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domingo, agosto 08, 2010

últimos días de Nacho Coronel*


Tomado de La Jornada, Hernández.


Patricia Dávila



El sepelio de Ignacio Coronel Villarreal en Culiacán, Sinaloa, se realizó en medio de un despliegue militar parecido al del 29 de julio, cuando fue ejecutado en su residencia de Colinas de San Javier, en Zapopan, Jalisco. Quienes conocían al capo lo recuerdan como una persona de trato afable. Uno de ellos asegura incluso que sus últimas semanas las vivió recluido en su domicilio, pues temía que el Ejército lo detuviera. Lejos estaba Nacho Coronel de saber que la instrucción era liquidarlo.



CULIACÁN, SIN.- El ataúd era de metal con chapa de oro. Valuado en 65 mil dólares, esa tarde resplandecía tanto como el sol abrasador en esta región donde la temperatura rayaba los 48 grados centrígrados. En su interior yacía el cuerpo del narcotraficante Ignacio Coronel Villarreal. A su lado, el féretro de su sobrino Mario Carrasco Coronel, El Gallo, también de metal, aunque más sobrio, lo acompañó durante las exequias. Ambos murieron con horas de diferencia entre el 29 y el 30 de julio a manos del Ejército.

Identificado por la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés) como el tercero en el mando del cártel de Sinaloa, el cadáver de Nacho Coronel fue vestido de forma elegante: traje beige y camisa blanca; enmarcado su rostro por una barba oscura y abundante bigote. No hubo honras fúnebres.

Los cuerpos estuvieron tendidos en la sala Premier, la más grande de la funeraria Moreh, durante 15 horas. Los asistentes rezaron el rosario en cinco ocasiones y entonaron cánticos religiosos para acompañar la velación. Los féretros estuvieron abiertos todo el tiempo.

Apenas en diciembre pasado en esa funeraria, en el mismo velatorio y en la misma sala, estuvieron los restos de uno de los enemigos de Nacho Coronel: Héctor Beltrán, El Jefe de Jefes, ejecutado en Cuernavaca, Morelos, el día 16 de ese mes, por un grupo de marinos.

El entierro de Coronel fue en el panteón Jardines de Humaya en esta ciudad. Asistieron hombres, mujeres y niños de la sierra, del municipio de Canelas, Durango, lugar donde él nació. También había gente de Tamazula, donde la familia del difunto echó raíces. Los cuerpos de Nacho y El Gallo llegaron a la ciudad el martes 3 alrededor de las nueve de la noche. Los recibieron elementos del Ejército y, tras los trámites, los restos fueron trasladados a la funeraria. Eran ya las dos de la madrugada del miércoles 4.

Alrededor de 200 militares vigilaban la zona, lo que complicó el acceso al velatorio. El día del entierro se repitió la escena: camionetas pick up y vehículos artillados con soldados a bordo custodiaron los cuerpos hasta el panteón. El lugar fue sitiado por los uniformados, que en todo momento vigilaron el evento; algunos incluso tomaron fotos y lo grabaron.

El cortejo fúnebre llegó al panteón precedido por dos carrozas con los cuerpos de Nacho Coronel y su sobrino. Una era un lujoso Cadillac, la otra un BMW.

En la entrada del cementerio estaban dos orquestas que, apenas llegaron los ataúdes, interpretaron la canción Nadie es eterno en el mundo y se unieron al séquito para acompañar los cuerpos a sus tumbas: Cuando ustedes me estén despidiendo, con el último adiós de este mundo, no me lloren que nadie es eterno, nadie vuelve del sueño profundo… Después entonaron Te vas ángel mío.

Y se detuvieron frente a una pequeña y modesta capilla de cantera gris en la que yacen los cuerpos de Magdaleno Coronel Villarreal y de Raymundo Carrasco Coronel, hermano y primo de Nacho, respectivamente. Ambos fallecieron el 3 de junio de 1993; el primero tenía 33 años, el segundo 21.

Vestidas con pantalón de mezclilla y playera negra, con lentes oscuros, las mujeres de la familia Coronel despidieron a Nacho y a Mario con lágrimas, entre tragos de Buchanan’s 18. Antes de que el ataúd de Ignacio Coronel fuera depositado en la sepultura, uno de sus sobrinos, Ismael Coronel Carrizosa, vació una de las botellas sobre el féretro dorado.



El acoso al cártel del Pacífico



Propietario de casas y ranchos en Jalisco y otras entidades, Nacho Coronel empezó a tener problemas a finales de 2008. El 13 de noviembre, policías municipales de Tonalá detuvieron a José Joaquín Castillo Coronel y a 14 personas más, presuntamente ligados al cártel del Pacífico. La PGR informó que en ese operativo les aseguraron armas largas y cortas, cartuchos para R-15 y cuernos de chivo, así como varios vehículos.

Cuatro meses después, el 14 de marzo de 2009, en el municipio jalisciense de Tlajomulco de Zúñiga, efectivos de la 15 Región Militar capturaron a seis presuntos sicarios luego de un enfrentamiento con elementos del Ejército.

Uno de los detenidos se identificó como Javier Carrasco Meza, aunque la Secretaría de Seguridad Pública del estado detectó que se parecía a Ángel Carrasco Coronel, sobrino de Nacho Coronel. Siete días después, él y sus cinco compañeros quedaron libres por falta de pruebas.

Los golpes al entorno del cártel del Pacífico se intensificaron en los meses siguientes. El 15 de enero último, un grupo de sicarios se enfrentó a tiros con militares en Zapopan. En la refriega murió uno de los delincuentes y cinco más fueron aprehendidos. Las autoridades les confiscaron pistolas de alto poder, fusiles de grueso calibre, lanzagranadas y granadas, así como dólares y los vehículos en que viajaban.

Los detenidos fueron: Jesús Gutiérrez López, de 39 años, del poblado La Primavera, en Zapopan; Raymundo Larios Vizcarra, de 31 años, de Culiacán, Sinaloa; Ernesto Coronel Peña, de 46 años, y los hermanos José Jaime y Juan Ernesto Coronel Herrera. Los tres últimos, originarios del poblado La Mesa de Guadalupe, municipio de Canelas, Durango, y sobrinos de Nacho Coronel.

Pero el golpe que dobló al capo fue la muerte de su hijo Alejandro, a principios de abril pasado. Encabezados por José Luis Estrada, El Pepino, un grupo de 30 pistoleros de Los Zetas que se identificaron como policías llegaron al complejo turístico El Tigre e irrumpieron en el departamento 214 del condominio Green Bay, ubicado en Bahía de Banderas, Nayarit, y se llevaron al joven de 16 años y a uno de sus primos.

En el operativo murió Fernando Gurrola Coronado, exdirigente de la Federación de Estudiantes Universitarios. El capo reaccionó ese mismo día. Alrededor de 60 hombres armados del cártel del Pacífico se desplazaron al poblado San José de Costilla, en Jalisco, en 15 vehículos.

Pasadas las 11 de la noche de ese 5 de abril arribaron a una casa ubicada en las afueras de esa localidad y ametrallaron el inmueble. El resultado: 12 muertos. Los sicarios sacaron los cadáveres y los llevaron a una parcela. En el camino quedaron tres, todos tenían el tiro de gracia; los otro ocho quedaron calcinados en una camioneta Cheyenne.

Uno de los ejecutados era El Pepino, antiguo sicario del cártel de Sinaloa, organización que abandonó para unirse al grupo rival de Los Zetas.

Tras la muerte de su hijo Alejandro, Nacho Coronel “empezó a perder el control que tenía en el centro del corredor del Pacífico”, informó el semanario local RíoDoce en su edición que comenzó a circular el lunes 2.

Aun así, Nacho se lanzó contra Héctor Beltrán Leyva, El H, a quien acusó de la muerte de Alejandro Coronel. Envió un comando a Hermosillo, Sonora, para capturar a su rival. El 13 de abril los sicarios del cártel del Pacífico rodearon la residencia del H, ubicada a 300 metros del cuartel general de la Policía Estatal Preventiva y se llevaron como rehén a Clara Helena Laborín Archuleta, esposa del capo sinaloense.

El H no dio señales de vida. Seis días después, la señora fue liberada. Apareció en la esquina de Reforma y Luis Donaldo Colosio, aledañas a la Universidad de Sonora. Estaba atada de pies y manos y con vendas que le cubrían la mitad de la cara.

Junto a ella había tres mensajes dirigidos a Héctor Beltrán Leyva: “Nosotros te vamos a enseñar a ser hombre y a respetar a la familia, asesino de niños”, decía uno; “Aquí está tu esposa, por la que te negaste a responder. Te la entrego sana y salva para que veas y aprendas que para nosotros la familia es sagrada”, rezaba el segundo; y el último remataba: “Nosotros no matamos mujeres ni niños, únicamente vamos por el Hache, y el Dos Mil, así como por varios policías” (Proceso 1759).

Desde entonces la zona metropolitana de Guadalajara, controlada por Nacho Coronel, comenzó a calentarse por las aprehensiones de sicarios, los enfrentamientos con los cuerpos policiacos y con militares, las ejecuciones, cateos y decomisos de droga.



El despliegue militar



En su edición reciente, RíoDoce sostiene que Coronel Villarreal llevaba 15 días sin salir de su casa. Incluso mandaba pedir comida. Sabía que lo estaban esperando. El Ejército lo había detectado y sólo esperaba que se moviera para detenerlo. Una fuente consultada por Proceso que solicitó el anonimato confirma que las dos semanas previas a su ejecución Nacho Coronel temía que lo detuvieran.

Incluso, dice, solicitó asesoría legal: “Quiero saber qué puede pasar en caso de que me agarren”. Sus interlocutores le recomendaron irse a Sinaloa o Durango y construir una casa. Allá, le insistieron, estaría más seguro.

El día del operativo militar en Colinas de San Javier, Zapopan, los escoltas de Coronel observaron el despliegue militar y de inmediato se desplegaron en sus vehículos para impedir que las tropas entraran, aunque nunca pensaron que fueran por su jefe, admite la fuente.

“Nacho se quedó con un hombre (Irán Francisco Quiñones). Él no mató –agrega–. Mire, las órdenes del Ejército fueron precisas: destruir al enemigo, no capturarlo. Para justificar su muerte, le pusieron una pistola en la mano y jalaron el gatillo para que la prueba de radizonato de sodio saliera positiva.”

La gente que conoció a Nacho Coronel asegura que era un hombre de “buenos sentimientos”, muy humano. Siempre que podía ayudaba a la gente necesitada y siempre respetó a sus subalternos.

–Informes de autoridades de Estados Unidos indicaban que Coronel era un capo en ascenso –comenta la reportera a su entrevistado.

–Él tenía poder económico y carisma entre su gente. Los narcolancheros incluso vivían agradecidos con él; tenía estructura, capacidad económica e inteligencia para operar solo, pero era un hombre agradecido. Él jamás se iba a separar de Joaquín Guzmán ni del Mayo; era el responsable de la logística del cártel. Nunca los iba a traicionar.

“En 1993 tenían detenido a Nacho en Culiacán. En ese tiempo trabajaba para Amado Carrillo, pero lo dejó solo. Quien lo apoyó fue El Mayo; en agradecimiento se unió a él.”

En ese tiempo el jefe de investigaciones de la Policía Ministerial de Sinaloa era el comandante Francisco Javier Bojórquez Ruelas, quien encabezó un operativo para “atorar” el convoy con un cargamento. Los agentes se apostaron a 30 kilómetros al norte de Culiacán y bloquearon los vehículos. Junto con Nacho fueron detenidas otras nueve personas, a quienes les decomisaron 12 fusiles de asalto AK-47.

Y aunque Nacho ofreció dinero a Bojórquez Ruelas para que los dejara ir, el comandante le respondió: “No se puede, y menos ahora, porque ya llegaron los de la prensa”.

En esa ocasión los periodistas de El Debate y Noroeste andaban armados con escáneres para sintonizar las frecuencias de radio de los agentes; los fotógrafos llegaron al lugar y comenzaron a disparar sus cámaras. La fotografía de Nacho Coronel que ha dado la vuelta al mundo en los últimos días fue tomada en esa ocasión.

Horas después, un abogado de Guadalajara llegó a Culiacán para tramitar la liberación de Coronel, a quien se le acusaba de asociación delictuosa, portación de arma de fuego de uso exclusivo del Ejército e intento de soborno. Su defensor lo sacó tres días después.

El mismo litigante recorrió las redacciones de los diarios locales y ofreció dinero para que la nota no fuera publicada, o para que apareciera en un lugar discreto: no lo logró, pues la liberación de Coronel fue la nota principal. Meses después, el comandante Bojórquez Ruelas fue asesinado.

La riqueza y los bienes de Coronel están en Guadalajara. Su esposa, de quien no proporciona el nombre, vive en esa ciudad, aunque es originaria de Tamazula, Durango. El matrimonio procreó tres hijos.

–¿Quién va a suceder a Nacho? –pregunta la reportera a su entrevistado.

–Hay muchos, pues Nacho no sólo preparaba a su sobrino Mario.

–¿Existe la posibilidad de que El Mayo y El Chapo hayan entregado a Nacho?

–No. Lo mismo decían del Vicentillo (Zambada), pero no.


*Tomado de la revista Proceso.