El sexenio fúnebre*
Tomados de La Jornada, Hernández, Helguera, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores.
José Gil Olmos
MÉXICO, D.F. (apro).- El próximo 1 de diciembre, el gobierno
de Felipe Calderón concluirá su sexenio con cerca de 60 mil muertos, producto
de la guerra contra el narcotráfico que declaró en los albores de su
administración.
Esa será, aunque no lo quiera, su carta de presentación
cuando vaya errando por el mundo en busca de un lugar, porque en México no
habrá de quedarse.
Durante estos seis años, Calderón mantuvo siempre una
sonrisa burlona que no borró, pese a que todos los días de su gobierno hubo un
muerto, un desaparecido o una víctima de la violencia que, de manera
incontenible, creció como espiral, con rachas que alcanzaron más de 30, 40 o
más asesinatos en un solo día.
El panista destacó por su actitud de soberbia y, durante
todo su sexenio, le hizo falta sensibilidad para escuchar y atender a miles de
familias que agotaron todas las instancias pidiendo justicia.
En este periodo de la vida del país, el presidente nunca
cedió en su posición despótica de gobernar, poniendo en puestos claves a sus
amigos, siempre menores que él, para no hacerle sombra.
En fin, Calderón nunca se transformó en jefe de Estado. Tuvo
su nivel máximo de desarrollo cuando fungió como coordinador del Partido Acción
Nacional en la Cámara de Diputados, donde aprendió a negociar con líderes
sindicales, gobernadores, dirigentes partidistas, empresarios y representantes
de otros poderes fácticos a los que no tocó en su gobierno.
El desdén por la sociedad del segundo y último presidente
panista fue más que evidente. Cuando asesinaron a los jóvenes en Villas de
Salvárcar, Chihuahua, lo primero que dijo es que eran pandilleros, y en el caso
de doña Ernestina Ascencio, antes de que concluyeran las indagaciones aseguró
que había fallecido de “gastritis crónica”, desdeñando las pesquisas que
apuntaban a una violación por parte de soldados.
Bajo su égida, la seguridad pública y la justicia estuvieron
supeditadas a la protección de sus funcionarios, como Genaro García Luna, o a
la omisión de las autoridades municipales y estatales, que nunca tocó, creando
con ello un ambiente de impunidad que alcanzó 98% de los casos remitidos ante
los tribunales penales, pues sólo 2% de los detenidos recibieron sentencia.
Uno de los casos de mayor impunidad, que trató con la punta
del pie, fue el de los miles de familiares de muertos y desaparecidos que le
demandaron justicia. En uno de los encuentros en el Alcázar del Castillo de
Chapultepec, Nepomuceno Moreno, sonorense de 64 años a quien le desaparecieron
un hijo, le pidió ayuda. Meses después fue asesinado en pleno centro de
Hermosillo.
Ante las víctimas, el panista se comprometió a impartir
justicia, pero con el paso de los días respondió con remedos, creando la
Procuraduría de Atención de Víctimas, sin presupuesto y sin una estructura
material y humana. Propuso una ley en la materia que nunca fue consultada con
las familias afectadas y en la que no se reconoce a las víctimas de la
violencia. Y, en el colmo de la soberbia, impuso su voluntad para construir un
memorial en las instalaciones militares, insultando con ello la memoria de
quienes precisamente murieron por el abuso de los soldados y policías coludidos
con el crimen organizado.
Otro desdén de arrogancia fue el que hizo ante la demanda de
aparición de Edmundo Reyes Amaya y de Gabriel Alberto Cruz Sánchez,
desaparecidos en 2007 en Oaxaca. Los dos cuadros políticos del Ejército Popular
Revolucionario (EPR) fueron presa de desaparición forzada por parte de la
policía del estado gobernado entonces por Ulises Ruiz, quien los entregó al
Ejército.
A pesar de que durante cuatro años la Comisión de Mediación
(Comed) pidió a la Secretaría de Gobernación indagar sobre el paradero de los
dos guerrilleros, nunca se atendió el llamado.
Mediante una carta pública, dicha instancia anunció esta
semana su disolución, al advertir que en el gobierno federal nunca hubo
voluntad de resolver el caso, sino que se crearon muchos obstáculos y se
eliminaron pruebas.
Calderón ya prepara sus maletas. En Los Pinos están
esculpiendo su figura, que habrá de erigirse en el Paseo de los Presidentes,
ubicado en los jardines de la residencia oficial.
Hasta ahora se sabe que piensa radicar en Texas y dar clases
en la universidad de ese estado, pero ya hay protestas de organizaciones
sociales y de estudiantes que repudian su presencia.
Durante estos seis años el panista ha dicho a sus críticos
que preferiría pelear hasta con piedras contra el crimen organizado a no hacer
nada. Pero Calderón se equivoca, porque la crítica no ha sido en ese sentido,
sino por la falta de una estrategia integral que atienda, al mismo tiempo, la
seguridad, la salud, la educación, la justicia y, sobre todo, la corrupción.
El gobierno de Calderón, próximo a concluir, será un
gobierno fúnebre. Será el sexenio de la muerte, la impunidad y la corrupción, y
uno de los periodos más violentos y tristes de México en muchos años, con una
herida social que tardará varias generaciones en cerrar.
*Tomado de la revista
Proceso.
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