Refundación del PRD ¿Ahora sí?*
Tomados de La Jornada, El Fisgón, Hernández, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores.
Octavio Rodríguez Araujo
Una vez más se habla de refundar el Partido de la Revolución
Democrática. La vez pasada se dijo lo mismo como consecuencia del fracaso que
tuvo en la elección federal intermedia de 2009, pero dicha refundación quedó en
el camino de las buenas intenciones.
Los motivos para llevarla a cabo eran más que sobrados. En
2009, como PRD, no alcanzó siquiera 4.3 millones de sufragios. Si le sumamos
los votos de PT y Convergencia, que fueron parte de la coalición Por el Bien de
Todos, tres años antes, el total fue de casi 6.3 millones. Poco más de la mitad
de lo obtenido en 2006. Perdió 5.7 millones de votos, en tanto que el PAN
perdió 3.1 millones en el mismo periodo y el PRI arrasaba en todo el país, con
pocas excepciones.
La idea de su refundación quedó en el aire y en 2010 el PRD
perdió la gubernatura de Zacatecas en favor del candidato del PRI. De las 10
gubernaturas que se disputaron en 2010, el sol azteca no ganó ninguna. De las
seis elecciones de gobernador realizadas en 2011, sólo ganó Guerrero, y es un
decir, pues su aspirante sólo renunció al tricolor cuando tuvo amarrada su
candidatura en la coalición de las izquierdas. Perdió Baja California Sur y
Michoacán, que parecían ser fortalezas perredistas. Intentó alianzas con el PAN
en Nayarit, Coahuila y estado de México, pero al final no pudieron concretarse.
En 2012, gracias a la candidatura de López Obrador a la
Presidencia, el PRD salió de su crisis y logró, con sus aliados, la más alta
votación de las izquierdas en la historia del país, aunque no ganara. Pero
ahora AMLO está tratando de convertir en partido el Movimiento Regeneración
Nacional (Morena) y, si nada sustancial cambia para 2015, las izquierdas
estarán formadas por cuatro partidos, uno de ellos el PRD que, como ya señalé,
aspira a refundarse en serio esta vez, de preferencia sin Marcelo Ebrard a la
cabeza. Todo indica que para las próximas elecciones no contará con López
Obrador o un líder semejante (que todavía no conocemos). Por lo que en esta
ocasión su refundación es, en buena medida, ineludible; de ella depende su
credibilidad entre sus bases y entre las corrientes (tribus), que no parece que
vayan a abandonar el partido.
A riesgo de equivocarme en mi interpretación, la tirada del
partido del sol azteca es afirmarse como una organización de centro-izquierda,
muy al estilo de la socialdemocracia europea, tipo Partido Socialista Obrero
Español o Partido Socialista de Francia. Es decir, un partido favorecedor de un
cierto igualitarismo social dentro del capitalismo (no sería anticapitalista),
de una importante intervención del Estado, sobre todo para regular la economía
(tema indispensable para lograr lo anterior) y ampliar la seguridad social, la
educación y el empleo.
De no equivocarme, salta una pregunta obligada: ¿en qué se
diferenciaría del Partido del Trabajo, de Movimiento Ciudadano y del mismo
Morena o como se llame de convertirse en partido? En muy poco. Tanto el PRD
como el PT dicen en sus documentos que aspiran al socialismo, pero en ningún
caso afirman ser anticapitalistas. Morena tampoco ha dicho ser socialista y no
estaría muy seguro de que el mismo López Obrador suscribiera un programa
socialista como se entendía antes en los partidos herederos del marxismo. Quizá
la diferencia podría darse en la relación de los dirigentes nacionales, estatales,
municipales y de distrito con las bases de sus respectivos partidos y con los
movimientos sociales incluso apartidistas. Es de pensarse que Morena, si
deviene partido, establezca una relación más democrática con sus bases y
simpatizantes, menos vertical, sin por ello perder la necesaria disciplina que
requiere todo partido que se precie de serlo.
Al PRD, hay que decirlo, le falta (le ha faltado) su
institucionalización como tal, es decir, ser una organización donde los
militantes antepongan sus intereses personales y de grupo al bien del partido.
Por momentos parece que sus corrientes internas (que bien se han ganado el
calificativo de tribus) no han entendido que si pelean entre sí se debilitan a
sí mismas y al partido, que si no están de acuerdo con otras no deberían estar
bajo el mismo techo, que todos los partidos tienen y han tenido (incluso el
PRI) corrientes y tendencias internas, pero que a la hora de los trancazos se
unen todas por un fin superior: fortalecerse y ganar. Nadie en su sano juicio
puede pretender que todos los militantes y afiliados a un partido piensen igual
y sean blancas palomitas. Son ciertos principios los que los unen y los llevan
a escoger al partido A y no al B o al C. Que habrá diferencias, no caben dudas,
pero así funcionan y han funcionado todos los partidos en su historia. Los
partidos monolíticos sólo existen en los regímenes totalitarios, y no es esto
lo que queremos para México. El chiste, como suele decirse aunque sea tema muy
serio, es que todos entiendan que las diferencias existentes se posponen
siempre para engrandecer a la organización, sea la que sea, y que las luchas
por ganar la hegemonía en ésta debe ser sobre todo política (léase negociada),
inteligente y sin descuidar la importancia de la organización a la que
libremente se adhirieron.
Insistiré en lo que he dicho desde hace mucho: a las
izquierdas les falta modestia en sus formas de actuar y ambición en sus
objetivos. A éstos debe subordinarse la organización; a aquella, a la modestia,
debe subordinarse la militancia personal y grupal. Si los dirigentes (de
cualquier nivel y ámbito) actúan para beneficio de los intereses que dicen
representar y no en el suyo propio, ganarán o no, pero siempre serán
respetados, aun por sus adversarios. Y no otra cosa se espera de los partidos
que se dicen de izquierda, y más todavía de los gobiernos que se asumen como
tales. Esto y, desde luego, su autonomía de los llamados poderes fácticos que
todo lo corrompen. La afinidad con estos poderes y su subordinación a ellos es
característica de la derecha, nunca de la izquierda si quiere merecer este
nombre.
*Tomado de La Jornada.
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