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miércoles, marzo 18, 2009

La frontera del miedo*












Tomados de La Jornada, Hernández, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.


La pobreza sigue siendo motivo de la migración de mexicanos hacia Estados Unidos. Pero en los límites de Chihuahua y Texas ese factor ya es sólo una consecuencia de otra causa, la principal: el miedo

a morir por los enfrentamientos entre bandas o de éstas con el Ejército. En un recorrido por esta zona agónica, es posible advertir el surgimiento de un sector social de refugiados que incluso están pidiendo asilo político con el argumento de que México está en guerra.


TORNILLO, TEXAS.- Parada en las escalinatas de su casa-tráiler, la mujer voltea hacia los lados, cerciorándose de que nadie la mira desde los remolques vecinos, y explica: “Aquí se vino a vivir la gente que tiene miedo”. Cierra los ojos y agrega: “Y también a la que quieren matar, los prófugos del negocio de las drogas… ellos también tienen papeles”.

La cerca fronteriza que divide a Chihuahua de Texas se ve desde su casa. Del otro lado está el Valle de Juárez, el corredor de pueblos donde se ha concentrado la violencia norteña. Algunos le dicen el Valle de los Decapitados o Valle de la Muerte, pues un día aparecen cabezas dentro de una hielera, al otro matan a los regidores del municipio; una semana encuentran a un perro que lleva una cabeza humana en el hocico, y a la otra amanecen cinco hombres en calzoncillos, torturados y fusilados, a las puertas de alguna casa.
Es la zona específica que el Consulado de Estados Unidos en Juárez advirtió que sus compatriotas no deben pisar.

De este lado de la cerca se realizan excursiones escolares de niños los fines de semana; del otro, algunas escuelas registran la “deserción” de 10% de sus alumnos y prohiben los bailes de coronación de las reinas y las graduaciones. De este lado florecen nuevos negocios de mexicanos recién llegados, del otro se ven casas quemadas o atrancadas, negocios polvosos.

Y en ninguno de los dos lados la gente quiere hablar de más, porque “los malos”, cualesquiera que sean, también tienen visa.

En una tienda de abarrotes, una secretaria nacionalizada estadunidense pero con el resto de su “plebe” en el Valle muestra la misma prudencia que la mujer del tráiler: “No puedo decir nada porque nos da miedo que lo de allá se venga para acá, porque muchos tienen papeles”.
Dice que su papá tiene ciudadanía estadunidense porque cuando nació estaba desbordado el río, entonces no había vallas, y el azar lo condujo a un hospital gringo.

La coladera de violencia

La violencia apenas se ha contenido con una cerca, pero como si fuera humedad se va colando por debajo del enrejado.

Este año ya fue cerrado una vez, por más de una hora, el cruce internacional que une a los pueblos Caseta, del lado mexicano, y Fabens, del estadunidense, cuando una ambulancia cruzó con dos sujetos baleados para llevarlos a un hospital. “Lo cerraron para que los que los perseguían no se metieran a rematarlos”, explica una habitante de Tornillo. Es la versión popular. “Los sicarios, enojados, iban persiguiendo la ambulancia”, la adereza un ranchero.
Tan sólo en Tornillo, ocho niños que cursan sus estudios en escuelas del distrito perdieron un familiar cercano del otro lado de la reja. En el caso más reciente, hace menos de un mes un niño se quedó sin mamá, la asesinaron cuando cruzó a trabajar a Guadalupe, Distrito de Bravo. Otro alumno recién inscrito llegó traumado: tres de sus parientes habían sido ejecutados.

“Estamos notando que las familias de nuestros jóvenes que ya estudiaban aquí están trayendo a sus abuelos, tíos, primos, sus parientes adultos, que están llegando a sus casas tratando de evitar la violencia”, confirma el superintendente del distrito, Paul Vranish.
Dice preocupado: “Cuando se piensa en violencia se piensa en Juárez, pero muchas matanzas son cruzando directo de aquí, en Guadalupe, pero no se está mirando hacia acá. Los niños están asustados porque por este lado (al oeste de Juárez) no hay soldados, y hacia acá está peor”.

En el Valle la fuga ya comienza a notarse, los pueblos van quedando chimuelos de habitantes.

“Tengo a mis dos nietas acá, me las traje porque les daba miedo ir a la escuela. Ya van dos meses que las tengo conmigo y estamos esperando que mi hija arregle pronto sus papeles y las alcance”, dice Emma Muñoz, cocinera del café Margarita de Fabens, que tiene al resto de su familia del otro lado de la zanja.

“Mi familia se quedó porque ellos no están arreglados. Vivo angustiada porque allá está feo: a mis dos hermanos los han asaltado, los han golpeado, a mi hijo lo robaron saliendo de la fábrica con todo el dinero que cobró”, dice.

El maestro de una escuela de Guadalupe lo confirma: “En enero se nos fueron unos 10 alumnos por semana; algunos, porque les tocó ver asesinatos o amenazaron a sus papás o no los dejan venir por miedo”.

El corredor de pueblos estadunidense hermanos de los pueblos mexicanos del Valle, que han crecido unos frente a los otros como espejos, se ha ido llenando de exiliados del miedo. En los despachos de los abogados ya se ven las consecuencias del narcoterror.

“Mucha gente viene a pedir información sobre cómo pedir asilo político, quieren argumentar que el país está en guerra. Antes no era común, ahora así, casi todos tratan de entrar así. También vienen familias que quieren acelerar el proceso para traerse a otros familiares, y algunos están tratando de buscar visas de inversionistas”, explica en Fabens Maricela Gardea, abogada del despacho Jesús M. Olivas.

A quienes logran llegar a la caseta y pedir asilo, ella les explica que no es tan sencillo: tendrían que pasar su proceso en prisión y los miembros de la familia serían separados en cárceles distintas durante el juicio.

“Sabemos que ahorita están negando los asilos porque no consideran a México en guerra. Porque si consideraran al país en guerra vendría mucha gente”, dice Gardea.
No por nada El Paso, Texas, colindante con Juárez, encabeza la lista de ciudades estadunidenses en las que se han presentado más solicitudes de asilo político: 157 entre 2005 y 2008, y se deben a la narcoviolencia, según Los Angeles Times.

Sicólogos, antes que soldados

El Valle es un llano amarillo con arbustos secos, mezquites y dunas, paralelo a la cerca metálica que divide el terreno en dos. Del otro lado, del gringo, hay arboledas.
A la altura de Ejido Juárez, a la orilla de la carretera, se ofrecen lápidas y monumentos mortuorios coloridos con imágenes del Sagrado Corazón, o blancas y sobrias con el Crucificado.

En el pueblo de San Agustín lo más notorio es el Museo Regional del Valle de Juárez, que exhibe un revoltijo de fotografías de Pancho Villa en diferentes poses y una de Toro Sentado, huesos de dinosaurio, recortes periodísticos sobre la resistencia contra el abortado basurero nuclear de Sierra Blanca, restos de cerámica del arte desértico, fósiles de dinosaurios, fragmentos de la historia del ferrocarril y un monumento a los braceros.

Otra parada importante es el edificio de dos plantas de la Presidencia Municipal de Guadalupe, que funciona de manera intermitente y con el mínimo de personal.

“Hay ocasiones en que la Presidencia Municipal dura cerrada mucho tiempo. Mataron a dos regidoras, al jefe de la policía, a unos siete policías, al comandante de la policía de Práxedis. Prácticamente terminaron con 50% del gobierno”, dice el visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, Gustavo de la Rosa.

En el recorrido que Proceso hizo por la alcaldía no encontró al presidente ni al secretario del ayuntamiento. Sólo el Registro Civil estaba abierto. El síndico se excusó de dar una entrevista desde la ventanilla de su automóvil, antes de arrancarlo: “Otro día hablamos, ahorita está peligroso”.

Un policía, en la presidencia de Guadalupe, también rechazó la entrevista:

–Tengo autorizado no dar información –cortó en seco.

–Pero…

–Tengo autorizado no dar información, al que habla mucho lo matan –fue su convincente respuesta.

La prensa local informó que, de 12 policías que tenía el poblado de Guadalupe, seis fueron atacados por comandos armados (se llevaron al comandante y a cinco oficiales); cuatro perdieron la vida y la parte restante desertó. En el pueblo vecino, Práxedis G. Guerrero, otros cuatro agentes fueron asesinados –algunos decapitados–, la Presidencia Municipal baleada, y las labores suspendidas por tres días.

“Aquí lo que necesita mucha gente es un sicólogo”, dice el anciano que atiende un negocio en el poblado El Millón, municipio de Juárez.

Advierte que no hablará de los sucesos, pero en un monólogo comienza a narrar lo ocurrido: “Un domingo a las dos de la tarde mataron a uno ahí, en la plaza. Antes habían agarrado a cinco, los sacaron de sus casas, todos escuchábamos los gritos cuando los estaban sacando y golpeando. Otro domingo vinieron y nos pusieron tres cabezas en la plaza, todo mundo las vio. Las bajaron en unas hieleritas y las dejaron ahí. Y, como siempre, la policía nomás llega a poner el cordoncito. Todo eso que pasó, pasó. Si no me cree pregúntele a este niño, está chiquillo pero bien que las vio”, dice mientras señala a un niño que espera para pagar un refresco de dos litros.

El aludido, pelo a rape, chiveado, dice valiente que él sí vio las cabezas y que no tiene pesadillas.

El hombre continúa con su relato: “Hacen falta sicólogos que le den una juntadita a la gente y la atiendan. Cada vez que las señoras del pueblo se ponen a platicar, se sueltan llorando”.
Pero ni sicólogos ni militares se ven por estos lugares. El último retén que encuentra uno está en la periferia de Ciudad Juárez y el recorrido por el Valle dura hora y media.
Tampoco se ve el patrullaje especial del Ejército y las policías Federal y Estatal anunciado tras los crímenes de las regidoras, las renuncias policiacas y las decapitaciones. “Hasta ayer se desconocía oficialmente cuál de las cabezas pertenecía al cuerpo del hombre encontrado”, publicó el portal de noticias Norte de Juárez.

El hombre de la tienda dice: “Andan por aquí unos soldados, pero de los primeros que andaban, ninguno de los 5 mil nuevos que llegaron a Juárez. Y luego la gente le tiene miedo a los soldados por los destrozos que han hecho”.

Por ese tipo de hechos que hacen llorar a las señoras de El Millón y hacen a otros mudarse a Estados Unidos, el consulado emitió un mensaje para que los ciudadanos estadunidenses se abstengan de visitar toda la zona conocida como el Valle de Juárez, “que inicia en San Isidro, corre al sureste a través de Guadalupe y Práxedis, y termina en Porvenir”.

“Ha habido un dramático incremento de violencia relacionada con las drogas en el área de Guadalupe y no hay indicios de que la situación mejore en el futuro inmediato”, indicó la alerta emitida en febrero pasado.

De Billy “The Kid” al “Rikín”

“En tiempos de la Colonia, El Valle era el vergel del desierto, se producían uvas, ciruelas, manzanas. Luego fue la región donde se produjo el mejor algodón del mundo. Al prohibirse el licor en Estados Unidos se produjo una economía del contrabando. En la medida en que la producción agrícola decae, hay una desintegración de la vida comunitaria y se convierte en población dormitorio de obreros de Juárez. Pero se acabó el algodón, la economía agrícola, y la maquila paga una miseria. Entonces muchas fuentes de empleo locales tienen que ver con contrabando y el tráfico ilegal de personas y mucha gente hizo relación con el tráfico de drogas. Ahí se hace una sociedad de crimen, donde Estado y sociedad se hacen cómplices del deterioro de la calidad de vida, ambiental y del estado de derecho”, explica el diputado Víctor Quintana.

Es cierto. No parecen pocas las personas del Valle que están enojadas con los operativos antinarco.

“Estábamos mejor con el narco, al menos no había violencia y se generaba dinero de manera honrada, la gente se ganaba dinero lavando los carros de los narcos o peinando a sus esposas. Ya no hay comercios porque no hay quién les pague”, dijo un maestro entrevistado.

“¿Ya quién va a comprar algo allá? Secaron al pueblo”, se quejó una mujer de Tornillo.
Por su parte, De la Rosa, el visitador de la CEDH, aporta otros datos que ayudan a comprender la región: “Guadalupe y San Ignacio (Práxedis) fueron poblaciones que fundaron mexicanos que vivían en Nuevo México y no quisieron ser ‘americanos’ al momento de la invasión. Es gente que de origen es muy independiente y un tanto rebelde, ha vivido sola y ha sabido mantenerse sola”.

Dice que el bandolero Billy The Kid brincaba de Estados Unidos a México, de Las Cruces al Valle; que esta también fue zona del indio Victorio –el último de los jefes apaches– y semillero de gente que nutrió al ejército de Villa.

“Ser el más perseguido del Oeste en el Valle no es una carga negativa”, dice el funcionario, quien introduce así el origen de la violencia: Rodolfo El Rikín Escajeda.

“Para mucha gente del Valle, El Rikín es como un bandolero heroico que creció junto con los hijos de la gente, se desarrolló en una empresa semitolerada por las autoridades y por la gente, no considerada profundamente perversa, y siendo un muchacho del pueblo logró llegar hasta niveles ejecutivos (del negocio de la droga).

“Tenía una red muy grande en todo el Valle, construida desde niño con amigos, familiares, casi casi sociológica, y aunque hay poca gente enrolada en la estructura, sí están vinculados socialmente con sus familias. De repente se convierte en el hombre más perseguido del Oeste en una zona donde ser el más perseguido del Oeste no es una carga negativa.”

La DEA tiene al Rikín entre los fugitivos más buscados, pero como no lo agarran ni sus enemigos ni el gobierno mexicano, en el Valle continúan los destrozos.

“La agresión al Valle ha sido muy severa de parte del Ejército y de los enemigos del Rikín, que se han lanzado con todo lo que puedan para pegarle al Valle. Y como hay un sector amplio de la sociedad juarense que tiene doble nacionalidad, o fácilmente consigue permiso para vivir seis meses en Estados Unidos, toda la gente que puede irse se va.”

Sólo miedo

En El Paso, Fabens, Tornillo, San Elizario, Socorro o Ysleta, en Texas, es relativamente fácil encontrar chihuahuenses que huyeron de la violencia. Lo difícil es que lo admitan.
“Nomás llevo un mes aquí pero ya me voy”, dijo temerosa una mujer en una casa-tráiler.
“No vivo aquí, pero si pudiera me vendría”, expuso otra.

“Estoy acá por un tiempo nomás, todavía no estoy arreglada. A veces voy a darle vuelta a mis hijos, uno es delegado de Tránsito, imagínese cómo estoy”, susurró una mujer en el almacén One Dollar.

“Mis tíos vendieron todo lo que tenían allá, sus terrenos, propiedades, maquinaria, remataron como sea, bien barato, ahora viven en un tráiler”, dijo una secretaria.
Entre los recién llegados hay una mujer que cerró su restaurante e instaló un puesto de tacos al borde de la carretera a El Paso. Ella es una de las exiliadas por la narcoviolencia que goza los privilegios de la doble nacionalidad.

“Nos vinimos porque los soldados agarraron a mi señor y a mi hermano. Llegaron en la madrugada, se llevaron 10 mil dólares en joyas mías, con las que tenía añales, y todo el dinero del restaurante”, se queja.

Mientras sirve un agua de horchata y prepara unos tacos de carne deshebrada dice que a sus familiares les sembraron drogas y armas, “los golpearon a morir” y los llevaron a México.
“Yo tenía un restaurante grande, en agosto lo cerré y me vine. La señora del otro restaurante también se vino. Guadalupe ya es un pueblo fantasma. Mucha gente no se viene huyendo de la violencia, simplemente porque no hay negocio. ¿A quién le vendes?, a nadie. Estados Unidos gracias a Dios entiende la circunstancia de allá y nos deja, está uno protegido, su pellejo, su vida. Aquí no hay que lo molestan a uno. Uno está trabajando honestamente.”

Enojada del puro relatar las torturas a los suyos, habla pestes de los soldados mexicanos y remata con una frase: “Si, como ellos dicen, me dedicara a las drogas, no estaría aquí”. Luego piensa unos segundos, pide que borre su nombre. Siente miedo.

*Tomado de la revista Proceso.