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lunes, marzo 02, 2009

“Apenas para comer unos días”*








Tomados de La Jornada, Helguera, Hernández y Rocha y El Universal, Helioflores.


MARCELA TURATI

En todo el país aumentan los robos a trenes, en especial los que transportan maíz. Las empresas Ferromex y Kansas City Southern de México reportan constantes asaltos y robos, especialmente en los alrededores de Celaya, Guanajuato. Fue ahí donde el presidente Felipe Calderón presentó la semana pasada el proyecto del Libramiento Ferroviario, indiferente a los asaltos, a la violencia policiaca, al peligro que corren diariamente los empleados ferrocarrileros y al hambre de los habitantes de las colonias marginadas.

CELAYA, GTO.- María Jacoba Almanza comienza a salivar cuando pasa por las vías del tren. El camino está tapizado de granos de maíz en vez de piedras, y ella hambrienta.

–¡Mira qué bien harto de máiz! ¡Y ése es trigo, y ésa es cebada, verdad! –dice emocionada a su nuera, al nieto y a la vecina que la acompañan por esas dunas a veces amarillas y a veces rojas. Se agacha, toma un puño de granos con el cuidado de quien encuentra un tesoro, y le sopla para quitarle el polvo. Empieza a hablar de las tortillas que podría cocinar con ese revoltijo de granos y piedras.

–No agarre, al rato que nos trasculquen los policías nos lo van a sacar –le advierte su nuera, que está flaca y lleva una bebé en brazos.

Mientras más avanzan, más aumenta el coraje de doña Jacoba.

–¿En qué les perjudica que levántenos todos esos granitos, los cuélemos, lo muélanos y nos háganos unas gorditas? Como si a la gente pobre no nos hiciera falta. Nos tratan como perros, y no, no somos rateros, somos pepenadores –alega la doña furiosa; en la mano lleva una camiseta gris con manchas de sangre. Es de su hijo Jorge Arturo Almanza, encarcelado en el último operativo de policías municipales, estatales y federales contra las mafias de los robamáiz –como pronuncia ella–, que terminó convertido en razzia donde agarraron parejo.
La vigilancia comenzó un día después de que en las noticias aparecieron imágenes de cientos de celayenses esculcando trenes y llevándose sus cargamentos.

Los operativos policiacos multicorporaciones son nuevos en Celaya; no así la extraña tolerancia de la empresa Ferromex, de su guardia de seguridad privada y de la policía hacia los asaltos a los vagones. Tampoco la encarceladera de pobres.

El sol cala. Ellas atraviesan las vías, apuradas. Querían llenar sus bultos de maíz, pero se arrepienten cuando unos chamacos atontados por “el diablo” que inhalan les exigen 30 pesos por recoger el cargamento tirado en sus territorios.

Es el kilómetro 289, colonia La Guajolota, y ellas son de la Santa Rita, donde el tren, avaro, no avienta nada.

Kilómetro 288. Cuauhtémoc

Vistas sus caras en el periódico, la banda de los robamáiz luce peligrosa. Son hombres despeinados –uno con un ojo hinchado, otro con el labio partido– y tres greñeros de mujeres capturados en flagrancia el martes 10 de febrero, en pleno saqueo a trenes de Ferromex.

Según reportaron los diarios, tenían un cargamento de 140 costales de maíz, 10 de alimentos y 25 varillas en una camioneta gris estacionada en los alrededores. Según dicen esos diarios, salieron libres porque pagaron una fianza.

“Llevan 15 días encerrados, los sacaron de la casa y de otros lugares, los están dando como banda organizada y naiden se conocen”, dice Rosa María Cerritos, la joven de 25 años que abre en la casa con paredes de ladrillo pelón y chorreadas de cemento petrificado, en la calle Avestruz. De ahí la policía sacó a su mamá, María Gasca (la mujer que los diarios señalan como la lideresa de la colonia Cuauhtémoc y posiblemente de los asaltatrenes) y a su hermano Gabriel, que esperaba acostado en la cama a que desocuparan el baño. Ella tuvo que llevarle zapatos a los separos, pues lo sacaron descalzo.

La misma Rosa fue detenida el día que “llegaron hartas patrullas”, “echaron varios balazos” y detuvieron gente.

“No estábamos haciendo nada malo, lo único malo es vivir junto a las vías”, dice. Y para probar los abusos policiacos muestra su pie hinchado, la puerta de lámina “desensoldada” y la queja que presentó ante la Subprocuraduría de Derechos Humanos y el municipio. En este documento se lee un resumen de los hechos:

Llo iba a la tienda por un jabón para lavar fue en esos momentos que los policías me detienen y me empiesan a golpear y me suben a la patrulla con otros porque supuestamente habíamos rrobado semilla del tren (…) y me permiten salir porque observaron los golpes que me abían dado.

Mientras se toca el cuello, Rosa María dice que la soltaron en el Ministerio Público porque una mujer policía que la quería ahorcar le dejó marcas en el “pescuezo” (“no me jaló el cuerito, nomás me dejó sangre molida, luego me esposaron entre cuatro y me metieron a la patrulla”), y ya dentro del auto conoció al resto de los miembros de la supuesta banda de su madre: unos albañiles de la colonia Santa Rita, capturados cuando “iban a un colado” y no estaban cerca de las vías.

La gente dice que los agarraron porque traían la ropa llena de polvo blanco, el rastro que deja el maíz, aunque en su caso se trataba de cal.

A Rosa Gabriela Moreno se la llevaron por documentar los abusos, según se lee en otra queja levantada por la madre de la detenida, y en la que argumenta:

Los policías se metían al domicilio de los Cerritos y como los empesó a grabar con su celular porque vió cómo los golpeaban a sus vecinos, siendo esto lo que ocacionó el enojo de los policías (…) expresando uno de ellos sube a esa vieja por chismosa (…) la consignan a mi hija de forma infundada diciendo que ella participó en el rrobo de semillas al tren.
José Carmen Gutiérrez, el esposo de Rosa, la vecina metiche, alega que ella iba a una junta del kínder cuando se detuvo a tomar fotos; el tren llevaba dos horas parado.

“Hasta se regresó para decirme que no saliera, que estaban agarrando parejo”, dice. Para corroborarlo muestra a esta reportera un cartón donde se lee el nombre de su hijo como alumno del kínder Gabilondo Soler.

“No hay manera de sacarla, los están acusando de pandillerismo. Hay puras anomalías. Yo siento que los de las empresas de ferrocarriles, como ya tienen a unas personas, se quieren desquitar de todos. Y hasta siguen los robos”, alega.

El campesino Erasmo Catro –camisa de Halls, pantalón descosido– carga unas fotos donde se ve a su esposa María Rebeca Guerrero (promotora del programa Oportunidades en la colonia) meticheando con una vecina desde el portón de su casa, y no se da cuenta que un policía está a punto de agarrarla.

Pronto la entrevista con la familia Cerritos se convierte en un desahogadero de vecinos que llegan a su casa a relatar abusos policiacos. Como el de la adolescente Teresa Ferrer, a quien aventaron unos policías que se metieron a su casa para capturar a su hermano, y del jalón aventó a su bebé, que se golpeó en la cabeza (“estaba como trabándose”, dice la mamá-niña todavía asustada) y terminó en el hospital.

La entrevista se vuelve un coro de lamentos.

“El tren ya viene abierto de otras colonias, aquí hace el tiradero y nos acusan… Andaban dos viejitos en la pepenada y se los llevaron… Los policías llegan echando balazos… Nos gritan ‘rateras, muertas de hambre’ y muchas, hartas cosas… Se llevaron al Gansito por cruzar la vía… Dejan llevar granos a los que pagan… De Ferrocarriles se quieren desquitar con nosotros…”

Tramo 0. Ferromex

La orden que tienen todos los maquinistas de Ferromex es cruzar Celaya a 20 kilómetros por hora para no atropellar a nadie. Pero el 24 y el 25 de febrero recibieron la instrucción de no pitar para no incomodar a Felipe Calderón, de visita a la ciudad para presentar el Libramiento Ferroviario o Ferriférico, el proyecto para sacar las vías de la ciudad a fin de evitar embotellamientos y saqueos, así como, de paso, la concentración de migrantes hondureños en la ciudad. Durante el anuncio de la inversión de 4 mil millones de pesos en ese proyecto, Calderón estuvo acompañado por representantes de Ferromex y Kansas City Southern de México.

La semana pasada, la Comisión Federal de Competencia impuso una sanción económica récord a Ferromex y Ferrosur, subsidiarias del Grupo México y del Grupo Carso, por incurrir en prácticas monopólicas absolutas, por “(coludirse) para intercambiar información con el fin de fijar precios por los servicios de transportación ferroviaria que prestan ambas compañías”, indicó un comunicado de Kansas.

Al Grupo México se le acusa de la muerte de 65 mineros en Pasta de Conchos por falta de inversión en medidas de seguridad.

Durante la estancia del presidente Calderón, a los pobres se les prohibió acercarse a los granos acumulados en las vías.

“El robo lleva desde 2007, empezó con robo hormiga de la chatarra que venía a DeAcero, y como no hubo ninguna denuncia de la empresa los detenidos regresaban y empezaron a abrir todos los vagones. La policía nomás veía”, dice un empleado de las oficinas de Ferromex, quien pidió no publicar su nombre.

Cuando se armó el borlote por el saqueadero reciente de trenes, la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin) pidió llevar policías armados en los vagones, al estilo del Viejo Oeste en un intento de repeler a los “pieles rojas”.

Al pasar lento el tren por Celaya suben personas a cortar las mangueras del aire o cerrar las llaves que frenan los carros. Otros abren las góndolas. Los niños palean los granos para que no se traben. Entre todos recogen el chorreadero de semillas. El tren tiene que frenar para no descarrilarse.

A la altura de las colonias Santa Teresita (conocida también como La Guajolota), Emiliano Zapata, Cuauhtémoc, Tierra y Libertad, Mariscala, Héroes de Nacozari, y el tramo Villagrán-Celaya-Salamanca, roban chatarra, varilla, cajas de juguetes, papel higiénico, anclas, semillas, azúcar, leche, refrigeradores, fayuca, polietileno...

“A los de Ferromex sí los roban, a los de Kansas no. Cuando robaron a los de Kansas, ‘los pollos’ –así decimos a los de seguridad de Kansas porque se visten de amarillo– fueron a la vecindad de los ratas a pasearse y a poner unas patadas, y los abogados se pusieron listos. No les volvieron a robar”, dice el empleado de Ferromex.

En el edificio contiguo, que luce como escuela abandonada, con cristales rotos y escurridero de agua en el piso, están los guardias de la compañía privada Eulen, encargados de evitar los asaltos. En este momento están sentados, platicando. Ellos han sido sorprendidos robando trenes. No quieren dejarse entrevistar. No están sus jefes.

En Ferromex no hay conductor, maquinista o garrotero que no tenga un relato peliculesco:
–Antes los niños nos decían adiós, ahora nos agarran a pedradas –dice un maquinista.
–En La Guajolota vive El Calavera, se dedica a parar trenes y entre todos le hacen su cooperación –dice un garrotero.

–La plaga de gente nos tira pedradas, ponen bardas de ladrillos en las vías, nos arrojan botellas con gasolina, hasta a balazos han querido frenarnos, y no conformes vienen a la máquina a quitarnos dinero, relojes, celulares –dice un maquinista que muestra las rejas de protección que tuvieron que instalar alrededor de los vidrios de la cabina, como si fueran taxis defeños.

–A un chavo el tren se lo tragó, lo partió, y el mismo día del velorio nomás escucharon que pasaba un tren con cemento y todos se dejaron ir. Ni eso respetaron. Un día abrieron el tren a hachazos.

–Cuando cortaron el tren en Crespo avisé a la estación por radio: “Estos pinches rateros ya nos tiraron el tren”, y uno de ellos mismos me contestó por la misma frecuencia: “¿Qué traes contra nosotros, cuáles pinches rateros?, orita vas a ver, ya sabemos quién eres”. ¡Nos tienen intervenidos!

Las banquetas de las colonias colindan con las vías. Se ven personas sentadas en la banqueta mirando el paso del tren como si estuvieran en el cine. Algunos hasta colocaron puestos de golosinas.

“Tuvimos trenes parados, rodeados por unas 300 gentes hasta por 10 horas. El tráfico de la ciudad, parado. Esos días casi nos poníamos a llorar. El 11 de febrero nos pegaron fuerte: de 12 trenes nos vandalizaron los 12”, dice el empleado de Ferromex.

El Día del Amor y la Amistad entraron por fin la Policía Federal, la AFI y la Ministerial a poner orden, sin gestos amigables.

Tramo 234. Poblado de Crespo

Un joven, que supervisa cómo su esposa recoge los granos del piso, comenta socarrón: “Mejor nos dedicamos a robar al tren porque no hay trabajo”.

Quienes lo escuchan se paralizan. Dejan de recoger maíz. Contienen el aire. Luego sueltan la carcajada y siguen pepenando. El otro sigue hablando:

“Yo era chatarrero. La policía nos cobraba mil pesos por dejarnos bajar chatarra media hora y le dábamos mil al maquinista; si te pasabas de tiempo, al bote. Ahora ya no conviene.”
Explica que la chatarra dejó de ser negocio cuando su precio se desplomó, hace cinco meses. Al escuchar su confesión varias señoras jalan sus cubetas llenas de granos y se sientan más lejos.

“Da coraje que detienen pura gente que vive de pepenar y no a los que los abren (los trenes). Lo que quieren es quedar bien con el jefe. Llevan a la gente que ni la debe, cobran sus multísimas y tienes que conseguir prestado para salir de la cárcel.”

Desde su oficina decorada con cabezas de venados disecadas, César Vázquez, director de Guardias Municipales, dice que los rateros son jóvenes de entre 12 y 17 años que han introducido al negocio a mujeres y niños.

Dice que los saqueadores descalabran a los policías, estrellan los vidrios de las patrullas y abren zanjas para tronarles las llantas. Niega los cateos y los abusos policiacos.
“No lo hacen por hambre, lo hacen por ganar un peso. Venden el grano a diferentes acaparadores que les pagan una bicoca por cada costal y éstos lo venden a los tortilleros”, afirma.

Niega que la policía tolere los robos. Dice que no pueden dedicarse a escoltar los 30 trenes que pasan a diario. Desliza un dato que traslada la sospecha a otro sitio: “Ellos (los rateros) saben qué trenes van a detener porque en esas cuestiones a veces el maquinista les avisa”.
Aporta otro dato: “Más de 95% de los trenes robados son de Ferromex”. ¿Por qué?
“Ferromex no interpone quejas y querellas, Kansas sí, les pega con todo a los detenidos. Kansas nos avisa cuando va a pasar el tren para que le echemos la mano; Ferromex, cuando lo pararon”.

El sacerdote Rogelio Segundo, del templo de Tierras Negras, planta otra duda: ¿Por qué el tren pita a las dos de la mañana cuando pasa? ¿Para qué avisa? ¿Por qué los patrulleros nomás miran?

Antonio Rodríguez, el coordinador de Participación Ciudadana, explica que la mayoría de las colonias conflictivas son de extrema pobreza, lo que se traduce en violencia intrafamiliar, desempleo, carencia de servicios y desnutrición. Dice que los jóvenes que roban invierten lo ganado en drogas y se hacen adictos desde los 10 años. Está preocupado porque los niños ven el robo del tren como un oficio hereditario.

El antropólogo de la Universidad de Guanajuato Ricardo Contreras, explica que esas favelas celayenses están habitadas por personas que sufrieron las razzias que hizo el gobierno para “levantar” migrantes que se bajaban del tren y se albergaban en esas colonias, donde siempre les brindaban refugio.

“Les han tupido. El tejido social está muy endeble y de alguna manera (los lugareños están) resentidos porque ha habido abuso de poder. Hay mucho rondín y poca sensibilidad del gobierno.”

Con los primeros rayos de sol, familias completas de Crespo están sobre las vías, concentradas en “la barrida”, escarbando entre piedras para sacar los granos ocultos. No importa si es maíz para animal o para humanos, si los granos tienen insecticida o van revueltos con otras cosas. Ellos no discriminan. Llenan baldes. Todo sirve para paliar el hambre.

Sentada sobre un costal de yute para evitar los raspones de las piedras, está la anciana Juana Hernández.

–Tengo hartos nietitos que ahí están, a vuelta y vuelta, buscando trabajo desde que entró el año, que está de a tiro triste: con lo que queda de maicito ya que tenga uno para tortillas... –explica, mientras esculca la tierra con sus manos estropeadas.

Decenas de personas pepenan apuradas antes de que la policía las descubra.

–Tenemos que hacer la lucha por juntar la tortilla, desde hace como tres meses no halla uno ni trabajo de desquelitar el campo –dice un albañil que, como autómata, agarra maíz a puños y lo avienta a una cubeta.

–A uno por anciano no lo quieren en las empresas, pero aunque esté viejo de todos modos come uno –alega un exjardinero, “viejo” a sus 44 años.

Los pepenadores se distraen cuando ven la cámara fotográfica. Algunos se van a sus casas. Nadie quiere dar su nombre o mostrar su cara. Dicen que es la primera vez que recogen; los desmiente la agilidad de sus manos.

Una vecina que abre espacio entre el piedrerío se queja: “Lo que me llevo dura cuatro días, pa’ siete que somos y mis nietitas, con esa mala costumbre que tenemos de comer todos los días. Si sigue así nos vamos a morir de hambre”.

–Nos vamos a comer unos con otros –bromea otra mujer, sin dejar de rastrojar con los dedos.

Varios niños se tiran entre las vías a buscar granos escondidos. Uno de ellos está muy concentrado en la labor. La pregunta en esta situación suena necia: ¿Por qué no está en la escuela? Una mujer contesta, brava: “¿Qué carajos van a ir a la escuela si no alcanza ni para comer?”.

*Tomado de la revista Proceso.