150 minutos de sangre y muerte...*
PATRICIA DáVILA
¿Qué ocurrió exactamente en el interior del Centro de Readaptación Social de Ciudad Juárez hace tres semanas? ¿Qué fue lo que provocó que en ese penal, considerado “modelo”, se desatara una matanza como la perpetrada entonces? Con base en la difícil revisión del expediente del caso y en testimonios recogidos a lo largo de ese tiempo, así como en una visita a ese centro penitenciario, Proceso pudo reconstruir los hechos que desembocaron en la masacre. Los disturbios fueron monitoreados en video, pero las autoridades estatales nada hicieron para impedir los asesinatos. Fuerzas policiacas y militares tardaron tres horas en intervenir.
CIUDAD JUÁREZ, CHIH.- Miércoles 4 de marzo. Área de Alta Seguridad del Cereso estatal. A las 6:05 de la mañana, las cámaras de video que monitorean las 24 horas del día el interior y exterior del penal iniciaron la grabación de 150 minutos de sangre y muerte que culminaron con la masacre de 21 internos.
El ataque no fue al azar: los nombres de aquellos que debían morir esa mañana estaban anotados en una lista.
Durante dos horas y media, integrantes de la banda de Los Aztecas ejecutaron a rivales seleccionados de Los Mexicles y Artistas Asesinos (AA), sin que nadie tratara de impedirlo desde dentro o fuera de esa prisión, aun cuando el Cereso está equipado con un sistema de circuito cerrado de cámaras de video, monitoreado permanentemente desde el interior y desde el Centro Estatal de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C-4, dependiente de la Secretaría Ejecutiva del Consejo Estatal de Seguridad Pública), con sede en la ciudad de Chihuahua.
Y si bien los guardias de seguridad sólo cuentan con armas que disparan balas de goma y con granadas lacrimógenas, en cada caseta de control tienen un sistema de alarma que pueden accionar al instante.
Aun así se consumó la consigna: matar.
Una investigación realizada por Proceso –que incluyó consultas en gran parte del expediente del caso; una visita al penal, en particular al área de monitoreo, así como el registro de testimonios de funcionarios y de la Visitaduría de Ciudad Juárez de la Comisión Estatal de Derechos Humanos– permite reconstruir lo que ocurrió aquel día.
El asalto
Las mujeres de 16 integrantes de la banda Los Aztecas –sicarios de La Línea, brazo armado del cártel de Juárez– que habían pasado la noche en el penal con sus hombres abandonaron la zona de visita conyugal a las seis de la mañana. Apenas salieron, los reclusos se lanzaron sobre el guardia encargado del área. Tomándolo como rehén, lo condujeron al módulo 5, habitado por el resto de los 170 aztecas ahí presos. Tras obligarlo a entregar las llaves de las celdas, el grupo liberó a todos sus compañeros.
La mayoría se dirigió al módulo de alta seguridad, ocupado por integrantes de la banda rival, Los Mexicles, según se aprecia en una parte de las cintas que fue difundida por el director del Cereso, Óscar Sergio Hermosillo. Otros fueron a buscar a unos cuantos miembros de los Artistas Asesinos, en el módulo 3. Ambas bandas fueron reclutadas a principios del año pasado por el cártel de Joaquín El Chapo Guzmán para disputarle al de Vicente Carrillo Fuentes el control de la plaza y el mercado minorista de heroína, cocaína y mariguana en las calles de Ciudad Juárez. (Proceso 1653).
De por sí, Los Mexicles mantienen una guerra de odio y muerte contra Los Aztecas, con quienes han sostenido varios enfrentamientos durante los últimos dos años en la cárcel municipal de Juárez.
Según el expediente de la Subprocuraduría de Justicia, para ingresar al módulo de alta seguridad, Los Aztecas cruzaron un terreno de aproximadamente 400 metros rodeado por malla ciclónica. Después pasaron por el hospital y luego por un túnel con dos casetas de vigilancia, hasta que llegaron a los pequeños locutorios de la zona de visitas. Desde ahí ingresaron a la planta baja, donde se ubica el módulo de alta seguridad. En ese lugar hay cuatro cámaras de video, una de las cuales fue cubierta con una gorra gris; el resto captó a todos los que intervinieron en la escena.
Una vez dentro del área, se dispersaron por los tres niveles del módulo semicircular que aloja a 42 internos. Sus rivales aún dormían sobre planchas de cemento cubiertas por un colchón azul. Abrieron todas las celdas, al tiempo que unos gritaban nombres y apodos de los reos que buscaban.
Los gritos y golpes alertaron a Los Mexicles, pero era demasiado tarde. Cuando se percataron de lo que ocurría, Los Aztecas ya tiraban las rejas y se lanzaban sobre ellos.
La lista era larga y uno de Los Aztecas fue señalando a los 17 presos que debían matar en ese módulo. Empezaron por un líder de Los Mexicles: El Vampiro, Martín Martínez, quien durante años controló los picaderos del centro de la capital.
Algunos de los internos que no fueron nombrados, se refugiaron asustados en sus más que nunca frágiles celdas; otros, atónitos, contemplaban el linchamiento de sus compañeros, quienes eran tundidos con todo: puños, pies, armas blancas y de fuego, y también con armas “hechizas” fabricadas por los propios internos en el interior del penal con material introducido de contrabando. Así mismo Los Aztecas golpearon a sus rivales con tubos que desprendieron de las rejas que derribaron al abrir las celdas.
El embate fue inmisericorde…
Y las cámaras seguían grabando
El expediente abierto por la Subprocuraduría de Justicia de Chihuahua contiene fotos que registran las ejecuciones. La planta baja quedó tapizada de cuerpos ensangrentados que habían sido arrojados desde la parte superior del edificio por sus rivales, después de torturarlos, en medio de tres garrafones de agua potable ya vacíos, rejas desprendidas de las celdas, colchones destripados, fotografías, cartas y ropa destrozada en la revuelta.
Mientras, las cámaras de video seguían grabando.
El cuerpo de uno de los reos, identificado con el número uno, quedó boca abajo; llevaba puesto un short azul. Sus pies, cruzados uno sobre el otro, sólo conservaron un tenis blanco de tela. Su cabeza y rostro aparecen completamente cubiertos de sangre; la mancha está a punto de rodear la mitad de su cuerpo, que acusa cada golpe recibido. Muy visible, el tatuaje hecho con tinta negra en un brazo, con la inscripción “J Van 03”.
Cerca de él, boca arriba, yace un hombre identificado con el número dos, que viste un short a cuadros. De su cuerpo sobresale el abultado abdomen macerado a golpes; por todos lados, incluida la cara, está cruzado de tajos. De su cabeza ha brotado mucha sangre: fue arrojado desde el tercer piso del módulo, igual que otros.
El cuerpo señalado con el número tres permaneció calzado; lleva tenis blancos con una raya vertical azul. Aún viste parte del uniforme del penal: una sudadera gris que, subida hasta el pecho, deja al descubierto un gran tatuaje: “Perdón por tus lágrimas, madre”.
En otro extremo de la planta baja del módulo de alta seguridad, el cuerpo del reo identificado con el número 12 también portaba la sudadera reglamentaria. Su pierna izquierda aparece envuelta en una sábana blanca. Alrededor de él quedaron ocho de sus compañeros.
Del lado izquierdo de la entrada principal, seis cuerpos lucen acomodados en tres parejas. Uno más está al final.
Simultáneamente, en el módulo 3, los Artistas Asesinos que residían en esta área también eran sorprendidos por el portavoz de la “lista negra”. Esta banda la integran jóvenes conocidos y temidos en el municipio fronterizo por los cruentos asesinatos que cometen. Junto con Los Mexicles fueron reclutados por el cártel de Sinaloa.
Aquí también las cámaras captaron escenas de la entrada de Los Aztecas y de la carnicería.
El primero en ser llamado es uno de los líderes: El Dream, Jorge Ernesto Aguilar Chavira, quien también se hacía llamar Hugo Chavira, conocido como uno de los delincuentes más peligrosos de Juárez. Con apenas 18 años de edad, controlaba a los jóvenes de la colo-nia Mo-re-los 3 a base de terror: ahí vic-ti-mó a un pan-di-lle-ro rival, ma-tó a un po-li-cía mu-ni-cipal cuan-do éste lo per-se-guía y en una ocasión hasta logró fugarse del penal municipal, vestido de mujer.
En el caso de los también llamados “doble A”, la fórmula se repitió: lista en mano, a golpes, ejecutaron en total a tres hombres. Otro, que quedó herido, murió horas después en el Hospital General; no resistió una operación de cráneo para extraerle una bala calibre 9 milímetros.
Las cámaras también grabaron cuando un grupo de Los Aztecas reunió las pertenencias de los presos asesinados en tres canchas de basquetbol de los módulos 5 y 3, con las que hicieron grandes fogatas. Las llamas ardieron aproximadamente durante una hora. El comedor y los tendederos de Los Mexicles también fueron invadidos.
Durante todas estas escenas, nadie interviene para detener el motín. El auxilio tardó tres horas en llegar al Cereso estatal.
Alrededor de las nueve de la mañana, unos 300 elementos del Ejército, de las policías Federal y Municipal se apostaron afuera de las murallas que resguardan el penal, en prevención de una fuga. Para entonces, soldados se descolgaban desde helicópteros al estacionamiento y algunas azoteas de los dormitorios.
Pero cuando esas fuerzas ingresaron por la puerta principal y por la aduana, tuvieron que contenerse: dos custodios permanecían como rehenes. Dentro, cerca de 50 custodios del penal esperaban para intervenir, pues Los Aztecas usaban las puertas de las celdas como escudo.
La revuelta terminó hasta que la consigna fue cumplida: los 21 hombres de la lista estaban muertos. En ese momento, el cabecilla de Los Aztecas entregó las llaves de las celdas a uno de los custodios y ordenó a sus compañeros abandonar las improvisadas armas.
El recuento de cadáveres en el módulo de alta seguridad y el dormitorio de los Artistas Asesinos inició después de que Los Aztecas fueron dispersados con gas lacrimógeno, hasta regresarlos a su módulo; el resto de los presos que andaban sueltos fueron nuevamente confinados en sus celdas.
Las fuerzas de apoyo recuperaron el control del penal a las 10:30 de la mañana. Hasta entonces lograron entrar agentes del Ministerio Público estatal, que recorrieron las celdas para tomar declaración a 35 internos y consignar los videos tomados por las cámaras de seguridad. Mientras, el Servicio Médico Forense revisaba los cadáveres.
Las familias de los presos, agolpadas desde temprano a las afueras del penal, conocieron la lista de internos muertos hasta después de la una de la tarde.
Según el expediente, una línea de investigación es que la masacre, que “se efectuó de manera metódica”, fue planeada desde afuera de la prisión y tuvo el apoyo de alguno de los encargados de vigilancia.
Cárcel “modelo”
Inaugurado hace cuatro años, ese penal estatal fue creado para aligerar la carga de reos de la cárcel municipal. Catalogado por el Sistema Nacional Penitenciario como un Cereso de mediana seguridad debido al tipo de construcción, la capacitación de sus custodios y el sofisticado sistema de operación y vigilancia que posee, era modelo a escala nacional. Con 719 internos, no presenta hacinamiento, pues tiene capacidad para mil más. Cada módulo cuenta con 40 celdas y el área de alta seguridad tiene una por reo; el resto, una por cada cuatro.
Los hechos ocurridos el 4 de marzo se convirtieron en el motín más cruento registrado en un penal a escala nacional, seguido por el de La Mesa, en Tijuana, donde murieron 19 reos. De paso, acabaron con el mito de que ese Cereso era la prisión “más segura del país”, como la calificó en una ocasión el gobernador José Reyes Baeza.
Al día siguiente de la masacre, el alcalde José Reyes Ferriz y el gobernador Reyes Baeza anunciaron que el control de los penales quedaría en manos del Ejército. El lunes 16, el general de división retirado Julián David Rivera Betrón tomó posesión como secretario de Seguridad Pública de Ciudad Juárez y el coronel de infantería Alfonso Cristóbal García Melgar quedó al frente de la Policía Municipal. Otros 14 militares ocuparon cargos de seguridad en el ayuntamiento, incluido el general Mario Hernández Escobedo, como asesor en seguridad pública del presidente municipal.
Los efectivos militares desplegados aquí suman alrededor de 7 mil 500, es decir, poco más de 8% de los 90 mil elementos del Ejército que participan en operaciones contra el narcotráfico, divididos de manera alterna en dos grupos de 45 mil soldados cada uno, de acuerdo con datos de la Comisión de Defensa Nacional de la Cámara de Diputados.
La Visitaduría de Ciudad Juárez de la Comisión Estatal de Derechos Humanos abrió de oficio la queja VO39/09 por las 21 muertes en el Cereso. El trabajo del visitador especial del área de penales, Víctor Ortiz Vázquez, será complicado, pues asegura que agentes del Ministerio Público estatal consignaron los videos que contienen las grabaciones de los 150 minutos de violencia vividos en esa prisión y que, hasta hoy, las autoridades han mantenido en reserva.
*Tomado de la revista Proceso.
¿Qué ocurrió exactamente en el interior del Centro de Readaptación Social de Ciudad Juárez hace tres semanas? ¿Qué fue lo que provocó que en ese penal, considerado “modelo”, se desatara una matanza como la perpetrada entonces? Con base en la difícil revisión del expediente del caso y en testimonios recogidos a lo largo de ese tiempo, así como en una visita a ese centro penitenciario, Proceso pudo reconstruir los hechos que desembocaron en la masacre. Los disturbios fueron monitoreados en video, pero las autoridades estatales nada hicieron para impedir los asesinatos. Fuerzas policiacas y militares tardaron tres horas en intervenir.
CIUDAD JUÁREZ, CHIH.- Miércoles 4 de marzo. Área de Alta Seguridad del Cereso estatal. A las 6:05 de la mañana, las cámaras de video que monitorean las 24 horas del día el interior y exterior del penal iniciaron la grabación de 150 minutos de sangre y muerte que culminaron con la masacre de 21 internos.
El ataque no fue al azar: los nombres de aquellos que debían morir esa mañana estaban anotados en una lista.
Durante dos horas y media, integrantes de la banda de Los Aztecas ejecutaron a rivales seleccionados de Los Mexicles y Artistas Asesinos (AA), sin que nadie tratara de impedirlo desde dentro o fuera de esa prisión, aun cuando el Cereso está equipado con un sistema de circuito cerrado de cámaras de video, monitoreado permanentemente desde el interior y desde el Centro Estatal de Control, Comando, Comunicaciones y Cómputo (C-4, dependiente de la Secretaría Ejecutiva del Consejo Estatal de Seguridad Pública), con sede en la ciudad de Chihuahua.
Y si bien los guardias de seguridad sólo cuentan con armas que disparan balas de goma y con granadas lacrimógenas, en cada caseta de control tienen un sistema de alarma que pueden accionar al instante.
Aun así se consumó la consigna: matar.
Una investigación realizada por Proceso –que incluyó consultas en gran parte del expediente del caso; una visita al penal, en particular al área de monitoreo, así como el registro de testimonios de funcionarios y de la Visitaduría de Ciudad Juárez de la Comisión Estatal de Derechos Humanos– permite reconstruir lo que ocurrió aquel día.
El asalto
Las mujeres de 16 integrantes de la banda Los Aztecas –sicarios de La Línea, brazo armado del cártel de Juárez– que habían pasado la noche en el penal con sus hombres abandonaron la zona de visita conyugal a las seis de la mañana. Apenas salieron, los reclusos se lanzaron sobre el guardia encargado del área. Tomándolo como rehén, lo condujeron al módulo 5, habitado por el resto de los 170 aztecas ahí presos. Tras obligarlo a entregar las llaves de las celdas, el grupo liberó a todos sus compañeros.
La mayoría se dirigió al módulo de alta seguridad, ocupado por integrantes de la banda rival, Los Mexicles, según se aprecia en una parte de las cintas que fue difundida por el director del Cereso, Óscar Sergio Hermosillo. Otros fueron a buscar a unos cuantos miembros de los Artistas Asesinos, en el módulo 3. Ambas bandas fueron reclutadas a principios del año pasado por el cártel de Joaquín El Chapo Guzmán para disputarle al de Vicente Carrillo Fuentes el control de la plaza y el mercado minorista de heroína, cocaína y mariguana en las calles de Ciudad Juárez. (Proceso 1653).
De por sí, Los Mexicles mantienen una guerra de odio y muerte contra Los Aztecas, con quienes han sostenido varios enfrentamientos durante los últimos dos años en la cárcel municipal de Juárez.
Según el expediente de la Subprocuraduría de Justicia, para ingresar al módulo de alta seguridad, Los Aztecas cruzaron un terreno de aproximadamente 400 metros rodeado por malla ciclónica. Después pasaron por el hospital y luego por un túnel con dos casetas de vigilancia, hasta que llegaron a los pequeños locutorios de la zona de visitas. Desde ahí ingresaron a la planta baja, donde se ubica el módulo de alta seguridad. En ese lugar hay cuatro cámaras de video, una de las cuales fue cubierta con una gorra gris; el resto captó a todos los que intervinieron en la escena.
Una vez dentro del área, se dispersaron por los tres niveles del módulo semicircular que aloja a 42 internos. Sus rivales aún dormían sobre planchas de cemento cubiertas por un colchón azul. Abrieron todas las celdas, al tiempo que unos gritaban nombres y apodos de los reos que buscaban.
Los gritos y golpes alertaron a Los Mexicles, pero era demasiado tarde. Cuando se percataron de lo que ocurría, Los Aztecas ya tiraban las rejas y se lanzaban sobre ellos.
La lista era larga y uno de Los Aztecas fue señalando a los 17 presos que debían matar en ese módulo. Empezaron por un líder de Los Mexicles: El Vampiro, Martín Martínez, quien durante años controló los picaderos del centro de la capital.
Algunos de los internos que no fueron nombrados, se refugiaron asustados en sus más que nunca frágiles celdas; otros, atónitos, contemplaban el linchamiento de sus compañeros, quienes eran tundidos con todo: puños, pies, armas blancas y de fuego, y también con armas “hechizas” fabricadas por los propios internos en el interior del penal con material introducido de contrabando. Así mismo Los Aztecas golpearon a sus rivales con tubos que desprendieron de las rejas que derribaron al abrir las celdas.
El embate fue inmisericorde…
Y las cámaras seguían grabando
El expediente abierto por la Subprocuraduría de Justicia de Chihuahua contiene fotos que registran las ejecuciones. La planta baja quedó tapizada de cuerpos ensangrentados que habían sido arrojados desde la parte superior del edificio por sus rivales, después de torturarlos, en medio de tres garrafones de agua potable ya vacíos, rejas desprendidas de las celdas, colchones destripados, fotografías, cartas y ropa destrozada en la revuelta.
Mientras, las cámaras de video seguían grabando.
El cuerpo de uno de los reos, identificado con el número uno, quedó boca abajo; llevaba puesto un short azul. Sus pies, cruzados uno sobre el otro, sólo conservaron un tenis blanco de tela. Su cabeza y rostro aparecen completamente cubiertos de sangre; la mancha está a punto de rodear la mitad de su cuerpo, que acusa cada golpe recibido. Muy visible, el tatuaje hecho con tinta negra en un brazo, con la inscripción “J Van 03”.
Cerca de él, boca arriba, yace un hombre identificado con el número dos, que viste un short a cuadros. De su cuerpo sobresale el abultado abdomen macerado a golpes; por todos lados, incluida la cara, está cruzado de tajos. De su cabeza ha brotado mucha sangre: fue arrojado desde el tercer piso del módulo, igual que otros.
El cuerpo señalado con el número tres permaneció calzado; lleva tenis blancos con una raya vertical azul. Aún viste parte del uniforme del penal: una sudadera gris que, subida hasta el pecho, deja al descubierto un gran tatuaje: “Perdón por tus lágrimas, madre”.
En otro extremo de la planta baja del módulo de alta seguridad, el cuerpo del reo identificado con el número 12 también portaba la sudadera reglamentaria. Su pierna izquierda aparece envuelta en una sábana blanca. Alrededor de él quedaron ocho de sus compañeros.
Del lado izquierdo de la entrada principal, seis cuerpos lucen acomodados en tres parejas. Uno más está al final.
Simultáneamente, en el módulo 3, los Artistas Asesinos que residían en esta área también eran sorprendidos por el portavoz de la “lista negra”. Esta banda la integran jóvenes conocidos y temidos en el municipio fronterizo por los cruentos asesinatos que cometen. Junto con Los Mexicles fueron reclutados por el cártel de Sinaloa.
Aquí también las cámaras captaron escenas de la entrada de Los Aztecas y de la carnicería.
El primero en ser llamado es uno de los líderes: El Dream, Jorge Ernesto Aguilar Chavira, quien también se hacía llamar Hugo Chavira, conocido como uno de los delincuentes más peligrosos de Juárez. Con apenas 18 años de edad, controlaba a los jóvenes de la colo-nia Mo-re-los 3 a base de terror: ahí vic-ti-mó a un pan-di-lle-ro rival, ma-tó a un po-li-cía mu-ni-cipal cuan-do éste lo per-se-guía y en una ocasión hasta logró fugarse del penal municipal, vestido de mujer.
En el caso de los también llamados “doble A”, la fórmula se repitió: lista en mano, a golpes, ejecutaron en total a tres hombres. Otro, que quedó herido, murió horas después en el Hospital General; no resistió una operación de cráneo para extraerle una bala calibre 9 milímetros.
Las cámaras también grabaron cuando un grupo de Los Aztecas reunió las pertenencias de los presos asesinados en tres canchas de basquetbol de los módulos 5 y 3, con las que hicieron grandes fogatas. Las llamas ardieron aproximadamente durante una hora. El comedor y los tendederos de Los Mexicles también fueron invadidos.
Durante todas estas escenas, nadie interviene para detener el motín. El auxilio tardó tres horas en llegar al Cereso estatal.
Alrededor de las nueve de la mañana, unos 300 elementos del Ejército, de las policías Federal y Municipal se apostaron afuera de las murallas que resguardan el penal, en prevención de una fuga. Para entonces, soldados se descolgaban desde helicópteros al estacionamiento y algunas azoteas de los dormitorios.
Pero cuando esas fuerzas ingresaron por la puerta principal y por la aduana, tuvieron que contenerse: dos custodios permanecían como rehenes. Dentro, cerca de 50 custodios del penal esperaban para intervenir, pues Los Aztecas usaban las puertas de las celdas como escudo.
La revuelta terminó hasta que la consigna fue cumplida: los 21 hombres de la lista estaban muertos. En ese momento, el cabecilla de Los Aztecas entregó las llaves de las celdas a uno de los custodios y ordenó a sus compañeros abandonar las improvisadas armas.
El recuento de cadáveres en el módulo de alta seguridad y el dormitorio de los Artistas Asesinos inició después de que Los Aztecas fueron dispersados con gas lacrimógeno, hasta regresarlos a su módulo; el resto de los presos que andaban sueltos fueron nuevamente confinados en sus celdas.
Las fuerzas de apoyo recuperaron el control del penal a las 10:30 de la mañana. Hasta entonces lograron entrar agentes del Ministerio Público estatal, que recorrieron las celdas para tomar declaración a 35 internos y consignar los videos tomados por las cámaras de seguridad. Mientras, el Servicio Médico Forense revisaba los cadáveres.
Las familias de los presos, agolpadas desde temprano a las afueras del penal, conocieron la lista de internos muertos hasta después de la una de la tarde.
Según el expediente, una línea de investigación es que la masacre, que “se efectuó de manera metódica”, fue planeada desde afuera de la prisión y tuvo el apoyo de alguno de los encargados de vigilancia.
Cárcel “modelo”
Inaugurado hace cuatro años, ese penal estatal fue creado para aligerar la carga de reos de la cárcel municipal. Catalogado por el Sistema Nacional Penitenciario como un Cereso de mediana seguridad debido al tipo de construcción, la capacitación de sus custodios y el sofisticado sistema de operación y vigilancia que posee, era modelo a escala nacional. Con 719 internos, no presenta hacinamiento, pues tiene capacidad para mil más. Cada módulo cuenta con 40 celdas y el área de alta seguridad tiene una por reo; el resto, una por cada cuatro.
Los hechos ocurridos el 4 de marzo se convirtieron en el motín más cruento registrado en un penal a escala nacional, seguido por el de La Mesa, en Tijuana, donde murieron 19 reos. De paso, acabaron con el mito de que ese Cereso era la prisión “más segura del país”, como la calificó en una ocasión el gobernador José Reyes Baeza.
Al día siguiente de la masacre, el alcalde José Reyes Ferriz y el gobernador Reyes Baeza anunciaron que el control de los penales quedaría en manos del Ejército. El lunes 16, el general de división retirado Julián David Rivera Betrón tomó posesión como secretario de Seguridad Pública de Ciudad Juárez y el coronel de infantería Alfonso Cristóbal García Melgar quedó al frente de la Policía Municipal. Otros 14 militares ocuparon cargos de seguridad en el ayuntamiento, incluido el general Mario Hernández Escobedo, como asesor en seguridad pública del presidente municipal.
Los efectivos militares desplegados aquí suman alrededor de 7 mil 500, es decir, poco más de 8% de los 90 mil elementos del Ejército que participan en operaciones contra el narcotráfico, divididos de manera alterna en dos grupos de 45 mil soldados cada uno, de acuerdo con datos de la Comisión de Defensa Nacional de la Cámara de Diputados.
La Visitaduría de Ciudad Juárez de la Comisión Estatal de Derechos Humanos abrió de oficio la queja VO39/09 por las 21 muertes en el Cereso. El trabajo del visitador especial del área de penales, Víctor Ortiz Vázquez, será complicado, pues asegura que agentes del Ministerio Público estatal consignaron los videos que contienen las grabaciones de los 150 minutos de violencia vividos en esa prisión y que, hasta hoy, las autoridades han mantenido en reserva.
*Tomado de la revista Proceso.
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