El cultivo de Juanito*
Tomados de La Jornada, Hernández, El Fisgón, Helguera y Rocha y El Universal, Helioflores y Naranjo:
Octavio Rodríguez Araujo
Me había prometido no escribir sobre Rafael Acosta alias Juanito, pues el personaje es un invento mediático de las derechas, especialmente de las antilopezobradoristas (y en éstas incluyo a los hermanos Círigo, uno de ellos llamado ahora René Arce).
Cuando yo era estudiante de secundaria había muchachos con cierto liderazgo que formaban grupos (pandillas a veces), otros bien portados y otros que no sentían tener ubicación y buscaban, de ser posible, la aceptación de los más beligerantes y que no teníamos, digamos, muy buena conducta. A esos desubicados los cultivábamos, como decíamos entonces, y les encargábamos tareas ingratas bajo la promesa implícita (nunca dicha) de que pasarían a formar parte de nuestro grupo. Cultivar quería decir hacerles creer que eran muy inteligentes, audaces, valientes, bravucones y sinónimos de los calificativos anteriores. Ya que se lo creían, los desinflábamos y su caída en la realidad era, en muchos sentidos, cruel, y si tenían poca autoestima terminaban peor y como candidatos a sicoanálisis. Pero nadie ha dicho que los adolescentes no son crueles con sus compañeros.
Hacer creer a alguien lo que no es suele ser una práctica malévola. Pues esto es lo que hicieron los que desde la televisión y no pocas estaciones de radio entrevistaron “muy serios” a Rafael Acosta, haciéndole entender que ya era un personaje, un líder y casi un héroe popular. Acosta, quien se refiere a sí mismo en tercera persona y como Juanito (Juanito hace, Juanito fue, Juanito quiere, etcétera), comenzó a sentirse bien consigo mismo y muy pronto prestó oídos a quienes le preguntaban por qué tendría que cumplir una promesa si en realidad “lo habían usado”. Lo cultivaron y al verse citado y fotografiado en los medios, sobre todo de derecha, perseguido por los paparazzi, entrevistado en la televisión, con miles de entradas en google y en no pocos blogs, se la creyó y terminó por sentirse un líder político con aspiraciones de tal magnitud que hasta ya declaró que le gustaría ser jefe del Gobierno del Distrito Federal. De repente pasó de ser un desconocido a ser un personaje que era invitado a bautizos, bodas, 15 años, comidas en restaurantes de medio lujo, y compadre (sólo en el trato) de algunos políticos mañosos que se han aprovechado de él para hablarle muy de cerca y como en susurro, para hacerle pensar que tiene la sartén por el mango y que hasta a López Obrador se la puede jugar y traicionarlo por haberlo convertido en candidato ganador. ¡Ahora que se friegue!, seguramente le dijeron, para añadir un ¡tú puedes!
En medio de tanta parafernalia y lleno de confusión por la rapidez de los acontecimientos y por la vertiginosa subida a la cúspide de los medios electrónicos y de prensa que lo inventaron e hicieron de él un personaje, Juanito optó por ir a la Basílica de Guadalupe, con una veladora de gran tamaño. No se sabe si fue para darle gracias a la Virgen por tan buena suerte o para ser fotografiado como un hombre devoto, ya que los votos que obtuvo no fueron para él, sino para la defenestrada candidata víctima, una más, del tribunal electoral calderonista.
El martes pasado, probablemente inspirado por una santidad que le es ajena, tomó la determinación de quedarse como delegado y, en el colmo de su bondad casi infinita, declaró, a quien quisiera escucharlo, que le ofrecerá un puesto a Clara Brugada, ya que ella no quiso –dijo el desmemoriado y confundido personaje–, de haber sido la delegada, compartir con él “y su gente” 50 por ciento de los cargos en la delegación. Lo que olvidó, convenientemente, es que fue él el que quiso condicionar su renuncia al puesto a cambio de que le dieran la mitad de la nómina en la administración de Iztapalapa.
Para que no hubiera duda, declaró que es un hecho que no renuncia y, según El Universal.com del martes pasado, le pidió a la Guadalupana que le despeje el camino al cargo quitándole a sus enemigos. Pobre hombre, nunca entendió que sus enemigos son los que lo cultivaron y le hicieron creer lo que no es.
Para evitar malos entendidos, con esto de que los humildes y con pocos estudios también pueden y deben gobernar y no hay por qué discriminarlos (cosa que, por cierto, no discuto), debemos recordar que Juanito ganó porque López Obrador y Clara Brugada hicieron campaña por y para él, en el entendido de que al ganar, si ganaba, renunciaría para que su ahora “opositora” pudiera quedar en el cargo. Fue una estratagema que se le ocurrió a AMLO para dar vuelta al dictamen del faccioso Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el mismo que le quitó la Presidencia del país en 2006 y que se la dio a Jesús Ortega en el PRD. No me gustó la forma en que lo anunció Andrés Manuel en Iztapalapa: como que fue poco elegante, pero entiendo que fue una decisión de bote pronto en la que ciertamente no se cuidaron las formas, pero que hubiera sido efectiva si Rafael Acosta fuera hombre de palabra, es decir, una persona de firmes convicciones y no una criatura mediática y patética que fue hábilmente cultivado.
La historia no ha terminado, pero hasta ahora es como una telenovela que bien podría llamarse Cómo cultivar a un hombre sencillo, pero ambicioso”. Habrá que ver la segunda parte.
Me había prometido no escribir sobre Rafael Acosta alias Juanito, pues el personaje es un invento mediático de las derechas, especialmente de las antilopezobradoristas (y en éstas incluyo a los hermanos Círigo, uno de ellos llamado ahora René Arce).
Cuando yo era estudiante de secundaria había muchachos con cierto liderazgo que formaban grupos (pandillas a veces), otros bien portados y otros que no sentían tener ubicación y buscaban, de ser posible, la aceptación de los más beligerantes y que no teníamos, digamos, muy buena conducta. A esos desubicados los cultivábamos, como decíamos entonces, y les encargábamos tareas ingratas bajo la promesa implícita (nunca dicha) de que pasarían a formar parte de nuestro grupo. Cultivar quería decir hacerles creer que eran muy inteligentes, audaces, valientes, bravucones y sinónimos de los calificativos anteriores. Ya que se lo creían, los desinflábamos y su caída en la realidad era, en muchos sentidos, cruel, y si tenían poca autoestima terminaban peor y como candidatos a sicoanálisis. Pero nadie ha dicho que los adolescentes no son crueles con sus compañeros.
Hacer creer a alguien lo que no es suele ser una práctica malévola. Pues esto es lo que hicieron los que desde la televisión y no pocas estaciones de radio entrevistaron “muy serios” a Rafael Acosta, haciéndole entender que ya era un personaje, un líder y casi un héroe popular. Acosta, quien se refiere a sí mismo en tercera persona y como Juanito (Juanito hace, Juanito fue, Juanito quiere, etcétera), comenzó a sentirse bien consigo mismo y muy pronto prestó oídos a quienes le preguntaban por qué tendría que cumplir una promesa si en realidad “lo habían usado”. Lo cultivaron y al verse citado y fotografiado en los medios, sobre todo de derecha, perseguido por los paparazzi, entrevistado en la televisión, con miles de entradas en google y en no pocos blogs, se la creyó y terminó por sentirse un líder político con aspiraciones de tal magnitud que hasta ya declaró que le gustaría ser jefe del Gobierno del Distrito Federal. De repente pasó de ser un desconocido a ser un personaje que era invitado a bautizos, bodas, 15 años, comidas en restaurantes de medio lujo, y compadre (sólo en el trato) de algunos políticos mañosos que se han aprovechado de él para hablarle muy de cerca y como en susurro, para hacerle pensar que tiene la sartén por el mango y que hasta a López Obrador se la puede jugar y traicionarlo por haberlo convertido en candidato ganador. ¡Ahora que se friegue!, seguramente le dijeron, para añadir un ¡tú puedes!
En medio de tanta parafernalia y lleno de confusión por la rapidez de los acontecimientos y por la vertiginosa subida a la cúspide de los medios electrónicos y de prensa que lo inventaron e hicieron de él un personaje, Juanito optó por ir a la Basílica de Guadalupe, con una veladora de gran tamaño. No se sabe si fue para darle gracias a la Virgen por tan buena suerte o para ser fotografiado como un hombre devoto, ya que los votos que obtuvo no fueron para él, sino para la defenestrada candidata víctima, una más, del tribunal electoral calderonista.
El martes pasado, probablemente inspirado por una santidad que le es ajena, tomó la determinación de quedarse como delegado y, en el colmo de su bondad casi infinita, declaró, a quien quisiera escucharlo, que le ofrecerá un puesto a Clara Brugada, ya que ella no quiso –dijo el desmemoriado y confundido personaje–, de haber sido la delegada, compartir con él “y su gente” 50 por ciento de los cargos en la delegación. Lo que olvidó, convenientemente, es que fue él el que quiso condicionar su renuncia al puesto a cambio de que le dieran la mitad de la nómina en la administración de Iztapalapa.
Para que no hubiera duda, declaró que es un hecho que no renuncia y, según El Universal.com del martes pasado, le pidió a la Guadalupana que le despeje el camino al cargo quitándole a sus enemigos. Pobre hombre, nunca entendió que sus enemigos son los que lo cultivaron y le hicieron creer lo que no es.
Para evitar malos entendidos, con esto de que los humildes y con pocos estudios también pueden y deben gobernar y no hay por qué discriminarlos (cosa que, por cierto, no discuto), debemos recordar que Juanito ganó porque López Obrador y Clara Brugada hicieron campaña por y para él, en el entendido de que al ganar, si ganaba, renunciaría para que su ahora “opositora” pudiera quedar en el cargo. Fue una estratagema que se le ocurrió a AMLO para dar vuelta al dictamen del faccioso Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, el mismo que le quitó la Presidencia del país en 2006 y que se la dio a Jesús Ortega en el PRD. No me gustó la forma en que lo anunció Andrés Manuel en Iztapalapa: como que fue poco elegante, pero entiendo que fue una decisión de bote pronto en la que ciertamente no se cuidaron las formas, pero que hubiera sido efectiva si Rafael Acosta fuera hombre de palabra, es decir, una persona de firmes convicciones y no una criatura mediática y patética que fue hábilmente cultivado.
La historia no ha terminado, pero hasta ahora es como una telenovela que bien podría llamarse Cómo cultivar a un hombre sencillo, pero ambicioso”. Habrá que ver la segunda parte.
*Tomado de La Jornada.
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