Represores que no extrañaremos*
Tomados de La Jornada, Hernández y El Fisgón y El Universal, Helioflores.
Octavio Rodríguez Araujo
Arturo Acosta Chaparro, Miguel Nazar Haro y Francisco Quirós
Hermosillo fueron tres de los más grandes represores del país en la segunda
mitad del siglo pasado. Persiguieron como nadie a los grupos y personas
calificados por ellos como subversivos (normalmente gente de izquierda).
Desaparecieron y torturaron a cientos de mexicanos y, por si no fuera
suficiente, los tres estuvieron ligados a grupos criminales tanto de
contrabando como de drogas. Nadie los salva de la mala fama que se ganaron a
pulso.
El deseo de Nazar Haro de morir en la calle (“espero que me
dejen morir en la calle… en la banqueta si quieren”) sólo se le cumplió a
Acosta Chaparro: tres tiros en la cabeza (ya antes, en un supuesto asalto, lo
habían baleado en mayo de 2010). Los otros murieron de otra manera: uno de
viejo y otro de cáncer.
Quirós (1938) murió de cáncer estando en la prisión del
Campo Militar número uno A, o más precisamente en el Hospital Central Militar.
Desde 2000 le habían quitado el cargo de general del Ejército y un consejo de
guerra lo había condenado a más de 15 años de cárcel por tráfico de drogas
ilícitas. Se le asociaba con el cártel de Juárez y concretamente con El señor
de los cielos (Amado Carrillo Fuentes). Fue absuelto en 2005 de uno de los
cargos, pero no de otros, por lo que siguió preso. Nazar Haro, el mayor de los
tres (87 años), murió en enero pasado. No se sabe bien a bien por qué fue
absuelto (2006) de los cargos por los que fue encarcelado, primero en una
prisión en Monterrey y luego en su domicilio de la ciudad de México. Fue
creador de la Brigada Blanca en el sexenio de López Portillo y autor de la
captura y desaparición del hijo de Rosario Ibarra, entre otros muchos
izquierdistas del siglo pasado. No puede olvidarse que fue titular de 1978 a
1982 de la siniestra Dirección Federal de Seguridad (abuela del actual Cisen),
que era la temida policía política (también conocida como policía secreta)
creada por Alemán para fichar y perseguir a quienes fueran calificados de
terroristas y subversivos, además de opositores al gobierno.
Acosta Chaparro, el más joven de aquellos represores
(1942-2012), pero no el más blando, se distinguió por perseguir a Lucio Cabañas
y Genaro Vázquez en Guerrero, durante el gobierno de Luis Echeverría, quien lo
condecoró y lo ascendió, y luego fue el jefe de seguridad del gobernador
guerrerense Rubén Figueroa, de triste memoria y su compadre. En 1990 escribió
un libro demencial y desinformado: Movimientos subversivos en México, en el que
inventó una conjura comunista internacional contra México dirigida por el eje
cubano soviético, que a su vez era –según él– la fuente de las organizaciones
armadas y subversivas de aquellos años. Veía células comunistas en todos lados
(como Joseph McCarthy y Edgar Hoover en Estados Unidos), incluyendo a la
editorial Siglo XXI (sic). Las mentiras de Acosta Chaparro en su libro, sin
embargo, influyeron en otros militares y policías de alto rango en los años
siguientes, así como las tonterías de Lyndon LaRouche y su revista Executive
Intelligence Review influyeron en la Secretaría de la Defensa de Salinas para
calificar el levantamiento zapatista de 1994 como “Sendero Luminoso Norte” (no
es broma). En 2000, junto con Quirós Hermosillo, fue acusado de nexos con el
narcotráfico. En 2007, ya con Calderón en Los Pinos, se le declaró inocente,
tal vez, como se dice, por los servicios de asesoría prestados al gobierno
federal en la guerra contra el narcotráfico (¿para que la cuña apriete debe ser
del mismo palo?).
Según nota de El Universal del 3 de septiembre de 2000,
“desde principios de 1985, con motivo del homicidio del agente de la DEA
Enrique Camarena Salazar y el piloto Alfredo Zavala Alvear, en actuaciones
judiciales tanto en Estados Unidos como en México –entre ellas la averiguación
previa 219/85– se mencionaba a un militar de apellidos Acosta Chaparro, quien
vendía protección al sinaloense Rafael Caro Quintero por la siembra y el
cultivo de mariguana en el rancho conocido como El Búfalo, en el estado de
Chihuahua”. En el Ejército sólo había un Acosta Chaparro de nombre Mario
Arturo, por lo que no hubo confusión. En 1998, en otras indagaciones de las
procuradurías de Justicia Militar y de la República (PGR), se relacionó a
Acosta Chaparro con el cártel de Juárez y El señor de los cielos. Por esto fueron
detenidos tanto Quirós como Acosta, militares “muy decentes”, según me dijo un
hombre de empresa hace 15 años.
En manos de estas “distinguidas” personas, además de
Fernando Gutiérrez Barrios y Luis de la Barreda Moreno (ambos titulares de la
Dirección Federal de Seguridad de 1964 a 1970 y de 1970 a 1976,
respectivamente), ha estado buena parte de la seguridad nacional y las no muy
diferentes estrategias contra el crimen organizado. El común denominador de
todos ellos es la represión y desaparición forzosa, frecuentemente selectiva,
de las diversas organizaciones de izquierda, tanto legales como clandestinas, y
de sus líderes.
Todos ellos han muerto. Nadie los extrañará, al contrario.
*Tomado de La Jornada.
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