progressif

viernes, febrero 03, 2012

Wislawa Szymborska*






Tomados de La Jornada, El Fisgón, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo.


Elena Poniatowska

De ir a Polonia alguna vez, mi mayor ilusión hubiera sido visitar (si ella me lo permitía) a Wislawa Szymborska. Era una poeta cuya edición de 10 mil ejemplares se agotaba en una semana y los polacos la sentían cercana. Salía a la calle con su sombrerito y decían: Allí va Wislawa”. Escribía sobre ellos, sobre su vida cotidiana y su millón de risas, siempre cultivó el territorio familiar, lo que nos es común, lo que sucede de la mañana en la noche, lo que les pasa a los hombres y lo que resienten los árboles.

Además sabía reírse. Se reía de la solemnidad, se reía de los clichés. Los que la leían le ponían música a su escritura. Decía que sus señas personales eran el entusiasmo y la desesperación. “¿Cómo vivir? me preguntó alguien/ en una carta,/ yo le iba a preguntar lo mismo.”

Desde la Segunda Guerra Mundial era considerada una de los grandes poetas de Polonia al lado de Zbigniew Herbert. Otro poeta, Milosz, amigo de Octavio Paz, había partido a Estados Unidos, pero Wislawa se quedó.

Decían que Herbert obtendría el premio Nobel, pero el jurado acordó dárselo a esta mujer cuya inventiva resultó prodigiosa. Buscaba al mundo, como el título de su primer poema. Nunca fue solemne o monumental y sobre todo nunca se construyó un traje de piedra para la posteridad. Y sin embargo, era una filósofa, ya que su relación con el universo fue de escepticismo y admiración.

En 1954 tituló su libro de poesía Preguntas que yo me hago. Escribió de sus padres, de “Hania”, su sirvienta, de los judíos asesinados durante la guerra. Escribió de ti, de mí, de todos nosotros aunque hubiera un océano de por medio. Dijo que nosotras, las mujeres, sólo estamos vivas cuando un hombre nos ama y que negarnos este amor equivale a matarnos. Nunca fue sentimental y sí resultó, para muchos, un poco impertinente. Todo se le iba hacia el buen humor y por eso terminó siendo versátil, ingenua y sobre todo fuerte. De sí misma, decía que escribía en voz baja.

Nunca buscó el consuelo fácil. “Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo.” En su discurso al recibir el Nobel de Literatura, el 3 de octubre de 1996, Szymborska dijo que “cualquier saber que no provoca nuevas preguntas se convierte muy pronto en algo muerto, pierde la temperatura que proporciona la vida”. También habló de dos palabras que siempre la estimularon: “no sé”. Y se refirió a otra polaca insigne: “Si mi compatriota María Sklodowska-Curie no se hubiera dicho ‘no sé’, probablemente se habría convertido en profesora de química en un pensionado de señoritas de buena familia; en este respetable trabajo habría transcurrido su vida. Pero ella se dijo ‘no sé’ y fueron exactamente estas dos palabras las que la condujeron, no una sino dos veces, a Estocolmo, donde se galardona con el premio Nobel a las personas de espíritu inquieto en constante búsqueda”.


“Si existen los ángeles
no creo que lean
nuestras novelas
sobre ilusiones perdidas.”

Nunca buscó el consuelo fácil, se veía a sí misma con demasiada ironía. Decía a las niñas que observaran el desastre desde una torre de sonrisas. También respondía a quienes le preguntaban si en Polonia no hacía demasiado frío que aquel que quisiera ahogarse necesitaría un hacha para romper el hielo y que los poetas escribían con mitañas y lloraban copos de nieve en vez de lágrimas.

Según ella, nada es sagrado para aquellos que piensan.

“Cuando pronuncio la palabra Futuro,/ la primera sílaba ya se fue al pasado./ Cuando pronuncio la palabra Silencio,/ lo estoy destruyendo./ Cuando pronuncio la palabra Nada,/ estoy creando algo que ya existe.”

Szymborska era una poeta mayor. Su poesía de imágenes y de ideas llega a lo más hondo.

“La vida en la tierra sale bastante barata.
Por los sueños, por ejemplo, no se paga ni un céntimo.
Por las ilusiones, sólo cuando se pierden.
Por poseer un cuerpo, se paga con el cuerpo”.

Se dice que los polacos nunca llegan a ponerse de acuerdo en absolutamente nada, que son anarquistas, destornillados, indómitos, nadie puede con ellos; sin embargo, en algo sí coinciden, en su amor y su respeto a los grandes poetas, desde Adam Mickiewicz hasta Wislawa Szymborska. Durante la Segunda Guerra Mundial, todo un batallón de soldados se lanzó con sus maravillosos caballitos polacos en contra de los tanques alemanes y fueron tachados de locos. Quizá todos eran poetas y estaban determinados a seguir viviendo después de muertos. Así la Szymborska, que capta la sobrevivencia humana y nos la da sin ninguna amargura porque morirse está dentro del orden de las cosas. ¿Qué pensará nuestro José Emilio Pachecho de esta gran polaca que supo liquidar todas sus deudas?

*Tomado de La Jornada.