En Morelos, un procurador fallido*
Tomados de La Jornada, El Fisgón, Helguera, Hernández y Rocha.
Octavio Rodríguez Araujo
Es viejísima la interpretación machista que dice que las mujeres son violadas porque se lo buscan al vestirse de manera provocativa. ¿Qué quiere decir ser provocativa”? Usar atuendos que resalten su belleza y no escondan los atributos femeninos. Vestirse como monjas sería una forma de no provocar. Esta versión, tan anacrónica como estúpida, ha sido corregida por el procurador general de Justicia del estado de Morelos, Pedro Luis Benítez Vélez. Para este peculiar personaje las mujeres provocan que las asesinen (y no sólo que las violen) por el hecho de salir de su casa o del domicilio de sus familiares; y su recomendación es que no salgan a la calle, que no se expongan a ser “violentadas”. Si el tema del debate con las comisiones de justicia, derechos, género y seguridad del Congreso de Morelos hubiera sido sobre los casos de violación, el procurador hubiera dicho lo mismo: las mujeres son violadas porque se exponen, porque lo provocan con su atuendo y su actitud, porque no se quedan en su casa.
Por esa sola declaración, que ha sido citada en diversos medios y no sólo en los diarios locales, el procurador debería renunciar o el gobernador Marco Antonio Adame ya debería estarle exigiendo la renuncia. ¿Cómo se puede esperar que se procure justicia a partir de formas de pensar tan primitivas y estúpidas como las del encargado de hacerlo?
Los feminicidios son una realidad en el país, más en Chihuahua y estado de México, cierto, pero existen en otros estados (Morelos ocupa el séptimo lugar), como también las violaciones, aunque a veces van juntos. Asesinatos y violaciones de mujeres son crímenes de odio, además de ser de género. Y como tales deben verse. La cantidad de crímenes contra las mujeres no permite pensar que se trate de un asesino serial o cosa semejante. Estamos hablando de miles, no de unos cuantos. Los casos más conocidos, y sobre los que se han escrito libros y decenas de artículos, son los de Ciudad Juárez, en Chihuahua, pero no por eso deben subestimarse los más de 500 ocurridos en el Distrito Federal entre 2005 y 2008 o los 145 en Morelos en el mismo periodo (datos de La Jornada Morelos, 17/11/09).
Los crímenes o delitos de odio son aquellos que se cometen contra personas pertenecientes a una raza, religión, género, afiliación política u orientación sexual. Con frecuencia este tipo de crímenes son motivados por prejuicios desarrollados por el entorno social e ideologías asumidas como verdades convenientes o ante amenazas subjetivas y enfermizas (poco o nada razonadas) a la propia existencia de quien o quienes los ejecutan. Cierto tipo de crisis son caldo de cultivo para los crímenes de odio.
El fenómeno es muy complejo, pero en las crisis suelen exacerbarse los odios y la creación de “culpables”, pero también los sentimientos de inferioridad de quienes las viven con mayor agudeza, por lo cual no sólo se buscan culpables, sino formas de realización personal basadas en la dominación sobre aquellos que son más fáciles de victimar, para el caso las mujeres y en ocasiones los menores de edad. El desempleo masivo, por ejemplo en Europa y en Estados Unidos, ha aumentado los crímenes de odio contra los inmigrantes que son vistos como competidores en el mercado de trabajo; en Ciudad Juárez, contra las mujeres que encontraron más empleo que los hombres en las maquiladoras, etcétera. El desempleo masivo, que padecemos en México desde hace tiempo (y que sigue creciendo), puede ser una de las razones por las que ha aumentado el número de feminicidios y no sólo el de robos, asaltos y otros delitos motivados por la desesperación de la pobreza sin salida.
Los asesinatos de mujeres son parecidos a las violaciones. Se llevan a cabo bajo el prejuicio ancestral y reaccionario de que el ser fuerte debe dominar al débil y desquitar sus frustraciones con éste. La violación de mujeres, niños y niñas e incluso de jóvenes varones (por ejemplo en las prisiones) obedece a la misma regla: la dominación. El que no puede dominar sobre sus iguales lo hace con aquellos que considera débiles, sin percatarse de que el débil es el que viola o asesina a quienes considera inferiores. En todos los casos se trata de un abuso, y sólo se puede abusar de quien tiene menos fuerza, igual se trate del abuso colectivo o individual o de quien tiene poder político o económico sobre el que no lo tiene.
Un hombre seguro de sí mismo, estable, feliz y realizado como ser humano, difícilmente será un asesino o un violador de mujeres o de menores de edad. Por lo tanto, aventuro una hipótesis: lo que debe hacerse es promover el empleo, la distribución de la riqueza y la justicia social, y no pedir a las mujeres que se queden en casa.
Si el Estado no puede proteger a las mujeres y a los niños del abuso de hombres frustrados que en compensación subjetiva se sienten muy machos, algo está muy mal en el país y quizá sí debemos hablar de un Estado fallido, cuya materialización son gobiernos igualmente fallidos, con procuradores de justicia más que fallidos.
Es viejísima la interpretación machista que dice que las mujeres son violadas porque se lo buscan al vestirse de manera provocativa. ¿Qué quiere decir ser provocativa”? Usar atuendos que resalten su belleza y no escondan los atributos femeninos. Vestirse como monjas sería una forma de no provocar. Esta versión, tan anacrónica como estúpida, ha sido corregida por el procurador general de Justicia del estado de Morelos, Pedro Luis Benítez Vélez. Para este peculiar personaje las mujeres provocan que las asesinen (y no sólo que las violen) por el hecho de salir de su casa o del domicilio de sus familiares; y su recomendación es que no salgan a la calle, que no se expongan a ser “violentadas”. Si el tema del debate con las comisiones de justicia, derechos, género y seguridad del Congreso de Morelos hubiera sido sobre los casos de violación, el procurador hubiera dicho lo mismo: las mujeres son violadas porque se exponen, porque lo provocan con su atuendo y su actitud, porque no se quedan en su casa.
Por esa sola declaración, que ha sido citada en diversos medios y no sólo en los diarios locales, el procurador debería renunciar o el gobernador Marco Antonio Adame ya debería estarle exigiendo la renuncia. ¿Cómo se puede esperar que se procure justicia a partir de formas de pensar tan primitivas y estúpidas como las del encargado de hacerlo?
Los feminicidios son una realidad en el país, más en Chihuahua y estado de México, cierto, pero existen en otros estados (Morelos ocupa el séptimo lugar), como también las violaciones, aunque a veces van juntos. Asesinatos y violaciones de mujeres son crímenes de odio, además de ser de género. Y como tales deben verse. La cantidad de crímenes contra las mujeres no permite pensar que se trate de un asesino serial o cosa semejante. Estamos hablando de miles, no de unos cuantos. Los casos más conocidos, y sobre los que se han escrito libros y decenas de artículos, son los de Ciudad Juárez, en Chihuahua, pero no por eso deben subestimarse los más de 500 ocurridos en el Distrito Federal entre 2005 y 2008 o los 145 en Morelos en el mismo periodo (datos de La Jornada Morelos, 17/11/09).
Los crímenes o delitos de odio son aquellos que se cometen contra personas pertenecientes a una raza, religión, género, afiliación política u orientación sexual. Con frecuencia este tipo de crímenes son motivados por prejuicios desarrollados por el entorno social e ideologías asumidas como verdades convenientes o ante amenazas subjetivas y enfermizas (poco o nada razonadas) a la propia existencia de quien o quienes los ejecutan. Cierto tipo de crisis son caldo de cultivo para los crímenes de odio.
El fenómeno es muy complejo, pero en las crisis suelen exacerbarse los odios y la creación de “culpables”, pero también los sentimientos de inferioridad de quienes las viven con mayor agudeza, por lo cual no sólo se buscan culpables, sino formas de realización personal basadas en la dominación sobre aquellos que son más fáciles de victimar, para el caso las mujeres y en ocasiones los menores de edad. El desempleo masivo, por ejemplo en Europa y en Estados Unidos, ha aumentado los crímenes de odio contra los inmigrantes que son vistos como competidores en el mercado de trabajo; en Ciudad Juárez, contra las mujeres que encontraron más empleo que los hombres en las maquiladoras, etcétera. El desempleo masivo, que padecemos en México desde hace tiempo (y que sigue creciendo), puede ser una de las razones por las que ha aumentado el número de feminicidios y no sólo el de robos, asaltos y otros delitos motivados por la desesperación de la pobreza sin salida.
Los asesinatos de mujeres son parecidos a las violaciones. Se llevan a cabo bajo el prejuicio ancestral y reaccionario de que el ser fuerte debe dominar al débil y desquitar sus frustraciones con éste. La violación de mujeres, niños y niñas e incluso de jóvenes varones (por ejemplo en las prisiones) obedece a la misma regla: la dominación. El que no puede dominar sobre sus iguales lo hace con aquellos que considera débiles, sin percatarse de que el débil es el que viola o asesina a quienes considera inferiores. En todos los casos se trata de un abuso, y sólo se puede abusar de quien tiene menos fuerza, igual se trate del abuso colectivo o individual o de quien tiene poder político o económico sobre el que no lo tiene.
Un hombre seguro de sí mismo, estable, feliz y realizado como ser humano, difícilmente será un asesino o un violador de mujeres o de menores de edad. Por lo tanto, aventuro una hipótesis: lo que debe hacerse es promover el empleo, la distribución de la riqueza y la justicia social, y no pedir a las mujeres que se queden en casa.
Si el Estado no puede proteger a las mujeres y a los niños del abuso de hombres frustrados que en compensación subjetiva se sienten muy machos, algo está muy mal en el país y quizá sí debemos hablar de un Estado fallido, cuya materialización son gobiernos igualmente fallidos, con procuradores de justicia más que fallidos.
*Tomado de La Jornada.
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