La revolución traicionada*
Bernardo Bátiz V.
La Revolución Mexicana la ganó en los campos de batalla el pueblo de México: primero, con Francisco I. Madero, que la inició con su Plan de San Luis el 20 de noviembre de 1910 en contra de Porfirio Díaz, quien ya viejo, pero fuerte aún, prefirió desterrarse a Francia para evitar males mayores. La segunda revolución que ganó, contra Victoriano Huerta, estuvo encabezada por Venustiano Carranza y muchos de los que apoyaron a Madero. Ejércitos populares de campesinos y trabajadores de todo el país pensaron que con estos dos triunfos en contra del Ejército federal daría inicio una nueva época en que la justicia y la igualdad fueran una realidad.
Algo se logró, especialmente en educación y reparto agrario; sin embargo, al correr del tiempo algunos de los mismos que iniciaron la lucha armada, y luego quienes se dijeron sus continuadores, abandonaron los principios por los que se peleó y al final acabaron traicionando abiertamente las banderas que el pueblo levantó en el movimiento armado.
Los principios de la Revolución son muchos, pero la tradición y un poder de síntesis, que es símbolo de la sabiduría popular, los encerró en unos cuantos lemas que todos conocemos: “Sufragio efectivo, no relección”, “Municipio libre”. “Tierra y libertad”, “Educación laica y gratuita”.
A los 99 años de iniciado el movimiento, si hacemos un balance retrospectivo, veremos que la Revolución Mexicana ha sido burlada, y sus lemas, que se siguen repitiendo, ya no tienen significado real en la vida cotidiana de nuestra nación. Quienes se dijeron sus continuadores, primero en el Partido Nacional Revolucionario, luego en el Partido de la Revolución Mexicana y finalmente en el Partido Revolucionario Institucional, simplemente cambiaron, como dijo alguien, el caballo por el cádilac, la ropa del campesino o del obrero por el casimir inglés y repitieron las estructuras de explotación, corrupción y oligarquía de los gobiernos en contra de los que pe-learon los caudillos Madero, Carranza, Zapata, Villa, Ángeles y algunos otros.
Lázaro Cárdenas trató de rescatar algunos de los valores por los que luchó el pueblo, principalmente los relacionados con la justicia social; sin embargo, por diversos motivos, a su esfuerzo sexenal no se le dio continuidad y se volvió del estilo de los grandes negocios, del compadrazgo entre funcionarios y empresarios, de la falsificación del voto, del engaño al pueblo y del fraude electoral y financiero. “El que miente roba”, decía un viejo maestro.
El sufragio efectivo sigue siendo una meta inalcanzable y acabamos de ser testigos del espectáculo vergonzoso del reparto del presupuesto con miras a la compra de votos; la falsificación de las elecciones es cada día más sofisticada, pero también más cínica, y el sufragio no es efectivo porque el pueblo es abrumado por propaganda falaz, comprometido por hambre y miseria, además de engañado con resultados alterados.
El municipio no es libre, y si bien en los dos sexenios pasados ya no es el presidente el que controla a los ayuntamientos, éstos dependen o bien de los recursos y favores de la Federación, como se hizo durante muchos años, o como ahora: del poder de los gobernadores, quienes manipulan el presupuesto federal por conducto de los diputados federales de sus estados y condicionan las participaciones municipales al control político. El municipio, que debiera ser la escuela fundamental de democracia, la autoridad más cercana a los ciudadanos, una especie de prolongación del hogar, lamentablemente es un nido de arbitrariedades, injusticias y negocios para quienes lo controlan.
Los campesinos no son dueños de su tierra más que de nombre, están abandonados y para sobrevivir tienen que emigrar a las ciudades o al extranjero; somos dependientes en materia alimentaria porque no hemos sabido o no hemos podido hacer de los campesinos una clase social digna que pueda vivir de su trabajo y a la vez producir para todos. Durante años se usó la organización campesina como una de las diversas fuerzas políticas de apoyo al partido oficial, pero se les esquilmó y postergó sin piedad; hoy, en la época del retorno al liberalismo capitalista, simplemente se les desprecia y se les abandona; a lo más, los partidos los recuerdan cuando las elecciones están encima y buscan sus votos a cambio de pequeñas dádivas que atenúan su miseria por algunos días.
La libertad es una ilusión en nuestro país; se han inventado nuevas formas de limitarla y coartarla. Los poderosos, política y económicamente hablando, cuentan hoy día con innumerables mecanismos para evitar que las personas actúen, trabajen, piensen y se expresen con libertad.
La necesidad de trabajo es uno de los instrumentos más eficaces para anular la libertad; el actual gobierno la usó con los sindicalizados de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro; el chantaje no fue ni siquiera disimulado: “si quieres comer, tienes que aceptar el atropello”. Los mismos legisladores han perdido su libertad como parlamentarios al tener que escabullirse de la sesión para no votar en contra de lo que los grandes empresarios de los medios de comunicación esperan, y en todos los ambientes –públicos y privados– se exige la incondicionalidad, y a veces hasta el servilismo para mantenerse en el trabajo.
En resumen, no hay tierra ni libertad, no hay sufragio efectivo, no hay municipio libre, no hay educación pública y gratuita para todos, y es evidente que la Revolución traicionada clama por otra, ésta incruenta, pero que rescate los ideales incumplidos de la de 1910. Para ello se requieren convicciones, que si bien fueron traicionadas, no han sido abandonadas ni olvidadas por la gente; se requiere también confianza en el poder ciudadano y organización, mucha organización.
jusbbv@hotmail.com
*Tomado de La Jornada.
La Revolución Mexicana la ganó en los campos de batalla el pueblo de México: primero, con Francisco I. Madero, que la inició con su Plan de San Luis el 20 de noviembre de 1910 en contra de Porfirio Díaz, quien ya viejo, pero fuerte aún, prefirió desterrarse a Francia para evitar males mayores. La segunda revolución que ganó, contra Victoriano Huerta, estuvo encabezada por Venustiano Carranza y muchos de los que apoyaron a Madero. Ejércitos populares de campesinos y trabajadores de todo el país pensaron que con estos dos triunfos en contra del Ejército federal daría inicio una nueva época en que la justicia y la igualdad fueran una realidad.
Algo se logró, especialmente en educación y reparto agrario; sin embargo, al correr del tiempo algunos de los mismos que iniciaron la lucha armada, y luego quienes se dijeron sus continuadores, abandonaron los principios por los que se peleó y al final acabaron traicionando abiertamente las banderas que el pueblo levantó en el movimiento armado.
Los principios de la Revolución son muchos, pero la tradición y un poder de síntesis, que es símbolo de la sabiduría popular, los encerró en unos cuantos lemas que todos conocemos: “Sufragio efectivo, no relección”, “Municipio libre”. “Tierra y libertad”, “Educación laica y gratuita”.
A los 99 años de iniciado el movimiento, si hacemos un balance retrospectivo, veremos que la Revolución Mexicana ha sido burlada, y sus lemas, que se siguen repitiendo, ya no tienen significado real en la vida cotidiana de nuestra nación. Quienes se dijeron sus continuadores, primero en el Partido Nacional Revolucionario, luego en el Partido de la Revolución Mexicana y finalmente en el Partido Revolucionario Institucional, simplemente cambiaron, como dijo alguien, el caballo por el cádilac, la ropa del campesino o del obrero por el casimir inglés y repitieron las estructuras de explotación, corrupción y oligarquía de los gobiernos en contra de los que pe-learon los caudillos Madero, Carranza, Zapata, Villa, Ángeles y algunos otros.
Lázaro Cárdenas trató de rescatar algunos de los valores por los que luchó el pueblo, principalmente los relacionados con la justicia social; sin embargo, por diversos motivos, a su esfuerzo sexenal no se le dio continuidad y se volvió del estilo de los grandes negocios, del compadrazgo entre funcionarios y empresarios, de la falsificación del voto, del engaño al pueblo y del fraude electoral y financiero. “El que miente roba”, decía un viejo maestro.
El sufragio efectivo sigue siendo una meta inalcanzable y acabamos de ser testigos del espectáculo vergonzoso del reparto del presupuesto con miras a la compra de votos; la falsificación de las elecciones es cada día más sofisticada, pero también más cínica, y el sufragio no es efectivo porque el pueblo es abrumado por propaganda falaz, comprometido por hambre y miseria, además de engañado con resultados alterados.
El municipio no es libre, y si bien en los dos sexenios pasados ya no es el presidente el que controla a los ayuntamientos, éstos dependen o bien de los recursos y favores de la Federación, como se hizo durante muchos años, o como ahora: del poder de los gobernadores, quienes manipulan el presupuesto federal por conducto de los diputados federales de sus estados y condicionan las participaciones municipales al control político. El municipio, que debiera ser la escuela fundamental de democracia, la autoridad más cercana a los ciudadanos, una especie de prolongación del hogar, lamentablemente es un nido de arbitrariedades, injusticias y negocios para quienes lo controlan.
Los campesinos no son dueños de su tierra más que de nombre, están abandonados y para sobrevivir tienen que emigrar a las ciudades o al extranjero; somos dependientes en materia alimentaria porque no hemos sabido o no hemos podido hacer de los campesinos una clase social digna que pueda vivir de su trabajo y a la vez producir para todos. Durante años se usó la organización campesina como una de las diversas fuerzas políticas de apoyo al partido oficial, pero se les esquilmó y postergó sin piedad; hoy, en la época del retorno al liberalismo capitalista, simplemente se les desprecia y se les abandona; a lo más, los partidos los recuerdan cuando las elecciones están encima y buscan sus votos a cambio de pequeñas dádivas que atenúan su miseria por algunos días.
La libertad es una ilusión en nuestro país; se han inventado nuevas formas de limitarla y coartarla. Los poderosos, política y económicamente hablando, cuentan hoy día con innumerables mecanismos para evitar que las personas actúen, trabajen, piensen y se expresen con libertad.
La necesidad de trabajo es uno de los instrumentos más eficaces para anular la libertad; el actual gobierno la usó con los sindicalizados de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro; el chantaje no fue ni siquiera disimulado: “si quieres comer, tienes que aceptar el atropello”. Los mismos legisladores han perdido su libertad como parlamentarios al tener que escabullirse de la sesión para no votar en contra de lo que los grandes empresarios de los medios de comunicación esperan, y en todos los ambientes –públicos y privados– se exige la incondicionalidad, y a veces hasta el servilismo para mantenerse en el trabajo.
En resumen, no hay tierra ni libertad, no hay sufragio efectivo, no hay municipio libre, no hay educación pública y gratuita para todos, y es evidente que la Revolución traicionada clama por otra, ésta incruenta, pero que rescate los ideales incumplidos de la de 1910. Para ello se requieren convicciones, que si bien fueron traicionadas, no han sido abandonadas ni olvidadas por la gente; se requiere también confianza en el poder ciudadano y organización, mucha organización.
jusbbv@hotmail.com
*Tomado de La Jornada.
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