En defensa de los partidos (¡gulp!)*
Tomados de La Jornada, Hernández, El Fisgón, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.
Octavio Rodríguez Araujo
De unos años para acá, y de manera especial en los meses recientes, se ha puesto de moda calificar de inservibles a los partidos políticos mexicanos. Y razones sobran. Sus dirigentes se han encargado de desprestigiarlos como si su interés primordial fuera propiciar la abstención en el país.
Como reacción a este fenómeno, que en buena medida no es exclusivo de la arena política mexicana, hay voces que claman por la ciudadanización de la política y prácticamente proponen la desaparición de los partidos políticos, “por inservibles”. La primera pregunta que me brinca es ¿de qué creen que están formados los partidos? ¿De marcianos? Los miembros de los partidos, tanto dirigentes como militantes de base, son ciudadanos, con similar calidad legal, moral y ética que quienes no militan en ninguna organización política. ¿O acaso se piensa que quienes no tienen militancia son arcángeles o querubines?
Se tiende a culpar a los partidos de las barbaridades que hacen sus dirigentes y se exculpa a sus militantes de base, en lugar de tomar en cuenta que la pasividad de éstos es lo que ha permitido que los dirigentes hagan lo que quieran, trampas incluidas. Se omite, asimismo, que la diferencia entre un ciudadano no militante en un partido y uno que sí lo es, radica en que el primero no se compromete con ninguna organización política (pero sí con otras), buena o mala, y el segundo sí. Está comprobado que quien milita en un partido tiene mayor compromiso y a veces mayor conciencia política que quien vive sólo para su trabajo, familia, cantina o televisión. El ciudadano común, no militante y sobre todo urbano es, además de mezquino, inmediatista y con alcances de miras muy limitados: su barrio, su comunidad, etcétera, que hace suyas sólo cuando carece de algo que en conjunto puede exigir (servicios, por ejemplo, o ayuda ante una catástrofe), pero que al mismo tiempo no se solidariza con las desgracias ajenas si él no las tiene.
Se apunta que los dirigentes de los partidos tienen intereses y que una vez empoderados, como está de moda decir, no quieren soltar su hueso. ¿Y quién no? ¿Acaso se piensa que los ciudadanos comunes no militantes no tienen intereses ni se dejan comprar si la oferta es buena y atractiva? ¿De quiénes creen –los defensores de la ciudadanización– que se nutren las organizaciones no gubernamentales de todo tipo y de diversas orientaciones políticas? ¿Y qué decir de los sindicatos empresariales como la Coparmex, la Concamin, la Concanaco, el Consejo Coordinador Empresarial y cientos más? ¿No son ciudadanos sus asociados? Y sin embargo, sus opiniones y sus convocatorias con frecuencia pesan más que las de quienes no son empresarios. ¿Y qué diríamos de los provida, de los católicos seculares fundamentalistas, de los enemigos del tabaco que digan lo que digan dan la nota en los periódicos, etcétera? Todos son ciudadanos, pero unos militan en partidos, otros en “causas nobles”, otros en movimientos “sociales” (como si hubiera otros), otros en grupos empresariales o en subcategorías como los Rotarios o los Caballeros de Colón, para no hablar de todos los religiosos sin hábito que militan en el Opus Dei o en los Legionarios de Cristo o en la Unión Nacional de Padres de Familia.
Los defensores de un México sin partidos y de candidaturas independientes parecen tener una noción muy irreal de la sociedad y de la ciudadanía. ¿Independientes de qué? ¿De los partidos? Éstos serían los menos. Los militantes de todos los partidos juntos, si acaso hubiera un padrón que los registrara puntualmente, no sumarían 10 por ciento de la población. Entre asociaciones civiles, organizaciones sociales y en general sitios no gubernamentales registrados en la Secretaría de Gobernación, hay miles, además de las no registradas, que las hay de todo y para todo, incluidas las mafias de literatos, científicos, etcétera, que niegan su existencia, pero ahí están y se expresan en los clubes (tampoco reconocidos) de elogios mutuos.
¿Se han puesto a pensar los defensores de las candidaturas independientes de qué están hablando? Mi primo Juan, que apenas conozco, pues tengo 35 años de no tratarlo, ¿podrá ser candidato independiente? ¿Candidato de quién, aparte de su esposa y sus tres hijos? Obviamente no, aunque quién sabe. Pero sí podría ser alguien que ha destacado en los medios de información-comunicación o por un puesto que tuvo o tiene en alguna universidad o en un grupo de interés conocido generalmente como ONG. En otros términos, los candidatos independientes, digamos para la Presidencia de la República, no pueden ser otros que los pertenecientes a las elites y no mi primo Juan. Y si aceptamos que Juan no tendría ninguna probabilidad de ser candidato o votado como tal si no pertenece a un partido y es propuesto por éste, tendríamos que concluir que los únicos que tendrían presencia electoral competitiva serían los notables. Y una democracia donde sólo tienen oportunidad los notables se denomina democracia de elites. Es más fácil que de un partido resulte como candidato mi primo Juan que de una preselección realizada por las elites no partidarias. Las oligarquías no sólo se dan en los partidos, también en la sociedad no partidaria, ¿o es lo mismo un dirigente del Consejo Coordinador Empresarial o un ex secretario de Estado que un dirigente de barrio que vende merengues y gelatinas para sobrevivir?
Los famosos, positiva o negativamente –porque los hay de los dos tipos–, se deben a los medios que los publicitan (mi primo Juan no ha salido ni en la sección de cartas de un periódico). Si de entre los famosos van a surgir los candidatos independientes, pues ya sabemos a quién se lo tendrían que agradecer: al medio que los hizo famosos y, en este país (es bueno no olvidarlo) los más famosos son los que aparecen en la televisión. ¿Estamos dispuestos a dejar que la Tv elija a los candidatos independientes, además de los partidarios? Y, la pregunta obligada, ¿quiénes les harán la campaña y con qué recursos?
Los partidos, con todos sus defectos, fueron inventados para las sociedades numerosas y complejas. Si no nos gustan los existentes, bien po-dríamos pensar en refundarlos de verdad o en fundar otro con gente menos tramposa en su dirección.
De unos años para acá, y de manera especial en los meses recientes, se ha puesto de moda calificar de inservibles a los partidos políticos mexicanos. Y razones sobran. Sus dirigentes se han encargado de desprestigiarlos como si su interés primordial fuera propiciar la abstención en el país.
Como reacción a este fenómeno, que en buena medida no es exclusivo de la arena política mexicana, hay voces que claman por la ciudadanización de la política y prácticamente proponen la desaparición de los partidos políticos, “por inservibles”. La primera pregunta que me brinca es ¿de qué creen que están formados los partidos? ¿De marcianos? Los miembros de los partidos, tanto dirigentes como militantes de base, son ciudadanos, con similar calidad legal, moral y ética que quienes no militan en ninguna organización política. ¿O acaso se piensa que quienes no tienen militancia son arcángeles o querubines?
Se tiende a culpar a los partidos de las barbaridades que hacen sus dirigentes y se exculpa a sus militantes de base, en lugar de tomar en cuenta que la pasividad de éstos es lo que ha permitido que los dirigentes hagan lo que quieran, trampas incluidas. Se omite, asimismo, que la diferencia entre un ciudadano no militante en un partido y uno que sí lo es, radica en que el primero no se compromete con ninguna organización política (pero sí con otras), buena o mala, y el segundo sí. Está comprobado que quien milita en un partido tiene mayor compromiso y a veces mayor conciencia política que quien vive sólo para su trabajo, familia, cantina o televisión. El ciudadano común, no militante y sobre todo urbano es, además de mezquino, inmediatista y con alcances de miras muy limitados: su barrio, su comunidad, etcétera, que hace suyas sólo cuando carece de algo que en conjunto puede exigir (servicios, por ejemplo, o ayuda ante una catástrofe), pero que al mismo tiempo no se solidariza con las desgracias ajenas si él no las tiene.
Se apunta que los dirigentes de los partidos tienen intereses y que una vez empoderados, como está de moda decir, no quieren soltar su hueso. ¿Y quién no? ¿Acaso se piensa que los ciudadanos comunes no militantes no tienen intereses ni se dejan comprar si la oferta es buena y atractiva? ¿De quiénes creen –los defensores de la ciudadanización– que se nutren las organizaciones no gubernamentales de todo tipo y de diversas orientaciones políticas? ¿Y qué decir de los sindicatos empresariales como la Coparmex, la Concamin, la Concanaco, el Consejo Coordinador Empresarial y cientos más? ¿No son ciudadanos sus asociados? Y sin embargo, sus opiniones y sus convocatorias con frecuencia pesan más que las de quienes no son empresarios. ¿Y qué diríamos de los provida, de los católicos seculares fundamentalistas, de los enemigos del tabaco que digan lo que digan dan la nota en los periódicos, etcétera? Todos son ciudadanos, pero unos militan en partidos, otros en “causas nobles”, otros en movimientos “sociales” (como si hubiera otros), otros en grupos empresariales o en subcategorías como los Rotarios o los Caballeros de Colón, para no hablar de todos los religiosos sin hábito que militan en el Opus Dei o en los Legionarios de Cristo o en la Unión Nacional de Padres de Familia.
Los defensores de un México sin partidos y de candidaturas independientes parecen tener una noción muy irreal de la sociedad y de la ciudadanía. ¿Independientes de qué? ¿De los partidos? Éstos serían los menos. Los militantes de todos los partidos juntos, si acaso hubiera un padrón que los registrara puntualmente, no sumarían 10 por ciento de la población. Entre asociaciones civiles, organizaciones sociales y en general sitios no gubernamentales registrados en la Secretaría de Gobernación, hay miles, además de las no registradas, que las hay de todo y para todo, incluidas las mafias de literatos, científicos, etcétera, que niegan su existencia, pero ahí están y se expresan en los clubes (tampoco reconocidos) de elogios mutuos.
¿Se han puesto a pensar los defensores de las candidaturas independientes de qué están hablando? Mi primo Juan, que apenas conozco, pues tengo 35 años de no tratarlo, ¿podrá ser candidato independiente? ¿Candidato de quién, aparte de su esposa y sus tres hijos? Obviamente no, aunque quién sabe. Pero sí podría ser alguien que ha destacado en los medios de información-comunicación o por un puesto que tuvo o tiene en alguna universidad o en un grupo de interés conocido generalmente como ONG. En otros términos, los candidatos independientes, digamos para la Presidencia de la República, no pueden ser otros que los pertenecientes a las elites y no mi primo Juan. Y si aceptamos que Juan no tendría ninguna probabilidad de ser candidato o votado como tal si no pertenece a un partido y es propuesto por éste, tendríamos que concluir que los únicos que tendrían presencia electoral competitiva serían los notables. Y una democracia donde sólo tienen oportunidad los notables se denomina democracia de elites. Es más fácil que de un partido resulte como candidato mi primo Juan que de una preselección realizada por las elites no partidarias. Las oligarquías no sólo se dan en los partidos, también en la sociedad no partidaria, ¿o es lo mismo un dirigente del Consejo Coordinador Empresarial o un ex secretario de Estado que un dirigente de barrio que vende merengues y gelatinas para sobrevivir?
Los famosos, positiva o negativamente –porque los hay de los dos tipos–, se deben a los medios que los publicitan (mi primo Juan no ha salido ni en la sección de cartas de un periódico). Si de entre los famosos van a surgir los candidatos independientes, pues ya sabemos a quién se lo tendrían que agradecer: al medio que los hizo famosos y, en este país (es bueno no olvidarlo) los más famosos son los que aparecen en la televisión. ¿Estamos dispuestos a dejar que la Tv elija a los candidatos independientes, además de los partidarios? Y, la pregunta obligada, ¿quiénes les harán la campaña y con qué recursos?
Los partidos, con todos sus defectos, fueron inventados para las sociedades numerosas y complejas. Si no nos gustan los existentes, bien po-dríamos pensar en refundarlos de verdad o en fundar otro con gente menos tramposa en su dirección.
*Tomado de La Jornada.
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