 20. Pronto, en estados “sanos” comenzaba el escupidero de casos.


El desaseo colmó a la Unión Europea, que reclamó transparencia. El propio secretario, en un arranque, culpó a los estados de la opacidad, y el presidente Felipe Calderón sugirió lo mismo en una entrevista de televisión.


La solución que ideó Ruelas fue crear una estructura paralela: los 20 médicos ungidos como “enviados especiales del secretario” –elegidos por su liderazgo, su reconocimiento en el mundo médico, su desvinculación con el área epidemiológica de la secretaría y sus dotes de oratoria, según se les explicó– fueron asignados a uno o dos estados para levantar un muestreo rápido y uniformar criterios de atención en toda la República.


Su misión era dar a conocer la Estrategia D-T-R, cuyo nombre oficial es “Impacto Inmediato en los Hospitales: Diagnosticar-Tratar-Reportar”, que tenía como principal objetivo lograr que los secretarios de salud estatales nombraran públicamente a un responsable del manejo de la epidemia y a uno por hospital.


El lunes, 4 Ruelas comenzó a recibir los datos. El miércoles 6 reunió a los enviados para presentarles los poco alentadores resultados preeliminares: de 15 estados computados sólo en cuatro se cumplió la estrategia.


Las visitas, sin embargo, sirvieron para tomar el pulso nacional de lo que ocurre puertas adentro de los hospitales. Se descubrió, por ejemplo, que por órdenes de algunos secretarios locales, y quizás del mismo gobernador, los compiladores de cifras no reportan muertos. “Que rasuran los casos, que mal utilizan los antivirales y los fondos, no me quedó la menor duda. Los reportes que enviaron los estados responden a los intereses locales. Es infame, y lo peor es que como están descentralizados no rinden cuentas”, se queja uno de los doctores enviados que pidió el anonimato.


Explica a este semanario que la mayoría de los secretarios de Salud locales ningunearon a los representantes del secretario (varios se ofendieron porque no había acudido Córdova en persona), y como faltaron a la reunión no designaron responsables ante la federación. En las visitas, quedó expuesto que no todos los responsables de notificar a la federación conocen el sistema para hacerlo, que si la responsabilidad estatal recae en varios no se comunican entre sí o tampoco se presentan en el hospital donde ocurrió el deceso para pedir datos.


En unas ciudades además se les obliga a llenar formatos especiales dirigidos primero a distintas autoridades locales (incluido el representante del Programa Oportunidades). Más allá del nudo burocrático, se encontró que los antivirales son recetados sin criterio a enfermos sin síntomas de influenza y que varios cargamentos del Tamiflu que integraban la reserva estratégica están por caducar en mayo actual, si no es que ya caducaron.


La encuesta aplicada a los médicos y enfermeras presentes reveló también que la mayoría se sienten temerosos del contagio y desaprueban el desabasto de material de protección, la desorganización, la falta de infraestructura y la poca importancia que en su entidad y en su hospital le dan a la epidemia.


Varios enviados especiales consultados por Proceso no quisieron proporcionar información. El doctor Gabriel Cortés Gallo, titular del Seguro Médico de la Nueva Generación, negó que su viaje a Oaxaca haya sido para evaluar el desempeño estatal y explicó: “Sólo llevamos un saludo, un mensaje del secretario Córdova, filmado en video, y platicamos de la estrategia para el correcto diagnóstico, tratamiento y reporte”.


Los resultados recopilados no sorprendieron a los enviados: son síntomas de la mal instrumentada descentralización del sistema de salud, del que se desentendió la federación y cuya operación depende de los gobernadores, a quienes nadie pide cuentas.


Ante la crisis, cada uno actuó como quiso. Aguascalientes se resistió hasta el final a clausurar la Feria de San Marcos. Baja California repartió tarde cubrebocas. Chiapas pagó a medios nacionales para publicitarse como “estado sano” hasta que tuvo que establecer cercos sanitarios en casas de infectados. El Estado de México nunca cerró restaurantes, a diferencia de su vecino, el Distrito Federal, que sí lo hizo. Y el DF, aunque cerró comercios, no suspendió el transporte público, donde más se apretuja la gente.


Nudo burocrático


Si bien en pocos estados se amarraron compromisos con la federación, coincidentemente después de la visita comenzaron a fluir los datos estatales de contagiados.


En Jalisco, cuyo gobernador achacaba al gobierno federal el retraso de los análisis de laboratorio y negaba fallecimientos aunque los propios médicos reportaban públicamente la ola de contagios, de un día para otro tuvo que reconocer tres decesos y varios infectados. En las listas oficiales pronto empezaron a aparecer cuerpos de muerte antigua que no habían sido reportados. Del fallecimiento del primer tlaxcalteca, por ejemplo, se enteró primero la Secretaría de Salud federal que las autoridades locales.


No todo el diagnóstico fue maligno. Sinaloa puso una lección digna de copiar: al recibir la alerta sanitaria activó 13 mil brigadas que, casa por casa, preguntaron si había algún enfermo y en un par de días habían peinado todo el estado y tenían una radiografía precisa. Otro ejemplo de organización pos-epidemia es el del gobierno defeño, que lanzó a la calle a los operadores de la Secretaría de Desarrollo Social local –los mismos que manejan los subsidios a ancianos, madres solteras y desempleados– para que sumaran a sus padrones a las familias enlutadas, a las cuales están visitando.


En otros casos, como el de Zacatecas o Tabasco, los gobernadores Amalia García y Andrés Granier atendieron personalmente la reunión y citaron a los médicos para que escucharan. Aunque, eso sí, la mayoría del personal se tragó sus opiniones.


En varios estados la población ni siquiera estaba enterada del virus. Muestra de ello son los resultados de la encuesta que aplicó la organización Melel Xojobal en cinco colonias de San Cristóbal de las Casas, en Chiapas, los cuales arrojan que, una semana después de la declaratoria de emergencia, 16% de los entrevistados aún “no había escuchado de la enfermedad” y 22% desconocía síntomas y medidas de prevención.


Las experiencias más lamentables, según informó un “enviado especial” a Proceso, fueron las reuniones de Chiapas y Oaxaca, a las que asistió puro funcionario de bajo nivel. En la entidad de Ulises Ruiz, por ejemplo, en vez de llegar directivos de hospitales acudieron operadores del Seguro Popular.


Después de la Estrategia T-D-R poco cambió en los estados, aunque en algunos casos ayudó a destapar las cañerías políticas y burocráticas que entrampaban las cifras y se tomó como un “borrón y cuenta nueva” de numeración.


Esto coincidió también con la incorporación al gabinete de Córdova del experto epidemiólogo Pablo Kuri, quien fue recontratado después de que quedó expuesto que el subsecretario Mauricio Hernández leyó a tiempo los reportes de los primeros brotes de la epidemia que se avecinaba.


“¿Quién manda aquí?”


Esa no fue la única prueba de la falta de músculo que sufre la Secretaría de Salud, que tiene que crear estructuras paralelas para informarse. Antes de la declaratoria de emergencia ya había dado otras muestras dignas de laboratorio.


Esto lo relata un médico que la tarde del domingo 19 de abril hacía guardia en su hospital y recibió la inusual visita de tres burócratas de la dirección médica general del ISSSTE, con quienes entabló un inquietante diálogo:


–Doctor, ¿tiene muchas personas hospitalizadas por insuficiencias respiratorias agudas?–No, ¿por qué?


–Hay una alerta de influenza, nos informaron ayer.


Le dijeron entonces que en Oaxaca había muerto una mujer (falleció el 13 de abril, aunque sus tejidos fueron enviados a análisis de laboratorio a Canadá el día 22) con síntomas de una rara influenza. El médico se quedó con la idea de que había llegado la gripe aviar a México. Eso parecía.


Ese fin de semana en la que los epidemiólogos recorrieron 23 hospitales, al Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER) ingresaban jóvenes sanos que llegaban echando los pulmones en flemas. Sin aire. Hechos un tizón de fiebre. Con las anginas moradas, el pecho cansado por la tos. Cuerpo agotado. A punto de perder la conciencia. Con síntomas que ya no tenían pinta de ser gripes mal cuidadas.


Después de ser entubados, a varios de ellos los visitó la muerte.


El mismo fin de semana cinco personas fallecieron por influenza en la capital (dos en el INER, dos en Iztapalapa, uno en el Ángeles) y 120 hospitalizados, y posiblemente más fueron mal diagnosticados.


En hospitales como el de Iztapalapa se pegó un aviso, pero, como en la mayoría de los centros médicos, la alerta fue de papel y no significó cambios de rutina hasta que la realidad, a golpes mortales, obligó a incorporar medidas elementales, como aislar a los enfermos de influenza para no contagiar al resto.


El jueves 23 de abril, a eso de las tres de la tarde, en el DF, los directivos de los hospitales del IMSS reunieron a su personal para avisarle que andaba suelto el contagioso virus. Horas después, Calderón se reunía con su gabinete y más tarde con los dueños de varios medios de comunicación para pedirles apoyo.


Casi a media noche, el secretario Córdova, con cara larga, anunciaba el cese de clases. Lo que ocurrió después de la alerta no fue calcado del manual de procedimientos elaborado y ensayado el sexenio pasado para usarse en casos de una gripe atípica, como la aviar o la porcina.
“No teníamos nada preparado, no habían hecho cambios”, dice el médico que el domingo 19 estaba en guardia y vivió todo el proceso.


Él todavía se pregunta por qué no se respetó el mando que se había establecido en las prácticas del Escudo Centinela para cortar epidemias. En la teoría, en cada centro de salud tomaban el mando un médico y una enfermera. También echa de menos a los enviados de la secretaría, que en epidemias como la del cólera eran asignados para hacerse cargo de un hospital, acopiar datos y establecer procedimientos. Está seguro de que las muestras de sangre que tomó a sus pacientes, por la burocracia, llegaron echadas a perder a los laboratorios.


Se pregunta también dónde quedaron los dos trajes especiales de cuerpo entero, con todo y escafandra, que había recibido cada hospital para usarse en casos de virus contagiosos. En algunos nosocomios la situación no se normalizó hasta el día 27, cuatro días después de decretada la alerta nacional, y gracias a las iniciativas del personal de base. Hasta ahora, por ejemplo, no parece haber un lineamiento respecto de qué hacer con los muertos. Queda a libre arbitrio de los médicos ordenarle a las familias enterrarlos, velarlos o incinerarlos.Esos cuellos de botella quedaron expuestos también en la encuesta que los “enviados especiales” aplicaron sobre terreno.


Los médicos presentes en las reuniones, que en la mayoría de los casos son los que están en la trinchera contra el virus, plantearon serias dudas sobre la entonces llamada “influenza porcina”: ¿Qué dosis se tiene que recetar a niños? ¿Cómo se puede dar prevención a mujeres embarazadas y recién nacidos? ¿Qué dosis a los familiares de los que no presentan síntomas? ¿Los médicos deben recibir una sola vez tratamiento o 10 días después de que vieron su último caso o varias veces? Preguntas que pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte y cuyas respuestas no aparecen en ningún manual.


“(En la SSA) nunca se había puesto a prueba la estructura, nunca les interesó probarla, no se garantizó la capacitación ni se validó ni se hizo seguimiento”, concluye uno de los médicos cercanos al procedimiento.


Eso quedó evidenciado. Los hospitales comenzaron a armar sus pabellones aislantes, a su propio tiempo, capacidad y recursos. Varios enfermos ingresados por otras razones se contagiaron en esa curva de aprendizaje. De 77 personas que, se sospecha, murieron contagiadas nunca se sabrá si las mató el nuevo virus porque no se les tomaron muestras. Todavía hoy no se tiene la certeza del número de muertos.


Uno de los enviados especiales comenta: “Y siguen sin llegar muchos muertos”.


*Tomados de la revista Proceso.