progressif

jueves, abril 15, 2010

El error de los partidos*








Tomados de La Jornada, Hernández y El Fisgón y El Universal, Helioflores y Naranjo.


Octavio Rodríguez Araujo

El principal error de los partidos políticos actuales, de todos y no sólo de los grandes, es no tomarse en serio. Cuando un partido busca con quién ganar, es decir, una persona que le pueda dar un triunfo nacional, estatal o municipal, el mensaje que da es que el partido no importa, sino el candidato. En esta lógica el partido se convierte en aparato-comparsa de una persona, líder o no, y deja de ser la locomotora política del tren de una parte de la ciudadanía. Más aún: cuando un partido oculta en la niebla del desconcierto social su ideología, su posición política, niega en la práctica su razón de ser, es decir, que representa o aspira a representar una parte de la sociedad que piensa de una manera y se distingue de quienes piensan de otra forma. Partido viene de parte, si una no se distingue de otras, entonces para qué formar partidos: uno bastaría, como en todo régimen totalitario. En los regímenes totalitarios, para quien lo haya olvidado, no caben oposición ni disidencia; todos participan en el mismo partido o sólo pueden votar por él, les guste o no.

Se podría argumentar que, en general, nadie lee los documentos fundamentales de los partidos y que, por lo mismo, no es fácil saber en qué consisten las diferencias entre ellos. Sí, pero no. Si se sabe que la gente común no lee los principios, el programa, los estatutos y la plataforma electoral de los partidos, es tarea de éstos darlos a conocer, aunque fuera con monitos o como cuentos para niños: con un lenguaje llano y sencillo para un país de analfabetos políticos que son más que los analfabetos a secas (no podría ser de otra manera si la gente, en su mayoría, ve televisión en lugar de leer periódicos).

Una de las tareas principales de los partidos es dar a conocer su ideología o su posición política, de la manera más clara posible, aunque sea simplificándolas. A esto se le llama propaganda (diferente de la publicidad y de la mercadotecnia, que es lo que más practican) y, además, es responsabilidad de los partidos educar políticamente a sus militantes para que éstos, a la vez y en sus lugares de influencia potencial, puedan educar a otros y convencerlos de las bondades de sus posiciones. Si no lo hacen están dejando a los profesores del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, dominados por Elba Esther Gordillo, y a la radio y la televisión, la formación de las conciencias de los mexicanos. En pocas palabras, los partidos no hacen, en este sentido, lo que debieran hacer: convencer a la gente de sus principios, de los que están plasmados en papel, aunque sea porque se trata de una obligación ante el Instituto Federal Electoral (IFE).

Si a ello se agrega la política de alianzas que les ha dado por llevar a cabo, la situación es peor. Es algo así como el reconocimiento público de que ellos mismos no valoran sus principios, sus programas ni sus plataformas electorales. Es el reconocimiento público de su incapacidad para presentarse como partes diferenciadas de la sociedad en el ámbito de la política, la economía, la cultura y muchas cosas más. Si un partido que se dice de izquierda hace alianza con la derecha, no sólo está aceptando que sus diferencias históricas fueron fuegos artificiales, sino que sus características distintivas y la carabina de Ambrosio son la misma cosa. ¿Qué esperan que piensen los electores de una alianza entre partidos tradicional e históricamente opuestos y que, además, uno de ellos haya hecho trampas desde el poder para evitar que el candidato del otro ganara la Presidencia de la República? Que el Partido Verde, por ejemplo, haga alianza con el PAN o con el PRI, según le convenga, a nadie puede extrañar, pues todo mundo sabe que el Verde no es un partido, sino un negocio que nunca debió obtener registro en el IFE, sino en la Canacintra o la Concanaco.
Aún más grave y reprobable es que algunos partidos realicen tales alianzas para conservar y eventualmente aumentar el número de votos a su favor agarrándose de la mano de otros con mayores probabilidades de triunfo en ciertos estados o municipios. Este fenómeno, que a muchos les ha parecido extraño y sorprendente, tiene una explicación, por demás pedestre: dinero. Sí, el dinero público que maneja el IFE para distribuir entre los partidos según el porcentaje de votos que obtienen en cada elección. El caso más patético es el del Partido de la Revolución Democrática. Le fue tan mal en las elecciones intermedias de 2009 y en las de algunos estados que ahora ha cambiado su alma (principios y programa) por votos = dinero haciendo alianza con quien se deje, sí, con quien se deje, salvo el PRI, pues ilusamente los perredistas han pensado que es el partido a derrotar en 2012 (¿aliándose con el PAN?).

¿Y por qué le fue tan mal al PRD en 2009? Por las trampas que se hizo en las elecciones internas, porque los chuchos recurrieron al Tribunal Electoral del Poder Judicial dela Federación (el mismo que dictaminó tramposamente el triunfo de Calderón) para validar su triunfo en la dirección del partido, y porque cometieron el error de distanciarse y diferenciarse a como diera lugar de quien levantó al PRD en 2006 en lugar de llevarlo a cerrar filas con ellos. Se dirá que había diferencias con López Obrador, y no lo dudo, ¿pero no serán o deberían de ser mayores esas diferencias con el PAN e incluso con el PRI?

Las cúpulas partidistas, de todos los partidos y no sólo de los grandes, quieren dinero y posiciones de poder, aunque sea en baja escala. Quieren vivir del presupuesto, aunque sus ambiciones destruyan a sus propios partidos y desencanten a quienes de buena fe creyeron en ellos y se entregaron a la militancia o al compromiso virtual del voto. La abstención por el desencanto de la ciudadanía tampoco les interesa, pues bien saben que las prerrogativas que otorga por ley el IFE se basan en el porcentaje de la votación total, que, como sabemos, se contabiliza al margen de los votos nulos y de quienes no acudan a las urnas. ¡Qué desgracia!

*Tomado de La Jornada.