Elecciones indecentes*
Tomados de La Jornada, Helguera, Hernández y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.
Jenaro Villamil
MÉXICO, D.F., 6 de julio (apro).- Una singular epidemia de cinismo recorre ahora a la clase política. Por un lado, tenemos a Miguel Ángel Yunes, rey de la “mapachería” electoral, clamar que en Veracruz se cuente “voto por voto” como si se tratara de un simpatizante lopezobradorista del 2006. Por otro, César Nava, Jesús Ortega y Manuel Camacho levantan eufóricos sus brazos para demostrar que las alianzas electorales sí funcionaron, aunque ninguno de los candidatos ganadores sea un panista de larga tradición y mucho menos un militante de la izquierda.
Y Beatriz Paredes, que hace apenas una semana aparecía rodeada de la cúpula priista como la gran lideresa frente a la tragedia de Tamaulipas, ahora está más sola que nunca, en la soledad de una victoria pírrica para el PRI en 9 de 12 entidades.
Indecente es un calificativo menor para unas elecciones que desde las campañas estuvieron teñidas de violencia, de equívocos y de un muestrario de guerra sucia que llegó a tales niveles de bajeza que ni siquiera hubo tiempo de asimilarlas, mucho menos de analizarlas. Tampoco habrá tiempo de sancionarlas porque renunció la fiscal especial de la Fepade, Arely Gómez, en una clara demostración de intervencionismo calderonista.
El doble lenguaje predominó en toda la contienda. Algunos priistas llamaron “contra natura” las alianzas del PAN y del PRD, pero también las utilizaron para colocar a sus candidatos –como en el caso de Sinaloa y de Durango--, en el mejor ejercicio de gatopardismo que se haya visto. En varios estados las alianzas opositoras sirvieron para reciclar a los priistas perdedores de las contiendas internas.
Los perredistas de larga militancia no fueron convocados al experimento de su dirigente Jesús Ortega y las cúpulas de este partido, del PT y de Convergencia, rodearon a Gabino Cué –su mejor bastión--, pero descuidaron Zacatecas y Quintana Roo, donde alguna vez la izquierda soñó con ser una alternativa de gobierno.
Toda la clase política ha confundido alternancia con transición a la democracia. Tal parece que el cambio de siglas en un gobierno garantiza per se el cambio de cultura y de prácticas políticas, así como el fin de un modelo autoritario. Ya vimos que no fue así. Por eso, a muchos ciudadanos les da lo mismo si en Aguascalientes gobierna el PAN o el PRI porque sus prácticas son las mismas.
En Tlaxcala han gobernado el PRD, el PAN y el PRI y el modelo de gobierno sigue siendo tan arcaico como siempre. En Veracruz no hubo una disputa democrática, sino un catálogo de pillerías. Tan es así que el candidato ganador Javier Duarte se ufana en las entrevistas de no de ser un “delfín” de Fidel Herrera, sino un “tiburón rojo”, aunque más parezca otro tipo de anfibio. En Quintana Roo gana el candidato priista más joven del país, pero con los estilos y el discurso más arcaico del tricolor. En Hidalgo, una empresaria-funcionaria, Xóchitl Gálvez, da una pelea singular. Es la única que no tiene antecedentes de trayectoria priista, pero su propuesta de gobierno estaba muy desdibujada como para saber si era de izquierda, de centro o de derecha.
En fin, la indecencia radica en dos tendencias que se demostraron en la campaña y en los resultados del 4 de julio:
--No se disputaron programas de gobiernos distintos ni prácticas políticas diferentes, mucho menos trayectorias contrastantes. Casi todos parecían haber contratado al mismo mercadólogo, sonrieron igual ante el fotoshop y la pantalla. Mediatizaron las campañas para vaciarlas de contenido.
Independientemente de si el PRI perdió en tres bastiones fundamentales –Oaxaca, Sinaloa y Puebla-- y si el PAN perdió en Tlaxacala y Aguascalientes y el PRD en Zacatecas, el hecho es que no existen diferencias sustanciales entre ganadores y perdedores porque todos provienen de una clase política que se acomodó en la debacle que vive el país desde 1988 a la fecha.
Quizá Oaxaca y Gabino Cué son la excepción que confirman la regla: ahí gana una coalición construida desde hace más de seis años, con un claro perfil opositor frente a un gobernador impresentable y violento, como Ulises Ruiz, pero también se supieron acomodar los otros
exgobernadores priistas y grupos de poder que han convertido a Oaxaca en un botín de recursos y mañas corporativas. En Oaxaca si la alternancia no construye una transición democrática, un nuevo clima cívico, la decepción será todavía más fuerte.
--La segunda tendencia es una consecuencia de la anterior: en 6 entidades hubo coalición o candidato que ganó por una mínima diferencia. Puebla, Sinaloa, Durango, Veracruz, Aguascalientes e Hidalgo tuvieron resultados electorales muy parejos. Ninguno de los ganadores aventajó por más de 10 puntos porcentuales.
Las sorpresas son: Durango (46.5% contra 44.6%); Veracruz (43.5% contra 40.7%), e Hidalgo (50.2% 45.1%). El mito de las maquinarias electorales del “carro completo”, al servicio de los gobernadores en turno, no fue tal.
En las entidades donde la ventaja entre el ganador y el segundo lugar es muy amplia también se registró un elevado índice de abstencionismo. Son los casos de Chihuahua y Tamaulipas, las dos entidades atenazadas por el fuego cruzado del narcotráfico y la militarización fracasada del gobierno calderonista. En ambas el abstencionismo rebasó el 60%. Las victorias de César Duarte y de Egidio Torre Cantú fueron prácticamente 2 a 1 en esas entidades. En Quintana Roo el PRI gana la gubernatura con 52.4% frente a 26.2% de la coalición PRD-PT, pero pierde por pocos votos las ciudades más importantes y pobladas de la entidad, como Cancún.
En Tlaxcala y Zacatecas, el PRI gana por amplia mayoría ante el desastre de los gobernadores del PAN y del PRD, respectivamente, que prácticamente hicieron todo para la derrota de “sus” candidatos.
El ánimo cívico ante la jornada del 4 de julio es muy menor. De hecho, no hay héroes cívicos ni grandes líderes que surgieran de esta contienda. La desconfianza ciudadana es la otra cara de unas elecciones indecentes.
www.jenarovillamil.wordpress.com
+++++++++++++++++
El PRI, fuera de sus casillas *
John M. Ackerman
MÉXICO, D.F., 6 de julio.- El Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha perdido no solamente su candidato a la gubernatura de Tamaulipas, sino también la calma. El soberbio, rijoso y desmedido discurso de Beatriz Paredes el martes pasado desenmascaró al viejo partido de Estado como una agrupación que todavía no ha aprendido a convivir en un contexto democrático.
Sin reconocer su propia derrota en la lucha contra el crimen organizado en los estados donde gobierna, el PRI prefiere echar la culpa a sus adversarios políticos. Sin aceptar con humildad que ya no tiene el control unilateral de la política nacional, el partido se lanza enardecido en contra de los “traidores” que no rindan pleitesía a su poder.
El PRI se apresta a exigir al gobierno federal el esclarecimiento del crimen en Tamaulipas, pero olvida que es la Procuraduría de Justicia de ese mismo estado la que está a cargo de las investigaciones. El PRI señala al PAN como el responsable del fracaso de la “guerra” contra el narcotráfico, cuando Tamaulipas, uno de los bastiones más fuertes del priismo, se ha convertido en uno de los casos más emblemáticos de este fracaso. El Revolucionario Institucional siempre ha dominado la política en la entidad y jamás ha recibido menos de 50% de la votación.
De manera vergonzosa, los dirigentes del PRI han insistido en vincular el asesinato de Rodolfo Torre con la supuesta “guerra sucia” en contra de los “impolutos” gobernadores de Veracruz, Oaxaca y Puebla. En una entrevista radiofónica con José Cárdenas el mismo día del crimen, Emilio Gamboa declaró que “el clima de crispación que hicieron los de la oposición” al difundir las grabaciones de los gobernadores “está haciendo que pasen, como pasó hoy, consecuencias gravísimas para la política y la democracia en el país”.
En su incendiario discurso, Beatriz Paredes manifestó: “En el Estado democrático, actuar con responsabilidad y civilidad política supone desechar la guerra sucia como método, implica no alentar la polarización. Instituciones democráticas debilitadas, y política envilecida, es caldo propicio para que la delincuencia pretenda enseñorearse”. Y César Augusto Santiago remató culpando a Calderón de haber mandado “a sus testaferros, encabezados por César Nava, a polarizar el ambiente político”.
En pocas palabras, de manera temeraria el PRI está implícitamente acusando a Calderón y a Nava de ser los responsables directos de la muerte de Torre. Lo problemático de tan osadas acusaciones reside en la oscura moraleja que ellas entrañan. Ahora resulta que la mejor vía para asegurar la paz es la eliminación de toda vigilancia ciudadana de los gobernantes. Si la ciudadanía no se entera de las negociaciones y abiertas corruptelas de los gobernantes, la sociedad viviría más “tranquila” y los políticos podrían pactar de forma más libre con el narco y otros intereses creados.
Paredes también acusa a Calderón de ser un presidente ilegítimo: “Siempre hemos estado dispuestos a dialogar, pero con liderazgos legítimos y no fruto del oportunismo”. Asimismo, en su muy particular versión de la historia, afirma que no fue el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, sino la “responsabilidad democrática” del viejo partido del Estado lo que permitió a Calderón llegar al poder y “dio vigencia a este régimen”. Aquí el mensaje y la amenaza son evidentes: Exactamente del mismo modo en que el PRI puso a Calderón en la silla presidencial, ese “todopoderoso” partido lo puede quitar del lugar. Las instituciones públicas del país son secundarias y también dependen de su voluntad.
En general, el discurso de la presidenta del PRI revela una gran ira y frustración ante el hecho de que Felipe Calderón, quien según su parecer no debería tener voluntad propia, se haya atrevido a traicionarlos. Primero hubo alianzas electorales con la izquierda, y hoy “el colmo” es que el PAN y el PRD caminen juntos hacia un nuevo “pacto nacional” por la seguridad pública.
El discurso de Paredes desmorona la imagen pública de un PRI con “visión de Estado”, un partido que “sí sabe gobernar”, que se coloca más allá de los conflictos políticos “cortoplacistas” e “irresponsables”. Recordémoslo bien: Los principales responsables del desmoronamiento de la política nacional, así como de la inseguridad pública en Tamaulipas, no son ni el gobierno federal ni el PAN, sino el gobierno estatal y el PRI. No es Calderón, sino Paredes, quien “brega en la borrasca de aguas tormentosas”.
Paradójicamente, en contraste con Paredes y el PRI –quienes se niegan a dialogar con el presidente–, Andrés Manuel López Obrador ha declarado que aceptaría reunirse con Calderón si es que estuviera abierto a discutir un cambio en la política económica del país. Mientras López Obrador está dispuesto a dejar atrás sus conflictos personales y políticos con el fin de atender el “interés general”, el PRI se niega a ejercer la autocrítica y se encierra en una burbuja de intolerancia y autoritarismo.
La buena noticia es que se abre una oportunidad de oro para el surgimiento de nuevos liderazgos políticos en el país. Independientemente de los resultados de las 14 elecciones que habrá en las entidades este 4 de julio, el rotundo fracaso de los gobiernos de todos los partidos para resolver las demandas más básicas de la población ha generado un enorme vacío de autoridad. No sirve de nada que uno u otro partido gane una elección para gobernador si el poder sigue ejerciéndose de la forma autoritaria de siempre.
Urge la construcción de nuevas voces y propuestas cívicas que llenen este grave vacío en materia de efectividad institucional. Desde luego que los nuevos liderazgos no podrán surgir nunca de farsas como la famosa y artificial “Iniciativa México”, sino que deberán construirse desde abajo a partir de la articulación y renovación de las dirigencias y movimientos sociales existentes.
http://www.johnackerman.blogspot.com/
*Tomados de la revista Proceso.
MÉXICO, D.F., 6 de julio (apro).- Una singular epidemia de cinismo recorre ahora a la clase política. Por un lado, tenemos a Miguel Ángel Yunes, rey de la “mapachería” electoral, clamar que en Veracruz se cuente “voto por voto” como si se tratara de un simpatizante lopezobradorista del 2006. Por otro, César Nava, Jesús Ortega y Manuel Camacho levantan eufóricos sus brazos para demostrar que las alianzas electorales sí funcionaron, aunque ninguno de los candidatos ganadores sea un panista de larga tradición y mucho menos un militante de la izquierda.
Y Beatriz Paredes, que hace apenas una semana aparecía rodeada de la cúpula priista como la gran lideresa frente a la tragedia de Tamaulipas, ahora está más sola que nunca, en la soledad de una victoria pírrica para el PRI en 9 de 12 entidades.
Indecente es un calificativo menor para unas elecciones que desde las campañas estuvieron teñidas de violencia, de equívocos y de un muestrario de guerra sucia que llegó a tales niveles de bajeza que ni siquiera hubo tiempo de asimilarlas, mucho menos de analizarlas. Tampoco habrá tiempo de sancionarlas porque renunció la fiscal especial de la Fepade, Arely Gómez, en una clara demostración de intervencionismo calderonista.
El doble lenguaje predominó en toda la contienda. Algunos priistas llamaron “contra natura” las alianzas del PAN y del PRD, pero también las utilizaron para colocar a sus candidatos –como en el caso de Sinaloa y de Durango--, en el mejor ejercicio de gatopardismo que se haya visto. En varios estados las alianzas opositoras sirvieron para reciclar a los priistas perdedores de las contiendas internas.
Los perredistas de larga militancia no fueron convocados al experimento de su dirigente Jesús Ortega y las cúpulas de este partido, del PT y de Convergencia, rodearon a Gabino Cué –su mejor bastión--, pero descuidaron Zacatecas y Quintana Roo, donde alguna vez la izquierda soñó con ser una alternativa de gobierno.
Toda la clase política ha confundido alternancia con transición a la democracia. Tal parece que el cambio de siglas en un gobierno garantiza per se el cambio de cultura y de prácticas políticas, así como el fin de un modelo autoritario. Ya vimos que no fue así. Por eso, a muchos ciudadanos les da lo mismo si en Aguascalientes gobierna el PAN o el PRI porque sus prácticas son las mismas.
En Tlaxcala han gobernado el PRD, el PAN y el PRI y el modelo de gobierno sigue siendo tan arcaico como siempre. En Veracruz no hubo una disputa democrática, sino un catálogo de pillerías. Tan es así que el candidato ganador Javier Duarte se ufana en las entrevistas de no de ser un “delfín” de Fidel Herrera, sino un “tiburón rojo”, aunque más parezca otro tipo de anfibio. En Quintana Roo gana el candidato priista más joven del país, pero con los estilos y el discurso más arcaico del tricolor. En Hidalgo, una empresaria-funcionaria, Xóchitl Gálvez, da una pelea singular. Es la única que no tiene antecedentes de trayectoria priista, pero su propuesta de gobierno estaba muy desdibujada como para saber si era de izquierda, de centro o de derecha.
En fin, la indecencia radica en dos tendencias que se demostraron en la campaña y en los resultados del 4 de julio:
--No se disputaron programas de gobiernos distintos ni prácticas políticas diferentes, mucho menos trayectorias contrastantes. Casi todos parecían haber contratado al mismo mercadólogo, sonrieron igual ante el fotoshop y la pantalla. Mediatizaron las campañas para vaciarlas de contenido.
Independientemente de si el PRI perdió en tres bastiones fundamentales –Oaxaca, Sinaloa y Puebla-- y si el PAN perdió en Tlaxacala y Aguascalientes y el PRD en Zacatecas, el hecho es que no existen diferencias sustanciales entre ganadores y perdedores porque todos provienen de una clase política que se acomodó en la debacle que vive el país desde 1988 a la fecha.
Quizá Oaxaca y Gabino Cué son la excepción que confirman la regla: ahí gana una coalición construida desde hace más de seis años, con un claro perfil opositor frente a un gobernador impresentable y violento, como Ulises Ruiz, pero también se supieron acomodar los otros
exgobernadores priistas y grupos de poder que han convertido a Oaxaca en un botín de recursos y mañas corporativas. En Oaxaca si la alternancia no construye una transición democrática, un nuevo clima cívico, la decepción será todavía más fuerte.
--La segunda tendencia es una consecuencia de la anterior: en 6 entidades hubo coalición o candidato que ganó por una mínima diferencia. Puebla, Sinaloa, Durango, Veracruz, Aguascalientes e Hidalgo tuvieron resultados electorales muy parejos. Ninguno de los ganadores aventajó por más de 10 puntos porcentuales.
Las sorpresas son: Durango (46.5% contra 44.6%); Veracruz (43.5% contra 40.7%), e Hidalgo (50.2% 45.1%). El mito de las maquinarias electorales del “carro completo”, al servicio de los gobernadores en turno, no fue tal.
En las entidades donde la ventaja entre el ganador y el segundo lugar es muy amplia también se registró un elevado índice de abstencionismo. Son los casos de Chihuahua y Tamaulipas, las dos entidades atenazadas por el fuego cruzado del narcotráfico y la militarización fracasada del gobierno calderonista. En ambas el abstencionismo rebasó el 60%. Las victorias de César Duarte y de Egidio Torre Cantú fueron prácticamente 2 a 1 en esas entidades. En Quintana Roo el PRI gana la gubernatura con 52.4% frente a 26.2% de la coalición PRD-PT, pero pierde por pocos votos las ciudades más importantes y pobladas de la entidad, como Cancún.
En Tlaxcala y Zacatecas, el PRI gana por amplia mayoría ante el desastre de los gobernadores del PAN y del PRD, respectivamente, que prácticamente hicieron todo para la derrota de “sus” candidatos.
El ánimo cívico ante la jornada del 4 de julio es muy menor. De hecho, no hay héroes cívicos ni grandes líderes que surgieran de esta contienda. La desconfianza ciudadana es la otra cara de unas elecciones indecentes.
www.jenarovillamil.wordpress.com
+++++++++++++++++
El PRI, fuera de sus casillas *
John M. Ackerman
MÉXICO, D.F., 6 de julio.- El Partido Revolucionario Institucional (PRI) ha perdido no solamente su candidato a la gubernatura de Tamaulipas, sino también la calma. El soberbio, rijoso y desmedido discurso de Beatriz Paredes el martes pasado desenmascaró al viejo partido de Estado como una agrupación que todavía no ha aprendido a convivir en un contexto democrático.
Sin reconocer su propia derrota en la lucha contra el crimen organizado en los estados donde gobierna, el PRI prefiere echar la culpa a sus adversarios políticos. Sin aceptar con humildad que ya no tiene el control unilateral de la política nacional, el partido se lanza enardecido en contra de los “traidores” que no rindan pleitesía a su poder.
El PRI se apresta a exigir al gobierno federal el esclarecimiento del crimen en Tamaulipas, pero olvida que es la Procuraduría de Justicia de ese mismo estado la que está a cargo de las investigaciones. El PRI señala al PAN como el responsable del fracaso de la “guerra” contra el narcotráfico, cuando Tamaulipas, uno de los bastiones más fuertes del priismo, se ha convertido en uno de los casos más emblemáticos de este fracaso. El Revolucionario Institucional siempre ha dominado la política en la entidad y jamás ha recibido menos de 50% de la votación.
De manera vergonzosa, los dirigentes del PRI han insistido en vincular el asesinato de Rodolfo Torre con la supuesta “guerra sucia” en contra de los “impolutos” gobernadores de Veracruz, Oaxaca y Puebla. En una entrevista radiofónica con José Cárdenas el mismo día del crimen, Emilio Gamboa declaró que “el clima de crispación que hicieron los de la oposición” al difundir las grabaciones de los gobernadores “está haciendo que pasen, como pasó hoy, consecuencias gravísimas para la política y la democracia en el país”.
En su incendiario discurso, Beatriz Paredes manifestó: “En el Estado democrático, actuar con responsabilidad y civilidad política supone desechar la guerra sucia como método, implica no alentar la polarización. Instituciones democráticas debilitadas, y política envilecida, es caldo propicio para que la delincuencia pretenda enseñorearse”. Y César Augusto Santiago remató culpando a Calderón de haber mandado “a sus testaferros, encabezados por César Nava, a polarizar el ambiente político”.
En pocas palabras, de manera temeraria el PRI está implícitamente acusando a Calderón y a Nava de ser los responsables directos de la muerte de Torre. Lo problemático de tan osadas acusaciones reside en la oscura moraleja que ellas entrañan. Ahora resulta que la mejor vía para asegurar la paz es la eliminación de toda vigilancia ciudadana de los gobernantes. Si la ciudadanía no se entera de las negociaciones y abiertas corruptelas de los gobernantes, la sociedad viviría más “tranquila” y los políticos podrían pactar de forma más libre con el narco y otros intereses creados.
Paredes también acusa a Calderón de ser un presidente ilegítimo: “Siempre hemos estado dispuestos a dialogar, pero con liderazgos legítimos y no fruto del oportunismo”. Asimismo, en su muy particular versión de la historia, afirma que no fue el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, sino la “responsabilidad democrática” del viejo partido del Estado lo que permitió a Calderón llegar al poder y “dio vigencia a este régimen”. Aquí el mensaje y la amenaza son evidentes: Exactamente del mismo modo en que el PRI puso a Calderón en la silla presidencial, ese “todopoderoso” partido lo puede quitar del lugar. Las instituciones públicas del país son secundarias y también dependen de su voluntad.
En general, el discurso de la presidenta del PRI revela una gran ira y frustración ante el hecho de que Felipe Calderón, quien según su parecer no debería tener voluntad propia, se haya atrevido a traicionarlos. Primero hubo alianzas electorales con la izquierda, y hoy “el colmo” es que el PAN y el PRD caminen juntos hacia un nuevo “pacto nacional” por la seguridad pública.
El discurso de Paredes desmorona la imagen pública de un PRI con “visión de Estado”, un partido que “sí sabe gobernar”, que se coloca más allá de los conflictos políticos “cortoplacistas” e “irresponsables”. Recordémoslo bien: Los principales responsables del desmoronamiento de la política nacional, así como de la inseguridad pública en Tamaulipas, no son ni el gobierno federal ni el PAN, sino el gobierno estatal y el PRI. No es Calderón, sino Paredes, quien “brega en la borrasca de aguas tormentosas”.
Paradójicamente, en contraste con Paredes y el PRI –quienes se niegan a dialogar con el presidente–, Andrés Manuel López Obrador ha declarado que aceptaría reunirse con Calderón si es que estuviera abierto a discutir un cambio en la política económica del país. Mientras López Obrador está dispuesto a dejar atrás sus conflictos personales y políticos con el fin de atender el “interés general”, el PRI se niega a ejercer la autocrítica y se encierra en una burbuja de intolerancia y autoritarismo.
La buena noticia es que se abre una oportunidad de oro para el surgimiento de nuevos liderazgos políticos en el país. Independientemente de los resultados de las 14 elecciones que habrá en las entidades este 4 de julio, el rotundo fracaso de los gobiernos de todos los partidos para resolver las demandas más básicas de la población ha generado un enorme vacío de autoridad. No sirve de nada que uno u otro partido gane una elección para gobernador si el poder sigue ejerciéndose de la forma autoritaria de siempre.
Urge la construcción de nuevas voces y propuestas cívicas que llenen este grave vacío en materia de efectividad institucional. Desde luego que los nuevos liderazgos no podrán surgir nunca de farsas como la famosa y artificial “Iniciativa México”, sino que deberán construirse desde abajo a partir de la articulación y renovación de las dirigencias y movimientos sociales existentes.
http://www.johnackerman.blogspot.com/
*Tomados de la revista Proceso.
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