Fuentes ve a la literatura como faro para “un México desviado”*
Tomados de La Jornada, El Fisgón, Helguera, Hernández y Rocha y El Universal, Helioflores.
∙ Los problemas están aquí y los políticos a una distancia brutal de las respuestas, dice
∙ “Tener un presidente estadista, como podría ser López Obrador, dependería de buenos asesores”
Mónica Mateos-Vega
Las grandes figuras de la novela latinoamericana y sus temas constantes (los conflictos sociales, el dictador y la barbarie, el mundo mágico de mito y lenguaje, la épica del desencanto) son los protagonistas del libro más reciente de Carlos Fuentes (Panamá, 1928), quien en entrevista con La Jornada habla de la literatura como punto de referencia de un país que, en su opinión, se encuentra a la deriva.
México vive un mal momento “porque los problemas del país están aquí, y los políticos allá, a una distancia brutal con respecto a las respuestas”, afirma. Pero el escritor perfila en un futuro a ese presidente estadista con el que sueñan muchos mexicanos: Andrés Manuel López Obrador, con la condición, añade, de que se rodee de “buena gente”.
A propósito de la publicación de su libro La gran novela latinoamericana (Alfaguara), propone a la literatura como faro de una nación cuyo rumbo ahora “está bastante desviado del camino”.
Imitación de la cultura
Tener un buen gobernante, “como, quizá, podría ser López Obrador”, explica, depende de las personas que lo asesoren, “porque si éste solo quiere tener gente obediente y menor al lado, lo único que logrará es un mal gobierno”.
Detalla que los buenos presidentes de México han tenido buena gente alrededor: “los gabinetes de Lázaro Cárdenas, de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdés o Adolfo Ruiz Cortines eran muy buenos porque había personas que sabían lo que no sabía el presidente. Si el presidente tiene que saber más que sus colaboradores, entonces estamos mal”.
No obstante, continúa, tampoco se trata de mantener juntos a los intelectuales con la clase política: “hay acercamientos y alejamientos entre ellos, pero no es posible ni deseable que coincidan, porque el escritor siempre debe decir algo más, ir más lejos que el político, que está capturado en su momento, pues si no, no podría ser político; en tanto, el escritor puede ir más allá porque puede imaginar, y políticos con imaginación hay muy pocos”.
–Los políticos de antes al menos leían –se comenta a Fuentes.
–Y ahora no, ¿verdad? Ahí están las muestras de ignorancia que ha dado Enrique Peña Nieto, quien pudo haberse escabullido de la pregunta y decir, por ejemplo, “sí conozco bien la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos”, pero tenía que titubear, se hizo bolas el pobre, ¡quedó muy mal! Hay gobernantes del pasado de México que si bien no habían leído mucho, al menos eran inteligentes.
En la literatura, detalla el autor de La silla del águila, “hay un sentido de continuidad de la historia de México y de América Latina que no se da en la política ni en la economía, así como una riqueza bárbara. Eso le permite ser una referencia para el mundo político y social, para reconocerse y no desviarse demasiado del camino.
“Pero la palabra literaria y la palabra política están muy divorciadas, pues políticamente hemos vivido mucho de la imitación, no de la continuidad de la cultura. Ganamos independencia, pero negamos a España, queremos ser gringos, o franceses; con Porfirio Díaz se trataba de convertir a México en un país francés.
“Con la Revolución volvimos a ser nosotros, pero nuevamente estamos distanciados de nuestro ser y tenemos que recuperarlo: ahí esta la cultura mexicana, para indicar quiénes somos: buenos, malos, pero así somos, de allá venimos, de una imaginación y una realidad conjuntas.
“Lo bueno de nuestra cultura es que tanto la imaginación como la realidad siempre han estado hermanadas, no se pueden separar. Mientras que en la política constantemente hay un divorcio entre ambas.”
La gran novela latinoamericana, ensayo que propone un recorrido por la evolución de ese género literario en el continente, es, puntualiza Carlos Fuentes, “un libro personal, porque no hablo de todo el mundo, dejo cosas que no me interesan fuera y no menciono a mis enemigos”.
Con el mismo buen humor con el que charla acerca de su obra, en las páginas del citado volumen se lee:
“Se me acusará, con justicia, de darle un lugar preferente a mi propio país, México, y a sus escritores. Así es (...) La razón es que éstos, los incluidos, concuerdan más con la línea general especulativa de este libro. Y que si abundan los mexicanos es porque los conozco mejor, los he leído más y ¡qué chingados!, como México no hay dos.”
Medio siglo de dos clásicos
Este 2012, Carlos Fuentes y sus lectores celebran los 50 años de dos novelas ya clásicas del autor: Aura y La muerte de Artemio Cruz.
–¿Habrá algún festejo especial?
–No, esos libros existen por sí mismos, no les puedo pedir nada, no los toco. Me importan los libros que estoy escribiendo y, claro, recordar esos dos libros que para mí son muy importantes y que tienen muchos lectores. En una reciente firma de libros, los lectores que llegaban tenían, en su mayoría, entre 16 y 30 años, y los libros que firmé más eran esos dos, precisamente. ¡Me da mucho gusto!, quiere decir que Aura y La muerte de Artemio Cruz tienen una actualidad ajena a mí, ya les pertenecen a los lectores.
“Con La muerte de Artemio Cruz tenía una idea clara de recuperar el pasado inmediato de México. Si La región más transparente quería ser la novela de una ciudad, La muerte... quería ser la novela de una época, de una historia, de un país que era representado en su agonía por Artemio Cruz. La novedad técnica fue que introduje tres personas y tres tiempos diferentes para dar la complejidad de la vida y muerte de Artemio Cruz; ése era el propósito.
“En cambio Aura me vino a la cabeza estando con una muchacha en París. Salió, regresó y en ese momento pasó bajo una luz que la transformó en una anciana. Luego entró y volvió a ser la de 19 años, y dije, ‘¡ay!, que pasaría si uno tuviera el poder, siendo anciano, de volverse joven, ¡ahí está la novela!’ Me senté a escribirla en un café. La escribí en cinco días, me salió muy rápido.”
El manuscrito de Aura, al igual que la mayoría de los originales de sus novelas, novelas breves, cuentos cortos, obras teatrales, guiones cinematográficos, escritos, discursos, entrevistas, traducciones, correspondencia, dibujos, documentos, fotografías, casetes de audio, video y cuadernos, se encuentran desde 1995 en la biblioteca de la Universidad de Princeton.
Todo el material puede ser consultado por investigadores acreditados, con excepción de la correspondencia entre Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante, Hélène Cixous, Julio Cortázar, José Donoso, Roberto Fernández Retamar, Gabriel García Márquez, Norman Mailer, Octavio Paz, María Ramírez, Philip Roth y Jean Seberg, la cual podrá abrirse al público a partir del 1º de enero de 2021, o dos años después de la muerte del autor, “lo que ocurra primero”, por instrucciones de él mismo.
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¿Ciudadanos independientes?
Octavio Rodríguez Araujo
Lo he escrito muchas veces: no existen, aunque así se presenten, las candidaturas ciudadanas, por la sencilla razón de que todos los mexicanos mayores de 18 años somos ciudadanos, igual despachen en Los Pinos que en las calles como viene viene” o militen en un partido político. Es una falacia tratar de hacer creer que los que no pertenecen a los partidos ni a las esferas de la representación política son mejores que los militantes, los políticos o los gobernantes, que los primeros son ciudadanos y los segundos gente marcada por el “maligno y corrupto” sello de la política.
Tan corrupto puede ser un ciudadano común y corriente como un empresario o un político. Lo mismo se puede decir de su contrario: tan honrado puede ser un político o un empresario como un ciudadano común y corriente. No hay reglas ni pueden establecerse en función del papel y el lugar que ocupa cada quien.
En esta misma lógica de las generalizaciones de moda tampoco se puede decir que quien milita en un partido supuestamente de izquierda es por fuerza de esta corriente o que quien no milita en ningún lado no puede ser de izquierda. A la izquierda pertenece quien así se considere, con independencia absoluta de si milita o no en un partido ad hoc. No es el partido de izquierda el que hace izquierdistas a sus afiliados, sino sólo el que ofrece un espacio, auténtico o no, para que se agrupen quienes se consideran de esta filiación. Nuestra legislación electoral establece que quienes aspiran a un cargo de representación política deben ser propuestos por los partidos políticos registrados y reconocidos legalmente. No se dice que los candidatos requieran militancia en los partidos, ni siquiera que deban estar afiliados a ellos. Si los candidatos de los partidos surgen de sus filas o de ningún partido, es irrelevante. Vuelvo a decirlo: no son más ciudadanos quienes no militan en un partido que quienes sí lo hacen.
Cuando un ciudadano sin partido aspira a un cargo de elección popular requiere, aunque no lo reconozca ni lo asuma como una realidad evidente, de una organización y de recursos para dar a conocer su candidatura, su programa y sus buenos o malos deseos. Si es pobre está frito, a menos que alguien lo apoye económicamente. Si es rico puede ser que arriesgue parte de su fortuna para promoverse políticamente (tal vez pensando que con lo que gane más allá de su sueldo lo repondrá de lo invertido: la política también es negocio si se falta a la ética). Dicha organización y tales recursos, suponiendo que la legislación permitiera candidaturas al margen de los partidos, constituyen un nuevo partido, aunque éste sea el partido de un candidato que desdeña y hasta rechaza a los partidos. Ya ocurrió y ha pasado en México y en otros países: Juan Andrew Almazán fue primero aspirante a la Presidencia y luego, obligado por la ley, formó su Partido Revolucionario de Unificación Nacional. En Estados Unidos Ross Perot también tuvo que fundar (en 1995) su propio partido al estar en contra del Republicano y del Demócrata: el Reform Party. Fue el caso del “independiente” Ralph Nader también, quien al no ser apoyado por el Green Party aceptó ser postulado en 2004 por el partido fundado por Perot, con presencia sólo en algunos estados. Según Alejandro Chanona, en un amplio estudio sobre el tema, hay 81 países que aceptan candidaturas llamadas independientes en elecciones para el Ejecutivo y el Legislativo, pero incluso en éstos los candidatos tienen que ajustarse a ciertas reglas que no son muy diferentes de las que tienen que cumplir los partidos. En una palabra, la organización de un candidato llamado independiente o ciudadano (“sin partido”) es, en sentido lato, un partido aunque no se reconozca como tal: está organizado, tiene una cierta disciplina, presenta un programa, hace propaganda y aspira al poder, requisitos todos que tienen que cumplir los partidos políticos formales.
La ciudadanización de la política, como también está de moda decir, es, por lo mismo, una vacilada o una tomadura de pelo. La política se practica en un país desde cientos de trincheras distintas. Cuando en una escuela un grupo de niños elige a un presidente de clase es porque uno de los alumnos armó un grupo, hizo algún tipo de propaganda y, desde luego, dijo que quería ser candidato entre otros. Desde ahí en adelante se hace política, igual sea mediante partidos, planillas (en un sindicato, por ejemplo), grupos de apoyo (en dinero, en asesorías, etcétera). Y quien hace política, en la escuela, en un sindicato, en una organización empresarial, en un barrio o en una ciudad o un país, es un político por más que se presente como ciudadano y a veces como apolítico (que es otra falsedad).
Es necio, por lo tanto, seguir hablando de candidatos ciudadanos o independientes como diferentes de los candidatos llamados partidarios. Unos y otros son ciudadanos, y unos y otros son propuestos por un partido o forman el propio aunque no lo califiquen así. Finalmente, en el momento en que una persona aspira a un cargo por elección está haciendo política, es un político y busca un cierto grado de poder, por el gusto de tenerlo, por vocación de servicio o para enriquecerse.
http://rodriguezaraujo.unam.mx
*Tomados de La Jornada.
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