Sobre el Día Mundial sin Tabaco*
Tomados de La Jornada, Hernández, Helguera, El Fisgón y Rocha.
Octavio Rodríguez Araujo
Sería buena idea que la doctora Guadalupe Ponciano Rodríguez y los demás médicos que se dicen especialistas en los efectos del tabaco en la salud demostraran científicamente que en México fallecen diariamente 165 personas por enfermedades relacionadas con el consumo del tabaco (60 mil 225 al año). Para otros especialistas fueron 54 mil, para el Instituto Nacional de Salud Pública entre 25 y 60 mil, y así podría citar más inconsistencias en los datos. Es una fortuna que los grupos científicos” antitabaco no estén encargados del censo de población o del padrón electoral. Unos dicen que hay 18 millones de fumadores, otros que son 17 millones y la Encuesta Global de Tabaquismo en Adultos (2009) ha señalado que son 10.9 millones. En una palabra, hablan por hablar y no revelan ni demuestran nada salvo sus imprecisiones.
Sobre los fallecimientos por enfermedades atribuidas al tabaquismo, me concreto al tema de los infartos, pues el espacio no me permite tocar otras casusas. Lo primero que los especialistas antitabaco tienen obligación de explicar es la metodología que han seguido para detectar que quienes murieron por un infarto fue por fumar y no por los efectos del colesterol “malo” (LDL) y los triglicéridos en su sistema vascular, por exceso de bebidas alcohólicas o por el estrés en que viven por la inseguridad, el tráfico de vehículos, por las jornadas extenuantes que se han implantado con el neoliberalismo o por carecer de empleo y, por lo tanto, de recursos para mantener decorosamente a su familia. ¿Realizaron autopsias a quienes murieron por un infarto para determinar cuáles fueron las razones para que el corazón fallara? ¿Revisaron su expediente para saber si no había predisposición genética en quienes sufrieron un infarto mortal –pues cualquier cardiólogo sabe que una persona tiene mayor probabilidad de desarrollar la enfermedad si alguien en la familia la ha padecido, especialmente si fue antes de los 50 años, y el riesgo aumenta a medida que se va envejeciendo–? ¿Cuántos de esos casos se debieron a la vejez, a diabetes mellitus o a obesidad y sedentarismo, fumaran o no fumaran? Hay más de 200 factores de riesgo que pueden provocar enfermedades cardiovasculares, y casi todos tienen que ver con la edad, los hábitos cotidianos y la forma en que vivimos. ¿Son tomados en cuenta para diagnosticar las causas de un infarto? ¿En dónde se hacen esos estudios, que serían fundamentales para la elaboración de las estadísticas para el caso? La mayor parte de los médicos serios y responsables (que son los menos) se conforma, en el mejor de los casos, con un breve cuestionario en el que se incluye la pregunta referida al consumo de tabaco. Si el paciente fuma y muere, ese cuestionario servirá de base para asociar estadísticamente el tabaco con la enfermedad que lo mató.
Asimismo, tienen que explicar por qué no todos los fumadores fallecen por un infarto y cuántos de los que sí sufrieron de una cardiopatía isquémica fumaban 10, 20 y más de 40 cigarrillos sin haber estado expuestos a grandes cantidades de contaminación ambiental como la que respiran quienes habitan en el Distrito Federal, Guadalajara u otras ciudades con niveles de contaminación semejantes.
Los que leemos y escuchamos las declaraciones de los médicos que militan en el antitabaquismo quisiéramos saber cuántos no fumadores murieron por un infarto y cuántos de los fumadores (cifras en las que tampoco hay acuerdo) murieron por lo mismo el año pasado, por ejemplo, y no por padecer placas de ateroma por exceso de partículas de lipoproteína de baja densidad en las paredes de sus arterias, o por los otros varios motivos ajenos al consumo de tabaco. Sabemos que en 2005 los mayores de 65 años de edad murieron tres veces más de enfermedades isquémicas del corazón que los comprendidos entre los 15 y 64 años, fumaran o no fumaran. De estos datos, nos tendrían que decir cuántos de los 39 mil 851 que murieron de infarto después de los 65 años de vida fumaban (y cuántos cigarros al día) y cuántos de los 13 mil 123 entre 15 y 64 años que murieron por la misma razón fumaban (y cuántos cigarros al día). Estos datos nos darían una cierta correlación, pero aun así sería insuficiente, pues habría que tomar en cuenta cómo andaban sus niveles de lipoproteínas de baja intensidad, si no eran obesos, si tenían niveles elevados de homocisteína, diabetes mellitus u otros factores de riesgo en ambos grupos de edad.
Se dice, asimismo, que el sector salud gasta 45 mil millones de pesos en el tratamiento de las tres principales enfermedades asociadas con el consumo de tabaco, es decir 17.4 por ciento del presupuesto del gobierno federal destinado a la salud en 2009, sin contar los egresos adicionales autorizados para el sector (casi 28 mil millones más). Por tal razón, quieren subir el precio de los cigarrillos de 8 a 10 pesos sobre el costo que ya tienen. Si los impuestos que se generan por el consumo de tabaco andan por los 27 mil millones de pesos, al subirle 10 pesos a la cajetilla se obtendrán 12 mil 750 millones de pesos adicionales, en el supuesto de que hay 17 millones de fumadores, ya que el mexicano consume 75 cajetillas promedio al año. Las cuentas no les cuadran, pero no importa. Lo que sí importa es que nadie ha demostrado que esas tres enfermedades (cáncer pulmonar, EPOC y padecimientos cardio y cerebrovasculares, según Ponciano) son realmente consecuencia del tabaco.
Un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública que cita la fundación dirigida por Sonia Meza señala que en 2008 (hace dos años) los costos de atención médica para el tratamiento de enfermedades relacionadas con el tabaco en México fueron de 75 mil 200 millones de pesos, 30 mil millones más que los calculados por la doctora Ponciano. Y el estudio mencionado estimó que los costos de tratamiento relacionados con el tabaco representan 10 por ciento de todos los costos de atención médica, basándose en el gasto total de salud. Si éste fue en 2009 de alrededor de 259 mil millones de pesos, entonces los gastos por los fumadores enfermos significarían 25 mil 900 millones de pesos y no 45 mil millones sólo por las tres principales enfermedades atribuidas al tabaco ni mucho menos los 75 mil millones que el mismo estudio cita como costos de esa atención médica a los fumadores enfermos. ¿A quién le creemos? A nadie, puesto que ni siquiera se ponen de acuerdo. Lo que hacen es manipular, inventar las cifras o repetir las que más les convienen.
Desafío a los médicos y grupos antitabaco a que demuestren sus afirmaciones y sus datos, así como la metodología que usaron para llegar a ellos. Si no lo hacen los seguiré acusando de inconsistentes, exagerados y hasta mentirosos.
PD: La doctora Ponciano Rodríguez ha dicho en entrevista (Excélsior 1/6/10) que los cigarros electrónicos tienen etilenglicol. Falso. Tienen propilenglicol. Mejor que hable de algo que sí sepa.
Sería buena idea que la doctora Guadalupe Ponciano Rodríguez y los demás médicos que se dicen especialistas en los efectos del tabaco en la salud demostraran científicamente que en México fallecen diariamente 165 personas por enfermedades relacionadas con el consumo del tabaco (60 mil 225 al año). Para otros especialistas fueron 54 mil, para el Instituto Nacional de Salud Pública entre 25 y 60 mil, y así podría citar más inconsistencias en los datos. Es una fortuna que los grupos científicos” antitabaco no estén encargados del censo de población o del padrón electoral. Unos dicen que hay 18 millones de fumadores, otros que son 17 millones y la Encuesta Global de Tabaquismo en Adultos (2009) ha señalado que son 10.9 millones. En una palabra, hablan por hablar y no revelan ni demuestran nada salvo sus imprecisiones.
Sobre los fallecimientos por enfermedades atribuidas al tabaquismo, me concreto al tema de los infartos, pues el espacio no me permite tocar otras casusas. Lo primero que los especialistas antitabaco tienen obligación de explicar es la metodología que han seguido para detectar que quienes murieron por un infarto fue por fumar y no por los efectos del colesterol “malo” (LDL) y los triglicéridos en su sistema vascular, por exceso de bebidas alcohólicas o por el estrés en que viven por la inseguridad, el tráfico de vehículos, por las jornadas extenuantes que se han implantado con el neoliberalismo o por carecer de empleo y, por lo tanto, de recursos para mantener decorosamente a su familia. ¿Realizaron autopsias a quienes murieron por un infarto para determinar cuáles fueron las razones para que el corazón fallara? ¿Revisaron su expediente para saber si no había predisposición genética en quienes sufrieron un infarto mortal –pues cualquier cardiólogo sabe que una persona tiene mayor probabilidad de desarrollar la enfermedad si alguien en la familia la ha padecido, especialmente si fue antes de los 50 años, y el riesgo aumenta a medida que se va envejeciendo–? ¿Cuántos de esos casos se debieron a la vejez, a diabetes mellitus o a obesidad y sedentarismo, fumaran o no fumaran? Hay más de 200 factores de riesgo que pueden provocar enfermedades cardiovasculares, y casi todos tienen que ver con la edad, los hábitos cotidianos y la forma en que vivimos. ¿Son tomados en cuenta para diagnosticar las causas de un infarto? ¿En dónde se hacen esos estudios, que serían fundamentales para la elaboración de las estadísticas para el caso? La mayor parte de los médicos serios y responsables (que son los menos) se conforma, en el mejor de los casos, con un breve cuestionario en el que se incluye la pregunta referida al consumo de tabaco. Si el paciente fuma y muere, ese cuestionario servirá de base para asociar estadísticamente el tabaco con la enfermedad que lo mató.
Asimismo, tienen que explicar por qué no todos los fumadores fallecen por un infarto y cuántos de los que sí sufrieron de una cardiopatía isquémica fumaban 10, 20 y más de 40 cigarrillos sin haber estado expuestos a grandes cantidades de contaminación ambiental como la que respiran quienes habitan en el Distrito Federal, Guadalajara u otras ciudades con niveles de contaminación semejantes.
Los que leemos y escuchamos las declaraciones de los médicos que militan en el antitabaquismo quisiéramos saber cuántos no fumadores murieron por un infarto y cuántos de los fumadores (cifras en las que tampoco hay acuerdo) murieron por lo mismo el año pasado, por ejemplo, y no por padecer placas de ateroma por exceso de partículas de lipoproteína de baja densidad en las paredes de sus arterias, o por los otros varios motivos ajenos al consumo de tabaco. Sabemos que en 2005 los mayores de 65 años de edad murieron tres veces más de enfermedades isquémicas del corazón que los comprendidos entre los 15 y 64 años, fumaran o no fumaran. De estos datos, nos tendrían que decir cuántos de los 39 mil 851 que murieron de infarto después de los 65 años de vida fumaban (y cuántos cigarros al día) y cuántos de los 13 mil 123 entre 15 y 64 años que murieron por la misma razón fumaban (y cuántos cigarros al día). Estos datos nos darían una cierta correlación, pero aun así sería insuficiente, pues habría que tomar en cuenta cómo andaban sus niveles de lipoproteínas de baja intensidad, si no eran obesos, si tenían niveles elevados de homocisteína, diabetes mellitus u otros factores de riesgo en ambos grupos de edad.
Se dice, asimismo, que el sector salud gasta 45 mil millones de pesos en el tratamiento de las tres principales enfermedades asociadas con el consumo de tabaco, es decir 17.4 por ciento del presupuesto del gobierno federal destinado a la salud en 2009, sin contar los egresos adicionales autorizados para el sector (casi 28 mil millones más). Por tal razón, quieren subir el precio de los cigarrillos de 8 a 10 pesos sobre el costo que ya tienen. Si los impuestos que se generan por el consumo de tabaco andan por los 27 mil millones de pesos, al subirle 10 pesos a la cajetilla se obtendrán 12 mil 750 millones de pesos adicionales, en el supuesto de que hay 17 millones de fumadores, ya que el mexicano consume 75 cajetillas promedio al año. Las cuentas no les cuadran, pero no importa. Lo que sí importa es que nadie ha demostrado que esas tres enfermedades (cáncer pulmonar, EPOC y padecimientos cardio y cerebrovasculares, según Ponciano) son realmente consecuencia del tabaco.
Un estudio del Instituto Nacional de Salud Pública que cita la fundación dirigida por Sonia Meza señala que en 2008 (hace dos años) los costos de atención médica para el tratamiento de enfermedades relacionadas con el tabaco en México fueron de 75 mil 200 millones de pesos, 30 mil millones más que los calculados por la doctora Ponciano. Y el estudio mencionado estimó que los costos de tratamiento relacionados con el tabaco representan 10 por ciento de todos los costos de atención médica, basándose en el gasto total de salud. Si éste fue en 2009 de alrededor de 259 mil millones de pesos, entonces los gastos por los fumadores enfermos significarían 25 mil 900 millones de pesos y no 45 mil millones sólo por las tres principales enfermedades atribuidas al tabaco ni mucho menos los 75 mil millones que el mismo estudio cita como costos de esa atención médica a los fumadores enfermos. ¿A quién le creemos? A nadie, puesto que ni siquiera se ponen de acuerdo. Lo que hacen es manipular, inventar las cifras o repetir las que más les convienen.
Desafío a los médicos y grupos antitabaco a que demuestren sus afirmaciones y sus datos, así como la metodología que usaron para llegar a ellos. Si no lo hacen los seguiré acusando de inconsistentes, exagerados y hasta mentirosos.
PD: La doctora Ponciano Rodríguez ha dicho en entrevista (Excélsior 1/6/10) que los cigarros electrónicos tienen etilenglicol. Falso. Tienen propilenglicol. Mejor que hable de algo que sí sepa.
*Tomado de La Jornada.
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