Los errores del PAN*
Bernardo Bátiz V.
Hay un debate que lleva ya poco más de un par de semanas en la prensa, alrededor de la elección para el Consejo Nacional, de quién será el nuevo presidente del Partido Acción Nacional. Algunos militantes, disciplinados y adictos al titular del Ejecutivo federal puesto en tela de juicio, Felipe Calderón, apoyan al candidato de éste, quien fue su secretario particular y director jurídico de Pemex, donde dejó asuntos sin aclarar, por haber beneficiado a correligionarios suyos en obras y contratos. Quienes apoyan esta posición se niegan a que previamente se analicen las causas por las que el partido perdió votos en forma tan estrepitosa en las pasadas elecciones y están ansiosos de que el nuevo dirigente tome posesión de su cargo, sin mayores obstáculos y contratiempos.
Los opositores a las directrices presidenciales, entre los que se cuentan algunos panistas de excepción, quienes mantienen una imagen transparente en su actuación, como Javier Corral y Ricardo García Cervantes, y entre los que está también el aguerrido y polémico ex presidente del comité nacional Manuel Espino, pretenden que antes de elegir a quien dirigirá el partido en los próximos años, cruciales por varias razones, se haga un análisis crítico para saber cuáles fueron las causas de la debacle y –posiblemente– quiénes los responsables.
La discusión interesa a todos, no sólo a los militantes; no en balde se trata del partido en el poder, y quienes sabemos algo de su historia podemos afirmar con certeza que los errores que han llevado al PAN a la situación en la que hoy se encuentra no son de hoy: vienen de mucho tiempo atrás y son actitudes y determinaciones que se tomaron cuando el partido varió su rumbo y negoció posiciones que a la larga lo llevaron a la Presidencia de la República a costa de los principios y que ahora lo llevan a esta encrucijada de la que se buscan salidas.
Uno de esos graves errores fue imitar en todo al partido que le entregó, mediante concertaciones, el poder. En lugar de llevar a la administración pública nuevas formas de hacer política, con austeridad, honradez, desinterés y con patriotismo, el gobierno encabezado por Vicente Fox fue una mala calca, caricaturesca, del PRI. Ningún cambio de forma o de fondo, excepto el torpe lenguaje y las actitudes infantiles del titular del Ejecutivo, que fueron su característica: nada nuevo, nada de fondo, nada positivo.
Otra equivocación fue modificar la esencia del Consejo Nacional. Desde su fundación y durante los primeros 45 o poco más años, dicho órgano del partido se llegaba con la mentalidad abierta, sin compromisos previos y con disposición firme de escuchar los debates, de participar en ellos de ser necesario y de tomar las decisiones pensando en el bien de la institución y del país. Desde hace ya largo tiempo, en contra de esa tradición inicial, se llega a los consejos con compromisos adquiridos en reuniones privadas, si no es que secretas, muchas inconfensables, y se sabe de antemano cuál será el sentido del voto de cada uno de los integrantes del órgano de decisión, porque todos, o casi todos, ya tomaron previamente su determinación, aun antes de escuchar los argumentos en pro o en contra; todo es acuerdos, arreglos, promesas y convenios. El compromiso y la componenda suplantaron a la convicción y al debate.
Tienen razón los consejeros inconformes que se oponen a que sea precisamente el derrotado Felipe Calderón quien designe al sucesor de Germán Martínez; la propuesta de los que difieren de la que es la opinión oficial tiene un sentido de retorno a una tradición hace ya tiempo olvidada, pero deseable; lamentablemente, parece que su llamado no tendrá eco. Pesa más una instrucción del titular del Ejecutivo o de alguna llamada de un personero del mismo que todas las consideraciones de carácter ético o político que pudieran hacerse.
En este tenor, es digna de recuerdo una advertencia de don José González Torres, quien fue presidente del partido y candidato a la Presidencia de la República en las épocas heroicas del testimonio y el sacrificio.
Se debatía por enésima vez si se debía recibir o no el subsidio oficial, que el antiguo PAN había rechazado una y otra vez, y ante la insistencia de los que estaban ansiosos porque el dinero en abundancia llegara a las arcas de la tesorería, el ilustre ciudadano al que me refiero advirtió que empezaría el declive del instituto político y la pérdida de su perfil y sus características el día en que se recibiera ese dinero que él señalaba como indebido y corruptor.
Tuvo razón González Torres, cuando los políticos panistas dejaron de ser ciudadanos convencidos de un ideal que participaban en política para modificar al país, sin esperar un triunfo inmediato, y se convirtieron en aspirantes a cargos bien pagados en el partido o en los diversos niveles del gobierno, se echaron por la borda los principios y se abrazó un pragmatismo que se ha tratado de justificar de mil maneras, pero que acabó convirtiendo al PAN en cómplice de lo que antes combatió e imitador de los que fueron sus rivales políticos.
Por ello interesa este debate. Así como se dice insistentemente que se requiere un partido de izquierda, organizado, unido y congruente con sus principios, así también se requiere que el PAN deje de ser la contradicción de sí mismo y reasuma su papel histórico de formador de ciudadanía y leal competidor democrático.
jusbbv@hotmail.com
*Tomado de La Jornada.
Hay un debate que lleva ya poco más de un par de semanas en la prensa, alrededor de la elección para el Consejo Nacional, de quién será el nuevo presidente del Partido Acción Nacional. Algunos militantes, disciplinados y adictos al titular del Ejecutivo federal puesto en tela de juicio, Felipe Calderón, apoyan al candidato de éste, quien fue su secretario particular y director jurídico de Pemex, donde dejó asuntos sin aclarar, por haber beneficiado a correligionarios suyos en obras y contratos. Quienes apoyan esta posición se niegan a que previamente se analicen las causas por las que el partido perdió votos en forma tan estrepitosa en las pasadas elecciones y están ansiosos de que el nuevo dirigente tome posesión de su cargo, sin mayores obstáculos y contratiempos.
Los opositores a las directrices presidenciales, entre los que se cuentan algunos panistas de excepción, quienes mantienen una imagen transparente en su actuación, como Javier Corral y Ricardo García Cervantes, y entre los que está también el aguerrido y polémico ex presidente del comité nacional Manuel Espino, pretenden que antes de elegir a quien dirigirá el partido en los próximos años, cruciales por varias razones, se haga un análisis crítico para saber cuáles fueron las causas de la debacle y –posiblemente– quiénes los responsables.
La discusión interesa a todos, no sólo a los militantes; no en balde se trata del partido en el poder, y quienes sabemos algo de su historia podemos afirmar con certeza que los errores que han llevado al PAN a la situación en la que hoy se encuentra no son de hoy: vienen de mucho tiempo atrás y son actitudes y determinaciones que se tomaron cuando el partido varió su rumbo y negoció posiciones que a la larga lo llevaron a la Presidencia de la República a costa de los principios y que ahora lo llevan a esta encrucijada de la que se buscan salidas.
Uno de esos graves errores fue imitar en todo al partido que le entregó, mediante concertaciones, el poder. En lugar de llevar a la administración pública nuevas formas de hacer política, con austeridad, honradez, desinterés y con patriotismo, el gobierno encabezado por Vicente Fox fue una mala calca, caricaturesca, del PRI. Ningún cambio de forma o de fondo, excepto el torpe lenguaje y las actitudes infantiles del titular del Ejecutivo, que fueron su característica: nada nuevo, nada de fondo, nada positivo.
Otra equivocación fue modificar la esencia del Consejo Nacional. Desde su fundación y durante los primeros 45 o poco más años, dicho órgano del partido se llegaba con la mentalidad abierta, sin compromisos previos y con disposición firme de escuchar los debates, de participar en ellos de ser necesario y de tomar las decisiones pensando en el bien de la institución y del país. Desde hace ya largo tiempo, en contra de esa tradición inicial, se llega a los consejos con compromisos adquiridos en reuniones privadas, si no es que secretas, muchas inconfensables, y se sabe de antemano cuál será el sentido del voto de cada uno de los integrantes del órgano de decisión, porque todos, o casi todos, ya tomaron previamente su determinación, aun antes de escuchar los argumentos en pro o en contra; todo es acuerdos, arreglos, promesas y convenios. El compromiso y la componenda suplantaron a la convicción y al debate.
Tienen razón los consejeros inconformes que se oponen a que sea precisamente el derrotado Felipe Calderón quien designe al sucesor de Germán Martínez; la propuesta de los que difieren de la que es la opinión oficial tiene un sentido de retorno a una tradición hace ya tiempo olvidada, pero deseable; lamentablemente, parece que su llamado no tendrá eco. Pesa más una instrucción del titular del Ejecutivo o de alguna llamada de un personero del mismo que todas las consideraciones de carácter ético o político que pudieran hacerse.
En este tenor, es digna de recuerdo una advertencia de don José González Torres, quien fue presidente del partido y candidato a la Presidencia de la República en las épocas heroicas del testimonio y el sacrificio.
Se debatía por enésima vez si se debía recibir o no el subsidio oficial, que el antiguo PAN había rechazado una y otra vez, y ante la insistencia de los que estaban ansiosos porque el dinero en abundancia llegara a las arcas de la tesorería, el ilustre ciudadano al que me refiero advirtió que empezaría el declive del instituto político y la pérdida de su perfil y sus características el día en que se recibiera ese dinero que él señalaba como indebido y corruptor.
Tuvo razón González Torres, cuando los políticos panistas dejaron de ser ciudadanos convencidos de un ideal que participaban en política para modificar al país, sin esperar un triunfo inmediato, y se convirtieron en aspirantes a cargos bien pagados en el partido o en los diversos niveles del gobierno, se echaron por la borda los principios y se abrazó un pragmatismo que se ha tratado de justificar de mil maneras, pero que acabó convirtiendo al PAN en cómplice de lo que antes combatió e imitador de los que fueron sus rivales políticos.
Por ello interesa este debate. Así como se dice insistentemente que se requiere un partido de izquierda, organizado, unido y congruente con sus principios, así también se requiere que el PAN deje de ser la contradicción de sí mismo y reasuma su papel histórico de formador de ciudadanía y leal competidor democrático.
jusbbv@hotmail.com
*Tomado de La Jornada.
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