Odio-amor-odio*
Tomados de La Jornada, Helguera, Hernández, El Fisgón y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.
CARLOS ACOSTA CóRDOVA
Aunque Carlos Slim y Felipe Calderón saben cuánto les conviene estar de acuerdo, cuando el magnate se atrevió a contradecir el optimismo decretado por el presidente sobre los efectos de la crisis en el empleo, medio gabinete se lanzó contra el dueño de Telmex. El PAN incluso amenazó con promover, ahora sí, medidas antimonopólicas... Y lo que pudo ser un debate interesante, se transformó en otra farsa preelectoral de temporada.
Al presidente Felipe Calderón le pasó con Carlos Slim lo que a Rafael Márquez, el capitán de la Selección nacional de futbol, con el portero estadunidense: ante la desesperación y la impotencia –ausentes los argumentos tácticos y mentales–, optó por el golpe bajo, la patada artera.
El lunes 9, durante su participación en el foro México ante la crisis. ¿Qué hacer para crecer?, al magnate se le ocurrió hacer un pronóstico muy severo para el futuro inmediato: “No cabe duda que el Producto Interno Bruto mexicano se va a desplomar, se va a caer, va a ser negativo, (que) ya (lo fue) desde el último trimestre del año pasado. No sabemos cuánto dure, pero va a ser muy fuerte el efecto”.
Y explicó por qué: el PIB “va a ser sustancialmente negativo por la caída del petróleo y de la exportación, entre otras cosas”.
Pero hizo un peor augurio: “Se va a caer el empleo, va a haber mucho desempleo; va a subir el desempleo como no teníamos noticia en nuestra vida personal desde los años treinta; van a quebrar empresas, muchas, chicas, medianas y grandes; van a cerrar los comercios; va a haber locales cerrados por todos lados, va a haber inmuebles vacíos”.
Y la puntilla: “Es una situación que va a ser delicada. No quiero ser catastrofista, pero hay que prepararse para prever y no estar viendo las consecuencias y después estar llorando”.
Hipersensible, Felipe Calderón reaccionó visceralmente ante ese pronóstico, pero sobre todo ante el término “catastrofista”, que asumió personalmente, pues apenas cuatro días antes, el jueves 5, en el marco de la ceremonia conmemorativa del 92 aniversario de la Constitución, había pedido justamente hacer a un lado el catastrofismo y el alarmismo.
Dijo en Querétaro: “No es tiempo de demeritar, sino de aportar. Valoramos la crítica, valoramos la crítica que orienta soluciones y el análisis que alerta responsablemente sobre riesgos latentes. Pero debemos rechazar todos el catastrofismo sin fundamento, particularmente ahora llevado a extremos absurdos, que daña sensiblemente al país, a su imagen internacional, ahuyenta inversiones y destruye los empleos que los mexicanos necesitan. Hagamos a un lado el alarmismo, que ignora los esfuerzos que todos hacemos por superar nuestros desafíos”.
Por eso, el “no quiero ser catastrofista” de Slim –que, aparte, nunca habla inocentemente– lo tomó el gobierno como agresión, y más porque semanas antes desde Los Pinos había salido una instrucción expresa para todas las dependencias públicas: bajar el tono cuando se hablara de la crisis, para evitar el pánico entre la población y la incertidumbre en los mercados financieros.
En consecuencia, desde el gobierno se soltó una fuerte andanada de críticas y cuestionamientos para el empresario, de la que dieron cuenta hasta la saciedad los medios informativos.
En la arremetida participaron todos, desde los secretarios Javier Lozano, del Trabajo, y Alberto Cárdenas, de Agricultura, el subsecretario de Hacienda, Alejandro Werner, y líderes legislativos del PAN, hasta el propio presidente Calderón y su partido.
No fue poco lo que le dijeron al magnate. Desde las expresiones floridas de Cárdenas, muy propias de él, de “que la boca se le haga chicharrón” a Slim, o que éste tiene “mala leche”, pues “quiere que le vaya mal al país” para aprovecharse y hacerse más rico; hasta calificativos de “cínico” (dice estar a favor de la competencia cuando él mismo la impide), que le endilgaron legisladores panistas, o de “exagerado” (el desempleo no será tan brutal ni se espera un desplome del PIB de 6% o 7% como en 1995), que le propinó el subsecretario Werner.
Pero el encargado gubernamental de confrontar a Slim fue el secretario Javier Lozano. En el marco del mismo foro en el que también participó el empresario; en entrevistas “banqueteras”, en apariciones en radio y televisión, y en una conferencia de prensa expresa para tal fin, la hizo –otra vez– de fajador oficial.
Dijo Lozano, en su típico estilo desmedido, que Slim debería hablar y criticar menos y contribuir más a superar la crisis. Que debe comprometerse a invertir más y a cuidar el empleo de los mexicanos. Que Slim es el segundo hombre más rico del mundo gracias a “las condiciones de nuestro mercado y de nuestra economía”.
También, que no hace nada para incentivar la competencia en el sector de telecomunicaciones. Que es un inconsciente, pues sus declaraciones “realmente pueden tener un impacto en las inversiones, en el empleo y en el ánimo de la gente”. Que… mil cosas más.
Y no tuvo empacho, Lozano, en interpretar la actitud de Slim como una estrategia “para obtener las modificaciones al título de concesión (de Telmex) que hasta ahora no se le han concedido para poder entrar a otros mercados (como la televisión de paga)”, o que sus dichos responden “al deseo de que las empresas se abaraten para luego comprarlas”.
Como parte de la embestida oficial, el Partido Acción Nacional anunció que en la próxima legislatura impulsará cambios –con dedicatoria para Carlos Slim– con el fin de combatir los monopolios en el país, para que “con la competencia económica podamos beneficiar a los consumidores con mejores productos y a más bajos precios”. Así lo dijo Rogelio Carbajal, secretario general del partido.
El propio presidente Calderón hizo lo suyo en la campaña contra el empresario. Lo acusó, entre líneas, de provocador, de infundir temor, de contribuir poco con la solución de la crisis… cuando él ha sido uno de los grandes beneficiarios de las políticas públicas.
Dijo: “Lo importante no es ver quién genera el pronóstico más grave, o quién es capaz de infundir el mayor temor entre los mexicanos, sino qué es lo que cada quien, desde su trinchera y desde su responsabilidad… qué es lo que cada quien, desde su capacidad de acción, puede hacer por México para enfrentar la crisis”.
Reconoció el presidente que el gobierno “tiene la mayor responsabilidad” en esa tarea “y así lo hemos reconocido”, pero que también “es una responsabilidad compartida por todos”, en todos los ámbitos.
Así, remató, “pienso que todos estamos obligados a apoyar a México, particularmente en estos momentos de dificultad y en especial quienes más hemos recibido de esta gran nación”.
La elipsis fue clara: a Slim se le ha dado todo, ha sido uno de los grandes beneficiarios del país, pero no actúa en consecuencia: no apoya al país que lo hizo multimillonario.
Discrepancias
Calderón dio así un giro brusco en su relación con el magnate, al que llegó a calificar de “mexicano ejemplar”, “gran empresario respetable y responsable, visionario”.
O, en todo caso, Calderón regresó a la percepción real que siempre ha tenido de Carlos Slim: un empresario protegido por el gobierno, gran beneficiario de las políticas privatizadoras de los años noventa.
Al menos así lo señalaba cuando era un aguerrido y vehemente diputado federal. En la sesión del 2 de junio de 1992 –Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia–, se discutía en el pleno de la Cámara de Diputados sobre política económica. El diputado Calderón acusó:
La privatización de Teléfonos de Mexico (concretada un año antes) no fue “una privatización competitiva, sino una privatización monopólica, en un esquema que no es ni siquiera liberal o neoliberal, sino un sistema mercantilista orientado a proteger intereses económicos señalados y representados, en el caso de esa empresa, por el señor Carlos Slim y sus asociados”.
También: los esquemas de privatización, como el de Telmex, “en lugar de distribuir sus beneficios a la sociedad, han trasladado el control monopólico del poder económico del gobierno, a pequeños grupos de empresarios muy localizados”.
De hecho, Calderón mantuvo esa percepción hasta la época de las campañas presidenciales de 2006, durante las cuales mantuvo con Slim un trato seco, indiferente y discrepante, al menos en el discurso.
En su edición 1565, Proceso reseñó:
Durante las campañas, Slim no se cansaba de decir que los tres principales candidatos presidenciales (Madrazo, López Obrador y Calderón) estaban diciendo “puras tonterías”, que no proponían nada serio y que se la pasaban sacándose “los trapos sucios”. En fin, que no había a cuál irle.
Y Calderón, por su parte, cuando bravucón decía que Andrés Manuel López Obrador era “el más salinista de los salinistas”, le daba un repasón a Carlos Slim. “La verdad es que (López Obrador) tendría exactamente el mismo equipo que tuvo Salinas. Tendría a Manuel Camacho como operador político, ayudado por Ricardo Monreal; a Socorro Díaz en Comunicación; a Federico Arreola ahí, tratando de llevarla bien y peleándose con todo el mundo. Y de remate, su empresario favorito sería Carlos Slim”, dijo Calderón, en marzo, en una entrevista televisiva.
Es más, Felipe le reclamaba al empresario que se definiera, que dijera lo que pensaba realmente de López Obrador y que reconociera, inclusive, que el perredista era quien iba a detener el progreso y la capacidad del país de salir adelante.
Pasó el tiempo. Atrás quedaron campañas, agresivas como nunca; las elecciones cuestionadas; el país en vilo después de la jornada comicial y, finalmente, la decisión del Tribunal Electoral de nombrar a Calderón como presidente electo. Las cosas cambiaron: Calderón y Slim iniciaron el romance. El interés tiene pies, dice el proverbio.
Sí. Ahora Slim es, para Calderón, un mexicano ejemplar, gran empresario respetable y responsable, visionario. Y Felipe, para Slim, es un hombre que “sí tiene una idea clara para lograr un mayor crecimiento económico, como lo expone en su proyecto México 2030”. No sólo eso, sino que ahora resulta que desde la campaña Calderón planteaba “posiciones de fondo”, dijo Slim en su primera declaración pública después del 2 de julio, en la que de paso avaló el triunfo del panista y pintó su raya respecto de AMLO: “El candidato que ganó, Felipe Calderón, habló de ser el presidente del empleo. Yo estoy convencido de que la pobreza se combate con empleo”.
Pero el idilio se rompió el lunes 9. En el ínterin, Slim fue acompañante frecuente de Calderón en sus viajes internacionales. Era tal la relación, que Calderón llegó a abogar por el empresario cuando tenía dificultades con gobiernos de otros países.
Un ejemplo fue aquella llamada de Calderón al presidente de Ecuador, Rafael Correa, en mayo del año pasado, para que le hiciera un descuento en la renovación de la concesión de Porta, filial de América Móvil (Telcel), que en ese país, como en México, concentra el mayor número de clientes: 7.1 millones, contra 2.6 millones de la española Telefónica (Movistar).
La posición del gobierno ecuatoriano era: o América Móvil paga 500 millones de dólares por la renovación o se va del país. Con la intervención de Calderón –y así lo admitió públicamente el mandatario ecuatoriano–, la empresa de Slim logró quedarse… y con un descuento de 20 millones de dólares.
Pero el empresario cometió el pecado de ser “catastrofista” y abonar el pánico de la gente y la incertidumbre de los mercados, según la percepción del gobierno.
Los detractores del magnate se enfocaron en el discurso “catastrofista”, pero no negaron su contenido. Ni un dato aportaron para decir que las cosas no están tan mal.
Y para su muina, resulta que la realidad está resultando más cruda. El pesimista Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México, que ya había dicho que la economía se iba a caer hasta 1.8%, el martes pronosticó un severo retroceso de la actividad industrial y, dentro de ella, la industria automotriz experimentaría un desplome de la producción de 30% a 40%.
Se quedó corto: al día siguiente, la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA) dio los datos escalofriantes de enero: la producción se desplomó 51%; las ventas cayeron 28% y las exportaciones bajaron 57%.
Todavía el viernes 13, el Inegi dio a conocer los datos de empleo y ocupación en el último trimestre de 2008: se perdieron en el año 750 mil empleos; la tasa de desempleo pasó de 3.5% en el último trimestre de 2007 a 4.3% en el mismo período de 2008; es decir, casi 2 millones de personas en la calle, sin sustento.
Y a ellos se suman, según el Inegi, 3.1 millones de personas en el subempleo, con ingresos de sobrevivencia. Peor: la informalidad alcanza ya a 11.7 millones de personas, el 27% de la población ocupada.
La realidad, pues, está resultando más catastrofista.
*Tomado de la revista Proceso.
Aunque Carlos Slim y Felipe Calderón saben cuánto les conviene estar de acuerdo, cuando el magnate se atrevió a contradecir el optimismo decretado por el presidente sobre los efectos de la crisis en el empleo, medio gabinete se lanzó contra el dueño de Telmex. El PAN incluso amenazó con promover, ahora sí, medidas antimonopólicas... Y lo que pudo ser un debate interesante, se transformó en otra farsa preelectoral de temporada.
Al presidente Felipe Calderón le pasó con Carlos Slim lo que a Rafael Márquez, el capitán de la Selección nacional de futbol, con el portero estadunidense: ante la desesperación y la impotencia –ausentes los argumentos tácticos y mentales–, optó por el golpe bajo, la patada artera.
El lunes 9, durante su participación en el foro México ante la crisis. ¿Qué hacer para crecer?, al magnate se le ocurrió hacer un pronóstico muy severo para el futuro inmediato: “No cabe duda que el Producto Interno Bruto mexicano se va a desplomar, se va a caer, va a ser negativo, (que) ya (lo fue) desde el último trimestre del año pasado. No sabemos cuánto dure, pero va a ser muy fuerte el efecto”.
Y explicó por qué: el PIB “va a ser sustancialmente negativo por la caída del petróleo y de la exportación, entre otras cosas”.
Pero hizo un peor augurio: “Se va a caer el empleo, va a haber mucho desempleo; va a subir el desempleo como no teníamos noticia en nuestra vida personal desde los años treinta; van a quebrar empresas, muchas, chicas, medianas y grandes; van a cerrar los comercios; va a haber locales cerrados por todos lados, va a haber inmuebles vacíos”.
Y la puntilla: “Es una situación que va a ser delicada. No quiero ser catastrofista, pero hay que prepararse para prever y no estar viendo las consecuencias y después estar llorando”.
Hipersensible, Felipe Calderón reaccionó visceralmente ante ese pronóstico, pero sobre todo ante el término “catastrofista”, que asumió personalmente, pues apenas cuatro días antes, el jueves 5, en el marco de la ceremonia conmemorativa del 92 aniversario de la Constitución, había pedido justamente hacer a un lado el catastrofismo y el alarmismo.
Dijo en Querétaro: “No es tiempo de demeritar, sino de aportar. Valoramos la crítica, valoramos la crítica que orienta soluciones y el análisis que alerta responsablemente sobre riesgos latentes. Pero debemos rechazar todos el catastrofismo sin fundamento, particularmente ahora llevado a extremos absurdos, que daña sensiblemente al país, a su imagen internacional, ahuyenta inversiones y destruye los empleos que los mexicanos necesitan. Hagamos a un lado el alarmismo, que ignora los esfuerzos que todos hacemos por superar nuestros desafíos”.
Por eso, el “no quiero ser catastrofista” de Slim –que, aparte, nunca habla inocentemente– lo tomó el gobierno como agresión, y más porque semanas antes desde Los Pinos había salido una instrucción expresa para todas las dependencias públicas: bajar el tono cuando se hablara de la crisis, para evitar el pánico entre la población y la incertidumbre en los mercados financieros.
En consecuencia, desde el gobierno se soltó una fuerte andanada de críticas y cuestionamientos para el empresario, de la que dieron cuenta hasta la saciedad los medios informativos.
En la arremetida participaron todos, desde los secretarios Javier Lozano, del Trabajo, y Alberto Cárdenas, de Agricultura, el subsecretario de Hacienda, Alejandro Werner, y líderes legislativos del PAN, hasta el propio presidente Calderón y su partido.
No fue poco lo que le dijeron al magnate. Desde las expresiones floridas de Cárdenas, muy propias de él, de “que la boca se le haga chicharrón” a Slim, o que éste tiene “mala leche”, pues “quiere que le vaya mal al país” para aprovecharse y hacerse más rico; hasta calificativos de “cínico” (dice estar a favor de la competencia cuando él mismo la impide), que le endilgaron legisladores panistas, o de “exagerado” (el desempleo no será tan brutal ni se espera un desplome del PIB de 6% o 7% como en 1995), que le propinó el subsecretario Werner.
Pero el encargado gubernamental de confrontar a Slim fue el secretario Javier Lozano. En el marco del mismo foro en el que también participó el empresario; en entrevistas “banqueteras”, en apariciones en radio y televisión, y en una conferencia de prensa expresa para tal fin, la hizo –otra vez– de fajador oficial.
Dijo Lozano, en su típico estilo desmedido, que Slim debería hablar y criticar menos y contribuir más a superar la crisis. Que debe comprometerse a invertir más y a cuidar el empleo de los mexicanos. Que Slim es el segundo hombre más rico del mundo gracias a “las condiciones de nuestro mercado y de nuestra economía”.
También, que no hace nada para incentivar la competencia en el sector de telecomunicaciones. Que es un inconsciente, pues sus declaraciones “realmente pueden tener un impacto en las inversiones, en el empleo y en el ánimo de la gente”. Que… mil cosas más.
Y no tuvo empacho, Lozano, en interpretar la actitud de Slim como una estrategia “para obtener las modificaciones al título de concesión (de Telmex) que hasta ahora no se le han concedido para poder entrar a otros mercados (como la televisión de paga)”, o que sus dichos responden “al deseo de que las empresas se abaraten para luego comprarlas”.
Como parte de la embestida oficial, el Partido Acción Nacional anunció que en la próxima legislatura impulsará cambios –con dedicatoria para Carlos Slim– con el fin de combatir los monopolios en el país, para que “con la competencia económica podamos beneficiar a los consumidores con mejores productos y a más bajos precios”. Así lo dijo Rogelio Carbajal, secretario general del partido.
El propio presidente Calderón hizo lo suyo en la campaña contra el empresario. Lo acusó, entre líneas, de provocador, de infundir temor, de contribuir poco con la solución de la crisis… cuando él ha sido uno de los grandes beneficiarios de las políticas públicas.
Dijo: “Lo importante no es ver quién genera el pronóstico más grave, o quién es capaz de infundir el mayor temor entre los mexicanos, sino qué es lo que cada quien, desde su trinchera y desde su responsabilidad… qué es lo que cada quien, desde su capacidad de acción, puede hacer por México para enfrentar la crisis”.
Reconoció el presidente que el gobierno “tiene la mayor responsabilidad” en esa tarea “y así lo hemos reconocido”, pero que también “es una responsabilidad compartida por todos”, en todos los ámbitos.
Así, remató, “pienso que todos estamos obligados a apoyar a México, particularmente en estos momentos de dificultad y en especial quienes más hemos recibido de esta gran nación”.
La elipsis fue clara: a Slim se le ha dado todo, ha sido uno de los grandes beneficiarios del país, pero no actúa en consecuencia: no apoya al país que lo hizo multimillonario.
Discrepancias
Calderón dio así un giro brusco en su relación con el magnate, al que llegó a calificar de “mexicano ejemplar”, “gran empresario respetable y responsable, visionario”.
O, en todo caso, Calderón regresó a la percepción real que siempre ha tenido de Carlos Slim: un empresario protegido por el gobierno, gran beneficiario de las políticas privatizadoras de los años noventa.
Al menos así lo señalaba cuando era un aguerrido y vehemente diputado federal. En la sesión del 2 de junio de 1992 –Carlos Salinas de Gortari en la Presidencia–, se discutía en el pleno de la Cámara de Diputados sobre política económica. El diputado Calderón acusó:
La privatización de Teléfonos de Mexico (concretada un año antes) no fue “una privatización competitiva, sino una privatización monopólica, en un esquema que no es ni siquiera liberal o neoliberal, sino un sistema mercantilista orientado a proteger intereses económicos señalados y representados, en el caso de esa empresa, por el señor Carlos Slim y sus asociados”.
También: los esquemas de privatización, como el de Telmex, “en lugar de distribuir sus beneficios a la sociedad, han trasladado el control monopólico del poder económico del gobierno, a pequeños grupos de empresarios muy localizados”.
De hecho, Calderón mantuvo esa percepción hasta la época de las campañas presidenciales de 2006, durante las cuales mantuvo con Slim un trato seco, indiferente y discrepante, al menos en el discurso.
En su edición 1565, Proceso reseñó:
Durante las campañas, Slim no se cansaba de decir que los tres principales candidatos presidenciales (Madrazo, López Obrador y Calderón) estaban diciendo “puras tonterías”, que no proponían nada serio y que se la pasaban sacándose “los trapos sucios”. En fin, que no había a cuál irle.
Y Calderón, por su parte, cuando bravucón decía que Andrés Manuel López Obrador era “el más salinista de los salinistas”, le daba un repasón a Carlos Slim. “La verdad es que (López Obrador) tendría exactamente el mismo equipo que tuvo Salinas. Tendría a Manuel Camacho como operador político, ayudado por Ricardo Monreal; a Socorro Díaz en Comunicación; a Federico Arreola ahí, tratando de llevarla bien y peleándose con todo el mundo. Y de remate, su empresario favorito sería Carlos Slim”, dijo Calderón, en marzo, en una entrevista televisiva.
Es más, Felipe le reclamaba al empresario que se definiera, que dijera lo que pensaba realmente de López Obrador y que reconociera, inclusive, que el perredista era quien iba a detener el progreso y la capacidad del país de salir adelante.
Pasó el tiempo. Atrás quedaron campañas, agresivas como nunca; las elecciones cuestionadas; el país en vilo después de la jornada comicial y, finalmente, la decisión del Tribunal Electoral de nombrar a Calderón como presidente electo. Las cosas cambiaron: Calderón y Slim iniciaron el romance. El interés tiene pies, dice el proverbio.
Sí. Ahora Slim es, para Calderón, un mexicano ejemplar, gran empresario respetable y responsable, visionario. Y Felipe, para Slim, es un hombre que “sí tiene una idea clara para lograr un mayor crecimiento económico, como lo expone en su proyecto México 2030”. No sólo eso, sino que ahora resulta que desde la campaña Calderón planteaba “posiciones de fondo”, dijo Slim en su primera declaración pública después del 2 de julio, en la que de paso avaló el triunfo del panista y pintó su raya respecto de AMLO: “El candidato que ganó, Felipe Calderón, habló de ser el presidente del empleo. Yo estoy convencido de que la pobreza se combate con empleo”.
Pero el idilio se rompió el lunes 9. En el ínterin, Slim fue acompañante frecuente de Calderón en sus viajes internacionales. Era tal la relación, que Calderón llegó a abogar por el empresario cuando tenía dificultades con gobiernos de otros países.
Un ejemplo fue aquella llamada de Calderón al presidente de Ecuador, Rafael Correa, en mayo del año pasado, para que le hiciera un descuento en la renovación de la concesión de Porta, filial de América Móvil (Telcel), que en ese país, como en México, concentra el mayor número de clientes: 7.1 millones, contra 2.6 millones de la española Telefónica (Movistar).
La posición del gobierno ecuatoriano era: o América Móvil paga 500 millones de dólares por la renovación o se va del país. Con la intervención de Calderón –y así lo admitió públicamente el mandatario ecuatoriano–, la empresa de Slim logró quedarse… y con un descuento de 20 millones de dólares.
Pero el empresario cometió el pecado de ser “catastrofista” y abonar el pánico de la gente y la incertidumbre de los mercados, según la percepción del gobierno.
Los detractores del magnate se enfocaron en el discurso “catastrofista”, pero no negaron su contenido. Ni un dato aportaron para decir que las cosas no están tan mal.
Y para su muina, resulta que la realidad está resultando más cruda. El pesimista Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México, que ya había dicho que la economía se iba a caer hasta 1.8%, el martes pronosticó un severo retroceso de la actividad industrial y, dentro de ella, la industria automotriz experimentaría un desplome de la producción de 30% a 40%.
Se quedó corto: al día siguiente, la Asociación Mexicana de la Industria Automotriz (AMIA) dio los datos escalofriantes de enero: la producción se desplomó 51%; las ventas cayeron 28% y las exportaciones bajaron 57%.
Todavía el viernes 13, el Inegi dio a conocer los datos de empleo y ocupación en el último trimestre de 2008: se perdieron en el año 750 mil empleos; la tasa de desempleo pasó de 3.5% en el último trimestre de 2007 a 4.3% en el mismo período de 2008; es decir, casi 2 millones de personas en la calle, sin sustento.
Y a ellos se suman, según el Inegi, 3.1 millones de personas en el subempleo, con ingresos de sobrevivencia. Peor: la informalidad alcanza ya a 11.7 millones de personas, el 27% de la población ocupada.
La realidad, pues, está resultando más catastrofista.
*Tomado de la revista Proceso.
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