Desfiladero*
Tomados de La Jornada, Helguera y El Fisgón.
· Votar o no votar
Jaime Avilés
Pese a que se sabe de antemano que el gran vencedor de las elecciones el 5 de julio será el abstencionismo, se ha abierto un debate sobre votar o no hacerloFoto Marco Peláez
Votar, no votar, votar en blanco, anular el voto con una leyenda, votar de manera diferenciada para alcanzar distintos propósitos: no hay consenso. Por primera vez, desde que surgió en 2004, el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador protagoniza un debate horizontal desde la base, que ha llegado al ámbito de la sociedad civil y también al de la sociedad política. La gente de a pie, la que lleva años en resistencia civil pacífica, ha alterado la agenda de los medios y ha puesto en discusión un asunto que tendrá repercusiones nacionales dentro de cuatro semanas. Este debate es ante todo síntoma de que algo está vivo y tiene derecho y razón de ser.
Sabemos de antemano, por supuesto, que el gran vencedor de las elecciones del 5 de julio será el abstencionismo. De 77.5 millones de personas inscritas en el padrón, escribía anteayer Octavio Rodríguez Araujo, sólo asistirán a las urnas, según cálculos de analistas especializados, alrededor de 23 millones, en tanto que 54 millones no votarán, afirma por su parte Rafael Segovia, porque “a la gente que no tiene dinero no le interesa la política”. El debate concierne, pues, a la sociedad políticamente activa, que lee periódicos, escucha programas noticiosos de radio, trata (con poco éxito) de informarse por televisión y se comunica por Internet.
La idea del voto en blanco como forma de castigar por su inmoralidad a la clase política en cualquier lugar del planeta es el eje de la novela de José Saramago Ensayo sobre la lucidez, pero en México fue acogida con entusiasmo por los simpatizantes de López Obrador a partir de cuatro factores: uno, el fraude electoral de 2006; dos, el “viraje” (llamémoslo así) de los diputados y senadores perredistas que llegaron al Poder Legislativo con los votos del movimiento popular y de inmediato se pusieron a las órdenes de Felipe Calderón; tres, la maniobra conjunta de PAN-PRI-PRD para reconvertir al Instituto del Fraude Electoral (IFE) en una oficina al servicio de la televisión y de la ultraderecha empresarial (perdón por la redundancia), y, cuatro, las inmundas elecciones internas del PRD, que consumaron el asalto de los neocalderonistas a la dirección de ese partido.
Después de esos cuatro golpes consecutivos, los seguidores de López Obrador no afiliados a partido alguno comprendieron que la resistencia civil pacífica era la única forma de lucha posible para lograr un cambio de gobierno mediante el plebiscito revocatorio de mandato, tal como lo hizo el pueblo chileno para sacar a Pinochet del poder. Muy distinto era lo que se pensaba al mismo tiempo en las filas de los partidos del Frente Amplio Progresista. Y entre estas dos posiciones, hay que subrayarlo, López Obrador siempre se manifestó por la lucha electoral, sin que se abriera una grieta por ello en el movimiento. Eran dos enfoques contrapuestos para ver las cosas, que nunca pusieron en entredicho la unidad de acción ante problemas específicos como el petróleo, la defensa de la economía popular y otros.
Al comenzar el año en curso, un estudio realizado por el PRD asumió que aun a pesar del abstencionismo de buena parte de las bases del movimiento, ese partido, con su voto duro, iba a conservar un número de diputados similar al que tiene a la fecha. Así nació, pues, el debate que ahora se expande a otros ámbitos, y que sectores aliados al PAN tratan de capitalizar en favor del abstencionismo para reducir el voto de castigo contra Calderón y su “gobierno” (o lo que sea) que no oculta ya sus intenciones de prolongarse indefinidamente al costo político y social que sea. Total (lo dijo nada menos que ¡Roberto Madrazo!, destructor de Tabasco), “el país ya está destruido” (La Jornada, 03/06/09). Lo demás vendría a ser lo de menos.
Tras la contingencia sanitaria por la influenza (que gracias a Calderón salvó a la humanidad de una pandemia, como acaba de reconocer la Organización Mundial de la Salud al subir la alerta al grado seis), desventura manipulada que puso en vigor disposiciones para que el “gobierno” entre de bata blanca al domicilio de cualquier persona y revise si hay enfermos, pero sobre todo luego del secuestro de seis presidentes municipales del PRI, dos del PAN y dos del PRD, y del asalto militar al palacio de gobierno de Michoacán, algunos sectores de la derecha han empezado a ver con alarma su engendro.
Han sido admirables por ello las críticas que medios incondicionales del régimen han lanzado a Calderón, reprochándole la falta de brújula y de sustento de su guerra “contra” el narcotráfico (que sólo ha servido para fortalecer a los cárteles) y su evidente intención de usar ese golpe de teatro con fines electorales. El virtual derrocamiento de 10 ayuntamientos constitucionales, anticipo y ensayo de acciones de mayor calibre a escala nacional, ha producido un raro acercamiento entre el PRI y el PRD, cuyos diputados acordaron a principios de esta semana llevar a juicio político a Jesús Reyes Heroles, director general de Petróleos Mexicanos, y a Georgina Kessel, secretaria de Energía, por haber otorgado ilegalmente contratos a empresas particulares, algo que en los hechos se traduce y debe sancionarse como una privatización clandestina de Pemex.
Después, durante la reunión del Consejo Nacional de Seguridad, PRD y PRI volvieron a cerrar filas contra Calderón en los duros discursos que el jefe del Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, y el gobernador de Nuevo León, Natividad González Parás, pronunciaron contra eso que Ricardo Rocha ha bautizado como el michoacanazo. Un día más tarde, en velada respuesta y haciendo gala de su característica buena onda, Calderón anunció un proyecto para que inversionistas privados construyan (¿y administren?) 12 nuevas cárceles en el país.
Una lectora escribió ayer al buzón de esta columna sabatina: “Vivo en Atizapán de Zaragoza, estado de México, y mucha gente, vecinos, amigos, se están uniendo para votar por el PRI para sacar al nefasto PAN del palacio municipal. Soy lopezobradorista y pienso votar por el PT en todo, menos para presidente municipal, ya que me están convenciendo para votar por el PRI. Yo les digo que si voto por el PRI ellos deben votar por el PT en candidatos plurinominales”.
No pocos lectores, por su respectiva parte, han enviado insistentes cartas a lo largo de la semana para recordarle al autor de estos párrafos que “no se puede votar por candidatos plurinominales”, como Desfiladero propuso erróneamente el sábado pasado y antepasado. Leonardo Delgado Castillo explica: los plurinominales “son elegidos por votación proporcional; es decir, con base en la proporción de votos que cada partido obtenga en las cinco circunscripciones. Los que sí son elegidos por votación directa son los candidatos uninominales. Lo anterior nos lleva a que en el DF se votaría por el PRD en el caso de los jefes delegacionales y de los diputados a la Asamblea Legislativa, pero en el caso de los diputados federales se votaría por PT o Convergencia. En las restantes entidades federativas se votaría por PT o Convergencia para diputados federales”.
Para la resistencia civil pacífica, el voto diferenciado persigue un fin preciso: castigar a los candidatos aliados a Calderón dentro del PRD y lograr que los otros dos partidos que integran el FAP, o por lo menos uno de ellos, conserve su registro, para que cuando se hunda el trasatlántico negro y amarillo, el movimiento continúe navegando en otra embarcación. El debate está abierto. ¿Qué hacemos? ¿Votar o no votar?
jamastu@gmail.com
*Tomado de La Jornada.
Jaime Avilés
Pese a que se sabe de antemano que el gran vencedor de las elecciones el 5 de julio será el abstencionismo, se ha abierto un debate sobre votar o no hacerloFoto Marco Peláez
Votar, no votar, votar en blanco, anular el voto con una leyenda, votar de manera diferenciada para alcanzar distintos propósitos: no hay consenso. Por primera vez, desde que surgió en 2004, el movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador protagoniza un debate horizontal desde la base, que ha llegado al ámbito de la sociedad civil y también al de la sociedad política. La gente de a pie, la que lleva años en resistencia civil pacífica, ha alterado la agenda de los medios y ha puesto en discusión un asunto que tendrá repercusiones nacionales dentro de cuatro semanas. Este debate es ante todo síntoma de que algo está vivo y tiene derecho y razón de ser.
Sabemos de antemano, por supuesto, que el gran vencedor de las elecciones del 5 de julio será el abstencionismo. De 77.5 millones de personas inscritas en el padrón, escribía anteayer Octavio Rodríguez Araujo, sólo asistirán a las urnas, según cálculos de analistas especializados, alrededor de 23 millones, en tanto que 54 millones no votarán, afirma por su parte Rafael Segovia, porque “a la gente que no tiene dinero no le interesa la política”. El debate concierne, pues, a la sociedad políticamente activa, que lee periódicos, escucha programas noticiosos de radio, trata (con poco éxito) de informarse por televisión y se comunica por Internet.
La idea del voto en blanco como forma de castigar por su inmoralidad a la clase política en cualquier lugar del planeta es el eje de la novela de José Saramago Ensayo sobre la lucidez, pero en México fue acogida con entusiasmo por los simpatizantes de López Obrador a partir de cuatro factores: uno, el fraude electoral de 2006; dos, el “viraje” (llamémoslo así) de los diputados y senadores perredistas que llegaron al Poder Legislativo con los votos del movimiento popular y de inmediato se pusieron a las órdenes de Felipe Calderón; tres, la maniobra conjunta de PAN-PRI-PRD para reconvertir al Instituto del Fraude Electoral (IFE) en una oficina al servicio de la televisión y de la ultraderecha empresarial (perdón por la redundancia), y, cuatro, las inmundas elecciones internas del PRD, que consumaron el asalto de los neocalderonistas a la dirección de ese partido.
Después de esos cuatro golpes consecutivos, los seguidores de López Obrador no afiliados a partido alguno comprendieron que la resistencia civil pacífica era la única forma de lucha posible para lograr un cambio de gobierno mediante el plebiscito revocatorio de mandato, tal como lo hizo el pueblo chileno para sacar a Pinochet del poder. Muy distinto era lo que se pensaba al mismo tiempo en las filas de los partidos del Frente Amplio Progresista. Y entre estas dos posiciones, hay que subrayarlo, López Obrador siempre se manifestó por la lucha electoral, sin que se abriera una grieta por ello en el movimiento. Eran dos enfoques contrapuestos para ver las cosas, que nunca pusieron en entredicho la unidad de acción ante problemas específicos como el petróleo, la defensa de la economía popular y otros.
Al comenzar el año en curso, un estudio realizado por el PRD asumió que aun a pesar del abstencionismo de buena parte de las bases del movimiento, ese partido, con su voto duro, iba a conservar un número de diputados similar al que tiene a la fecha. Así nació, pues, el debate que ahora se expande a otros ámbitos, y que sectores aliados al PAN tratan de capitalizar en favor del abstencionismo para reducir el voto de castigo contra Calderón y su “gobierno” (o lo que sea) que no oculta ya sus intenciones de prolongarse indefinidamente al costo político y social que sea. Total (lo dijo nada menos que ¡Roberto Madrazo!, destructor de Tabasco), “el país ya está destruido” (La Jornada, 03/06/09). Lo demás vendría a ser lo de menos.
Tras la contingencia sanitaria por la influenza (que gracias a Calderón salvó a la humanidad de una pandemia, como acaba de reconocer la Organización Mundial de la Salud al subir la alerta al grado seis), desventura manipulada que puso en vigor disposiciones para que el “gobierno” entre de bata blanca al domicilio de cualquier persona y revise si hay enfermos, pero sobre todo luego del secuestro de seis presidentes municipales del PRI, dos del PAN y dos del PRD, y del asalto militar al palacio de gobierno de Michoacán, algunos sectores de la derecha han empezado a ver con alarma su engendro.
Han sido admirables por ello las críticas que medios incondicionales del régimen han lanzado a Calderón, reprochándole la falta de brújula y de sustento de su guerra “contra” el narcotráfico (que sólo ha servido para fortalecer a los cárteles) y su evidente intención de usar ese golpe de teatro con fines electorales. El virtual derrocamiento de 10 ayuntamientos constitucionales, anticipo y ensayo de acciones de mayor calibre a escala nacional, ha producido un raro acercamiento entre el PRI y el PRD, cuyos diputados acordaron a principios de esta semana llevar a juicio político a Jesús Reyes Heroles, director general de Petróleos Mexicanos, y a Georgina Kessel, secretaria de Energía, por haber otorgado ilegalmente contratos a empresas particulares, algo que en los hechos se traduce y debe sancionarse como una privatización clandestina de Pemex.
Después, durante la reunión del Consejo Nacional de Seguridad, PRD y PRI volvieron a cerrar filas contra Calderón en los duros discursos que el jefe del Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, y el gobernador de Nuevo León, Natividad González Parás, pronunciaron contra eso que Ricardo Rocha ha bautizado como el michoacanazo. Un día más tarde, en velada respuesta y haciendo gala de su característica buena onda, Calderón anunció un proyecto para que inversionistas privados construyan (¿y administren?) 12 nuevas cárceles en el país.
Una lectora escribió ayer al buzón de esta columna sabatina: “Vivo en Atizapán de Zaragoza, estado de México, y mucha gente, vecinos, amigos, se están uniendo para votar por el PRI para sacar al nefasto PAN del palacio municipal. Soy lopezobradorista y pienso votar por el PT en todo, menos para presidente municipal, ya que me están convenciendo para votar por el PRI. Yo les digo que si voto por el PRI ellos deben votar por el PT en candidatos plurinominales”.
No pocos lectores, por su respectiva parte, han enviado insistentes cartas a lo largo de la semana para recordarle al autor de estos párrafos que “no se puede votar por candidatos plurinominales”, como Desfiladero propuso erróneamente el sábado pasado y antepasado. Leonardo Delgado Castillo explica: los plurinominales “son elegidos por votación proporcional; es decir, con base en la proporción de votos que cada partido obtenga en las cinco circunscripciones. Los que sí son elegidos por votación directa son los candidatos uninominales. Lo anterior nos lleva a que en el DF se votaría por el PRD en el caso de los jefes delegacionales y de los diputados a la Asamblea Legislativa, pero en el caso de los diputados federales se votaría por PT o Convergencia. En las restantes entidades federativas se votaría por PT o Convergencia para diputados federales”.
Para la resistencia civil pacífica, el voto diferenciado persigue un fin preciso: castigar a los candidatos aliados a Calderón dentro del PRD y lograr que los otros dos partidos que integran el FAP, o por lo menos uno de ellos, conserve su registro, para que cuando se hunda el trasatlántico negro y amarillo, el movimiento continúe navegando en otra embarcación. El debate está abierto. ¿Qué hacemos? ¿Votar o no votar?
jamastu@gmail.com
*Tomado de La Jornada.
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