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domingo, junio 15, 2008

Y se les hizo bolas el engrudo*


Tomado de La Jornada, Hernández.


Mario di Costanzo Armenta


No cabe duda que la petición que hicieran en días pasados tanto Felipe Calderón como Agustín Carstens al gobernador del Banco de México de que “baje la tasa de interés” fue por demás inconstitucional, absurda y sólo refleja la ausencia de una estrategia económica seria y responsable para paliar el vendaval al que cada día nos acercamos más: resulta patético que nuevamente, a pesar de los cuantiosos ingresos petroleros, la economía mexicana registre un magro crecimiento, empleo, bienestar e inversión pública directa.

La ya famosa petición fue inconstitucional, porque nuestra Carta Magna establece en su artículo 28 que “el Estado tendrá un banco central que será autónomo en el ejercicio de sus funciones y en su administración. Su objetivo prioritario será procurar la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda nacional, fortaleciendo con ello la rectoría del desarrollo nacional que corresponde al Estado. Ninguna autoridad podrá ordenar al banco”.

Lo anterior quiere decir, aunque nos pese a muchos, que el objetivo prioritario del Banco de México es impedir a toda costa que exista inflación; es decir, que se mantenga la estabilidad del poder adquisitivo de la moneda, aun a costa del propio crecimiento. Cabe señalar que este es un tema que se ha discutido mucho y desde hace varios años en la propia Cámara de Diputados.

Más aún, el propio artículo añade que “ninguna autoridad podrá ordenar al banco” y esto lo saben bien Calderón y Carstens.

Fue absurda porque saben también que una de las principales herramientas de política para atacar la inflación es la tasa de interés, por lo que su incremento responde a una reacción para contener la escalada de precios y, por tanto, al mandato constitucional dado al Banco de México.

También refleja que al Banco de México, a la Secretaría de Hacienda y al propio Felipe Calderón se les hizo bolas el engrudo, ya que Agustín Carstens declaró esta misma semana que “todo esto (refiriéndose a la petición) no representa ninguna descoordinación, simplemente una manera diferente de ver las cosas”.

Este hecho resulta verdaderamente alarmante, ya que refleja que las “máximas autoridades económicas del país” tienen una manera diferente de ver las cosas y la gente es la que pagará las consecuencias de esas diferencias.

Así, en menos de dos semanas, el gobernador del Banco de México señaló que durante mayo la inflación fue negativa; es decir, que los precios se redujeron, a pesar de que en el mundo y en México el precio de los alimentos alcanzó niveles históricos, pero paradójicamente incrementó la tasa de interés para contener las presiones inflacionarias.

Por su parte, el secretario de Hacienda sostuvo que no existen excedentes petroleros, a pesar de que el petróleo mexicano se ha vendido 58 dólares por arriba de lo programado.

Su posición la ha tratado de justificar señalando que dichos excedentes se utilizaron para subsidiar la importación de gasolina, pero de acuerdo con el oficio GP-0437/2008 de la Gerencia de Precios de Pemex (de fecha 13 de mayo del presente año), se observa que el precio promedio del litro importado de gasolina Magna y Premium durante el primer trimestre de 2008 fue de 7.40 pesos, mismo que resultó inferior al precio al que vendió Pemex la gasolina en el país.

Pero a pesar de estos datos, algunas gentes del equipo de Calderón todavía insinúan que es necesario “eliminar el supuesto subsidio a la gasolina”, como si ignoraran que de acuerdo con la última encuesta ingreso-gasto del INEGI el mexicano promedio gasta 30 por ciento de su ingreso en alimentos y 18 por ciento en transporte, entre otros rubros, es decir que a pesar del incremento en la comida, ahora estos señores, al menos están considerando elevar el costo del transporte.

Mientras tanto, Felipe Calderón, quien hace algunos meses jubilosamente celebraba que México estaba completamente preparado para “navegar a contracorriente”, lanzó un “grito desesperado” al gobernador del Banco de México para que, contraviniendo la Carta Magna, disminuya la tasa de interés y se olvide de combatir la inflación, que según el propio banco central resultó ser “deflación” mayo.

De esta manera, después del “cantinflesco” actuar de Calderón y su equipo, lo único que queda claro es que no tienen una estrategia para hacer frente al vendaval económico en puerta y, lejos de “arrear las velas ante la tormenta”, han decidido desplegarlas con todo y los costos sociales y económicos que esto representa.

Vale recordar que desde el 23 de agosto de 2007, Andrés Manuel López Obrador advirtió, mediante una carta dirigida a la opinión pública, sobre la situación que se avecinaba para nuestra economía.

En esa misma carta señaló lo que se debía hacer para contrarrestarla y, entre otras cosas, estableció como líneas de acción el combate a los monopolios, la urgencia de contar con una verdadera reforma fiscal que acabara con los paraísos fiscales, la necesidad de impulsar la inversión en el sector energético, así como la reducción del gasto corriente y el fomento a la producción en el campo. Sin embargo, fue completamente ignorado y el resultado es que a estos señores se les hizo bolas el engrudo.

*Tomado de La Jornada

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Cultura jurídica (una aproximación)*


Carlos Monsiváis
15 de junio de 2008

1. La cultura jurídica, término de uso más bien reciente, experimenta un desarrollo contradictorio a partir de las dos últimas décadas. Hasta hace poco se le creía sólo al alcance de los especialistas. Antes, era la creencia general, ¿de qué servía enterarse de las leyes si los resultados dependían en un número desorbitado de casos resueltos por la más profunda ilegalidad? El dura lex, sed lex, la ley es dura pero es la ley, no persuade, no se cree en su importancia justa y porque, de conocerla, todos recurrirían la sentencia (atribuida) a Benito Juárez: “Para los enemigos, la ley; para los amigos, justicia y gracia”. Como suele suceder, se desconfía y se confía en la ley, no hay otra, y de ella, a la vez, nada y bastante se espera.

* * *

2. De algunas certidumbres sociales:

—En la percepción pública, la idea de la justicia hace las veces de trampa de la que únicamente se salvan los capaces de adquirir su impunidad (su libertad) a precio costoso.


—En la percepción pública, a veces es posible obtener el reconocimiento de los derechos. Basta con que le toque a la persona un buen juez.


—Los pobres, los de recursos económicos no renovables, se sienten de antemano perdidos ante el Poder Judicial. La confianza en la injusticia orgánica de la justicia es el equivalente de la sensación de fracaso en la educación primaria y secundaria. Dice el dogma: hasta donde llega la persona en sus estudios, hasta allí llega en la vida, a menos que opte por las vías del deporte o la delincuencia. Se cree en verdad en una justicia tarifada, y, además, también, se considera posible “tener suerte” en los juzgados, fíjate, si todo estuviere mal habría revolución.


—Los ricos (ya no se diga los muy ricos) se muestran indiferentes a los procedimientos judiciales, se desentienden de escándalos y denuncias, y la asesoría legal a sus órdenes conoce a la perfección los vericuetos y los puntos débiles de la administración pública. Si oyeran lo de “La ignorancia de la ley no implica su no observancia”, dirían que les pagan suficientemente a sus abogados como para tener becada a la observancia de la ley.


A eso se añade la imagen popular de la justicia, desplegada por José Clemente Orozco en su mural de la Suprema Corte, la de una entidad corrupta, semivestida, desmechada, muy al tanto de las negociaciones en torno al cuidado de su balanza.


3. En el imaginario colectivo, sin estas palabras pero con el sentido afinado por la exasperación de las comunidades y las personas despojadas, a la ley la representan los jueces tiránicos y “reblandecibles” o los abogados desbordantes de triquiñuelas. A ellos, por ejemplo, se les atribuye el descontento que desemboca en la Revolución Mexicana:


“Los abogados y hombres de negocios que pertenecían al círculo dominante miraban con desagrado y hasta con ira la inaudita prosperidad de los bufetes y despachos de sus rivales, y el pueblo en general, que veía salir de la modernidad pecuniaria a la opulencia a aquellos señores, fue concibiendo entre ellos una malevolencia sorda, todos los días crecientes. De suerte que uniéndose la mala disposición de los unos con el rencor de los otros, se produjo el disgusto general que pronto se convirtió en odio” (José López Portillo y Rojas, Elevación y caída de Porfirio Díaz, 1930)


En Pasado inmediato (1914), Reyes da otra noticia de lo que acontece en la dictadura de Díaz: “Al final de cursos, los preparatorianos, en su mayoría cruzaban rápidamente la calle y se inscribían para las carreras. No pocos optaban por la de abogado, lo más ostensible entonces, asiento de preferencia para el espectáculo de la inminente transformación social, aquello que permite fácilmente saltar a escenario. La opinión lo esperaba todo de los abogados”.


4. En la década de 1950 se implanta la figura del abogángster, el personaje devastador, bastante más extendido de lo que se pensó. El modelo es Bernabé Jurado, de vida que exige el calificativo de tumultuosa, dueño de la fama que es prontuario. Así por ejemplo, circula una leyenda que no lo es tanto: en un descuido real o inducido de los empleados de un juzgado se come el documento comprometedor de un expediente; además, y para enriquecer la trayectoria, paga testigos falsos, patrocina torturas que obtienen la confesión de inocentes, anda siempre con un amparo en la bolsa, golpea a sus esposos y novias, se ostenta como el influyentazo. Es, de seguro una leyenda local, un penalista de la ciudad de México al que nadie le informó de la existencia de los escrúpulos. Es eso y es la representación demencial del poseedor de un título universitario que no se fija en los límites porque las leyes, al radicar con demasiada frecuencia en su interpretación, a eso se prestan, a ser calificadas de papeles ajustables a la voluntad del mejor.


5. Téngase en cuenta el tiempo histórico del que surgen los abogángsters y en donde se prodiga el término abogado huizachero (por el árbol espinoso que usan los curanderos indígenas) cuyos engaños son los propios de un falso chamán. “Su problema tiene arreglo, señora, su hijo sale pronto, sólo que necesito un anticipo”. El contexto ideal de esta idea de justicia como el tianguis que se irá convirtiendo en mall, es el sexenio de Miguel Alemán, con el despojo masivo de los terrenos ejidales, la disolución a golpes y asesinatos de derecho de huelga, el encarcelamiento sin pruebas de “los subversivos”, el atropello de los derechos patrimoniales, etcétera, etcétera. A eso se añade, a la salida del poder de los militares, y desde el gobierno del licenciado Miguel Alemán, la irrupción múltiple de los abogados, que bien pueden actuar como sociólogos, planificadores, incluso economistas. Antes de la cultura jurídica está el imperio de los licenciados en Derecho.

Escritor

*Tomado de El Universal.